El final de un sueño - José María Vargas Vilas - E-Book

El final de un sueño E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«El final de un sueño» (1920) forma parte de la trilogía, junto a «El minotauro» y «La ubre de la loba», que narra la vida de Froilán Pradilla, un agitador político que ha librado batallas políticas y que ha huido de su país en busca de una vida mejor. Esta parte se centra en el exilio del protagonista y en el drama psicológico que vive.

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Seitenzahl: 219

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

El final de un sueño

 

Saga

El final de un sueño

 

Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680768

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

La Fraternidad Humana, no ha escrito sino un poema...

y ese lo escribió Caín, con la man díbula de un asno.

V. V

A MANERA DE PREFACIO PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA

Líncas breves;

sintéticas;

sin espacio para más;

contentivas de la historia de este libro, sin historia;

este libro...

un arco iris apoyado en dos tormentas;

un espacio azul y, blanco, en el rojo cromático de un gran cielo en tempestad;

en la dolorosa Trilogía de estas novelas, «El Minotauro», es como el alba de esa ardorosa jornada, en que una Alma Heroica, el alma de Froilán Pradilla, se puso en marcha hacia la Vida;

este «Final de un Sueño», es como un mediodía tropical, fuliginoso y, meditativo, lleno de una calma imponente de selva ecuatorial;

a las furentes rebeldías del «Minotauro», sigue este libro de reposo ideológico, semejante al remanso de un gran río, momentos antes de entrar en las agitaciones de un mar terriblemente amenazante;

el drama que se desarrolla en este libro, es todo psicológico;

sus lineamientos estéticos son más puros, por ser absolutasmente aspirituales;

es deliberadamente intelectual;

y, por ende, más noble y complicadamente dramático;

la esencia vital de un drama, está en el alma de aquel que lo vive, no en los hechos que lo producen, que son apenas elementos circunstantes de él;

leo con amor este segundo libro de mi Trilogía escrito en el año 1917, en Barcelona, para hacer suite al «Minotauro», y, preceder a «La Ubre de la Loba», último de la sombría Tragedia, que fué la Vida de Froilán Pradilla;

y, lo entrego para que entre a formar parte de mis «Obras Completas», editadas por la Casa Editorial Sopena;

vaya este libro, como los otros míos, hacia las almas cariñosas que me leen, ávidas siempre de hallar en cada uno de ellos, el fulgor de una Verdad;

valerosamente dicha;

en la decoración espléndila de la Vida y del Dolor;

como en este libro, que es la NOVELA DE UN INTELECTUAL.

Vargas Vila.

 

1920.

EL FINAL DE UN SUEÑO

Moría la tarde triste;

sobre los cielos pálidos, era una gama de oros, en tal delicuescencia, que se diría lunar;

los oros, se fundían en un argento pálido en la penumbra vaga;

hora crepuscular;

por el balcón, entraba la luz difusa y lenta rompida en los estores y en las cortinas rojas, reviviendo en la alfombra la flora atrabiliaria, que se hacía fantasmal...

la flora se hacía triste, entrando en las tinieblas, en este vencimiento pacífico del Sol...

mariposas perseguidas, parecían las manchas blancas, que huían sobre la alfombra a los ángulos remotos, donde, al fin, se diluían, se esfumaban, se morían en un vuelo silencioso de libélulas cansadas...

los cristales de la lámpara que en el centro abría sus brazos, con sus bombas policrómicas, irisaba los reflejos, de esa tenue luz remota y jugaba en los plafones, todos blancos y dorados como cielos de marfil;

en las grandes acuarelas, y, los paisajes al óleo, que pendían de los muros, esa luz agonizante, parecía revivir y, dar vida, ora fuera a los marinos horizontes, y, las olas encrespadas y, las playas rocallosas de Civitta-Vechia, o las suaves y onduladas, de Nettuno y Porto d’Anzio, ora al afro solitario, encerrado en sus paludes, donde bueyes pacían gustosos y, rebaños diminutos, destacaban sus siluetas en la árida y, majestuosa soledad de la Campiña Romana, cuya línea limítrofe con la Urbi Orbis, decoraba la gran cúpula azulosa de San Pedro, siempre ornada de reflejos, como un huevo luminoso de cristal;

los ruidos de la calle, no turbaban, el silencio omnipresente del salón, todo en sombras, ya huídos, los jirones caducados de la luz...

Froilán Pradilla, después de haber acompañado sus visitantes hasta la puerta del salón, para despedirlos, había vuelto cerca a la ventana, y, se había sentado en uno de los sillones, que estaban inmediatos a ella, y, desde el cual podía ver un gran pedazo del cielo, en el cual las estrellas parpadeaban como vírgenes insomnes, y, un gran fragmento de calle, en el cual las lámparas eléctricas aparecían unas tras otras, con su luz oscilante y felina, como ojos ávidos de meretrices que exploraran las tinieblas;

sus ojos indiferentes, contemplaban sin emoción, el espectáculo exterior, de los cielos y, de la tierra, absorto como estaba en la contemplación de sus paisajes interiores, atento al vocerío confuso de los mil gritos extraños que subían de su corazón;

había llegado a una confluencia de su Vida, en que ésta, como un río acrecido,parecía sentir el peso, de los parajes calmados y bellos por donde había corrido, y, quería orientarse hacia no sabía qué mares tempestuosos, inapaciguados, ocultos allá abajo, en la sombra remota, cruzada de relámpagos y, llena de gemidos lamentables...

una confluencia de Infinito, más allá de la cual, gemía algo, que no era su propio Dolor, sino el Dolor de los otros, al cual había estado toda su vida, tan atento su corazón;

no había podido matar en sí su alma de Redentor;

ésa era su angustia;

ésa, la fuente oculta de todos sus pesares;

su actitud de Triunfador feliz, harto de Gloria y, aun triste de ella, no consolaba sus tristezas de Apóstol y de Rebelde, y, sentía aún más que la tristeza, el remordimiento de esa Gloria, cuyo humo parecía ocultarle los senderos ya remotos, de sus luchas cuerpo a cuerpo con la Tiranía, la Hidra inacabable, cuyas garras se clavaban, no ya sobre él, que era un Hombre Libre, sino sobre los otros, sobre los Pueblos Esclavos; aquellas tribus de ilotas, que más allá del mar, dormían el sueño de la Ignominia, más profundo que el sueño de las selvas, y, cuyas almas se confundían en un mismo gesto de bestialidad agresiva y primitiva, que era un odio ciego a la luz;

él, sabía que el Apostolado, es una ascensión perpetua, hacia las cumbres del Sacrificio;

que en esa marcha dolorosa, la detención, es una traición;

que dos son los deberes de un Apóstol: realizar su sueño, o morir por él;

que hay como la interrupción de un ritmo musical, en la interrupción de la tarea de un Apóstol;

que es como la ruptura de una armonía sideral, escrita por el Destino, en el pentagrama de las estrellas;

que es necesario al mundo que ese Gran Cántico de Gloria y de Fuerza, no se interrumpa, que esa Sinfonía vivida, continúe en ser la Obra de Perfección y, de Liberación, que los hombres oigan y vean en un verdadero Festival del Espíritu, y, lo sientan vibrar y desarrollarse ante ellos, en una gama ascendente, en una pureza inimaginable de líneas, en una perfección creciente de melodías hacia la cima, hasta finir y culminar el Gran Poema Lírico, el Poema Bélico de inaudita fuerza y oceánica sonoridad, que es la Vida de un Libertador...

ese Poema Heroico, que es el Poema del Sacrificio, la cumbre de las Crucifixiones, donde la brutalidad de la Vida Vencedora, decapitando al Genio, le arranca la lengua, para apagar el último eco del Verbo Apolíneo que reveló al Mundo, lo que hay de irrevelado en el corazón obscuro de la Fatalidad, y, cantó ese Himno de la Libertad, que muere con él, como si fuese el canto de todos los cisnes del Ideal, sonando en la garganta de uno solo, para morir con él, sobre el triste espejo del lago de los sueños, hecho un lago de cenizas, que se mezclan a las cenizas de los mundos muertos en el corazón inalterable del Silencio;

como la aparición del fuego en una montaña muy lejana, su juventud, se le aparecía radiante y vibradora, como un incendio de selva, rítmicamente orientado hacia el Sol;

puesto en presencia de ese pasado tumultuoso, su vida actual, se le aparecía como insignificante y de una pequeñez corpuscular;

no que él, hubiese abandonado la Libertad; no;

él, la amaba, él, la servía, él, la honraba con la gloria de su nombre;

los gestos que había esbozado durante los treinta años de su ostracismo, habían sido gestos de Apóstol ensoñador y, lírico, nobles gestos de altruísmo, teñidos de una vaga y generosa melancolía;

había hecho de su palabra una flámula, y de su pluma una espada;

iluminar y combatir había sido su misión;

la Prensa y, la Tribuna, habían sido las dos cimas desde las cuales, su alma vestida de llamas había dicho al Mundo, el esplendor de su palabra;

pero, este combate así, plenamente ideológico, tan por encima de las realidades tangibles de la Vida, no satisfacía sus anhelos combatientes, y, se veía como un Hércules vencido y, culpaba a la Vida de ser la Onfala vencedora de sus energías potenciales, vivas aún, pues que rugían en su corazón, como leones enjaulados, venteando a lo lejos el olor de sangrientas carnicerías;

y, una tristeza nazarena asaltaba su corazón;

¿ era que había faltado a su Destino?

había dominado ya la cumbre lívida, aquella tras de la cual, no le es posible al Hombre hallar nuevos derroteros;

la marcha hacia el Oriente, no es permitida al hombre que ha cumplido cincuenta años...

su vida es ya una trayectoria hacia el Ocaso, un suave declive hacia el mar de la Muerte, en cuyas tristes riberas crecen inclinados sobre la Eternidad, los últimos laureles...

él, había entrado ya en esa Vía Appia, en esa Vía de las tumbas, que no por ser la Avenida de la Muerte, deja de ser la Avenida de las Victorias;

aun podía combatir, aun podía vencer;

aun podía tender la mano a otros laureles, que no fueran los ya concedidos a su talento extraordinario y cuya sombra lo entristecía más bien que consolarlo;

en el lenguaje consagrado por los hombres, él, era: un Vencedor;

su renombre era un renombre mundial;

entraba en la vejez por un pórtico ornado de refinamientos y de sutiles elegancias. como por un arco triunfal ornado de rosas exquisitas;

ilustre, fuerte, rico, ¿qué faltaba a su felicidad?

¿ cómo se llamaban las alas de esa Idea, que plegándose sobre su frente la hacían tenebrosa, como una cima en la Noche?...

¿ era la visión del Pasado, en cuyos paisajes remotos, las costas de la Patria, se diseñaban como las de un territorio de angustia y de desolación?

¿ era la visión del Presente, árido como un campo de cenizas?

en Europa, había muchos Apóstoles como él, aunque ninguno tuviera su Elocuencia acre y terrible;

soñadores como él, no faltaban, aunque no todos tuvieran su raro desinterés que era como un rudo candor;

pero;...

¿ por qué ese Apostolado no triunfaba?

¿por qué ese sueño no se realizaba jamás?...

el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, era un espectáculo desalentador, capaz no sólo de justificar, sino de hacer palidecer las predicciones del más hosco pesimismo;

la Europa envejecida parecía resignada a morir sobre las leyes antiguas, abrazada a ellas, mezclando el polvo de su cadáver, al polvo de esas mismas leyes, que la habían esclavizado y la habían vencido;

en las ciudades, reinaba la Injusticia en todas sus formas y, los esclavos del Trabajo eran tan miserables, como aquellos que en la antigua Roma, llenaban con sus clamores los silencios del Forum, y, enmudecían bajo el hacha de la Muerte, en las arenas del Circo;

afuera, en los campos, los siervos de la gleba, eran tan despiadadamente explotados y, tan sistemáticamente envilecidos como los de la gleba romana antes y después de los Gracos y, de la ley Salustia;

el mundo no había andado un paso en el camino de la Justicia;

el Derecho era el escabel de los fuertes, y, el hacha con que se decapitaba a los vencidos;

el Trabajo, continuaba en ser una Esclavitud y la Riqueza una Insolencia;

las relaciones entre el Trabajo y el Capital, eran crueles y primitivas, con todos los caracteres de ferocidad de las civilizaciones florecientes, prontas a entrar en su declinación;

la Ley, era como siempre, la amenaza del débil, y, la catapulta del fuerte;

el Juez, continuaba en ser el heraldo del Verdugo;

la Justicia, estaba sobre todos los labios, y, no estaba en ninguno de los corazones;

la Sociedad, continuaba en enviar los hombres, a morir sobre los campos de batalla, o los arrastraba a morir sobre las tablas de un cadalso;

la esclavitud existía con el nombre de ejércitos permanentes, y, esas legiones de parias, eran enviadas a conquistar territorios lejanos, para los mercaderes que los pagaban.

Roma se había fundido en Cartago, y eran una sola Urbe, que tenía por fronteras, las fronteras del Mundo;

había amos y esclavos, sólo que a éstos, para hacer más irrisoria su esclavitud, les ponían un gorro frigio, emblema de la Libertad, y, sus amos fingían inclinarse ante ellos en el gesto irreverente de la más bufa arlequinada;

los embriagaban de elogios, como los antiguos embriagaban de vino los ilotas para divertirse con ellos;

los Tribunales, continuaban en ser prostíbulos de la Venalidad, y, las togas, mantos de Mesalinas sin encanto, las cuales, no teniendo favores que vender, vendían los de la Ley;

la Bolsa, continuaba en ser el Tetragramaton del Mundo, en donde no había más Tablas de la Ley, que las Tablas de Logaritmos;

el Mundo se alquilaba o se vendía al mejor postor;

se hundía lentamente en todas las cobardías, esperando la llegada de los bárbaros que dormían en su propio seno, y, el relincho de cuyos caballos, se escuchaba a intervalos haciendo estremecer el silencio del horizonte;

ellos vendrían a la hora histórica, marcada por el Destino, para castigar esa falsa Civilización, fundada sobre la apostasía de todas las virtudes;

ellos, atravesarían con su lanza, el corazón de esa sociedad, madre de todas las claudicaciones y de todas las cobardías;

y, acabarían con la comedia irritante de esa Libertad espúrea, formada de todas las esclavitudes, y, de esa Democracia, hecha de privilegios y, de egoísmos;

no había verdadero sino la Esclavitud;

no había sagrado sino el Crimen;

y, de rodillas ante esa Omnipotencia, el mundo deshonrado temblaba, aprestándose a morir;

y, él; lo veía...

veía ese atardecer de ignominias, pronto a convertirse en un crepúsculo de sangre;

y, veía la inutilidad de todas las doctrinas al caer en la mentira de todos los corazones;

¿qué había sido de la Palabra de los apóstoles y, de los profetas?...

la simiente había caído sobre una tierra podrida de Miedo y de Indiferencia, y, no había germinado pudriéndose a su vez en el corazón del Mundo, ya gangrenado por la Muerte;

por un florecer nocturno de todas las iniquidades, el jardín de la Sabiduría Humana. había visto morir una a una sus más bellas rosas, sin esperanza de resurrección;

¿el Mundo, no era digno de la Libertad?

¿ no era capaz de ella?

no se sabía quiénes eran más viles, de los amos o de los esclavos;

los unos imponían el yugo, y los otros lo sufrían con un gesto de igual bestialidad, vecino al idiotismo;

una espesa sombra de dolor cubría ese mundo donde la voz de los profetas había muerto, en un Silencio hecho de servidumbres;

en la prolongada miseria de la hora, en la cual se empapaban de Infamia, las últimas raíces de la Vida, todo rayo de Gloria había muerto sobre los cielos inermes, que parecían dos labios cerrados sobre una tumba;

la espada de los arcángeles se había roto, contra el muro de la Iniquidad, como contra el corazón de piedra de una Esfinge;

la pléyade apostólica yacía en el polvo, al pie de ese muro, vencida por el Dolor y por la Muerte;

los viejos apóstoles y los nuevos apóstoles, eran como la escoria inútil, sobre el volcán extinto, de cuyo corazón, no sale ya la llama para acariciar la Noche;

en vano Hæckel, había revelado al mundo, los: «Enigmas del Universo», y las «Maravillas de la Vida», si el mundo no descifraba Otro Enigma que el del Vientre, ni sabía de otras maravillas que la de envilecerse y de morir sobre un lecho, que habría encontrado demasiado muelle, el ególatra de Sibaris;

en vano Strauss, había arrancado al Cristo, su máscara de dios, con una heroica brutalidad de pedagogo en cólera, y Renán, había intentado arrancarle la corona de mártir, con una mano temblorosa, de lego irreverente y cobarde;

el judío asqueroso, continuaba en reinar sobre un mundo degenerado, que había hecho de su cruz el estandarte furente de todas las Tiranías, y, de su manto de plebeyo castigado, la púrpura de todos los imperios;

reyes y pontífices, reinaban en su nombre, y, fantasmas de repúblicas, amparaban bajo él, las formas de su soberanía irrisoria, más pesada que su antigua esclavitud;

si la tierra ya consagrada por la Civilización, agonizaba vencida... ¿dónde, pues, sembrar la semilla de los sueños redentores, los que como él, habían consagrado su vida a dar forma tangible a esos sueños, y, a predicar desde las cumbres ideales, el reinado de la Verdad y de la Libertad, entre los hombres?

no le bastaba el prestigio que su palabra apostólica tenía entre las gentes cercanas y, aun en aquellos pueblos remotos donde llegaba, apagada por la distancia, pero, siempre vivaz y límpida, como el eco de un clarín...

él, había vencido...

sí...

pero ¿sus ideas?

¿dónde habían triunfado?

vencidas habían sido en todas partes, y, no reinaban sino en el altar de su corazón;

estrellas proscriptas, refugiadas en el cielo de su espíritu, sereno como una inmensidad;

cual un cazador, rodeado de su jauría, despedazada por los lobos, él veía con una gran tristeza, este vencimiento de sus ideas;

y, no se resignaba a él;

un Apóstol no tiene otras victorias que las de sus doctrinas;

¿ qué le importaban las victorias de su Nombre, si estaba de pie sobre las ruinas de su Ideal?...

¡ estéril Triunfo!

triunfo miserable...

se hablaba de su Genio...

todos reconocían su Genio...

pero...

¿de qué servía un Genio, que no había sido capaz de fundar la Libertad?

sus libros, habían libertado almas, muchas almas;

pero... ¿dónde estaba el Pueblo, libertado por su pluma?

¿ no era el caso de romperla por inútil?

como su Vida;

¿qué haría ahora de su Vida?

¿ envejecer en la celebridad, en la tranquilidad, en la comodidad, rico y glorioso, entregado al culto solitario de sus ideas y, al de sus riquezas?

éstas, habían aumentado enormemente;

la muerte de todos sus parientes, lo había hecho triplemente millonario;

sus primos hermanos, los Estévez, habían desaparecido, uno después del otro...

la primera en morir, hacía ya muchos años, había sido Juliana, aquella bella flor de idilio, que había perfumado los albores de su adolescencia, con un suave perfume de violetas matinales;

la tisis la había devorado;

y, había muerto, virgen, enigmática, taciturna, como había vivido;

su muerte ocasionó la de su madre, que no la sobrevivió sino muy pocos días.

Andrés Estévez, había muerto en una batalla, mandando un regimiento, hecho ya coronel, orgulloso de su librea, y fiel a su fiera actitud de esclavo galoneado;

toda la fortuna de ellos, que era muy cuantiosa, había venido a aumentar la de él, y la de su hermana, que continuaba en envejecer al lado suyo, soltera, resignada y, feliz;

su lejana aldea natal, construída desde el principio, en tierras de su heredad, y que era ya una villa de regular importancia, continuaba en ser un feudo suyo, al cual había cedido ya, algunos de sus derechos;

en muchas leguas a la redonda de ese poblado no había morador, que no fuese arrendatario suyo y, no le pagase el censo y la gabela;

todo eso, aumentaba diaria y, enormemente sus rentas;

para vivir con holgura y con decencia, él y su hermana, que no amaban el lujo y boato, bastábanle, y de sobra, los emolumentos de su profesión, a los cuales se añadía la venta prodigiosa de sus libros y, los precios muy altos con que se pagaban sus artículos de colaboración científica, en las grandes Revistas Médicas del mundo;

todo eso era una superproducción, inútil para él, que iba a entrar en la vejez, sintiendo o presintiendo ya, la inutilidad de su vida futura, y, el vencimiento definitivo de los ideales de esa Vida;

¿ se resignaría a ese vencimiento?

¿ moriría repleto y, feliz, sobre las ruinas de todos sus sueños?

ese crepúsculo de hartazgo, no satisfacía su orgullo de Rebelde, ni era, ese desaparecimiento el que había soñado en su juventud heroica, llena de ensueños ácratas;

se insurreccionaba interiormente contra esa placidez bestial, que le parecía, una traición a su Vida, una apostasía cobarde a todos sus ideales;

es verdad que no tenía Patria;

la Tiranía, primero, y, la Conquista, después, habían devorado la suya;

el último Tirano había vendido el último jirón de la tribu esclava, y, el cayado de los conquistadores, apacentaba aquel rebaño de liebres;

las viejas espadas de los héroes, eran ruecas, en las cuales aquellos lidios degenerados, hilaban su propia infamia, y, el cordel de sus mismas ligaduras;

verdad era, que el comprador del Minotauro, el Conquistador yanki, previsivo y pérfido, extremaba el desprecio por su conquista, dejando flotar un fantasma de nacionalidad, sobre aquel cadáver de Pueblo;

embalsamado el Minotauro, hacía el efecto de un animal vivo, de pie en la selva ancestral;

engalanada la tribu, con los arreos de una soberanía grotesca, distraía su barbarie con el oro de su esclavitud y, consolaba su servidumbre, con los mirajes del Orden;

sus antiguos Césares, no eran ya, sino pretores humildes que gobernaban en nombre de Césares lejanos, amos de la Plutocracia bárbara y sórdida, que había comprado aquel rebaño tropical, perpetuamente amotinado contra la Libertad;

en la tragicomedia de su desaparición, la Tribu había conservado, los organismos bufos de su antigua Soberanía;

tenía cámaras y tribunales, al parecer suyos, donde esclavos togados, beodos de servilismo, daban y aplicaban leyes, que sus amos remotos les dictaban;

muchas veces, esas senadurías, esas diputaciones, esas magistraturas de prostíbulo, le habían sido ofrecidas por la parte más sana de la Tribu, aquella que conservaba aún, una lengua bajo la mordaza, un corazón bajo la librea y, una esperanza bajo el espesor de la noche, que el silencio hacía impenetrable como el secreto de una tumba;

él, había rechazado con asco y con horror, esas ofertas, enrojeciendo ante la idea, de ir a sentarse en aquellos serrallos de eunucos, y, de mancillarse con su contacto;

pero, como en la Tribu no todo se había vendido, quedaba aún un núcleo de almas dignas, que vivían en la esclavitud, sin haberse esclavizado, conservándose libres, como Epicteto en su ergástula, refugiándose en el Silencio, que era la única atmósfera respirable en esa adoración de la Conquista;

soberbias contra el vasallaje impúdico que las rodeaba, esas almas, pensaban siempre, en el Gran Proscripto, cuyo nombre, hecho ya legendario, había sido por tantos años, la protesta viva y, el verbo denunciador, contra el Crimen imperante;

él, era, para aquellas almas, el Paladium de los sueños de aquel pueblo encadenado;

la leyenda, se había hecho cada día más espesa en torno de su nombre, como la zarza, en torno de la cueva de un león; y esa zarza florecía, en rojas flores de Quimera;

la Fábula, lo coronaba con sus aureolas inverosímiles;

para aquellos que después de haber envilecido la Patria, sufriendo y amando la esclavitud, acababan de deshonrarla, sufriendo y amando la Conquista, él, era siempre, el Anarquista letrado, el Terrorista elocuente, el Tiranicida teórico, que predicaba la razón del puñal, como la única razón posible contra la Tiranía;

para las almas libres y dolorosas, que no pudiendo salvar la Libertad, se conformaban con llevar el duelo de ella, y, para la juventud, que sufría impaciente un yugo que no había forjado, él, era el Apóstol, siempre oído, el Mártir, siempre perseguido, el Redentor siempre esperado, al cual con un prestigio de Leyenda, circuía una aureola de Misterio y Santidad;

sus libros circulaban sigilosamente, en manos de los iniciados en su culto, como salmos de una religión, en una catacumba de creyentes, y, aëdas apasionados, aprendían de memoria capítulos enteros, para llevarlos y declamarlos en ciudades y, en aldeas, y, decirlos a labradores entusiasmados, en el silencio de los campos:

su palabra, era un Evangelio, y, su nombre era un lábaro para los amantes exquisitos y escasos de la Libertad;

los ecos de esa adoración, le llegaban de vez en cuando, ya en manifestaciones impresas, ya por la voz de labios entusiastas, que la decían cerca de él, y, era como el rumor de todas las selvas remotas, que murmuraban su nombre...

su potencia de vida interior se estimulaba con estos acentos, como una llama exaltada por el viento, y, adquiría la fuerza vertiginosa de una hoguera, en la noche, crepitante de ruidos y de fulgores...

y, eso, lo hacía triste, tan triste, como en ese momento, que hacía el gesto de abrazarse a sus sueños intangibles;

sufría con la dolorosa ansiedad de un artista, ante su Obra inconclusa, la Obra que ha sido el amor de su Vida, y, sus manos, heridas de inmovilidad, no pueden concluir...

le parecía que su Obra inconclusa, lo miraba, que su Obra lo llamaba, que su Obra lo acusaba, que su Obra tenía palabras de reproche, para sus manos cobardes, antes llenas de un inefable orgullo...

y, palidecía y enrojecía a la vez, como si todo su Pasado se alzara pidiéndole razón de su Olvido, y, todo su porvenir se dibujase ya como un reproche, a su vida tan miserablemente estéril...

sentía una angustia de náufrago, y, una sensación de anonadamiento, lo envolvía como un sudario...

en aquel momento, un ruido extraño, vino a despertarlo de su ensoñación;

el teléfono sonaba, llamando, en la habitación vecina, que era su despacho;

vuelto a la vida real, se puso en pie, y, se dirigió al aparato, dando la luz, al entrar al aposento;

—Aló...

—Aló...

la voz debía serle muy grata, porque un gran contentamiento se reflejó en su semblante, disipando todas las nubes de sus borrascas anteriores...

—C’est toi ma chérie? — dijo, con una voz en que temblaban todas las ternuras.

—Toi...?

—.....

—Mais no...

—.....

—Lui?...

y, su voz se hizo grave, por una emoción de alarma...

—Depuis quand?

—.....?

—Mais il y a de la fièvre?

—.....?

—Tout suit...

—.....?