En las cimas - José María Vargas Vilas - E-Book

En las cimas E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«En las cimas» (1916) es un ensayo de José María Vargas Vila donde el autor diserta sobre obras, autores y personajes fundamentales de la historia, la filosofía y la literatura: «Renán: Su evangelismo», «Taine: Historiador», «Amiel: La soledad», «Mérimée: Sus cartas», «De Maistre: Centenario», «Tolstoi: Su obra», «Nietzsche: El crucificado» y «Valle-Inclán: Su misticismo».

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Seitenzahl: 116

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

En las cimas

1916

Saga

En las cimas

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1916, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680645

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Renán

SU EVANGELISMO

Tu, Sacerdos in œternum.

esas palabras, que el Obispo deja caer, como un óleo de fuego, sobre las cabezas tonsuradas, de aquellos que ordena para Pastores de su Iglesia, los quema como un hierro en la frente, y, les deforma para siempre el alma;

de todos los tatuajes, la tonsura, es la que tiene mayor perennidad de Inri;

el sacerdocio, es un virus, que como el de la prostitución, no se elimina nunca;

es una deformación, una jibosidad espiritual, que no desaparece jamás;

el que ha sido sacerdote, lo es siempre;

aun en el momento de abofetear la Iglesia, tiene conciencia de que su mano ha sido consagrada por ella;

Ernesto Renán, fué la prueba de eso;

oleoso, untuoso, amable y grave, como una vieja Abadesa, sus gestos no perdieron nunca, la pompa arcaica de los gestos sacerdotales;

aquellas, que la Iglesia llamó sus herejías, tuvieron todas, una forma de Plegaria;

y, cuando demolió los dogmas, hizo siempre el gesto de bendecirlos;

la nube de azufre, que al docto decir, de monjas y de beatas, envuelven a Luzbel, y, a todos sus hijos los herejes, era en Renán, un perfume de incienso, que un monaguillo invisible, parecía quemar detrás de él, y, las penumbras del templo, nimbaban siempre su cabeza prioral, aun bajo las cúpulas del Instituto, o la Sorbona;

salido del Convento, no salió nunca del sacerdocio;

escapado de la Iglesia, no supo escapar de la Religión;

la falsa mansedumbre, y, el gesto apostólico del Sacerdote, lo acompañaron siempre, aun repartiendo las manzanas de la Herejía, con su equívoca sonrisa de Arcipreste;

del Sacerdote, sólo le faltó la violencia; y, tuvo el orgullo oculto de aquel, que por no humillar, sonríe;

y, él sonreía, con la bonhomía de un viejo confesor, fatigado de absolver;

el gesto de perdonar, le fué habitual;

cuando abandonó el templo, dejó en él, los rayos eclesiásticos que castigan, y, no sacó, sino el hisopo, y, con él, hacía el ademán de bendecir y perfumar las almas, con la esencia extraída de las demás bellas rosas de Jericó, y, de los nardos ungientes de los jardines de Arabia;

imaginaos a Marco Aurelio, hecho Escolapio, o Salesiano, y, salido del convento, adoctrinando niños, en un camino de Judea, entre los senderos verdes, y, los limoneros florecidos, que la amatista de la tarde envuelve en el candor de sus violecencias, y, tendréis una idea de este Sofista, amable y terso, lleno de bellezas y profundidades; el más bello y seductor espíritu, que haya vivido entre los hombres, dado al apostolado, de la Negación, y, de la Sonrisa;

iconoclasta tierno, que amortajaba con respeto, los ídolos que volcaba, y, sabía cerrar con un beso de amor, los ojos de los dioses, que morían bajo su mano;

cuando él, se encontró el fantasma blanco de Jesús, en los senderos de Galilea, hacía ya mucho tiempo, que el pobre Nazareno, había sido arrojado del cielo, por las violaciones de Strauss, menos crueles, que las sonrisas de Voltaire;

y, Renán, consoló al dios proscripto, en vez de ultrajarlo;

fué una nueva Verónica, que copió el rostro del Mártir, ya sin aureolas divinas;

y, compuso ese Poema, del destierro de un dios, que se llama: «La Vida de Jesús»;

poema inmortal, que parece escrito con zumo de lirios y rayos de estrellas, por la mano blanca de una Abadesa tierna, que llorara, al escribirlo;

creyente primero, Sabio después; nunca en el Sabio, murió el creyente;

aquellas manos de Abad, no se extendían para demoler, sino en el gesto untuoso de bendecir;

ondeante y contradictorio, sus palabras se pierden a veces, sin explicarse, en las lontananzas históricas que describe;

desconcertante, a causa de su limpidez, como una Vía Láctea que se esfuma lentamente, en la pomposa soledad de un cielo muy remoto;

embriagante, como el perfume de una selva Hindúa, al caer la tarde;

un bello río fugitivo entre meandros, mostrando a veces al Sol, la escama luminosa de sus olas, y, perdiéndose luego en el silencio de la selva profunda, donde se oye apenas el rumor de su corriente;

más que un conductor, fué un reflector de las ideas cambiantes, móviles, inciertas de la época epicúrea y sabia, en que le tocó vivir;

fué como un lago, en el cual se reflejaran, todas las estrellas de un cielo turbado, y, sobre el cual, la tormenta dejó la última púrpura de su paso;

fué el espejo, y, no el Sol, del pensamiento de sus días;

no modeló la imagen de su tiempo; la devolvió intacta; luminosa, incierta, triste, agobiada por la nostalgia de la Fe; sin fuerza para destruir, y, sin fuerza para crear, habiendo dejado de creer, y, no queriendo aún renunciar a sus creencias; llevando el Pasado, como un cadáver sobre su corazón, sin valor de darlo en pasto, a los lobos del porvenir; conformándose con herir al Cristo, sin atreverse a destronar a Dios; permaneciendo religioso, a pesar de ser hereje, renunciando así a la Verdad, por el temor de renunciar a la Quimera;

época, inconsistente y crepuscular, vaga y dolorosa, prisionera de los dioses, como todas las épocas de Incertidumbre;

Renán, no tuvo la burla de Voltaire, ni la elocuencia de Rousseau, pero fué superior a ellos, por la elegancia, el encanto, lleno de placidez suntuosa, y, extrañas morbosidades;

en aquel estilo, nada es fuerte, y, todo es bello, como en el alma de aquel que lo escribió;

su fe, se desgarró sin dolores, como el himen de una virgen, desflorada por sí misma;

como no dejó nunca de ser religioso, no sufrió las intemperies de aquel, que habiendo perdido la Fe, vacila antes de orientarse por entre los huracanes de la Impiedad;

él, abandonó el templo, pero llevando consigo a Dios, para erigirle otro, en su corazón;

no dejó entre los muros de San Sulpicio, sino su sotana; todo lo demás del sacerdocio lo llevó consigo; y, fué un jesuita laico, iluminado y amable, que hizo de la sonrisa un escudo, y, se encargó de bajar al Cristo del cielo, con más piedad, que José, el de Arimatea, lo había bajado de la cruz;

todos los bálsamos aromados de su estilo, oliente a cinamomo, le sirvieron de sudario, y lloró sobre él;

el deber de mentir, es un deber de sacerdote;

él, arrojó a las fauces de la Impiedad, su corazón, pero, no le arrojó nunca su Razón; ella se adhirió siempre a un vago fantasma de Divinidad, que coronó con todas las rosas orientales de su fantasía;

católico, durante veinte y dos años, protestante, durante tres semanas; filósofo, retórico, y sofista, el resto de su vida, quedó siendo el espíritu más amable, más suavemente luminoso, y más tristemente incierto, de cuantos se encargaron de ilustrar y acariciar el alma inquieta y tormentosa de su tiempo;

en cambio, él, no tuvo tormentas, fué como uno de esos largos galileos, que pinta en sus paisajes históricos, y que yacen dormidos en un seno de montañas, como un niño en el seno de su madre, copiando en su serenidad, las purezas del cielo desierto, como las pupilas extáticas de una monja, copian el cuerpo desnudo del Nazareno que adoran;

como toda alma religiosa, tuvo en su juventud, necesidad de una adoración, y amó la Ciencia, y, la amó con el amor ardiente de un novicio exclaustrado, que por primera vez, abraza un cuerpo de mujer, y, como quien canta su primera canción de Amor, escribió su Avenir de la Science; en donde como un ritornelo invariable, suena el mismo adagio filosófico, que enloqueció luego a Nietzsche, «El Eterno Progreso»; Moisés queda atrás con sus bárbaras teogonías; Jesús palidece, y, se borra en el horizonte, con su cesta de parábolas evangélicas, hechas ya rosas sin fragancia; el cielo de Lamarke, esplende, y, bajo sus claridades inexorables, el mono de Darwin, aparece en las selvas de la Prehistoria;

él, volvió ya en su vejez, contra ese libro, como Litré, contra su Positivismo, y Chateaubriand, contra su «Ensayo Histórico», pero no lo demolió, se conformó con sonreirle; y ese libro queda, como el más leal de todos los suyos, porque fué el único en que tuvo pasión;

después de ese libro, Renán, no afirmó ya; dudó siempre;

dudó de la Ciencia, que era su ídolo; dudó de Dios; dudó de la Libertad; dudó del Progreso; dudó de él mismo;

indagar, no realizar, fué su divisa;

¿y el Ideal?

un dios doméstico; un dios de uso personal, que cada uno inventa y realiza a su manera;

dejó de afirmar, y, se puso a soñar;

y tuvo los sueños de un Platón, que se hubiese fundido en Epicuro;

el Profeta, murió en él, como una águila flechada, por un Sileno reidor, y el Poeta se alzó del fondo de su corazón, como una alondra, sobre todos los horizontes, cantando al Sol paradojal de la Esperanza;

y, fué el Poeta de la Exégesis; como Michelet, fué el Poeta de la Historia;

un Poeta, que tenía la pasión de embellecer sus quimeras, sin creer en ellas, y las acariciaba con un gran amor, porque las sabía frágiles, y sabía que en su corazón otras quimeras sucederían a ellas, como unas rosas, suceden a otras rosas en el seno de un jardín, y unas nubes, suceden a otras nubes, en el espacio vasto de los cielos;

no fué un filósofo, en el sentido estrecho de la palabra, porque la arrogancia dogmática, fué extraña, a la amabilidad de su pensamiento, hecho todo de elegantes ductilidades, y, suaves negaciones;

fué un voluptuoso de la Duda, y de la Indagación;

su gran placer, su gran delectación, fueron siempre sondear en lo infinito;

la Verdad unilateral, le parecía odiosa; para ser bella a sus ojos, debía ser matizada;

aquel pescador en el Misterio, no amaba sino los peces muy delicados, de escamas multicolores, que caían en su red; los demás los volvía al mar tenebroso;

los tiburones, le asustaban, y habría muerto de miedo, si uno solo, hubiese mordido en el cebo de su anzuelo;

creador de hipótesis, gustaba de prolongarlas indefinidamente, y, enviarlas lejos de sí, como quien coloca naves de papel, sobre las ondas de un río;... y, esperaba que le volviesen transformadas en verdades;... por aquello del «Eterno Progreso», que le fué siempre tan amado;

las naves no volvían, y él, era feliz de eso, porque odiaba toda realidad;

él, sabía, que la Verdad, empequeñece la Vida; y que toda Realidad, nubla el cielo;

el cómo, de las cosas, era todo para él;

el por qué, de las cosas, le era casi indiferente;

¿es que la Naturaleza, nos lo revela?

las soluciones de las religiones, son quimeras convencionales;

las filosofías, sistemas personales;

toda idea, un juego de emociones;

el mundo, está en nosotros;

decir Verdad metafísica, es decir dos errores ayuntados;

afirmar, es errar;

se puede tener una Filosofía, como se tiene un Yate; para hacer exploraciones por el mar de lo Desconocido;

y, como toda Filosofía, es personal, toda Verdad, lo resulta también, por haberla visto a través de nuestra Filosofía, es decir, de nuestro temperamento;

es bello, navegar como Renán, en los mares de los sistemas filosóficos, esquivando el único escollo que puede romper su nave: la Lógica;

no es un nauta, es un Artista, encantado del matiz de las olas, más que de su profundidad;

frente al tenebroso oleaje del Pensamiento, aquel amador de matices en la Verdad, no sabía buscar sino eso: el Matiz;

no se hundió jamás en la Afirmación, porque sabía, que allí no había matices, sino un negro uniforme, de una negrura aterradora; y eso repugnaba a sus pupilas, enamoradas del cambiante matiz paradojal;

¿creía él en lo divino?

¿ tenía una filosofía?

¿fué deísta? le sobraba sed de indagación para ello;

¿ateo? le faltó valor;

¿agnóstico? le faltó el desdén;

¿epicúreo? tal vez sí, por aquello de que: (Dios es la categoría del Ideal;)

¿pesimista? era demasiado amable, para tanta tiniebla;

buscó siempre la Verdad, tal vez sin creer en ella;

no profesó ningún sistema, y, no fué adversario encarnizado de ninguno;

no gastó su dialéctica, en atacar, ni en defender doctrinas; se conformó con exponerlas;

fué un explorador;

fué, el ecléctico; la mente abierta a todas las ideas, como el cielo por donde pasan todas las nubes y no se fija ninguna;

representó, la más alevosa de todas las pasiones: la Tolerancia;

nada más lejos del digmatismo que él;

no enseñaba, insinuaba;

amaba el Mito convencional, llamado la Moral, no porque le pareciese útil, sino porque le parecía bello;

lo Bello, y, el Bien, le parecían una sola palabra, y no acertó nunca a separarlas;

por ahí, colinda con Ruskin, en ese mismo absurdo sueño, de hacer de la Etica, una rama de la Estética, y de abonar con el estiércol cristiano, el árbol de una vaga religión, que uno y otro no acertaron jamás a definir;

la Etica, como la Estética, se sienten, no se aprenden;

la Filosofía, no es sino el charlatanismo del Espíritu; y, la Moral, no es sino la Hipocresía del corazón;

¿cómo queréis hacer entrar esas deformidades, en el mundo de la Serenidad, donde impera la Belleza?

¿que no hay bello, sino lo verdadero?

¡manes de Gœthe!

y, ¿qué cosa es la Verdad?

¿no sería mejor decir que no hay verdadero sino lo bello?

y, ¿qué es la Belleza?

¿la sentís? eso basta;

las cosas de esencia superior no se definen;

la Verdad, como la Belleza se llevan en Sí;

nada, ni nadie puede dárnoslas;

ellas, reinan en átomos, sobre nuestro corazón, y lo dominan;