Históricas y políticas - José María Vargas Vilas - E-Book

Históricas y políticas E-Book

José María Vargas Vilas

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«Históricas y políticas» (1930) es una recopilación de reflexiones históricas y políticas de José María Vargas Vila. Algunos de los apartados que componen esta obra son «Los divinos y los humanos», «La República romana», «Los césares de la decadencia», «En Venezuela» o «La muerte del cóndor».

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Seitenzahl: 276

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Históricas y políticas

 

Saga

Históricas y políticas

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1930, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680607

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PREFACIO

Ser el Hombre de un solo Libro...

he ahí algo que no me fué concedido;

entre los mil defectos que me adornan, hay que contar éste, como uno de los principales;

a veces creo que es una cualidad, según el número infinito de enemigos que me ha atraído;

sabido es, que sólo las cualidades eminentes nos granjean enemigos;

los defectos no nos atraen sino émulos, y aun amigos;

sólo dos cosas aislan:

la Virtud,

y, el Genio;

a mi no me aisló la Virtud;

yo, no fuí un Hombre virtuoso;

lo digo con Orgullo;

esto de no ser el Hombre de un solo Libro, no me desconcierta a mí;

desconcierta a mis adversarios;

a los cuales mi politemismo sume en perplejidad;

cuando tratan de juzgarme;

es decir;

cuando quieren aminorarme;

el Vargas Vila, Político, encoleriza a unos;

tanto, como el Vargas Vila, Literato, encoleriza a otros;

y se dividen para atacarme;

táctica pueril, de estos Jenofontes del Insuceso;

mi Obra es Una;

como mi Pensamiento;

yo, he puesto mucha Literatura en mi Política;

y, he puesto toda mi Política, en mi Literatura;

y, toda mi Filosofía;

recientemente, un cura colombiano, hablando del centenario de Renán, para atacarlo, me engloba en sus críticas, y sostiene, que ciertos libros míos, como: Huerto Agnóstico, La Voz de las Horas, Del Rosal Pensante, el Ritmo de la Vida, Viñedos de la Eternidad, con pretensiones filosóficas (sic), no son sino literatura declamatoria, panfletarismo estrepitoso y brutal, en el cual sólo flotan como rosas náufragas, ciertas ternuras, que aun quedan en mí, del Poeta religioso que fui en mi adolescencia 1

eso del Panfletarismo mío, que tanto me honra, es una obsesión de la acre rusticidad de los escritores de mi país, que me hace recordar lo que acerca de eso dijo cierto crítico ameritado, hablando de Lamartine, al cual su condición de Poeta, anublaba en su genio de Político: «Quand un Homme s’est rendu célebre par un talent reconnu dans un genre, on a peine à lui en reconnaître et à lui accorder un autre»;

y, ya Cicerón, en (Brutus XXI) lo había dicho con su elegancia habitual insuperable, en cierta Oración, con que sin querer parecerlo, hablaba, pro domo sua; «Sed mos est hominum ut nolint eumdem pluribus rebus excellere;

felizmente esa obsesión rural, de patrio sectarismo, de la cual es encantadora expresión, esta oruga teológica, a la cual hago alusión, sin ponerle sobre los lomos infinitesimales un marchamo para la Gloria, diciendo su obscuro nombre, escrito por mi pluma, no pasa las fronteras agrestes de la diminuta comarca en que nací;

pero, el desconcierto ante la magnitud de mi Obra, y la pluralidad de ella, sí se hace común a todo el Continente, y, extravía lamentablemente los juicios que ella inspira;

y, me lo explico;

la enormidad de la Obra, perjudica a la justicia de la apreciación;

una Obra asi necesita una gran perspectiva;

como el Mar y, como las montañas...

comprendo, que yo estoy entre mi Obra, y el Juicio Definitivo de ella;

tal vez Yo, le hago mal;

inspiro muchas pasiones, para que pueda ser ecuánime el juicio que mi Obra inspire;

mi larga actuación en la Literatura y la Política del Continente, ha levantado en torno mío, y de mi Obra, una alta muralla de pasiones;

que yo no pretendo, ni derruir, ni desarmar;

frente a los odios que inspiro, yo no tengo otra aspiración que exacerbarlos;

son la corona de mi Obra y de mi Vida...

que la hora crepuscular hace augusta, como la muerte de un Sol que se derrumba entre los aullidos de una mar enfurecida, cuyas espumas le sirven de himno, de arrullo y de diadema...

la rugiente Mar Vencida...

nada me sería más fácil que desarmar esos Odios;

una hora de Debilidad, me serviría para eso...

un minuto que los adulara, y caerían de rodillas ante mí...

pero, eso no será;

fuera de ese Público de Odio, tengo mi Público de Amor...

fanático de mi Obra y de mi Nombre...

ese Público, que ha venido sucediéndose y creciendo, de generación en generación, en nuestra América, y que ahora crece y se magnifica, en España y Portugal, por no hablar sino de los países de nuestra raza...

no fué dicho para mí el verso de Eurípides: Ingrata gratia tarda venit, porque no es una Gloria de tarde, aquella que me acompañó desde mi Juventud, y que ahora no hace sino acrecerse;

y que aun permaneciendo entusiasta, queda perpleja, ante las dos corrientes tormentosas de mi Obra;

la Literaria;

y

la Política;

mi público se fragmenta, se sectariza, por decirlo así;

hay lectores apasionados de mi Literatura, a quienes mi Politica, no inspira el mismo entusiasmo;

el morbus de mi filosofismo ateo y negador, se ha apoderado de ciertos espíritus, que llegan hasta sostener, que aquélla, es la parte más fuerte, más substanciosa, la más medular de mi Obra...

mis veintidós grandes novelas, a comenzar en «Flor de Fango» y terminar en «Cachorro deLeón», y los tres tomos contenientes de mis «Novelas Cortas», que tan popular han hecho mi nombre en España, tienen un Público de tal manera apasionado y vigoroso, que él solo bastaría para hacer el triunfo material de un Escritor, si no fuera además, uno de mis grandes triunfos espirituales, por la belleza y la selección de las almas que lo forman;

yo sé hasta dónde desespera esto a la pequeñez corpuscular de todos los fracasados, que mueren de rencor, porque la Gloria no volvió nunca hacia ellos, sus ojos misericordiosos;

yo, no puedo ni evitarlo, ni consolarlos;

apenas, si me queda el tiempo de compadecerlos;

y, de olvidarlos;

esa tendencia a encasillarme, que fragmenta en grupos a los devotos de mi Obra, me crea un deber hacia ellos;

ofrecerles seleccionados en un solo haz, los mejores de los frutos nacidos en aquella zona, de mi Huerto Espiritual, que ellos amaron más;

así acabo de hacerlo, con los fervientes de mi Literatura, reuniendo en un volumen, con el título de Prosas Selectas, las más significativas, y las mejores de mis páginas literarias, talmente seleccionadas y quintaesenciadas, en su forma rara y el atrevimiento de su Ideología, que son como un Breviario, conceptuoso y denso, de mis raros decires y más audaces pensares, en asuntos de Ética y de Estética, ofrecidos en homenaje a los admiradores y cultores de mi Estilo, que aman seguir el vuelo atrevido de mi Pensamiento;

para aquellos que aman mis Prosas Políticas, y han seguido o siguen, con simpática emoción, mis justas en ese Estadio, he escogido y coleccionado, estas mis más vehementes y vivaces páginas: «Históricas y Políticas», en las cuales vibran los más apasionados ecos de mis luchas, y, las estridencias de mis Polémicas, no carentes de cierta musicalidad verbal, que sólo yo supe darles; cuando con las polifonías de mi Estilo, pude—sin poner sordinas a la Pasión—embellecer la Violencia, haciéndolas sinfónicas, en el rojo furor de esas Prosas Igneas, que han de ser un reconfortante modelo para los panfletarios del Avenir;

es por eso que las dilecciono con tanto esmero, y las ofrezco con amor a los Escritores de combate, a aquellos que han de sucederme en las lides gloriosas por la Libertad;

quiero que ellos beban en esta fuente pura y lúcida, la linfa de mis Pensamientos, que por tantos años reflejó el cielo cárdeno de los combates, y guarda el eco de las batallas que yo reñí...

y, la apuren aquí, sin mácula;

sin alteraciones;

sin sofisticaciones;

desnuda como un dios...

así como hoy se la ofrezco,

en este Libro.

 

Vargas Vila.

HISTÓRICAS

LOS DIVINOS Y LOS HUMANOS

RODRÍGUEZ DE FRANCIA

Un buitre crecido en un nido de cuervos;

los jesuítas, fueron sus maestros y sus inspiradores;

bajo sus negras alas emplumó aquel buitre, que tanto tiempo había de tener bajo sus férreas garras, la noble libertad del Paraguay;

había en su temperamento algo del cenobita y del César, del asceta y del filósofo;

era una conciencia inmensa, pero obscura;

aquella alma era levantada, pero tenebrosa como el firmamento en las noches del polo, que no tiene astros;

ilustrado, pensativo, dominante, frugal; era un déspota cuyo perfil tenía algo de la terrible austeridad de Robespierre: era, como éste, severo y feroz, implacable y puro;

esos déspotas así, tienen la casta ferocidad de la Diana de la Mitología; son como las nieves de las alturas, inmaculados, pero inclementes;

había estudiado para cura, sin llegar a serlo, pero llevó siempre en su alma ese tinte sombrio de todo el que ha meditado largo tiempo a la sombra de los claustros;

esa tendencia monacal se extendió a su política, haciendo del Paraguay un inmenso monasterio;

su siniestra aspiración fué el Despotismo; su único ideal el Silencio;

tirano marmóreo, rígido, sin compasión y sin entrañas, puede decirse de él, lo que Paul de Saint-Victor decía de Carlos XII de Suecia: — Examinadle bien, y no encontraréis ni una sola vena de carne en aquel hombre de bronce; para él, no existîa ni la mesa, ni el lecho, ni los placeres;

para este otro, no había más que el Poder;

detener el Progreso: he ahí su aspiración; tuvo la manía del obstruccionismo: Jerjes azotaba el océano; él quería abofetear la Civilización; igualdad de locuras; reproducción de neurosis a través de los siglos;

era, sin embargo, puro y honrado: las altas montañas tienen esa virginidad siniestra; blancura sombría, como la de un cadáver; palidez de espectro, pureza de sudario;

no tuvo más amor que el de la Autoridad, y se abrazó a ella con frenesí; se desposó con la Tiranía, y le fué ferozmente fiel;

era frugal y hasta sucio; comía mal, y vestía peor, no dió nunca una fiesta, ni supo lo que era el lujo: era el busto de Marat, hecho austero;

inaccesible a la Corrupción como a la Piedad, era estoicamente implacable;

era fanático, condición sin la cual no se puede ser feroz;

odiaba a la Civilización, como el buho a la claridad;

¡cual un aguilucho salvaje en la grieta de una roca, inmóvil la roja pupila, crispadas las garras, y erizado el plumaje, así, hosco, irritado vivió veinticinco años aquel dictador sombrío, en el fondo de su casa en la Asunción, lleno de sueños, desconfianzas y temores, venteando el Progreso, huyendo de la luz, y desesperado al ver cómo a su despecho se aclaraba lentamente el horizonte!...

tenía el instinto del Tirano, que comprende que la ilustración del Pueblo es la muerte de su poder; y, por eso, prohibió la introducción de libros y periódicos, la impresión y circulación de escritos, y la entrada de extranjeros al país: Bonpland, el sabio botánico, cayó en el antro de la fiera, y tuvo que vivir diez años allí;

no toleró nunca opositores, ni rivales;

cuando sin avanzar todavía bien su espantosa figura en el escenario político, se hizo nombrar Cónsul, con el inmaculado patriota Yegros, estableció dos curules, llamadas de César y de Pompeyo, y él ocupó la de César; Yegros, que ocupaba la de Pompeyo, no tardó en desaparecer, no como aquel otro vencido en Farsalia, sino fusilado con cuarenta compañeros, por aquel César asustadizo y deforme;

los jesuítas fueron su gran fuerza; su despotismo místico los tuvo por columnas y sostén; ellos hacían la noche en la conciencia del pueblo, para que aquel vampiro, harto de sangre pudiese vivir y revolotear a su antojo sobre aquel pueblo amedrentado;

aislado en su poder, asombrado del propio silencio que hacía guardar, viendo llegar poco a poco la muerte, cada día fué haciéndose más suspicaz, más desconfiado, más cruel; su aislamiento lo condujo a la misantropía, su misticismo al delirio, su temor, a la alucinación;

sólo pensaba en la muerte, y veía por todas partes conjurados y puñales;

no salía a la calle sino a caballo, rodeado de guardias, haciendo que cerraran a su paso todas las puertas y ventanas, y los transeuntes se retiraran a veinte pasos de distancia suya;

había llegado al último grado del Despotismo: la Locura;

aquel elefancíaco del Poder, huía del contacto humano: él mismo se hacía justicia;

así transcurrieron los últimos años de su gobierno para aquel misántropo horrible.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Un día, hubo más silencio que de costumbre en las habitaciones del sombrío ilusionado... no se vió salir a nadie, pero nadie se atrevió a entrar tampoco; las guardias se relevaron en silencio; al mediar el día siguiente, se notaba un mal olor en las habitaciones presidenciales; al fin fué preciso entrar;

el Déspota había muerto;

al pie de su lecho, rígido, frío, con ademán soberbio, yacía el octogenario Dictador;

había muerto como había vivido: solo, en su celda como un asceta; pobre como un filósofo;

sus funerales fueron suntuosos, y se le levantó un mausoleo; pero un día manos vengadoras abrieron la bóveda, el cuerpo fué extraído de ella, y los perros hambrientos lo devoraron;

también en la antigüedad, el polvo de Nerón fué aventado lejos;

para Rodríguez de Francia, no quedó tumba donde ponerle un epitafio;

los tiranos osan soñar con la Gloria, y piensan en la inmortalidad de su miseria, queriendo con lujosos monumentos perpetuar su miserable nada; mas pasan la justicia de los siglos y la tempestad de la historia, y derribándolo todo, sólo dejan en descubierto sobre la piedra desnuda, esta tétrica palabra: Tirano;

para todas las tumbas tiene la humanidad una lágrima; para éstas no tiene más que un anatema;

sería un sacrilegio, llorar a un muerto, que ha hecho llorar tanto, cuando vivo;

la Tiranía es un delito que no prescribe ni con la muerte;

los tiranos son desertores de la humanidad, que, ni muertos tienen derecho a refugiarse bajo el pendón de la Clemencia Humana.

JUAN MANUEL ROSAS

He aquí otro alucinado trágico;

la historia de este gaucho feroz, merecía ser escrita en el dialecto bárbaro de una tribu americana, para encanto y modelo de salvajes, y para ser narrada en el fondo de una selva, al resplandor del vivac, en un campamento de indios, ¡cazadores de cabelleras!

es algo así como la fantasía de la barbarie, la invasión de una tribu, el reinado del hombre del desierto.

Rosas, es un tipo digno de ser historiado por un Jornandés americano;

no tiene la historia militar, y el valor épico que cautiva en Itúrbide, aquel rey de campamento, ni la casta y feroz austeridad que impone en Rodríguez de Francia, aquel cenobita del Poder: éste no tiene casi perfil humano;

y, sin embargo, al decir de sus biógrafos, era bello como Byron, y apuesto como un guerrero de leyendas orientales: forma fuit eximia, diría Suetonio; su alma era sombría y tétrica;

el viento del desierto, con hálitos de tempestades y olor de selvas vírgenes, meció la hamaca de moriche, y arrulló el sueño infantil de este gaucho salvaje, asordando su oído con el rumor de sus tormentas; las perspectivas ilimitadas y solemnes de las pampas, y un cielo azul como sus ojos, y a veces tempestuoso como su alma, fueron su primitivo horizonte;

el canto de las aves al aclarar el día, y el roznido del jaguar en la cercana selva, durante la noche, fueron el himno con que la naturaleza arrulló aquel temperamento indómito y cruel;

así, en medio de aquella soledad, libre, indomable, fogoso, creció aquel gato montés, que salta luego sobre las páginas de la historia, con una talla de tigre;

pastor adolescente, vagabundo y perverso, siempre con el lazo tendido, montando potro indómito, este centauro niño, era a los catorce años terror de la comarca, pues la corría ya, cazando ciervos antes de cazar hombres, violando mujeres antes de violar leyes, y matando animales indefensos antes de matar hermanos;

era una naturaleza inculta, primitiva y feroz: el temperamento perfecto de un jefe de beduínos:

como el movimiento de la onda sísmica hace salir las fieras de sus cuevas, así la convulsión de la guerra, hace salir de sus guaridas esas fieras humanas, llamadas Déspotas;

las revoluciones que han dado tantos tiranos al mundo, dieron a Rosas a la República Argentina;

estudiando en una escuela militar, lo halló una de éstas, y lo lanzó a la vida pública;

asaltó el Poder como un gato, de un brinco, y se sentó allí, con su aspecto felino y astuto;

fusilado Dorrego después de la batalla de Ituzaingó, y vencido Lavalle, Rosas imperó solo;

desde entonces perteneció a la raza sagrada de los Providenciales, y fué implacable;

como jefe nato de la mazorca y otras agrupaciones de bandidos, tuvo por veinte años suspendido el puñal sobre la república, hiriéndola sin piedad; veintidós mil quinientos argentinos murieron bajo el cuchillo de sus sicarios;

aquella fiera no toleraba más que una mano que acariciaba a veces su desmelenada y enorme cabeza: Manuela, su hija;

bajo aquella blanca mano, la espantosa faz del tigre se serenaba, volviendo a tomar casi sus facciones humanas; así el viejo león de Arabia, cierra los ojos fingiéndose dormido, al sentir sobre su frente la proyección del ala blanca de una paloma viajera.

Rosas, en la Historia, tiene una magnitud sombría: pertenece a la clase de los cataclismos; su paso por el poder, marca una de esas épocas inolvidables, algo así como una invasión de piratas, un temblor de tierra, la inmensa desolación del cólera... tiene la inmortalidad de los grandes azotes;

el Poder se adhirió a su cuerpo, como la túnica de Neso, para consumirlo, y furioso este jaguar pampero, devoró cuanto encontraba al paso;

la Fortuna, que tiene condescendencias inexplicables, dió besos de amor en la frente de aquel Monstruo;

encastillado en Buenos Aires, lidió con los ingleses, con los franceses; pactó con unos, cansó a los otros, triunfó de varias revoluciones; la injusta Victoria lo acarició, y fué omnímodo;

pero el Despotismo es un coloso que tiene los pies de lodo, y la ola más débil, en el momento más impensado, lo derriba;

el Dictador argentino, cayó un día a tierra, en medio del aplauso universal;

la Fortuna no le volvió por completo la espalda, y pudo escapar con su hija y sus riquezas;

se refugió en Southampton;

los mares del Norte, obscuros y tempestuosos, dieron su arrullo formidable al alma de aquel Tirano, siempre feroz y entonces entristecido;

como un tigre en los juncales de un pantano, paseaba el gaucho criminal, todas las tardes, por las riberas del mar, dejando errar sobre las olas su mirada felina, y sintiendo en el alma la nostalgia del Poder y del desierto;

del brazo de su hija, anciano y meditabundo, veían los viajeros americanos, aquel Monstruo, sobre el cual empezaba ya la justicia de la Historia, a agitar sus alas formidables;

un día, cayó enfermo; y, cuidado por su familia, auxiliado por su oro, que era lágrimas condensadas, atendido por la ciencia, ungido por la religión, en cuyos altares había figurado entre sus santos, como un patriarca modelo, como el hombre que no hubiese hecho ningún mal, dobló para siempre su cabeza agobiada de maldiciones, aquel Tirano trágico, para quien todos los tormentos del mundo habrían sido pocos;

¡oh injusticias supremas del Destino!

cuando se ven estas desapariciones tranquilas de déspotas, estos desafíos insolentes al sufrimiento de los pueblos, se hace difícil que haya quien ante aquellos sepulcros hable de la eterna justicia;

entonces no queda sino una vengadora terrible: la Historia;

¡ay! ¡pero ese rayo no aniquila sino una sombra!...

GARCÍA MORENO

¡Henos aquí en lo más espeso de la sombra!...

García Moreno, es el horrible pájaro de la noche;

para perseguir a este tirano buho, hay que bajar con él, hasta el fondo del abismo, siguiéndole en su voloteo vertiginoso en las tinieblas;

la proyección de la figura de este Déspota en la Historia, es pequeña y deforme: es repugnante como una larva, y venenosa como una víbora;

¡la historia de su trágica Dictadura, no tiene un rayo de luz! prodigó la muerte, y la sombra, asesinó por millares, azotó a sus generales, resucitó el tormento en las prisiones, mató la juventud en las plazas, y pasó en la sombra blandiendo el puñal, con una extraña mirada de loco y la espantosa crueldad de un fanático;

fué un jesuíta feroz, un neurótico poseído del odio más ardiente al Progreso Humano;

no tenía la austeridad de Rodríguez de Francia, ni la altura intelectual de Rafael Núñez, esos otros dos tiranos de América;

era un despreciable y obscuro soñador de crímenes;

aquel déspota, fué un arcaísmo político, un extraño, en este siglo, una especie de fraile loco, escapado de su celda, y tocado del misticismo de la destrucción, muy digno de galopar al lado de Santo Domingo de Guzmán, en las cruzadas albigenses;

era el tipo ideal del Tirano fanático;

yo no sé si sería tonsurado, pero mereció serlo;

es la figura más sombríamente odiosa de la historia americana; tan pérfido era, y tan malo, que han pretendido después canonizarlo; bien merece ser notabilidad de almanaque;

mezcla confusa de sacristán y leguleyo, fraguaba sus asesinatos en los claustros, y los ejecutaba en nombre de Dios y de la Ley;

su fama es enteramente conventual, y los himnos a su nombre, son salmodias cantadas en su loor por curas y monaguillos;

la humanidad, no le debe sino atraso, lágrimas y sangre: no puede tener para él sino anatemas;

la Iglesia podrá levantarle algún día altares, y colocarlo entre sus ídolos; la Libertad no le alzará nunca monumentos, a no ser que le levantara una estatua como la que el conde de Maistre deseaba alzar a Voltaire: por la mano del verdugo;

su tosca y desgraciada personalidad, no forma al lado de esos tiranos brillantes por el valor o por el talento, y que deslumbran a los pueblos con el espectáculo de sus victorias o el brillo de su genio: no, es vulgar y pequeña, pueril y frailesca;

la fantasía más soñadora no podrá embellecerlo nunca; la leyenda heroica nada tendrá que hacer con él: sus crímenes romperían el molde de cualquier poema; pertenece a las narraciones medrosas, a las tradiciones lúgubres, a la tragedia histórica;

la Gloria no tiene noticia de su nombre;

su espantosa cabeza de Medusa, aparece en la historia americana, guillotinada por Montalvo, y encerrada en la jaula de hierro de su espantosa dialéctica;

¿cuál fué su historia?

¡ayudado por los jesuítas asaltó el Poder, acogotó el Derecho, mató la Libertad, enterró vivo el pueblo del Ecuador, clavó sobre ese sepulcro una negra cruz, y en uno de los brazos de ella, plegó sus alas y clavó sus garras, este inmundo buho, y quedó allí, centinela de la Muerte, amenazante y fijo, mirando el horizonte, que estaba siempre obscuro, iluminado a intervalos por las llamas fluctuantes del Pichincha!...

de vez en cuando, erizado y medroso, prestaba oído atento a un inmenso ruido que venía perturbando aquel silencio, algo formidable, que avanzaba en medio de la soledad, haciéndolo estremecer: eran la voz y el pensamiento de Juan Montalvo, que pasaban sobre aquel pueblo dormido: ¡verbo de rayo, tempestad de ideas!

¡qué duelo tan trágico y tan grande, el de aquel Déspota sombrío y aquel talento indignado, el de aquel buho y aquella águila!

el águila bajaba amenazante sobre el siniestro buho, le picoteaba la cabeza hasta hacerle sangre, lo asordaba, dándole aletazos tremendos;

graznaba furioso el negro pajarraco, ensayaba picar, pero caía al fin patas arriba, alborotado el sucio plumaje, herido por aquellas alas poderosas, y entonces el águila se levantaba serena, majestuosa, imponente, y se alejaba hasta perderse entre las brumas del pálido horizonte;

y, pasaba esa águila proscrita, por América y Europa, llevando en sus alas, densos jirones de la sombra con que acababa de luchar, llenando de acentos bélicos el espacio, y contando al mundo el martirio de aquel pueblo, crucificado, secuestrado y mutilado en pleno siglo XIX;

jamás Tirano alguno, fué tan duramente flagelado en vida, por el látigo de un estilo tan viril;

la musa triunfal de Esquilo, persiguiendo a Jerjes aterrado, hasta en brazos de sus concubinas y de sus eunucos, tuvo apenas acentos semejantes;

el alma del Ecuador se refugió en Montalvo, prestándole ese acento, condensación de todos los anatemas, y vengándose así de ese Tirano, condensación de todas las maldades.

Montalvo, reunió el verbo cáustico de Juvenal, la elocuencia de Marco Tulio, y la candente concisión de Tácito, en ese haz de azotes con el cual fustigó tan duramente al sátiro jesuíta, que la azotaina se oía en toda América, como se oye en un circo el chasquido del látigo de un domador de fieras.

Víctor Hugo y Juan Montalvo, han sido los dos más grandes indignados de este siglo: nadie ha superado sus soberbios acentos;

sus duelos con Bonaparte y García Moreno, respectivamente, son las dos más bellas epopeyas de la pluma contra el cetro, del Talento contra la Iniquidad;

la Historia verá siempre, en medio de fulguraciones terribles, pasar la sombra de aquellos dos tiranos fugitivos, perseguidos por aquellos dos genios indignados; y en vano los réprobos tratarán de ocultar las frentes, si siempre han de marcárselas las estrofas ardientes de los Castigos, y los períodos fulgurantes de el Cosmopolita;

la justicia venció al fin;

la soberbia del Pueblo, tanto tiempo comprimida, estalló en una catástrofe violenta;

un día, al salir de su palacio, el Tirano se halló frente a frente con los conjurados del Pueblo, vió brillar algo como un relámpago sobre su cabeza, y sintió que la hoja fría del puñal de la venganza popular le entraba en el corazón;

al verse frente a la Muerte, aquel matador, que tanto la había prodigado desde su palacio, tuvo un miedo cerval, tendió las manos suplicante, cayó de rodillas implorando perdón, lloró pidiendo la Vida; ¡y él, que nunca la había tenido, osó hablar de Piedad!...

los conjurados fueron implacables, y el Déspota murió como había vivido, ahogándose en sangre;

no supo morir; cayó como un cobarde;

no asió moribundo el puñal homicida, como Hippias, ni se cubrió majestuosamente como César, ni se sonrió con desdén como el bearnais, ni trató de poner la mano en su contrario, como Gustavo de Suecia: sólo alcanzó a morir llorando e implorando la Vida como la cortesana aquella que exclama en el cadalso: ¡Piedad! no me hagáis daño, señor verdugo;

de él, sí que puede decirse que en su caída os donde se conoce bien su miserable naturaleza; ella recuerda el ídolo de la Biblia que se rompió junto al tabernáculo del templo: de su cabeza salió una nidada de ratones;

de la cabeza de García Moreno sólo salió un alma cruel, con los colores del miedo.

Mis enemigos están en el deber de matarme, porque, si no, los extermino—decía el Déspota:

Mi pluma lo mató—dijo Montalvo, al saber el drama de Quito;

estas dos frases sintetizan la Tragedia, y parecen arrancadas a los labios de dos personajes de Eurípides;

si la pluma de Montalvo, como él hiperbólicamente lo dijo, mató a García Moreno, también lo inmortalizó, condenándolo a la más espantosa de las inmortalidades: la del Oprobio;

¡mientras se hable la lengua castellana, se leerán siempre, como modelos de arte y de elocuencia, las obras de don Juan Montalvo, y las generaciones futuras aprenderán en aquellos apóstrofes sublimes, a odiar la sombría figura de García Moreno, condenado a tan triste supervivencia, por el poder de aquel vengador terrible!

¡llevado así por el genio poderoso de Montalvo, atado a él, ese tirano infeliz atravesará la historia como un nuevo Mazeppa, eternamente desgarrado, y escuchando como aullidos formidables en torno suyo, las eternas maldiciones a su nombre!...

ANDUEZA PALACIO

He ahí el último: es la escoria del Despotismo; éste no es un Tirano, es un Histrión;

Ha sido el total eclipse de la Virtud, el Vicio estúpido, la espantosa sombra, la deformidad hecha Poder; una inmensa carcajada de ebrio, sonando en el seno de la historia.

Andueza, no es el Monstruo, es la larva; aquella inmensa larva que hacía la pesadilla de Lucrecio;

no es el crimen, es el Vicio incredibilum Cupitor:

Hay hombres océanos—dijo Víctor Hugo; hay hombres pantanos, diré yo;

el océano tiene oleaje, majestad sublime, imponentes perspectivas, horizontes infinitos, murmullos y rugidos, tempestades y naufragios: la imponente movilidad de la grandeza...

el pantano, sólo tiene el estancamiento, el lodo, los insectos, la fermentación, la podredumbre, los miasmas, el quietismo de la Muerte;

así hay hombres esforzados, de ánimo viril, que tienen del océano la grandeza, la eterna agitación, y aman la lucha; se les oye a distancia como el mar; se les ve siempre en lo alto como el cóndor; tienen inmensa fuerza, y se elevan en medio de la tormenta, se siente su aleteo formidable, y si declinan, es como la majestad de un astro, y si caen, es con la soberbia de una águila caudal;

en cambio, hay otros, débiles, nulos, sensuales, incapaces de esfuerzo, inhábiles para lo grande, impotentes para la lucha; viven como dormidos en el fango, hartándose de lodo, tienen tendencias de insectos, y tranquilidad de topos; son un temperamento de cerdo;

a estos últimos pertenece Andueza Palacio;

pueden haber existido déspotas más abominables, pero no ha habido ninguno más despreciable;

tratando de sondear aquel abismo de lodo, se siente con horror flotar la sonda: su bajeza no da fondo;

fué sombríamente asqueroso;

tuvo la glotonería de Vitelio, y los vicios de Nerón; confina por un lado con el cerdo, y por el otro con el mono; corpore maculoso et foetto ventre et gula sibi ipsi hostias, diría Tácito;

fué un cuasi-hombre, hecho Tirano, como de rn emperador dijo alguien;

es en la Historia, la proyección de algo obscuro y fétido; tiene del estercolero de Job, y de los arrabales de Nínive: es una llaga hecha hombre, un idiota que reina;

su deformidad física, se iguala a su deformidad moral; es el alma afeminada de un mancebo del Bajo Imperio, en las formas grotescas de un ídolo egipcio;

no se hizo casar como Nerón, con su liberto, pero colmó de dinero a sus favoritos, y se paseó en coche con ellos, en las calles de Caracas, como aquel otro en las de Roma, entre Eporo su eunuco, y Pitágoras su esclavo; Spintria, le habría dicho Suetonio, si lo hubiera encontrado en el camino de la Historia; la ley Sálica le habría prohibido reinar;

era un loco a veces furioso, pero siempre monstruoso;

sobre su cabeza se aglomeran y flotan los inmensos ensueños del delito;

no mandó asesinar a su madre, como el hijo de Agripina, pero la noche que velaban la suya muerta, se embriagó y jugó al dado con sus amigos, en la habitación vecina, convirtiendo la casa mortuoria, en inmunda bacanal, y amaneciendo dormido ebrio, sobre los fúnebres paños del catafalco; a los doce días concurría al teatro, sin sombra de tristeza, y antes bien con su sonrisa estúpida, sobre su faz grotesca; al mes daba un gran baile en su casa...

el amor a la madre es un sentimiento demasiado grande para caber en un alma tan pequeña; nido de sierpes no alimenta cóndores.

Andueza, es despreciable por sus vicios, pero tuvo una sombría excusa para sus crímenes: era demente;

¡lúgubre irresponsabilidad de la demencia, que forma sobre aquella cabeza culpada, uno como pálido nimbo de inocencia!...

el Idiotismo, es la causa de la excusa de su Despotismo;

este pobre loco no fué a la Dictadura, sino que lo llevaron a ella;

pasa por la Historia arrastrándose, y llevado del ronzal;

lo hicieron firmar, decir y ejecutar cosas horribles, de las cuales no se daba cuenta;

su Despotismo fué incoherente e inconsciente;

tiranía de muchos, dominio de multitudes, reinado de cortesanos, gobierno de áulicos, llevará su nombre, y sin embargo, será en la historia un inmenso anónimo;

fué llevado al Despotismo por sus directores, y arrojado a él temblando y pálido, como Claudio lanzado sobre el trono;

su historia no es más que una palabra: Imbecilidad; despreciado, envilecido, olvidado, Rojas Paúl lo sacó de la sombra, para hacerlo Presidente; por eso su elección no mancha al país, que nada tuvo que hacer en ella; lo aceptó con indiferencia, lo vió gobernar con desprecio, y al querer perpetuarse le hizo la guerra con valor;

una vez en el poder, Mignon, como lo llamaban sus amigos de francachela, se apoderaron de su débil criterio los que siempre lo habían dominado, hicieron que desterrara a Rojas Paúl, y, cuando llegó el día de entregar el mando, disolvieron el Congreso y lo hicieron firmar un manifiesto alzándose con el Poder;

el país le contestó con la guerra:

cuentan que cuando vió el manifiesto del Congreso declarándolo traidor, y la proclama del general Crespo, llamando el país a las armas, pálido y tembloroso, lleno de pavor se echó a llorar;

desde entonces estuvo como secuestrado en los salones de la Casa Amarilla, bajo la inmediata inspección de sus Ministros y de los encargados de darle licor hasta dormirlo...

en tanto, el furor de la tormenta seguía afuera;

el sol de la República se había obscurecido;

el pálido horizonte se había hecho negro, se tornó en rojiza la nube amenazante, y la inmensa tempestad de la guerra civil asordaba con ruido formidable los ámbitos de la patria;

con el rumor de ronca marejada, se sentían los ejércitos de libres, avanzar por los valles y los montes, dando al viento el pendón de la justicia y el clamor de sus pechos generosos;