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«La conquista de Bizancio» es una novela de José María Vargas Vila, continuación de «Camino de triunfo». León Vives es el director de la revista «El Monitor Católico», defensor de la moral, las costumbres y la religión, pero la imagen de hombre ejemplar no es más que una mentira bajo la que esconde una vida de traiciones y lujuria.
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Seitenzahl: 302
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
EDICIÓN DEFINITIVA
Saga
La conquista de Bizancio
Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680577
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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Nada resiste a aquel que quiere tenazmente;
el Genio es una Voluntad.
Vargas Vila .
PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
Breves líneas: liminares;
para exornar el pórtico de este libro a manera de un Exergo frontal;
hoy que entra él, en la Edición Definitiva de misObras Completas ;
prometí hacer el historial de cada uno de ellos;
y, de hacerlo he;
para éste.
___________
El Invierno;
la estación maravillosa bajo los cielos de Roma;
esos cielos de Milagro, malaquitas transparentes;
siempre puros, siempre diáfanos, como cielos de cristal;
bajo el gris opalecente de las brumas invernales, empecé a escribir este libro;
en el año de 1910;
demoraba en Vía Tácito;
desde mi casa, sita en antiguo feudo de los Papas, casi a la sombra mural del Castel St. Angelo, se veía bien, por muy cercana, la mole azul-antracita, de la Cúpula de San Pedro;
muerto era ya, León XIII, aquel Papa Momia, a quien dió tanta gloria inmerecida, el genio politico de Mariano Rampolla del Tíndaro, fino y sutil espíritu, hecho para ser un Papa del Renacimiento y, a quien la mano temblorosa del Austria decrépita, acababa de arrebatar la corona pontificia con un Veto arcaico, resto de su fatal y, estéril poderío;
este gran calabrés vencido, vivía aún, en el Palacio de Santa Marta, no lejos de allí, refugiado en el silencio, cual si quisiese librar sus belfos enormes, de la copa de veneno que había de serle ofrecida luego;
ocupaba el trono de San Pedro, ese campesino cuasi analfabeto que se llamó José Sarto y, reinanaba con el nombre de Pío X;
la mansedumbre cándida de ese labriego místico, extendía un halo de pureza y de Paz sobre el histórico Palacio, por cuyos ventanales abiertos, se había escapado la luz delatora de las orgías de Alejandro VI, y, en cuyas escaleras, desnuda la espada, pronta al asesinato, parecía vagar aún la sombra de César Borgia;
pero, la Cúpula, permanecía trágica, y, se hacía aún más, cuando al morir de las tardes, el rayo oblicuo del Sol parecía incendiarla, dándole los reflejos extraños de una marcasita fosforescente;
la visión de esa Cúpula tan cercana, me obsesionaba mientras escribía casi todo este libro;
y, fué entonces que ideé el motivo pira la carátula simbólica que hoy exorna su portada;
ese tigre nervioso y musculado, que semeja sonreír a la gran noche, en la cual impera, y que parece tener prisionera de sus garras;
ese felino descomunal, que ha saltado hasta la Cúpula enorme y, la domina, como queriendo desde ella devorar el inundo, no es un cachorro de los Borgias, ni de los Médicis, ni de los Farnesios, no es siquiera un Piccolomini, ni un Peretti, ni un Ghislieri, es el enorme bárbaro que la tierra espera ver aparecer para asaltar la Cúpula, poner la zarpa sobre la Cruz que la domina, y, derrumbarse con ellas;
el Ante-Papa, que el mundo espera ver llegar, cansado de esperar el Ante-Cristo, que no llegó jamás a pesar de las llamadas apasionadas de Nietzsche, el cual acaso lo era, aun sin saberlo;
caí enfermo, antes de terminar este libro;
huí de Roma;
y fuí a Ravello;
fué allí, ya convaleciente, que lo concluí;
enviado fué a París, y publicado al finar ese año de 1910.
___________
Lo que distingue a la Critica, es: la Incomprensión;
un Crítico capaz de comprender una Obra de Arte, no sería ya un Critico, sería un Artista;
un Artista realiza la Obra de Arte, no la mutila;
un bárbaro la mutila y, no la hace;
de ahí la lapidación de ciertos libros;
de todas la conjuraciones mentales, la más inútil es la conjuración contra los libros;
no se puede nada contra ellos;
todo lo que se hace para abatir un libro, no sirve sino para enaltecerlo;
insultar un libro, no es combatirlo, es propalarlo;
eso sucedió con este libro a su aparición;
críticos charlatanescos dados al charivari de las palabras, ya que son incapaces de la concepción de las ideas, vinieron contra él;
en charlas interminables de barberos desocupados, extremaron el ataque;
pero, entonces, como siempre, nada pudo contra el libro el figarismo incongruente de aquellos papagayos tartamudos;
el libro venció;
el libro fué directamente a la Victoria;
sin preocuparse de las nubes que el Odio formaba por debajo de su vuelo.
Vargas Vila.
En 1919.
DE LA EDICIÓN DE PARÍS
He aquí La Conquista de Bizancio, que sigue de cerca al Camino del Triunfo, y lo completa;
¿recordáis la armonía intensa y, gradual con que ciertos pintores trecentistas y, cuatrocentistas, sabían desarrollar un vasto tema, múltiple y, profundo, en los dos motivos de un solo cuadro, distintos en apariencia y, llenos sin embargo, de una portentosa unidad?
seguro estoy de que cuando de esto os hablo, a la mente os viene, el recuerdo de ciertos dípticos y, aun trípticos, de Palma, de Benozzo Gozzoli, de Taddeo di Bártolo, de Verrocchio o Ghirlandajo, y, la nostalgia de esa Belleza medioeval, os asalta el ánimo;
y, no sólo en los cuadros, que también en los libros, dípticos gráficos hay, que en pictural Belleza Interior, en nada ceden a aquellos que los Maestros de la Pintura ejecutaron con amor; talmente desarrollan con potencialidad profunda y, armónica, los motivos interiores de una misma alma, en la vasta tela sinfónica de una sola obra, bajo su doble apariencia pictural;
la Trilogía admirable de Zola: Lourdes—París—Roma; he aquí un modelo; insuperado. ¿Insuperable?...
teatral y, genial, Josephin Péladan, en su Decadencia Latina, y otros bellos ejemplos nos ofrece, de la concatenación de una Vida, en los prismas difusos y cambiantes, de una doble novelización;
y, Maurice Barrés, en sus gloriosos tiempos del Jardín de Berenice, Sous l’œil des Barbares y, L’HommeLibre admirables modelos, de este método novelador nos dió;
así, El Camino del Triunfo y, La Conquista de Bizancio uno como díptico son;
¿una misma novela? no;
¿la novela de una misma alma? sí;
un lirio bifolio, cuyos pétalos pueden separarse sin romperlo; y, unidos, forman una sola flor.
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Termino este libro, no fatigado, sino desilusionado;
sé toda su esterilidad actual; pero confío en su futuro trascendental;
las ideas y las sectas combatidas en él, triunfan en toda la línea en nuestras latitudes ecuatoriales;
los hombres y, los partidos, aun los más avanzados, capitulan con ellos;
yo lo sé;
sé que hoy, todo es adverso a esta campaña mía;
sé que mi gesto es, no arcaico, como ha dicho alguien, sino prematuro;
sé que actúo fuera de mi época;
hace mucho, que sé que soy un Inactual ; mis contemporáneos, aun no han nacido;
pero, ellos llegarán, y encontrarán mi Espíritu, a la linde del mundo que van a recorrer, llenando esas épocas, con el Orgullo de su Soledad;
y, la culpa no es mía;
yo, no escogí la época ni los lugares en que me tocó nacer;
y, si la elección me fuera dada para un renacimiento, de todo aquello que me dió vida, yo no escogería de nuevo sino el vientre de mi madre;
es el único seno, en el cual siento el orgullo de haber vivido;
yo, no me quejo de mi época;
ella, ha sido, no sólo generosa, sino pródiga conmigo; pero no lo ha sido con mis ideas;
sólo mi nombre, ha triunfado; mis ideas están en derrota;
¡triste Triunfo, que equivale, a un más triste Vencimiento!...
yo, escucho las voces amigas y, aun cariñosas, que me advierten sobre el espíritu de ciertos libros míos;
«la Violencia—ha dicho uno—, perjudica la obra artística de Vargas Vila; porque la Violencia y el Arte se excluyen»;
«toda la obra literaria de Vargas Vila — dice otro—, está deshonrada, por la tendencia a hacer de ella, una campaña anticlerical»;
«vuestro ateísmo mutila vuestro genio», me ha dicho un gran Poeta;
y, yo sé el espíritu íntimo de esas frases: sé lo que ellas significan;
quieren decirme; que si yo fuese un talento amable y, piadoso, mi grandeza y mi Obra serían indiscutidas, y, habría ascendido sin trabas, a lo más alto del Renombre;
pero, sin serlo, ¿dónde está aquel que haya llegado más lejos y más alto que Yo?...
¡ascender! ¡triunfar!... ¡eso, es también una tristeza!...
¿quién no asciende?
hoy, se asciende en todas direcciones: hasta para abajo;
¿recordáis la fábula de el Águila y, el Caracol?
una águila había volado mucho, mucho, había llegado alto, muy alto, hasta el más encumbrado pico de una cima, que parecía inaccesible; allí, detuvo el vuelo; miró la altura inconmensurable, y en el vértigo de su Orgullo, dijo:
—¿Quién ha llegado más alto que yo?
—Yo — dijo alguien encima de ella; volvió los ojos feroces el águila, y vió sobre la última piedra de la roca, un caracol;
sorprendida al verlo sin alas, el águila preguntóle:
—¿Cómo has podido llegar hasta tan alto?
—Arrastrándome — respondió el sucio molusco; mirólo el águila, hecha ya triste, y alzó de nuevo el vuelo; arriba, arriba, más arriba, y se perdió en la Soledad...
sólo en la Soledad, se puede permanecer incontaminado;
todas las cimas, están ya deshonradas en la Tierra;
sólo la Soledad, es pura;
quien dice Soledad, dice Libertad; pero dice también Abnegación, desprendimiento de todas las cosas de la tierra, de todo lo que encadena las alas...
Renunciación...
renunciar a la Patria, al Hogar, a la Familia; así como lo he hecho yo;
e, ir desorbitado por la Vida, buscando no ya el lugar donde vivir, sino el lugar donde morir;
morir, he ahí lo que en el Solitario es una Esperanza y, no un Temor;
y, yo sentí la tristeza de esa Esperanza; la sentí, cuando hace pocos meses, muy enfermo, suspendido entre la Vida y, la Muerte, tuve la visión de morir sin concluir este libro...
sus manuscritos me han acompañado después, por todas las playas mediterráneas, donde huyendo al Invierno, he arrastrado mi convalecencia y mis dolores;
y, al fin, lo he concluído aquí, sobre esta playa amiga, ante el gris nostálgico de este golfo siempre taciturno, y, el azul opalino de este cielo lleno de ternuras indefinibles;
y, lo envío a la publicidad;
este libro, es con El Camino del Triunfo, la más fuerte, si no la más bella de mis novelasde combate;
yo, sé lo que la unión de estos dos vocablos, exaspera a los sacerdotes del Arte Impasible, y, a aquellos de mis críticos que no comprenden otro arte de novelizar, que el viejo arte romántico, más o menos modernizado con ensayos de psicología femenina, olorosos a boudoir...
no es el caso de polemiquear aquí, sobre el espíritu y las tendencias de mis novelas y, sobre mi arte de novelador, que tanto los enfada;
yo, he tenido siempre el Orgullo de no defender mis libros, que han triunfado sin mi defensa, acaso más que con ella misma;
pero, sí hablaré un día, sobre el Arte de la novela social, la novela revolucionaria, esa que ellos llaman desdeñosamente política, y que en nombre de ese vocablo de gloria aristotélica, se empeñan en proscribir de los dominios del Arte puro;
nos encontraremos en este terreno; y, acaso pronto;
por hoy, va la Conquista de Bizancio, tan esperada por aquellos a quienes fascinaba y atraía ya, la personalidad de León Vives, apenas esbozada en el Camino del Triunfo;
sé que este libro, como el anterior, su hermano gemelo, levantará las mismas borrascas, y, provocará las mismas cóleras;
ése es mi objeto; y, ése mi deseo;
el Odio, es la Gloria de ciertos libros, y de ciertos nombres;
¡gloria pura! porque es la única que no se comparte con los mediocres;
el Odio, es una forma de la Admiración, y la más rara.
Vargas Vila .
En Ravello (Golfo de Salerno). Febrero MCMX.
Octubre 23.
He ahí el Otoño, que me hace soñador...
¿por qué amaré yo tanto, esta estación ambigua y versicolor, cuyos tintes ajados y delicuescentes, parecen borrarse, en una lenta anenización de cosas inmateriales y divinas?
es una dulce transfusión maravillosa de colores, una sublimación extraordinaria de cosas mórbidas e irreales, infinitamente sutiles, que son como un estado de alma, delicado y lúcido de la Naturaleza, dispuesta a entrar en grandes ensoñaciones;
yo, amo estos cielos de nácar, con tintes anaranjados, como flecos de oro, en una dalmática blanca; estos cielos serenos de palideces únicas, en los cuales los últimos vestigios del estío, extienden un berilo amortiguado, con gradaciones enfermizas de rubí, como la última ola empurpurada por el crepúsculo, sobre la arena de una playa palidecida en la noche;
tal vez mi alma tiene algo de Otoñal, y, algo de crepuscular; por eso ama las horas y las estaciones misteriosas, por lo que tiene de ondeante y de inasible;
yo odio las cosas francas, como el calor de los estíos y el frío de los inviernos; su franqueza brutal es desconcertante; no hay delicadeza, no hay matices, no hay gradaciones, en aquel ataque brutal de los elementos, que tienen de la certidumbre asesina de la fiebre y de la Muerte;
el alma no se abre a las ternuras, a las simultaneidades, a las sensaciones profundas que se desarrollan en ella como un acuerdo musical y, se funden en la dulce armonía de la Naturaleza, sino bajo estos cielos cambiantes, de tintes instables, tan soberanamente tristes, en que los colores, sin fuerza, cantan como viejas romanzas, llenas de ritmos desfallecientes, en que las cosas mismas, parecen tener formas extrañas y espirituales, como en una substitución de motivos sinfónicos, llenos de impresiones sutiles e inexplicables, como en la extraña sensación de un sueño;
los pocos momentos sensitivos de mi vida, los he tenido siempre en las horas crepusculares, en la agonía feliz de los colores, en que parece el cielo una desfloración de pétalos, y, sobre las catedrales aéreas del horizonte, el arco menguante de la luna asoma, como un alfanje que hubiese decapitado al sol;
era a la hora del crepúsculo, que yo me refugiaba bajo los rosales, en el jardín inculto de aquel nido de brujas que fué mi casa, y quedaba como extático largas horas, allí, bajo la sinfonía de las rosas, que desplegaban sobre mí, sus pétalos como un arpegio, con una dulzura de alas íntimas, que protegiesen mi niñez, contra los ocultos maleficios de la Vida;
cómo y cuánto gozaba entonces, oyendo la voz quejosa de la tarde, murmurar consejas a los pinales vecinos, en la clemencia de la hora, bajo los cielos pálidos como una margarita abierta, en cuyo corazón muriese el sol, suntuosamente;
era mi hora cerebral, la hora en que yo sentía nacer en mí, el pensamiento, y me daba a idear cosas absurdas, tales, como el incendio de mi casa en el cual viera yo arder a mi madre y, a mi abuela, como dos mariposas negras, chamuscadas por la misma llama;
fué en esa hora languideciente y vaga, que yo tuve mis primeras fiestas espirituales, y sentí el despertar de mi alma, cuando terminadas las tareas escolares, Lucio Pica y yo, emprendíamos nuestros paseos vesperales, por entre los campos cultivados, llenos de florescencias verdes, que hacían semejar el llano, a un gran estanque, sobre el cual los jirones blancos de las nubes parecían plumas ligeras, que cayesen lentamente, en la serenidad penetrante de la hora, llena ya de las vagas palabras de la Noche;
fué a esa hora, que los labios de mi Maestro, se abrieron como la roca de Moisés, sobre las arideces de mi corazón desolado y virgen;
y, todo el tesoro de su ciencia cayó en mí, y fecundó mi espíritu, en una verdadera transfiguración mental, y, bajo la caricia, tierna y luminosa de esa palabra, yo sentía la emoción de un pájaro que tiene por primera vez conciencia de sus alas, y, quiere ensayar el ímpetu de ellas;
y, el fuego interior de mi espíritu, comenzó a arder en silencio, incubando la voluntad tenaz de mi acción, aun incierta, de mi orientación hacia ciertas cimas inmanentes, que ya veía confusas, pero fijas, en las lejanías de un horizonte prometido a la tenacidad de mi esfuerzo individual;
fué a esa hora dulce y tierna, llena de mística voluptuosidad, que yo besé los labios de Rosina, mi prima, y el reflejo de nuestras caricias, cayó sobre el agua quieta del estanque vecino, que a través del ramaje, era como un espejo hecho para reflejar nuestras desnudeces, en la calma del paisaje envuelto en un silencio que parecía sobrenatural, y, lleno de estremecimientos lejanos;
fué a esa hora, que hoy me parece tan remota y, en el frenesí de mis besos, reproducidos por el agua, que la hice madre...
tengo necesidad de repetirme esa palabra, para creerla, tanto así he olvidado el hecho:
¿yo, soy padre?
sí; del hijo de Lucio Pica;
puf...
¡cómo me ha hecho reír siempre, la comicidad de este asunto, las raras veces que he pensado en él!
y, yo, que creía haber engañado a Lucio, haciéndole creer que era de él esa criatura;
cuánta fué mi extrañeza, cuando aquella mañana, momentos antes de morir, me dijo:
—«En pago de mi cariño has deshonrado mi vida, deshonrando a aquella que debía compartirla; tu hijo, está allí para atestiguarlo».
¿mi hijo? ¿él lo sabía, pues? ¿no había sido engañado? ¿Rosina no había podido convencerlo? ¿no había sabido fingir?
y, Lucio, no había dicho nada;
había callado su deshonra.
Lucio, era un hombre bueno;
y, los franceses tienen razón, cuando dicen que bueno y, bestia, se escriben con la misma letra;
tienen mucha razón;
yo, no he visto todavía un hombre bueno, que no sea un perfecto imbécil, aun bajo las apariencias de hombre de genio;
¿por qué la Bondad, y la Imbecilidad, son sinónimos?
está ya probado, que es fuera del universo convencional de la Bondad, que se halla la perfección moral del tipo Hombre; la Bondad, es una deficiencia;
es una aminoración y un peligro del Individuo; y, una verdadera amenaza para la colectividad;
una sociedad de hombres buenos, sería inadmisible e intolerable;
felizmente, el estado natural del Hombre, es lo que se ha dado en llamar, el Mal, es decir, su aptitud para vivir, crecer y defenderse: su tendencia al dominio y al progreso;
los buenos, es decir los ineptos, son los menos;
la bondad, es una imperfección; y por eso, los buenos, son raros, como los jorobados y, todos los contrahechos;
el Mal, es el único aliciente de la Vida;
la Vida, pasada en lo que se ha dado en llamar la Virtud, no sería una vida vivida, como no lo sería la transcurrida en un hospital de incurables;
yo, detesto ese estado ficticio y antinatural, que se llama la Virtud, pero, la detesto cuando es un estado real del alma; ¿existe?
ahora, la Virtud, como estado convencional, es decir, la Bondad (falsa, se entiende) como profesión, es el estado verdadero de perfección en el Hombre;
ningún grande Hombre ha sido virtuoso, pero todos han tratado de parecerlo;
¿por qué?
porque el divino poder de la Hipocresía, la Vida ficticia que es la que hace, los grandes, los héroes y los santos, es decir, el estado de Mentira permanente, es el principio activo del Triunfo, el hilo conductor y decisivo de la grandeza individual, la distintiva y la característica de toda superioridad;
un hombre, que viva en la Verdad, y diga la Verdad, no dominará jamás; será siempre un buen hombre, no será nunca, un grande hombre;
el hombre, necesita de la Mentira, como del pan; es su alimento;
dársela, es conquistarlo y dominarlo;
¿habéis visto algún tirano, que diga a su pueblo: «yo vengo a esclavizaros»?
ninguno;
¿habéis visto algún inventor de religiones que diga a sus creyentes: «yo soy un farsante»?
no;
y, ambos llegan a dominar y a convencer;
¿por qué?
por el oculto e inagotable, poder de la Mentira;
pero, ¿por qué me he enzarzado en estas divagaciones?
¡mi bendita manía de razonar!
volvamos a mis crepúsculos, y al encanto extático de esa hora, llena de turbaciones íntimas, en que la Naturaleza y el Hombre, se confunden, cual si fuesen un solo elemento, aéreo e impalpable, que flotase sobre la tierra como una atmósfera;
estoy en vena de romantizar... ¿eh?...
¡cómo es verdad que en el fondo de todo hombre, duerme un poeta, es decir, que cada uno tenemos nuestro cuarto de hora de Imbecilidad!
y, este estado inferior del ánimo tiene sus encantos;
decía yo, que esta hora del crepúsculo me ha dado las únicas horas románticas de mi vida, mis únicas horas decisivas y de enternecimiento; (¡ojalá que no muera yo, en la hora del crepúsculo, porque sería capaz de morir creyendo en Dios!)
y, sin embargo, no me enternezco, pensando en mi hijo;
la voz de la sangre; ¿qué sería esta imbecilidad, si existiera? el amor inmundo a la simiente, algo semejante al amor que se tuviera por sus propios excrementos; ambos son dos productos nauseabundos salidos de nuestro cuerpo, y destinados a dar vida a nuevos seres;
¿habéis pensado alguna vez con ternura, en los innumerables animáculos, a los cuales dais vida con vuestras deyecciones corporales?... y, sin embargo, son sangre de vuestra sangre, como los espermatozoarios de vuestra simiente... son vuestros hijos... ¿la voz de la sangre no os llama hacia ellos?...
¿no es verdad que lo que hay de adorable en el hombre, es lo que tiene de idiota?
la voz de la sangre;
¿dónde estáis, sangre mía, que no habéis clamado nunca en mi corazón, por el hijo de Lucio Pica?
yo, recuerdo haberlo visto jugar en el jardín de mi Maestro, cuando a mi regreso del colegio, visité aquella casa, donde ya todos los corazones, a excepción del de Victoria Pica, me eran hostiles;
era un niño delgado y rubio, como yo, que semejaba un lirio real, y cuyos ojos prematuramente agresivos, no miraban con ternura sino a su madre;
un niño silencioso, de labios llenos de desdén y, mentón voluntarioso; un poco salvaje; no se dejaba acariciar; a mí me fué personal y enormemente repulsivo;
si me lo hubiesen dejado solo, tal vez hubiera hecho algo por suprimirlo;
habría sido bella, la visión de aquel niño, ahogado en el riachuelo, hundiéndose bajo las linfas como un nenúfar violado, extinguiendo en ellas el resplandor de sus ojos crueles, que parecían mirarme con odio;
¡bello cuadro y, no banal! pero, no pudo ser; nunca estuve solo con él; tal vez ahogándolo, habría ahogado una complicación, ya que no un remordimiento; ¿cómo podrán tener remordimiento los que matan? ¡el remordimiento está, en no haber matado a tiempo ciertos hombres y ciertas cosas!...
la Muerte, es la única barrera contra el Odio;
odio, ¿qué otra cosa puedo yo inspirar a mi hijo, si llega a tener talento como yo?
¿lo tendrá?
las razas como las especies, degeneran, hay una aristocracia de tipos superiores y completos, que son como la culminación de su fuerza y de su forma, y, no se reproducen;
yo, soy ese tipo de mi raza;
¿mi hijo será un idiota?
si la Vida es una enfermedad, al dársela yo a mi hijo, ¿le habré dado también algo de mi estructura mental?
menguados andaríamos;
felizmente, en la Naturaleza reinan la variedad y la abundancia, y los tipos no se repiten; al menos los tipos de excepción;
los caracteres semiológicos y los signos patognómicos, no se reproducen nunca en el tipo inmediato, cuando son los de un tipo de selección;
pero, héteme aquí otra vez, prendido en los zarzales de la ciencia, por culpa de mi hijo; ¿por qué me hará reír a mí, tanto esa palabra?
también era un crepúsculo aquel en que abandoné mi aldea, mientras que por las veredas lejanas, la multitud conmovida, llevaba al cementerio, el cadáver de mi Maestro, que yo había matado; he ahí otra frase que me hace sonreír;
¿yo he matado?
¿yo?
he ahí otra cosa, que me cuesta trabajo creer; tal es el vacío de emoción y de recuerdos, que eso ha dejado en mi memoria;
yo, he dado la Vida a un ser;
yo, he quitado la Vida a un ser;
he ahí dos cosas que todos los hombres, toman como muy graves: engendrar y matar;
construir o destruir ese ser ficticio y miserable que es un Hombre, he ahí los dos extremos de la Virtud y del Crimen, para ese gusano irreflexivo y soñador, hijo de la Mentira y el Orgullo, que es el Hombre;
según él, yo soy un ser augusto, por el hecho de haberme acostado con mi prima, y haber hecho un hijo; ¡la gran Misión de la Paternidad!...
y, soy un criminal, por el hecho de haber destruído un hombre, que me había hecho bien y podía hacerme mal; ¡oh, la gran Virtud de la gratitud!...
estas grandes imbecilidades, no me divierten siempre, a veces me dan asco, y aun me producirían indignación, si no estuviera convencido, que el único sentimiento legítimo que inspira el Hombre sobre la tierra, es el desprecio;
yo, que no he temido ni esperado nada de esas quimeras y, he fundado sobre las ruinas de ellas la independencia de mi espíritu y el Imperio de mi orgullo, no siento nada, nada, sino una atonía completa, al rozarme con esas dos sensaciones: la procreación y, la destrucción del ser, y no alcanzo a comprender en dónde está la virtud de procrear, ni el crimen de matar;
el coito, el asesinato, dos sensaciones agradables, nada más, nada más;
esta plenitud de mi Yo, que no me permite juzgar las acciones humanas, con el criterio general de las mayorías, sino según un criterio personal, que viene de la fuente íntima de mis sensaciones, de mi visión interior del mundo moral, de mi manera toda personal de ver y de sentir los fenómenos ambientes de la Vida, ¿es una deficiencia? ¿es una superioridad?
¿quién conocerá jamás, el matiz obscuro de sus sensaciones, la oscilación perenne de su pensamiento, el ascenso y el descenso barométrico de su Yo, enorme y complejo, afirmando cuotidianamente el esfuerzo de su Voluntad, en el abismo formidable y, tenebroso del propio corazón?
no podemos libertarnos del ambiente psíquico que nos circunda;
los estremecimientos del universo, son nuestros propios estremecimientos; los ojos clarividentes de nuestro Egoísmo, se cierran a veces, sobre esa tempestad, y no distinguen bien en el tumulto confuso de nuestras sensaciones, que son todo nuestro Yo; porque, ¿qué cosa es la Vida, sino una sensación, o una serie de sensaciones múltiples, e inconscientes, en cuyo imperio inabarcable, repercuten en estremecimientos obscuros y misteriosos, todas esas fuerzas dispersas y centrípetas, que por nosotros y contra nosotros, forman este fenómeno inexplicado, enorme y misterioso de la Vida, que nos crea, nos alimenta y nos devora?
todo nos engaña, todo, hasta la santa pasión del Egoísmo, que es la única partícula de Divinidad, que hay en nuestro corazón;
porque el Hombre es solo en la Vida, solo con sus propias fuerzas, y no hay sino él, que llene el mundo con el milagro de su Esfuerzo, y, el prodigio constante de su Voluntad;
el Hombre es todo.
Dios mismo, no existe sino porque en calidad de Idea, surge en el cerebro del Hombre, como una flor, nutrida de Ignorancia y de Debilidad;
la Vida, no es sino la lucha entre ese Reinado del Atomo llamado Mundo, y el Yo, lucha de la que resulta esa ley de armonía, por la cual vivimos dentro del organismo universal y, aspiramos a dominarlo;
el Hombre, es para el Hombre, su propio Dios;
el Hombre, es la afirmación y el centro de todas las cosas de la Vida;
tal vez, él no haya creado la Vida, pero la da;
¿cada engendramiento, no es una creaciónde Vida?
la Egolatría, es el único culto racional en el Hombre;
ser su propio Dios, y su Adorador;
enaltecerse por el esfuerzo diario de la perfección, es decir, por el cultivo de sus facultades destructoras y dominadoras; ser su Todo, y aspirar a ser el Todo de lo que nos rodea; ser su causa y su efecto; lo divino y lo humano de la Vida, fuera de lo cual, no hay nada bueno ni malo, justo, ni injusto sobre la tierra; ser, el Yo Único, en cuyo torno gira la Vida como un tropel de sombras;
ríen n’est pour Moi, au-dessus de Moi; he ahí la divisa;
el mundo moral, es un miraje que vive en nosotros y, desaparecerá con nosotros;
y, el mundo exterior, no existe sino en estado visual en nosotros;
cerrados para siempre nuestros ojos, la visión del mundo acaba en nuestro cerebro, y la Vida muere;
no hay sino nuestra Voluntad, que pueda hacernos grandes sobre la tierra;
el Hombre, es el propio arquitecto de su Yo;
cada uno, es el escultor de su propia estatua;
por el fenómeno de la Voluntad, el Hombre se crea a Sí Mismo;
él, es quien labra sus propios triunfos, o hace sus derrotas; vencedor o vencido, el Hombre no lo será sino por Sí Mismo;
no hay Destino, ni Predestinación, Ventura, ni Desventura sobre la tierra, sino en el corazón mismo del Hombre;
la Palabra Fortuna, es tan imbécil en los labios del ateo, como la palabra Providencia, en los labios del creyente.
Destino... Dios... he ahí las dos expresiones de un mismo dislate...
cada uno lleva su Providencia, en sí; o mejor dicho: el Hombre es su propia Providencia;
proclamar la soberanía de loshechos sobre el Individuo, ésa es una teoría de débiles y de esclavos;
el Hombre, es un productor de hechos, no un juguete de ellos;
y, no hay soberanía sobre nuestra soberanía; sino soberanías en contra de la nuestra, a las cuales no hay que reconocer, sino vencer, imponiéndoles nuestro Yo, como la única soberanía visible y posible en nosotros y fuera de nosotros;
buscar la conquista de la Vida, es decir el goce de la Vida, por Ja única forma de serenidad posible, o sea por el Imperio de nuestra Fuerza, he ahí el único fin alto y noble de la Vida;
y, ¿cómo lograrlo?
haciendo de nuestra vida un solo fin y un solo esfuerzo: la perfección y la victoria del Yo;
ningún hombre se libra de esta tiránica imposición;
todas las sectas y todas las religiones de la Humanidad, no son sino eso, modalidades del Egoísmo;
¿qué buscaba Diógenes en su miseria?
el goce imperturbable de su Vida; de su felicidad, según él; la imposición de su Yo, harapiento y miserable, pero su Yo;
¿qué buscaban los estoicos con su desprecio del mundo?
vivir en sí, su propia vida, el ideal de su ventura, cultivar e imponer su Yo, aislado y, andrajoso; ideal de solitarios y, de ascetas; el estoicismo, es la fuente de donde nace el monaquisino;
el Monje, es el tipo perfecto del Egoísmo en los degenerados; un egoísmo feroz, egoísmo de vencidos, de aquellos que no han tenido fuerza de vivir ni de luchar; la pasión de los cerdos y de los frailes es la holganza; su egoísmo gira en torno a una bellota; pero, son felices, y logran en el hartazgo, la plenitud de su Yo; un Yo bajo y despreciable, un Yo de piara, pero un Yo;
y, Epicuro y su secta, ¿qué buscaron en la vida activa y placentera, en esa vida de goce, como una mañana estival, y que Simónides sintetizaba, en la Salud, la Belleza, la Riqueza, y, la Amistad de amigos jóvenes?
buscaban la Ventura, la Imposición de su Yo. su idea de la Vida, amable y rumorosa, como una barca que engalanada de flores, descendiera un río...
¡oh, los amables y sabios filósofos, que a fuerza de amar la Vida, la comprendieron mejor que ningún otro!
y, ¿qué fueron las renunciaciones primeras del Cristianismo, sino el triunfo del Hastío que los placeres de la sociedad pagana, habían extendido sobre la tierra como un perfume? el Hombre sintió la necesidad de salvajizarse, de cerdotizarse, de volver al estado primitivo, y, se puso desnudo, o se cubrió de pieles, y se refugió en una cueva del desierto;
¿por qué?
porque obedecía a un estado mental suyo, a una idea personal, que le hacía hallar la felicidad, en esa vida de bestia y ese brutal retroceso a la barbarie; una afirmación de su Yo;
y, ¿qué fué el martirio mismo, en esos siglos remotos, en que existió sobre la tierra?
la forma suprema del Egoísmo; el sacrificio de una ventura perecedera, por buscar una ventura que se creía eterna; el abatimiento de su Yo terrestre, por el engrandecimiento de su Yo en otras regiones, que se creían mejores; una buena acción, pero un mal negocio;
en todas esas cosas de la Antigüedad, hubo más ignorancia que mala fe;
los antiguos, no son culpables de haber ignorado al Hombre;
se conformaban con haber descubierto a Dios;
y, lo adoraban;
el Hombre no tenía todavía adoradores; o, mejor dicho, no se adoraba todavía;
el Hombre no había sido descubierto, al decir de Bruno Baüer;
felizmente, la edad de Dios ha pasado, y la edad del Hombre, ha venido sobre la tierra;
he ahí nuestra edad; la edad que debemos comprender y dominar;
ser el vencedor del mundo, es decir, de su mundo interior, y del pequeño mundo exterior que nos rodea, he ahí el deber, el único deber de todo hombre, en estos tiempos de emancipaciones espirituales, y de la quiebra fraudulenta de todas las entelequias teológicas;
no hay sino un deísmo lógico: aquel que nos hace dioses;
y, ¿cuál el camino de la propia deificación?
la disciplina interior; el cultivo cuidadoso y el desarrollo ilimitado del Yo íntimo, por medio de la obediencia ciega al Instinto;
la sabiduría de la Vida, está, no en contrariar su instinto, sino en seguirlo;
lo único sabio que hay en nosotros, es el Instinto;
es por la obediencia ciega al Instinto, y por el cultivo asiduo de sus pasiones, o sea de sus inclinaciones y, aun de sus vicios — que son los que forman nuestra constitución psicológica, y hacen la grandeza y la fuerza de nuestro propio Yo—, que el Hombre, puede y, debe llegar al desarrollo completo de su personalidad, porque la Vida, es decir, la Naturaleza, no soporta ser estrechada ni violada, o mejor dicho, no crece y no vive sino en calidad de monstruo, al lado o dentro de las leyes, estrechas y antinaturales, que la Moral y la Sociedad, han hecho para regirla, esto es, para deformarla;
el Hombre, es el único animal, que se ha complacido en deformar la Vida;
los demás, viven, según ella y para ella, y el Instinto, es para ellos lo que debe ser: la Suprema Ley;
líbreme Dios de caer en el naturismo sentimental de aquel reumático de la Voluntad, que fué Juan Jacobo Rousseau: la sangre viciada de los sofistas, no está en mí;
yo, aseguro mi libertad, sobre el mundo, tratando de aprisionarlo, y para eso, no me importan los medios de que haya de usar: la Astucia o la Audacia, la Hipocresía, el Dolo, o la Bajeza, todos ellos son élementos del Triunfo, son mi Fuerza; ellos no tienen color, no son negros ni blancos; no son buenos ni malos, justos o injustos; son los elementos míos, son mi Yo, los elementos que la Vida me ha dado para vencer; usarlos es mi deber; todo lo demás es cobardía, ineptitud de vivir;
si caigo vencido por no usar de ellos, ¿a quién culpar de mi derrota? ¿a quién?
es para esos casos que el Hombre ha inventado a Dios; para tener a quien culpar de sus ineptitudes;
yo, no choco con los problemas insolubles de la Vida; los eludo o los domino;
no me encaro con las tristes realidades que me rodean; trato de penetrarlas y, explotarlas;
hay muy pocas cosas, de las cuales un Hombre Superior, no pueda hacerse un pedestal;
haciendo de los átomos dispersos de la Fatalidad algo beneficioso a mí, vivo mi Vida, es decir, dejo mi Yo,