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«La novena sinfonía» es una novela de José María Vargas Vila. Un joven violinista virtuoso atrapa la atención de la condesa de Amerol durante una actuación y, desde entonces, recorre un camino de lucha interior, entre el deseo y sus aspiraciones artísticas e intelectuales.
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Seitenzahl: 324
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
Saga
La novena sinfonía
Copyright © 1890, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680560
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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OBRAS INÉDITAS DE J. M. VARGAS VILA EDITADAS POR LA BIBLIOTECA NUEVA
PUBLICADAS
EN PRENSA
EN PREPARACIÓN
El Mundo todo, no es sino una Expresión Musical, fuerte y sonora.
Theodore de Cannes.
Las lecciones de Estética, sirven para todo: menos para formar Estetas;
el Esteta, como el Poeta, nace, no se hace;
se nace bello, o deforme;
se nace con alas, o sin ellas;
son Privilegios de la Naturaleza, que no a todos les es dado poseer, pero a todos les es dado envidiar...
el Mundo del Arte, se divide en dos;
el de aquellos que lo poseen, y el de aquellos que aspiran a él, sin poseerlo;
aquel que posee el Arte, lo realiza;
aquel que no puede realizarlo, se conforma con envidiarlo;
es el Privilegio de la Crítica;
la Crítica, tiene sus fueros;
atacar sin destruir, es su misión;
el Arte, se comprende, no se aprende;
se lleva en si, como su Propia Alma;
revelarlo, es realizarlo;
toda Obra de Arte, es: una Revelación;
la Revelación de un Yo;
un Yo Enorme, que llena toda la Obra y la domina;
reflejar su Alma, en su Obra, es el deber del Artista;
hacer objetivo, lo subjetivo; autoplasmar su Alma;
una Obra de Arte, es un Gesto Espiritual, de aquel que la produjo;
la distintiva del Genio, es lo Inconsciente;
tener la Conciencia de su Genio, es no tenerlo;
el Genio, escapa a todo, hasta a aquel que lo posee;
aquel que pudiera definir su Genio, daría pruebas de no tenerlo;
el Genio, es el Super Yo, actuando desatentadamente en la Vida;
por sobre todos, y por sobre todo...
y, casi siempre, contra todos, y contra todo...
no pidáis reglas, normales, al Genio;
todo Genio, es Anormal;
como su Obra;
el Genio, crea las Normas, no las sigue...
el Verdadero Genio, tiene Séquito;
no forma en el Séquito de nadie;
no tiene Maestros, y, a consecuencia de eso, es: el Maestro;
sin Antecesores;
y, casi siempre sin Sucesores;
ser Unico;
es la distintiva del Genio...
uno, en un Siglo;
y, aun, es demasiado;
lo abruma con su peso...
el verdadero Genio, no puede dar razón de sus creaciones;
casi siempre son irrazonadas;
¿por qué las hizo? no podría decirlo...
¿cómo las hizo?...
él mismo lo ignora;
hay algo superior a él, que inspira su Obra y la realiza: Libro, Cuadro, Estatua, Sinfonía;
no preguntéis a un Escritor de Genio, por qué escribe un libro;
no os podrá decíroslo;
y si os lo dice, el libro no es de un Escritor de Genio;
¿cómo se escribe un libro?
el que sabe cómo se escribe un libro, escribirá muchos libros, pero, ningún libro de Genio, escribirá;
el que sabe el Arte de escribir una Obra, no escribirá nunca una Obra de Arte;
yo, sé que hay escritores mecánicos, que saben todas las reglas para escribir un libro;
esos, son los Artesanos, no los Artistas del Libro;
el Verdadero Artista, no sabe ni cómo ni por qué escribe su Obra de Arte;
él, escribe, como una águila vuela, un pájaro canta, una fuente murmura, una flor odora, una estrella brilla...
algo Superior, Incomprensible e Irresistible, le dicta sus Creaciones;
y, él, es, algo así como el Amanuense de un Dios...
una hoja de papel;
pluma...
tinta...
el beso de la Soledad...
y ese Algo, Superior, Divino, Innominado, que vuela en torno de él, lo enardece con sus caricias, le murmura al oído sus Palabras Oraculares...
y
el Libro está hecho...
vivo, estremecido, completo, como Surgió la Creatura Humana, de las manos del Creador, en la Fábula del Paraíso...
y, el Libro tiene su Vida, sensitiva, musical, poli-radiante, como una Estrofa, como un Paisaje, como una Sinfonía...
toda Obra de Arte, es un Poema; sobre el Papel, sobre el Lienzo, sobre el Mármol, sobre el Pentágrama;
el Alma de la Obra de Arte, es la Belleza;
la más alta Expresión de la Belleza, es el Estilo;
el Estilo, es un Gesto Personal, como una Facción del Rostro;
no se es absolutamente original, sino con un Estilo personal;
sólo aquel que tiene un Estilo Personal, es, en Arte, una Personalidad;
erguida y solitaria;
como un Escollo en el Mar...
__________
nada tengo que decir;
sobre la Aparición de este Libro;
como sobre todos los libros míos;
tengo más de sesenta años, y van delante de mí, más de sesenta volúmenes, de Obras mías...
hace más de cuarenta años, que dialogo, con un Público fiel, que no hace sino acrecerse, en vez de disminuir...
parece haberse dado cita a las riberas del Mar de la Muerte, para verme desaparecer, con mis actitudes tenaces, como hace tan luengos años se agrupó a las riberas del Mar de la Vida, para verme aparecer y aplaudió mis gestos audaces;
¿a esa larga Fraternidad de Nueve Lustros, qué podría yo decirle sobre un nuevo libro que le ofrezco?...
¿es una Novela?
¿es un Poema?
es una de esas Novelas-Poemas, que hace ya tanto tiempo que yo le ofrezco;
¿será la última?
me siento envuelto en el manto de todos los Crepúsculos, y Véspero, pestañea sobre mí, con sus párpados de somnolencia...
tal vez no lo sea;
y, pueda ofrecerle aún: La Cosecha del Sembrador, Los Jardines de Asís, El Rostro de Abel.
once años, hacía, que no publicaba novela alguna, después de Los Estetas de Teópolis (1917).
durante ese tiempo, libros de Historia, de Política, de Ensayos, de toda forma de Literatura, había publicado, menos novelas;
mi tarea de novelista parecía terminada, con mis veintidós Grandes Novelas y los tres Volúmenes de Novelas Cortas, publicadas, por la Casa Sopena de Barcelona, en la Colección de los Sesenta Volúmenes de misObras Completas;
y, ahora, surge ésta...
aparece ésta...
vaya ella, como una respuesta, a tantas almás jóvenes, que en mi reciente viaje a América, me preguntaban:
—Maestro... ¿y cuándo otra Novela?
yo, no se la prometí, porque no pensaba escribirla...
ahora...
va...
hacia allá...
Fabián Pereda, desembarcará en América, estrechando manos amigas;
recibiendo la salutación de Almas Hermanas de la Suya...
y, llenará el Tumulto de nuestras Ciudades, y el Silencio de nuestros Campos, con el encanto musical, de su Novena Sinfonía...
Vargas Vila.
París-1928.
Ir a la busca de una Alma, como un Navegante a la busca de una Isla;
hallar en Mares Vírgenes, una Isla Virgen, que muestre a los Cielos Vírgenes, el Orgullo de su Desnudez, que es una Virginidad... reflejada sobre las olas azules, tumecentes, albidoradas de Voluptuosidad;
hacer la Revelación de esa Alma;
en su Desnudez Astral;
eso basta para la Gloria de un Poema;
y de un Poeta.
Villa Ignota
(Frente al mar)
En Igneópolis, la Ciudad Luminosa y Tentacular.
Salve, Soledad de mi Vida;
soledad de mi Alma;
a ponerte lengua voy;
y, a hacerte hablar...
y, de cantar habrás;
los Himnos Solitarios de mi corazón;
y de relatar has, las horas, hasta ayer mudas de mi Vida, y hoy melancólicamente sonoras, como una melodía de arpa;
tocada en la Soledad;
exclusivamente para Mí;
porque sólo para mí, son escritas estas páginas;
en las cuales he de mostrar mi Alma, desnuda...
desnuda, como una rosa abierta en el candor de la Noche;
y, ardiente y luminosa, como una llama...
y, musical, como el beso de las olas, sobre las playas vencidas;
taciturnamente musical, como la queja de un ruiseñor, enamorado de una estrella, en la sombra violeta de un jardín...
donde cantan con él, las almas moribundas de las rosas, lentamente, vagamente, evaporadas...
en el Silencio Astral;
bajo la caricia azul, de cielos violetizantes...
como éstos, bajo el esmalte frágil de los cuales, doy principio a estas páginas;
en esta Torre de mi Soledad, enhiesta, como la aguja de una cúpula, bajo los cielos mediterráneos, ahora ambarados, dóciles a la caricia orfebrizante de los dedos de la Tarde...
frente al retrato de mi Madre, que me sonríe, en su marco de Argento con sus labios sinuosos y tristes, como un Paisaje de Meditación, iluminando, como una ola de suave esplendor, mi estancia, que es una Celda, de Monje Laico, Celda sin Dios, pablada de Ensueños y de músicas errantes, y en la cual vaga un Fantasma de Amor, que flota como una niebla luminosa, sobre las flores dormidas;
geranios blancos, frente al retrato de mi Madre; blancos, como el Alba por nacer;
geranios rojos, frente al retrato de la Amada; rojos, como el esplendor de la Tarde Fenecente;
sobre el Mar...
una caricia, suave y calmada, parece venir, de los ojos de mi Madre;
ojos de Mansedumbre;
una caricia de imperiosa Ternura;
parece venir de los ojos de Ella, llenos de la calma brumosa de una palude, dormida bajo ramajes umbríos;
ojos enigmáticos;
los labios de mi Madre, tienen suave sinuosidad de una ola que muere, en el remanso de un río, ornado de cipedáceas pálidas;
los de Ella, tienen, el orgullo de una ola que se encrespa, feliz al ser besada por el huracán que la sacude;
los únicos labios de Mujer, que no mienten, son los labios de la Madre...
es en ellos que duerme, el único beso que no engaña...
los labios de la Madre, son el Rosal de la Verdad...
en su cáliz, se acendra el néctar, del único amor que no envilece;
en el Umbral de la Vida, sin color, un Cántico se escucha;
es la Voz de la Madre;
ella nos arrulla, con la Sinfonía de su Voz, hecha de arpegios intraducibies, aprendidos en las Músicas del Cielo, arrancados al secreto del Pentagrama Estelar...
y mece nuestro corazón, que duerme aún en la penumbra, de los días sin sueño, como cisne implume, a la sombra de los juncales esbeltos, que tienden el oricalco de sus follajes, sobre sus ojos de ágata;
expectantes en el Silencio Oracular;
los ojos y los labios de la Madre, son el Génesis del Alma;
ellos nos revelan el Misterio de la Vida, y nos enseñan a vivir...
son el álveo del río de las Revelaciones;
que viene hacia nosotros, en ondas silentes, y calmadas...
y, nuestro corazón es el Estuario donde se reposan las ondas de ese río, que nos enseña la Vida;
en cuanto a mí;
el Mundo visible, no se reveló a mis ojos, sino en los ojos de mi Madre;
en su cristal purísimo y fulgente;
como en un lago de Beatificación de los seres y de las cosas, que allí revelaban su pureza, o se hacían puras al filtrarse a través de aquellas pupilas de Mansedumbre, o reflejarse en ellas, como un vuelo de cigüeñas, sobre el candor de un estero;
yo, no puedo ver mi infancia, ni los parajes en los cuales se desarrolló ésta, sino a través de los ojos de mi Madre, y como retratados, en esos dos lagos de Meditación, que son sus ojos;
como en un espejo muy terso, bruñidos por los labios del Dolor...
¿por qué la niebla del Dolor, los obscurecía, cuasi siempre, y eran como cielos octubrales, tristes en el zafiro de su Melancolía?...
yo, conocí el Dolor; vi por primera vez el Rostro del Dolor; reflejado en esos dos estanques de la Desolación, que han sido los ojos de mi Madre...
¿y la Belleza?...
yo, no tuve la Revelación, y la Idea de la Belleza, sino en el rostro y en los ojos de mi Madre...
cielos mirobolantes y jardines alucinantes de la tierra en que nací...
yo, no puedo recordarlos, sino sirviendo de nimbo y de marco a la figura augusta y dolorosa de mi Madre...
ella, era entonces, en plena juventud, bella como lo es hoy, en su naciente ancianidad...
su cabeza, que ya el blanco vellón de la edad empieza a decorar, como un cimera de argento, ostentaba entonces, la más bella cabellera castaña, color de las moreras en Otoño, la cual hacía un contraste impresionante, con sus ojos de un gris claro, opalescente, como el de esas piedras de pálido fulgor, llamadas claro de luna; esa cuasi opacidad gemática de las pupilas, hacía, que bajo el disco de las pestañas y el arco negro de las cejas, muy tupidas, las pupilas apareciesen como ausentes, o cubiertas por una membrana muy sutil, que las sumiese en cesidad; se dirían remansos de aguas lacustres, en una región polar, sobre los cuales un desfallecimiento de estrellas, hacía claridades siderales;
la cabeza de mi Madre, ha ignorado siempre el gesto del Orgullo; no se ha alzado jamás en actitud soberbia o dominadora; no sabe el gesto del Reto; ni lo ha ensayado jamás...
se dobla habitualmente, con una gracia endeble de nínfeo, hacia uno de sus hombros, o se inclina lánguidamente, hacia el suelo, en señal de sumisión;
¿han sido las violencias habituales del carácter de mi Padre —el más noble y el mejor de los hombres—las que, han impreso en ella, ese sello de noble y cariñosa resignación?...
yo, no la vi erguirse, en ademán no desafiador, sino protector, sino cuando mi Padre, ponía sobre mí, sus manos recias, para castigarme;
entonces, su gesto, era el de una paloma, extendiendo las alas, sobre un polluelo suyo, para protegerlo...
cuando hablo de las violencias de mi Padre, me refiero a los ímpetus de su nerviosismo incontenible, los cuales no nacen de su carácter, sino de su enfermedad, una neurastenia incipiente, que lo mantiene en perpetua excitación;
su educación, exquisita, refinada y seductora, es un freno a esos ímpetus, a los cuales sirve de valla, la nobleza de su corazón;
nadie más cariñoso, más tierno, más refinadamente sensitivo, en sus afectos, que él;
y, sus solos afectos, somos: mi Madre, y yo;
mi Madre, que cerca de él, es como un frágil convólvulo a la sombra de una encina, y, yo, que he sido, como el pájaro inquieto y trinador, alegrando con sus vuelos y con sus cantos, el ramaje del árbol corpulento, y el terciopelo de la planta frágil, que tiembla bajo su sombra;
hoy, que dejando las playas sonrientes de la Adolescencia, me preparo a pisar la Tierra Firme de la Juventud, a la cual llego, mis ojos se humedecen de lágrimas, al recordar los parajes que abandono, los cuales las sombras de mi Padre y de mi Madre, protegen con su presencia augusta;
mi Padre, no fué siempre el Profesor de Matemáticas, y Escritor de Periódicos, que es hoy, ni el Filósofo Acrata, y el Panfletista cáustico y violento, en que las Injusticias de los hombres lo han convertido;
hijo y nieto de comerciantes adinerados, grandes fabricantes de paños, en nuestra Provincia nativa, fué brillantemente educado en París, y en Alemania, adonde vivió largo tiempo;
a su regreso, se asoció a su Padre, trabajando activamente a su lado, con gran provecho;
cuando en plena juventud, contrajo matrimonio con mi Madre, de familia linajuda y nobilismo abolengo, pero, venida a menos, por percances de fortuna, él, era aún, muy rico;
yo, podría decir, que nací, en plena opulencia;
más que los grandes salones, penumbrosos y poblados de Obras de Arte, de la Casa Solariega, en la Ciudad, donde los tonos negros de los Van Dick se mezclaban a los azules delicuescentes de los Corot, y los rojos anaranjados del Tintoreto, sirviendo de fondo a la pálida desnudez de ninfas del Tiépolo; bustos de Cánovas y de Chantonelle, y una mujer desnuda de Rosso, que fué la primera en despertar en mí, el Monstruo de la Sensualidad, con sus piernas delgadas entrejuntas, sus hombros gráciles, sus senos de ánforas, el Deseo que parecía fulgir, en el hueco de sus pupilas ausentes, y sus labios herméticos, que sin embargo parecían llamarme a la Concupiscencia, que yo ignoraba, lo que recuerdo con mayor deleite es, el Chalet suntuoso, sito en los alrededores de la Urbe, en cuyos jardines, parecía sollozar la Soledad, armoniosamente, como una suave música; los surtidores cantaban con una voz de Ensueño, y el oro de los crepúsculos, envolvía los árboles, en una caricia languideciente de Lujuria;
fué allí, en esa decoración versallesca, con penumbras de selvas del Senegal; arrullado por las voces confidenciales del mar, enviando contra la costa, sus cabalgatas de olas, que se desarrolló mi infancia, y nació mi adolescencia; y la Melancolía, acarició por primera vez, mi corazón, con sus divinas manos de Hada, perfumadas con el sándalo de los augustos Presagios... y por sobre las colinas oblongas, miré morir el Sol, lleno de Presentimientos;
el recuerdo de esos jardines, permanece vivo en mi alma, y, en mi corazón, porque fué en ellos, que recibí la Visitación Fulgente y Sonora de la Inspiración, y sentí, abrirse en mi cerebro, como la Rosa de la Aurora, mi Genio Artístico;
fué en el silencio profundo de esos Parques, donde parecía dormir la Soledad, con un rosal de estrofas en los labios, y en esos jardines armoniosos, donde las fuentes decían cosas de amor a las cistíneas pensativas, cuya blancura aterciopelada se ofrecía a sus besos, fugitivos, que sentí por primera vez, miríadas de sonidos extraños, cantar en mi cerebro, como un coro de voces ancestrales, llamándome a la Vida, y músicas indescifrables, nacidas de las entrañas vírgenes del Silencio, venir a mí, y volotear en torno mío, como rondas de Silfos líricos, cada uno de los cuales, era como un arpa aérea, poblando el aire, de vagas sinfonías...
era, como una nueva Alma, que nacía en mí, y me revelaba la Vida, y centuplicaba mi fuerza para vivir...
y, fuí, como un cazador de armonías, en la sombra cadente de las tardes;
las arrancaba al vientre de las Noches Vencidas;
y al corazón de las Auroras Vencedoras;
las decía, en confidencias, a las rosas, que esmaltaban el verdor de los parterres, como burbujas de espuma, sobre la quietud de una agua muerta;
la dulzura de los paisajes, me enardecía como una fiebre, en vez de calmarme con su beso, lenitivo y cordial;
me exaltaban las claridades lunares, que antes me adormecían en los senos de la Ensoñación...
el poema de los cielos nocturnos, con sus estrofas de oro y sus dísticos de azul, me enardecía hasta el delirio...
el silencioso dominio del Sueño, me fué vedado...
y el Insomnio, me ofreció el seno frío de sus soledades sin fronteras...
enfermo del alma y del cuerpo, no tuve otro refugio, que los brazos de mi Madre...
y, me refugié en ellos, sin poderle decir, de qué sufría;
para los ojos ávidos de las madres, no hay misterios irrevelables, en el corazón de aquellos que son sus hijos;
la mía, adivinó el porqué, de las vagas, inolvidables tristezas que atormentaban mi corazón de niño...
y, a los ocho años de mi edad, tuve mi Primer Profesor de Música;
era éste, un viejo violinista, rutinario y adocenado, conocedor, como pocos de la Ciencia de enseñar;
era, un Pedagogo, de la Música; no un Artista de ella;
sabía le Metier, sin levantarse hasta el Arte;
artesano, y no artista, era eso, lo que hacía de él, un Maestro habilísimo de la Técnica, y del Mecanismo de la Música;
la Música sin alas, arrastrándose como una araña, por sobre el Pentágrama, para aprender las fórmulas clásicas y rutinarias, viejas como los siglos;
el violín, no decía nada, en las manos de aquel hombre, para el cual la música era, una forma de las Matemáticas, y, la gama, era, algo inerte, que no tenía nada, que revelarle;
la Música, es un Arte emotivo, el más emotivo de todos los Artes; aquel, único, capaz de producir, por el secreto de una sensibilidad exquisita, un sentimiento de dulzura, que ningún otro Arte, produce...
sólo, la Música, conmueve hasta las lágrimas;
y, si el Arte Dramático, produce la misma emoción, es, porque va aliado a la Música, o lleva en sí, la Música de la Palabra;
nadie ha llorado ante un cuadro, aunque represente el Horror, o el Dolor, en su más alta expresión, como el “Martirio de los Inocentes” o “Ugolino”, ni el patetismo desesperante de los frescos de Delacroix;
los mármoles escultóricos, “Laocoon”, devorado por las serpientes; “Ifigenia en Taurida”, son dolorosos, hasta más allá de las fronteras del Dolor, y sin embargo, nadie ha llorado ante aquellos mármoles sagrados;
la vibración luminosa del color, es inerte, le falta la atmósfera para la repercusión de ellas; le falta el ritmo de la vibración sonora, el vientre prodigioso de la acústica, donde los sonidos musicales, nacen a una vida de maravilla y de encantamiento;
es verdad, que la Venus de Milo, como la de Gnido, son dos Poemas de Líneas, pero mudos, insonoros, no viven más allá, del espacio limitado de la óptica;
toda estatua, tiene algo de tumular que pide para su Belleza, los limbos ilimitados del Silencio;
yo, no digo, que la Pintura y la Escultura, sean Artes Arrítmicos, sino que su ritmo carece de alas; su euritmia, es muda, como el lienzo y como el mármol, en los cuales inmortalizan sus creaciones;
se habla de la fragilidad, de la Música, se la declara, una arte ligera, la más ligera de todas las Artes...
ligera...
sí...
como todo lo que vuela...
los que hablan de esa ligereza, ignoran la belleza maciza y profunda de las masas corales, en una Opera del Renacimiento, la densidad luminosa de una Sinfonía medioeval, el encanto aterrador y profundo, de un Canto Litúrgico del Siglo xv ...
en esa música, que hoy aparece como descolorada y desueta, porque había en ella, un residuo bárbaro, algo de las viejas rapsodias anónimas, hay una fuerza de plenitud que asombra...
esa Música, pedía la majestad de los Templos, el asilo de las cúpulas, la caricia de los arcos y de los arquitraves, para volar bajo ellos;
sus melopeas, eran como grandes aves asustadas, buscando las cornisas, y los frisos góticos, para amparar en ellos su vuelo, pictórico de sonidos...
el Pleno-Canto, de entonces, dicho por sus chantres cándidos, tenía los oídos de la Fe, para escucharlo;
yo, no lo cito, como modelo de Belleza, sino como modelo de Fuerza, para escudarme con él, contra aquellos que hablan de la Fragilidad, de la Música;
yo, sé bien, que un Jeannequin, un Costeley, un Maridhuit, con su musicalidad de aquella época, impregnada toda del espíritu greco-romano, y especialmente de la alada movilidad helénica, no tenían la belleza armónica, y la elegancia rítmica, de un Mozart, de un Hændel, de un Debussy;
pero, esa Música del Renacimiento, con su polifonía caudalosa, y su rítmica policroma y ágil, como un lebrel de caza, no es en nada inferior a la de los italianos que los siguieron, con Monteverde y Cimarosa, a Rameau, que fué como el Racine de su tiempo, reflejando a maravilla, los esplendores del Rey Sol, y a esta nuestra Música de hoy, con sus Navíos Fantasmas, y sus cabalgatas de Walkyrias;
los secretos de todas esas músicas, no podía enseñármelas mi Maestro, aunque tuviera el conocimiento de ellas;
el Arte, se lleva en Sí...
y, yo, llevaba mi Arte, en mí...
y las voces de mi niñez, inspirada y tormentosa, lo llamaban con angustia;
con una gran angustia, que callando en mis labios, empezaba a sollozar en las cuerdas de mi violín...
y, a él, confiaba los secretos de mi alma, tan prematuramente triste, y ellos tomaban formas, en frases rítmicas, en sonatas apasionadas, en largos monólogos líricos, que eran como himnos, apasionados, dichos por un Wifredo impúber, a la entrada de los Jardines de la Vida;
comprendiendo que yo había superado el ciclo de sus conocimientos, el viejo profesor, renunció a enseñarme, y quedó, como el pato de la Fábula, que empolló un huevo de Aguila;
mirándome ascender;
en cielos desconocidos para él;
los cielos de la Inspiración...
y, yo, entré, solo, en la Selva Tenebrosa, poblada de sonidos, donde las Melodías, eran como panteras dormidas, prontas a ser despertadas, a mi paso, haciendo lírico su rugido, como un canto de alondras matinales;
para disciplinar mi Talento y estudiar los Grandes Maestros, entré a la Academia, donde ya vagamente, se había oído hablar de mi precocidad artística, y se me llamaba, el Pequeño Paganini, repitiendo la frase de un diarista, que me había oído tocar, en casa de una familia amiga;
un pálido rayo de Gloria, desfloraba mi Pubertad, acariciándola, como el pétalo de una anémona enferma, desfallecido sobre el verdor de los follajes inertes;
como la mano lívida de un muerto, trazando signos cabalísticos, en la Tiniebla Insondable...
del Pórtico de la Vida;
falaz...
El Dolor, que se ha vivido, es un Dolor, que se ha matado;
por eso, hay, en recordarlo, una extraña Voluptuosidad;
es el cadáver de un enemigo, que no pudo matarnos, y cayó vencido por nosotros...
rememorarlo, es rememorar una Hora de Triunfo...
recordar, en Silencio, el rostro consolador de la Victoria...
eso hago yo, recordando aquellas horas tan tristes, tan llenas de lágrimas y de presagios, en que mis padres y yo, desterrados del Fabuloso País de la Riqueza, hubimos de pasar por la puerta estrecha de la Pobreza, para entrar en ella, y vivir en sus estepas inmisericordes;
el Krack, en que naufragó la fortuna de mi Padre;
fué un Krack, que todos preveían;
mi Padre, no era un hombre de negocios;
la cuantiosa fortuna, que heredó, perinclitaba, desde el día que cayó en sus manos;
una crisis en la Industria de Hilados, precipitó la ruina;
la Fábrica de paños, y los Grandes Almacenes en la Ciudad, desaparecieron en el Cataclismo;
pasaron a otras manos;
acreedores y agiotistas, se disputaron los despojos...
una gran crisis de nervios, que tuvo a mi Padre al borde de la locura, acentuó, aún más, los hoscos lineamientos de la Tragedia...
nuestra casa en la Ciudad, y el suntuoso chalet, en que habitábamos, fueron vendidos, para pagar acreencias;
nos refugiamos en una pequeña casa campestre, con pretensiones de chalet, que mi Madre, había recibido de la suya, como regalo de bodas;
era, una miniatura de casa, hecha de ladrillos rojos, con techumbres de lozas verdes, que brillaban al Sol, como esmeraldas fúlgidas, una casa-dije, hecha de jacintos y cabuchones, como esas que decoran ciertas viñetas holandesas, encantadoras, en su policromía cantante y luminosa;
estaba situada en los suburbios de la ciudad, cerca a la última estación de un tranvía, que era el único vehículo utilizable por las familias de empleados pobres, y obreros acomodados, que habitaban la barriada;
la precedía, un jardín pequeño, limitado por una reja de hierro, que daba sobre la calle, y el perron de piedras blancas, que daba acceso al corredor;
en el interior, todo era pequeño, mignon, una verdadera miniatura, del vasto chalet y los vastos salones, que acabábamos de abandonar...
atrás, un esbozo de parque, decorado de árboles ancianos, se extendía, hacía una colina llena de gracia campestre, que parecía ampararlo con su sombra;
esos lugares, me eran familiares, porque a ellos, solíamos venir, mis padres y yo, algunos domingos de primavera, para airear la casa, sacudir el polvo de los viejos muebles, y podar el minúsculo jardín, tan semejante a una estampa de Laurent, y el parque inculto y sombrío;
ellos, con sus parterres muertos, y sus fuentes estancadas, fueron testigos de nuestra ventura, y vieron mi infancia, retratar su rostro sonriente, en el cristal de sus aguas pensativas...
hoy, nos ven llegar, silenciosos y vencidos, para reflejar nuestros dolores, sobre el pálido espejo de su Soledad...
en sus muros, albergamos nuestros dolores, como en una Fortaleza, y entramos en el Infortunio; mi Madre y yo, con la mansedumbre de dos lises acuáticos, que besan con sus pétalos de holocausto, las olas que los sumergen;
sólo mi Padre, era rebelde a la Desgracia; no pactaba con la Desventura, que nos hería; no capitulaba con el Destino...
su rebeldía, era estéril, como todas las rebeldías, y no lograba sino exacerbar su ánimo, lanzándolo en la Desesperación;
el suave candor de mi Madre, era uno como lenitivo, sobre aquella alma ignecente, el único bálsamo, sobre aquella herida, eternamente exacerbada...
sin resignarse, tuvo que adaptarse a la nueva situación;
aceptó el puesto de cajero, en una gran Casa de Banca, que espontáneamente se lo ofreció, y la Cátedra de Matemáticas, en un Instituto Cultural, recientemente fundado;
mi Madre habituada a la Vida lujosa y confortable, en que hasta entonces había vivido, entró sonriente, resignada, tranquila, en la vida estrecha y de privaciones, que la Adversidad le reservaba...
limitó su servidumbre, y como no había abandonado nunca el manejo de su casa, puso aún mayor celo en su administración y más rigurosa economía en sus gastos...
no hubo ya fiestas ni reuniones; a los ruidosos y elegantes comensales de nuestra mesa, sucedió uno, pálido y enlutado, como el de Musset; la Pobreza, que hasta entonces no se había sentado nunca entre nosotros...
de los varios carruajes, con que contábamos, para nuestro servicio, sólo uno subsistió, los demás, fueron suprimidos por superfluos;
en ese único carruaje, íbamos mi Padre a la oficina (antes de habituarse al uso del tranvía, como luego nos habituamos todos), mi Madre a compras en los Almacenes y a las escasas visitas que aun hacía, y yo, al Colegio de día, y a la Academia de noche, ya solo, sin el acompañamiento del viejo ayo, que hasta entonces había cuidado mi infancia;
la Paz y la Melancolía, eran las Hadas Protectoras, en aquel como remanso de río, taciturno, en el cual se habían refugiado nuestras Tristezas; y nuestras vidas eran como lívidas llamas de alcohol, inmóviles en el Silencio;
la deliciosa miniatura escultural, que era nuestro chalet, fué maravillosamente transformado en su interior, por las manos de Hada, de mi Madre;
los lujosos muebles que decoraban nuestro antiguo chalet, y la casa, en la ciudad, fueron vendidos con ellos;
y los muebles, de elegancias un poco anticuadas, pero, encantadores, en su estilo, versallesco, a tonos vivos y matices primaverales, con que mi abuelo había decorado esa bombonière, para obsequiársela a su hija, fueron revividos, rejuvenecidos, embellecidos, por el gusto exquisito de mi Madre, que les dió el reflejo de su espíritu, aristocrático y señorial;
los ligeros sofás a gobelinos, que con la sonriente gracia de sus damas emperifolladas y empelucadas, evocaban viejas escenas del Pre des cerfs, o parecían arrancadas a los Jardines del Trianón, estremecidos de amor, fueron adornados de cojines modernos, maravillosamente bordados por las mismas manos que allí los colocaban;
las bergeres, que parecían frágiles, en la elegancia de sus líneas, y reproducían en sus telas, la armonía de los follajes, haciendo sombra a la gracia esquiva de los lagos, y los armoniosos belvederes, amorosamente besados por el Sol, como por un príncipe adolescente, consumido de anemia, fueron cubiertas por encajes y guipures, que añadían una gracia aun mayor, al espejear luminoso de sus viejas sederías;
las consolas de onix, sostenidas por grifos dorados, que parecían amenazarlas con sus bocas enormes, abiertas en el vacío, ostentaban sus altísimos espejos, cuyas lunas empezaban a opacarse, por el paso de los años, como las aguas de un estanque, por las alas pesadas de los ánades en vuelo, recibieron la caricia de rosas multicolores y geranios amorosos, que parecían saludarlas, con el roce de sus pétalos, que eran como una caricia sedosa, sobre la epidermis de su noble ancianidad...
las grandes ánforas de hierro cincelado, que parecían olvidadas, en la penumbra densa de los ángulos del salón, fueron pulidas con esmero, los férreos pelícanos que las sostenían, desgarrándose el corazón de holocausto, con sus picos de sacrificio, recibieron la caricia de manos amantes, que los restauraron en su antiguo esplendor, y les dieron, de nuevo, el prestigio de sus reflejos cambiantes; grandes iris pálidos, decoraron sus vasos, tantos años vacíos, y les dieron una nueva vida, con el encanto soberbio de su lánguido follaje...
el piano —único sobreviviente del naufragio, que llegó hasta esas playas—fué colocado en puesto de honor, cubierto por una colcha de seda, color violeta, bordada de crisantemos de oro, que daba sobre el tinte obscuro del instrumento, sus cambiantes de ópalo húmedo y la canción rimada de sus reflejos lacustres...
sobre él, se colocó, un busto de Rossini, en mármol, que mi abuelo había comprado en Florencia, a un vendedor de antigüedades, el cual se lo había vendido como auténtico de Thorwaldsen, siendo acaso, copia miserable, del hecho por el gran escultor danés, o fruto de algún artista anónimo, en el cual, la alondra de Pessaro, aparece como esculpida, por la misma mano que incisó la poderosa membratura, del León de Lucerna;
auténtico o no, el busto era bello, y lucía bien, sus obesidades prelaticias, en el fondo marescente de la tela, sobre la cual, parecía desgranar la frivolidad de sus canciones...
en los muros, severamente enmarcados, emergían de las negruras de las telas, los rostros austeros y orgullosos, de antecesores de mi Madre, que atestiguaban la autenticidad de su ilustre abolengo;
por esos retratos, tiene mi Madre, un culto idolátrico;
mi Padre, siente por ellos, un odio frenético;
aquel Amor, y este Odio, se han fundido en mí, en una forma de Desprecio Insultante, por toda forma de nobleza, que no sea la del Genio...
el resto de la casa, sufrió las mismas transformaciones que el Salón;
y el delicioso bibelot, quedó convertido en una mansión confortable, en la cual, mi Madre, irradiaba el sereno resplandor de su alma sensitiva, tan deliciosamente melancólica, como la gloria de un crepúsculo;
en el piso bajo, sólo había el Salón, el Comedor, y las habitaciones del Servicio;
en el piso alto, los dormitorios, el baño, y un diminuto salón, en forma de despacho; era allí, que trabajaba mi padre, y yo solía hacer mis trabajos gráficos de música;
el pequeño jardín, que daba sobre la calle, y el parque inculto y abrupto, que se extendía en el fondo, hacia la colina, revivieron, bajo los cuidados de un jardinero, muy experto, y los de mi Padre, que tenía más que el gusto, la pasión de la floricultura;
él, amaba lo exótico, como una de sus tantas rebeldías, contra el espíritu de su tiempo, tan miserablemente rastrero, y tan descomunalmente servil;
el culto a la Tradición, lo irritaba, como la supervivencia de toda Servidumbre;
era, un Innovador;
y, así, cambió por completo la decoración del Jardín y del parque, que somnoleaba a la sombra de viejas añoranzas...
cortó y destruyó las enredaderas, que se adherían a los muros, y trepaban por ellos, en una gimnástica de decrepitud, dando a la casa, un aspecto de ruina, al cual parecía agarrarse el Alma inmisericorde del Pasado...
alineó al pie de esos muros, arbustos, elegantes y enhiestos, que daban con su belleza adolescente, un aire de juventud, a aquellos lugares, donde no había imperado hasta entonces, sino la belleza de cosas moribundas o muertas, en el seno de una implacable Desolación...
la casa, parecía sonreír, ante aquella como frescura matinal, que la bañaba en esplendideces de Sol...
la frondosidad de los árboles del Parque, fué respetada, y sus follajes de oricalco, continuaron en amparar nuestra tristeza, como ayer habían amparado difuntas alegrías...
a su sombra, continuaba yo, en soñar apasionadamente, en ese medio de recuerdos y de reliquias, de cosas, que no había conocido, pero, que amaba, por su supervivencia, en el corazón, y en los ojos de mi Madre...
el esplendor de esos soles, muertos, no daba ningún calor a mi corazón...
las ruinas, no son acariciadoras, en sus largos silencios, en los cuales se lamenta, el alma acongojada de los siglos...
las cenizas, no tienen alma, son como manos ya muertas, que han olvidado el gesto de las caricias...
entre esas ruinas y esa desolación, mi alma continuaba en oír, las lánguidas melodías de los crepúsculos y las secretas palabras, que el Genio de la Música, decía a mi corazón...
y continuaba en traducirlas en mi violín, ora, en el salón penumbroso, ante los óleos fumosos y los pasteles sonrientes de mis antecesores, cuyas sombras, creerían acaso, una prostitución de su sangre, esta aparición de la fiebre del Arte, en las venas de un descendiente suyo, ora en mi propia cámara, desde cuyas ventanas, se veía el parque somnoliento, brillar bajo las estrellas, en un candor de muerte y los dos ánades, en el bassin de la fuente, blancos como dos nenúfares, en el esplendor cuasi sobrenatural, de su inmóvil blancura, iluminando la penumbra, con un fulgor de estalactitas, bajo las candideces de una luna naciente...
era en esa calma indolente, cuasi fantástica, que yo evocaba, el alma de Sebastián Bach, para dialogar con ella, traduciendo sus melodías luminosas, semejantes a cirios nupciales, velando el cadáver de una novia muerta...
el germanismo apasionado de Hændel, que hace pensar en el gótico de antiguas catedrales, en cuyo coro se oye un viejo clavesín, tocado por las manos de un monje joven, torturado de inconfesables deseos...
Mozart, esa divina fuente de emoción, semejante a un arroyo corriendo bajo ramajes, por senderos ocultos en las sinuosidades del Silencio...
los autores entonces accesibles a mi joven fantasía y a mi naciente sensibilidad;
mi alma, iba, como desbridada en campos de la Fantasía, a caza de sonidos y de armonías, y a veces, la misma sombra de los Maestros, me era inoportuna, como un follaje de hojas muertas, que me ocultasen el Sol...
si la Música, según la vieja definición alemana, es la expresión sensible de lo vago, esa expresión, iba en mí, más allá del fondo metafísico de la definición, y en ciertos momentos se hacía visible y cuasi corpórea, era como coro de ninfas o rondas de Bacantes, para las cuales, improvisaba yo, las más locas fantasías...
la verdadera inspiración, es creadora, y establece la Soberanía de su Reino, yendo más allá de las leyes preestablecidas y creando nuevos mundos, más allá de los mundos hasta entonces revelados por la palabra del Arte;
el Arte, es una tortura, y yo me sentía divinamente torturado por el Arte;
la Belleza Musical, se revelaba a mis ojos, ajena a las impurezas de la Vida, como una estrella, surgentes de las aguas muertas de un pantano;
y mi alma, se postraba de rodillas, ante ese astro, que la bañaba de divinos resplandores...
absorbiéndola...
purificándola...
transformándola;
haciéndola luminosa como él...
todas las inquietudes de mi alma adolescente, cantaban en mi violín, tristezas prematuras;
yo, daba una alma musical, a todas las cosas que veía, y las saturaba como de un perfume, del secreto de mi Melancolía...
los largos crepúsculos mediterráneos, que después de besar las colinas desnudas, y las arboledas rectilíneas de las avenidas, que iban hacia el mar, besaban el gris fétido de las olas del puerto, entonaban contra las escalinatas del muelle, un himno tumultuoso, como de meretrices vociferantes, ebrias de fango;