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«La simiente» (1919) es una novela de José María Vargas Vila, secuela de «Rosas vespertinas». Leonardo Bauci es un escritor y político desterrado de su país que a los cuarenta años pierde a su hijo y emprende un viaje a los infiernos en el que entrecruza caminos con la esteta Laura Laurie, Elbina Valderend, la antigua amante de su hijo, y Sofnia, devoradora de estéticas.
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Seitenzahl: 273
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
Saga
La simiente
Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680539
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
––––––––––
Un largo Pasado Literario, impone a todo Escritor que se respete, el deber de una Revisión de su Obra;
una Revisión,yaquela palabra Rectificación, noseha escrito para ciertos hombres y ciertas vidas, y la palabra Retractación carece de sentido y es inexistente,frenteal Hermettismo Incorruptible de sus almas;
revisar, purificar, fijar los lineamientos artísticos de su Obra, he ahí el deber que se impone, a losautores que han ejercido una influencia decisiva sobre los espíritus de su época, cuando les llega esa hora serena y diáfana, en que el horizonte se ensancha ante ellos con perspectivas de Infinito y se anuncia la aproximación de la divina Noche Definitiva; aquella tras de la cual no hay auroras,porque en sí las lleva todas;
ese deber, no de auto-Crítica, sino de auto-Historia, es el que me he impuesto, al emprender la Edición Definitiva de misObras Completas;
y, no por divertimiento espiritual, tarea extraña en esta hora de derrumbamiento de todo lo que vivía bajo los cielos combos, tan miserablemente bellos de la Ilusión;
hora del desmoronamiento de los más bellos sueños, hechos polvo bajo el abismo profundo de un firmamento desnudo de toda estrella de Consolación…
en el Silencio Inmutable, que sigue a la muerte de todas las ambiciones, y, es uno como gesto imperioso de los labios augustos de la Eternidad, esos labios sin palabras que se extienden hacia nosotros para besarnos antes de entrar en la Tiniebla Insondable, donde se siente con el agotamiento de los Huracanes el morir de las Tempestades, en el funeral de las estrellas extintas, caídas en el Espacio como un torbellino de margaritas deshojadas…
no;
es avizorando al Porvenir, que Yo, la Historia de mis libros hago;
y, en estos Prólogos, la hora obscura de sus génesis, relato;
ante el Único Tribunal de Arte que reconozco: mi Conciencia Estética;
la Génesis de todo libro es luminosa, como la de todo amanecer sobre los cielos límpidos;
claridades de auroras han caído sobre las páginas vírgenes, antes de hacerse hoscas y iristes como un morir de días;
toda Obra de Arte, de por sí, esotérica, porque es en el Silencio, incontaminado aún, de la Simiente del Verbo, que recibimos el rayo de la Iniciación, que ha de producir la Obra;
toda Obra de Arte, es, una Confidencia de Divinidad, dicha a los oídos del Hombre, para su realización;
aquel que fué besado por los labios de la Luz Interior, ése, Obra de Belleza, hará;
salido de los limbos musicales de su Espíritu, él, la dirá al Mundo, en las suaves cadencias de su Estilo, si es un Poeta, o, en la fulguración radiosa de su Verbo, si es un Apóstol;
y, la Revelación se hará;
nada impedirá a la Creación, salir del cerebro del Creador, una vez que éste, fué fecundado por la Visión, y, ella le dijo el Alma de la Obra;
es por eso de un apasionante interés, la Revelación que un Artista hace, de cómo la Obra de Arte, hubo de serle revelada y, dónde losgérmenes de su Creación hallados fueron;
exieriorización de paisajes misteriosos, que soles interiores alumbraron o hicieron nacer en los continentes vírgenes de la Mentalidad;
surgimiento de islas mordoradas y maravillosas en los mares inabarcables del Pensamiento;
el mostrar eso, y el decir cómo la formación y la expresión de esas cosas espirituales cumpliéronse, es una solicitación imperiosa del ánima, que llega a adquirir la actitud clamorosa de un Deber;
ese Deber impúseme, y lo cumplo escribiendo estos Prefacios para la Edición Definitiva de misObras Completas;
bien triste Deber, este Deber de Recordación;
es letal el vaho que se escapa de las praderas melancólicas del Pasado, en esta tarea de Evocación;
el rosario de las horas se desgrana en las manos temblantes del Recuerdo;
tiembla la voz del Alma, musitando las páginas de los días ya muertos;
evocar el Pasado es revivirlo;
es revivir la gran Tristeza, que habíamos querido sepultar bajo la mortaja del Olvido;
siempre el Pasado es triste, porque siempre el Pasado es la historia de un Gran Dolor vivido, que exhumamos de la tumba al evocarlo;
mirar nuestro Pasado, es mirar la llaga miserable de nuestro corazón, y poner sobre ella la mano;
estremecimiento trágico, de la viscera sensible y lastimosa;
y, esa hora sin Misericordia es necesario vivirla;
y,yo la vivo;
¡como he vivido tantas!...
porque todos mis libros escritos fuerony, escritos son en horas de Dolor;
las tragedias de mi Espíritu les dieron vida, y la sal de mis angustias regó el prado en que nacieron esas rosas violentas y líricas, llenas de un perfume de Desolación;
de ahí que recordar sus génesis, sea revivir horas bien tristes de mi Soledad Inabarcable;
pero, me he propuesto decir dónde y, cómo, esos libros fueron hechos;
y, de decirlo he;
pese a mi propio Dolor...
hoy toca el turno aLa Simiente;
y, su génesis relato.
Era en 1904.
Regresaba yo, de New York, a donde habia ido para lidiar en mi Revista Némesis, una campaña clamorosa y romántica, contra las dictaduras analfabetas y sombrías que devastaban ciertos países de la América Latina y contra la Hidra del Imperialismo Yanki, que asomaba su cabeza entre dosalas de águila bajo la bandera estrellada que ondeaba al viento sobre el frontón semigriego del Capitolio de Wáshington.
Bizancio, había enviado desde el fondo de sus pantanos letales, la hez de sus escribas para insultarme; y sus embajadores habían pedido a los Césares plutócratas de Cartago, que me impusieran Silencio;
y, Cartago me lo impuso, feliz de romper una pluma, que el oro acumulado en sus sótanos, no podía comprar:
yo regresaba a París, vencido;
y, triste, como todos los vencidos;
me acompañaban las últimas procelarias de mis Sueños rebeldes, que hacían escolta a esos gestos postreros de mi Juventud batalladora y proscripta;
para distraer las tristezas de mi vencimiento, me había puesto al trabajo, que es el único deleite de mi Espíritu, y, había escrito el Alma de los Lirios, esas tres novelas que en un solo volumen monumental, se publicaron por entonces en París;
ese trabajo exasperó mis neurosis, en vez de calmarlas;
y, cuando lo terminé, el estado de mi salud era inquietante;
la hiperestesia de mis nervios, tomó formas graves, y, la más torturante era la moto fobia, el horror a todo vehículo en locomoción;
me inmovilizaba al verlos; y, un auto, estuvo a punto de aplastarme al atravesar la rue Pierre Charron;
debí la vida, a la pericia de un agent y, a la fuerza de su brazo;
esta aventura, limitando mis paseos, me sumía en la desesperación, y, la exacerbación de mis nervios no hacía sino aumentar;
entonces, los médicos y, yo, pensamos en un lugar donde no hubiera camiones, ni autos, ni coches;
¿cuál es, en Europa, ese lugar feliz, libre del tráfago de la locomoción rodada?
Venecia;
y, a Venecia, fuí;
yo, conocía ya cl mágico joyel insular, donde brillan al Sol, en el encanto del azul difuso, las más bellas gemas del collar Adriático;
mis plantas incansables de viajero solitario sediento de emociones, se habían posado ya otras veces, sobre aquellos sillares de la Magnificencia, y, había amparado mis tristezas nómadas, bajo los arcos de oro de aquella arquitectura de Ensueño;
mi corazón se había reposado a la. sombra de aquel dosel divina de cielos empurpurados, buscando horas de calma en el letargo armonioso de los candes reminiscentes;
y, volví con encanto a la Ciudad-Náyade;
y penetré en el corazón de sus islotes, como en un grupo de ibis pensativos, inclinados sobre el cristal de las aguas sonoras;
y, mi alma imploró algunas horas de paz, a aquel Milagro de Belleza, estratificado en el Silencio, en el oro vivo de sus mirajes lacustres, bajo sus cielos de perla;
y, amparé la desnudez de mis heridas a la sombra misericordiosa de aquellos cielos violeta, que inspiran el deseo voluptuoso demorir;
el Hotel de la Luna, donde me albergué al principio, me fastidió al fin, con el vaivén cosmopolita de sus turistas, muchos de los cuales me parecían fantasmas de Mí Mismo, que paseaban como yo, una alma enferma del Tedio doloroso de la Vida;
y, fuí a refugiarme en una Pensión Tudesca, sita detrás de la Academia, en una fonda- menta, lejana y tranquila, sobre la cual el Silencio parecía extendersus grandes alas de Olvido y de Misericordia;
mi espíritu hosco y herido permanecía reacio a toda tranquilidad;
la crisis física y moral que atravesaba era demasiado aguda para que cediese súbitamente a aquellos analgésicos de encanto;
la Soledad, que yo buscaba como un refugio, no estaba allí, donde gente amable y discreta, me perturbaba con su presencia;
el contacto de las otras almas que siempre me ha sido desagradable, se me hacía entonces odioso;
como en todas mis grandes horas de neurosis de solitario, el sonido de la voz humana me era un tormento insoportable;
¿dónde hallar el silencio completo que me librara de ese martirio?...
leí entonces en un diario local, el anuncio de: un piccolo appartamento d’affittare in Palazzo signorile; y, fuí a verlo;
era en el Palacio de los condes Balbi-Valier, de vieja estirpe de Dux, que habían reinado sobre Vencia;
un pequeño apartamento, dependiente del gran Palacioy,al cual se ascendía por una escalera privada, que daba sobre un patio lateral;
dos habitaciones enormes, amuebladas con un lujo arcaico y, con los techos altísimos decorados por el Tiepolo;
lo alquilé sin vacilar;
y,me refugié allí, como si me hundiese en un pozo de Silencios;
mi Soledad, se hizo completa;
los condes, pasaban el Otoño en sus propiedades lejanas;
un portero viejoy,ceremonioso cuidaba el Palacio, y, se ofreció para cuidarme a mí;
me instalé en esa quietud cenobítica, en ese Silencio impresionante, interrumpido únicamente, por el chapotear de las aguas de un canal cercano, golpeando contra los diques;
mis nervios permanecían rebeldes a calmarse, y mi dispepsia exacerbada aumentaba mis torturas;
sufría atrozmente;
durante el día pasaba largas horas tendido sobre un sofá, presa de crueles dolores, entreteniéndome para olvidarlos, en contemplar las decoraciones del techo, donde ninfas encantadoras, perseguían a un Sátiro fugitivo;
mis noches eran inenarrables de angustias;
atacado de insomnios pertinaces, las pasaba, ora, asomándome a una de las grandes ventanas que daban sobre el patio, donde las blancas columnatas del más puro estilo arquitectónico, se veían en la obscuridad como estalactitas maravillosas en el fondo cristalino de un lago, ora, acodándome al antepecho de una de las otras, que daban sobre el pequeño canal, en cuyo estancamiento taciturno, no se sentía ni el estremecimiento de las olas, rotas por la quilla de una barca;
¿qué hacer de aquellos días sin calma y de aquellas noches sin sueño?
¿qué hacer de aquellas horas de Dolor, de Abandono y Soledad?...
para entretenerlas, me puse a escribir este libro;
y, lo escribí febrilmente, obsesionado por la visión de recientes dolores, con los ojos pertinazmente fijos en el rostro inmutable de la Muerte;
no lo había aún concluído, cuando un acontecimiento inesperado, vino a turbar mi quietud y a romper mi Soledad;
el Conde Balbi, regresó solo, para arreglar asuntos suyos, y pasar unos días en su Palacio;
el portero me lo hizo saber así, al llevarme una mañana el café, añadiendo que el Conde deseaba conocerme;
no pude evitar la entrevista;
y, nos vimos;
gentilhombre hasta la medula de los huesos aquel descendiente de Doges, fué muy amable conmigo, mostrándose encantado de hallarme en casa suya, y, prometiéndose que habíamos de matar el Tedio de Venecía, en jiras y reuniones;
temblé ante esta perspectiva que iba a romper mi Soledad;
engañado por mi aspecto, por mi eqiúpaje y, por mi indumentaria, el Conde creyó, que yo era un Clubman, como él y, me presentó en el más grande Círculo Aristocrático de Venecia, al cual pertenecía;
para aumentar mi consternación y, acabar de desconcertarme, y engañado tal vez por ver que yo viajaba con pasaporte diplomático por haber sido hasta hacía poco Ministro de un país americano ante el Rey de Italia, me presentaba a todos sus amigos en calidad de Excelencia, adjudicándome, para mi mayor tortura el título de Marqués;
en vano le hice constar su error; él, me decía, guiñándome el ojo:
—Comprendo, comprendo, pero entre nosotros no hay necesidad de esas cosas;
y, sonreía, persistiendo en creer, que yo guardaba el incognito, tal vez por economía;
una tarde, yendo hacia la Mercería, y muy cerca a Santa Maria in Zóbenigo, encontramos a Don Carlos de Borbón Pretendiente al trono de España, que venía, seguido de dos hermosos galgos, únicos cortesanos de su destierro;
el Conde quiso presentármelo, y yo rehusé;
los dos aristócratas se saludaron;
yo, seguí mi camino;
dióme alcance el Conde, quien al ver mi rehusa de ser presentado al Borbón en Exilio, me creyó un alfonsino apasionado y me felicitó, por ese rasgo de fidelidad ami rey;
no me digné aclarar el equívoco;
me contenté con sonreír;
y, esa noche escapé de Venecia;
escapé, fingiéndome llamado con urgencia, por telégrafo;
todavía en el tren, me parecía que el fantasma de mi marquesado iba conmigo;
y, enrojecía ante ese ridículo;
llegué a París, y, allí encontré una de tantas leyendas absurdas como han perseguido mi vida;
la fábula de mis millones estaba otra vez en circulación;
se decía que un Déspota venezolano, que en aquella época titereteaba desde el Poder, había comprado para mí, un Palacio en Venecia, y me lo había obsequiado para pagar con él, mi Silencio...
y, se hablaba de mis góndolas, de mis pajes, de nis fantasías derrochadoras...
Sonreí de nuevo;
y, concluí laSimiente;
la leyenda pasó;
y, el libro queda;
tres lustros de Éxito, lo han consagrado; y, hoy vuelve a mis lectores inagotables, coronado por ese triple laurel.
Inmarcesible...
Vargas vila.
En 1919.
–––––––––––
—¡ El también! ¡él también! — murmuró tristemente Leonardo Bauci, dejando caer su cabeza entre las manos, con un gesto lento, de impenetrable angustia;
y, quedó así anonadado, silencioso, inerte, hundido en el crepúsculo, que bajaba sobre él, como una gran caricia de manos beatíficas y tiernas;
y, el grande hombre vencido, semejaba el león de mármol de una columna volcada, extendiendo al infinito la fascinación de sus garras truncas, en la tristeza desoladora de la derrota definitiva;
la tiniebla terrificante de la hora, enorme y lenta, parecía gozarse en la crucifixión dolorosa de aquella alma de orgullo y de voluntad... muda, ante la desgracia que encadenaba su gesto tumultuario de borrascas, y ahogaba el gran ritmo bélico, la sonoridad heroica de su verbo libertador...
y, aquel silencio, estremecido, era como el plegamiento prodigioso de las alas de una águila, enorme y fantástica, rotas por la tempestad;
ni una lágrima brotaba en aquellos ojos acerados, fulgentes e implacables, como un desierto de desolación;
ni un sollozo, salía de aquel pecho, que se adivinaba lleno de emociones, como las olas de un mar subterráneo gimiendo bajo la tierra;
como un altar de sacrificios, sin víctima y sin fuego, como una cima ríspida de donde ha huído toda vibración de vida, los labios del gran tribuno estaban mudos, desiertos de las águilas del verbo, plegados en un gesto de insondable angustia, amplio y triste, como una soledad;
fué después de largo rato, que de sus labios salieron las dos palabras, que encerraban todo su dolor.
—¡ Mi hijo! ¡ mi hijo!...
y, volvió a callar, envolviéndose en el duelo de su corazón, herido en el otoño de la vida...
y, quedó inmóvil, la cabeza entre las manos, sobre la gran mesa llena con los despojos de su pensamiento fecundador...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Leonardo Bauci, acababa de atravesar una de las grandes crisis de su vida tumultuosa y bravía, que era como un gran clamor de tempestad;
sembrador de conmociones, terrible agitador de conciencias y de hombres, estaba aún estremecido, lleno del estupor de los últimos combates que su palabra profética había lidiado, de pie, sobre las demencias de los pueblos;
las llanuras desoladas, que dormían bajo la noche, habían gritado desgarradas por el arado de aquel pensamiento que ansiaba renovarlo todo;
las aguas estancadas de los viejos lagos meditativos, soñadores bajo la bruma, se habían alzado mugidoras, cuando el huracán de aquel verbo, pasó agitándolas, hasta en lo más profundo de sus limos tenebrosos;
todo lo que dormía y fué despertado;
todo lo que vegetaba y fué llamado a la vida;
todo lo letal y lo fatal, herido por su palabra, gruñía contra él, como una inmensa mar enfurecida;
todo lo que el relámpago había alumbrado, arrojaba sobre el rayo bocanadas de sombra;
nada de eso había lastimado ni inquietado su corazón;
su genio épico, cabalgaba sobre las tormentas como en un hipógrifo de fuego, y volaba sobre los mares en cólera, como un inmenso pájaro de luz;
sus pensamientos vibraban como cormoranes enormes, combatiendo en una nube, sobre un mar equinoccial, y descendían y deslumbraban el océano enfurecido de las almas, produciendo en ellas el dolor luminoso del deslumbramiento, el atractivo poderoso e irresistible de las grandes visiones, cercanas y gemelas del Misterio;
cerca de él, la gran multitud de los espíritus sentía la vecindad innombrada del prodigio, la atracción vertiginosa de un océano;
la inacorde ebullición de las pasiones, continuaba, allá, lejos de él, pero siempre en torno de su nombre, con un vuelo circular de buitres enfurecidos, desgarrando su pensamiento, picoteando sobre el blanco impoluto de su escudo, que desaparecía casi bajo la mortaja negra, que formaba, al plegarse sobre él, aquel lúgubre aluvión de alas negras, que se abrían y se cerraban enfurecidas, en una contracción membranosa de vampiros;
su espíritu, estremecido, cual un océano después de la tormenta, vibraba aún, en una como indomable marejada de fuerzas, impetuosas e irresistibles;
su poderosa musculatura intelectual, se destendía apenas en la calma reciente, como un león que estira al sol sus miembros poderosos, y limpia de sus garras las últimas huellas de la sangre;
no hay grande sino el Dolor;
ante este sol de desolaciones que ahora lo abatía, miró su vida toda, pasando ante él, como un gran río tumultuoso;
pero, no quiso remontarlo; ¿a qué el recuerdo? ¿a qué el clarobscuro indefinible de su niñez, soñadora y fantástica, y el poema rojo de su adolescencia, en que bajo un viento de tempestad se había abierto la terrible flor de su vida heroica?
él, amaba el recuerdo, gustaba de sus voluptuosidades dolorosas, como de un lejano, inviolable refugio, donde brotara un manantial de fuerzas;
el recuerdo era para él, una zona agreste, donde se recogía su pensamiento para fortalecerse; era como la roca contra la cual las águilas rompen el pico ya gastado, cuando sienten nacer otro nuevo, más voraz y más fuerte, más hecho a los combates despiadados;
pero, ahora, ¿a qué el recuerdo? la enormidad de su dolor lo llenaba todo... su hora presente ahogaba su pasado...
tiritaba en su soledad, como un león herido, bajo la luna triste del desierto...
¡solo! ¡solo!
no tenía patria, no tenía familia, no tenía hogar... había visto arder, desaparecer, morir todo detrás de él...
su vida era un desierto, alumbrado por un sol de sangre; las tormentas que él mismo producía, habían arrojado lejos las tablas disjuntas de su barca;
su vida era un naufragio; pedazos de su corazón flotaban sobre esa mar en furia...
y, se encorvaba, un momento, al peso de su vida, cargada de escombros, en la inanidad dolorosa de su gesto heroico, hecho a remover el cromatismo complexo de las almas, la conciencia versicolor de las multitudes, que seguían los senderos parabólicos de su palabra hacia la luz...
todo, todo, había desaparecido del cielo tempestuoso de su vida, como esas bestias quiméricas de jaspe, que el crepúsculo finge, acurrucadas, en el lejano horizonte, bajo el cielo nocturnal, y el viento de la tarde esfuma en un gesto, lento y abrumador de muerte inexorable;
todos los que él amaba habían muerto, para la vida o para su corazón... la tumba o el Olvido los habían tragado a todos...
sólo su hijo, Germán Bauci, un pecado de juventud, cuasi de adolescencia, vivía en su corazón y al lado de él, siendo el único ser en quien se complacía todo el amor de su alma, violenta y temeraria;
aquel amor, era para él, todos los amores;
su pasado, su presente, su porvenir, se sintetizaban en él, y vivían para él;
el desierto moral principiaba y rodeaba aquella pasión única y absorbente; su gloria misma, estaba de rodillas ante ella; ¡no se es nunca bastante fuerte contra el amor!... ¡se reencarna para vencer, como un mito de viejas teogonías!... ¡la madre, la mujer, el hijo!... ¡siempre el amor! ¿es que no se puede vivir sin él? ¿no puede vencerse su maldita esterilidad? nuestra intensa miseria interior está desarmada ante él;
todo corazón es una llaga;
y, Leonardo Bauci, pensaba en toda su vida de abnegación, de sacrificios, de ternura, consagrada a aquel ser, que había engrandecido bajo sus ojos, como una planta idolátrica ante la cual su vida atea, había sido como una oración perpetua, como una palabra enorme de adoración;
y, recordaba el largo y estremecido proceso, que había debido sostener para arrancarlo al amor y a la codicia maternales, que soñaban atar con él una pasión fugitiva, o asegurarse una ventura monetaria...
y, le parecía aún verlo, cuando por ministerio de la ley le había sido entregado, viniendo a su casa en brazos extraños, dormido entre encajes, blondo como una estrella; entrando en su vida como una aurora de oro, para disipar la monotonía magnífica, de su existencia austera y solitaria, y embellecer esa brutal soledad, donde germinaba la poemización difusa de sus sueños;
su paternidad había sido impetuosa y ardiente como todas sus pasiones; aquel niño llenó su vida;
se aisló en el culto íntimo de su amor, como en un dominio misterioso y deslumbrador, donde su alma de lucha venía a reposar, a la sombra de esa cuna; y fueron las grandes fiestas silenciosas de su corazón...
la infancia de Germán había sido robusta y feliz, y su alma había sido guiada por él, en sus primeros tanteos hacia la vida y hacia la luz;
ninguna influencia extraña había deformado aquella alma, que se alzaba recta hacia la verdad, como la flecha de un templo, en la claridad de un cielo matinal;
y, había sentido el orgullo de su obra, porque su hijo, había llegado a los veinte años, bello como un Apolo, uniendo a la grande armonía exterior de su belleza, el tesoro enorme de una alma fuerte, pertinazmente imantada hacia los altos sueños de la vida;
él, había tratado sobre todo, de vigorizar su alma, despertando en él, la fiebre heroica que hace de la vida un poema cantante, del cual cada estrofa es una acción...
y, he ahí, que esa fiebre heroica, que había hecho la desgracia y la esterilidad de su vida, le arrebataba ahora su hijo...
¡ahora, que él, se apoyaba sobre su corazón como en una fuerza! ¡ahora, en el crepúsculo de su vida, cercano ya a la hora triste de las grandes tinieblas! ¡era ahora, que ese único astro de su vida desaparecía en el horizonte!...
¿la noche, pues, sería completa?
a esta sola idea, el padre pensó, con un rencor feroz, en la diosa insaciable que le había arrebatado su hijo; ¡la diosa implacable y brutal, a cuyo culto había él consagrado su vida toda!... ¡esa diosa, que enloquecida por su palabra, había devorado los hijos de los otros, se vengaba hoy, devorándole su propio hijo! era del contagio de su verbo, que su hijo había sido herido, ¿por qué quejarse? si él, lo había preparado para la demencia del sacrificio, ¿por qué desesperarse ante el holocausto realizado? la ley inflexible se cumplía;
su hijo había sido un héroe rebelde, ¿por qué gritar ante ese heroísmo, él, el cantor de esas heroicidades y el sembrador de esas rebeldías?: todo fructificaba bajo su palabra: todo: hasta ese inmenso dolor...
—Sufrir, sufrir, sufrir—, gritó su corazón, que sentía el naufragio de toda su vida en ese florecimiento de su verbo;
y, una sensibilidad desconocida hasta entonces, tocó vagamente su alma, como el ala fría de un pájaro marino; como un estremecimiento de la muerte;
y, su grande alma temblaba, como bajo la impresión de su corazón puesto al desnudo... ¡su corazón tenebroso, que temía al enternecimiento, como a la caricia luminosa de una debilidad!
el dolor hace más lúcido, más visible nuestro pasado, y se siente una sensación voluptuosa de contemplarlo, como en un vértigo, desmesuradamente;
y, él veía toda su vida de amor paternal, vida de sacrificio, porque, ¿qué cosa es el amor sino un sacrificio? sacudida, por este gran viento de infortunio, como un harapo de miseria;
y, temblaba ante ella, como ante una soledad;
y, le parecía ver a su hijo, dormido en la cuna, bajo la red luminosa de sus cabellos de oro; y, el poema blanco de su infancia, y el florecimiento de sus sonrisas, que llenó su vida entera...
su adolescencia grave y suave como un primer día de primavera; las noches de estudio inclinado sobre los libros y sobre la vida; y, luego el despuntar de aquella juventud, alegre y sana, llena de una lealtad desmesurada;
y, creía verlo, como meses atrás, vagar por aquel apartamento hoy desierto, llenándolo con el ruido de su juventud, entusiasta y gozosa;
y, le parecía sentir aún la impresión de los brazos fuertes, y de los ojos tristes, cuando estrechándolo sobre su corazón, le había dicho ¡ adiós! en la Gare Saint-Lazare, al separarse para ese funesto viaje, al Continente lejano;
¿por qué lo había dejado partir?... era él, quien lo había enviado, para ver de salvar los restos de un exiguo patrimonio...
y, cuando lo esperaba de regreso, había recibido la primera carta, anunciándole que partía para la guerra, en defensa de la Libertad, que él: le había enseñado a amar profundamente...
y, días después, el laconismo trágico del telégrafo diciéndole: Germán ha muerto en la batalla deLas Rosas, como un héroe...
¡como un héroe!...
¡su verbo hecho carne, se expandía en un florecimiento de muerte!
y, su corazón sombrío, veía claramente la expiación, y no se rendía, desafiando aún al dolor, como a otra divinidad;
y, su cólera contra el Destino, engrandecía confusamente, en el silencio profundo, en el ritmo neutro de las cosas que morían en el crepúsculo, bajo el camafeo taciturno de los cielos, como en una transubstanciación;
y, se erguía, en una especie de inmensidad, en la palpitación netamente humana de la noche, como en un recogimiento...
y, quedó como deslumbrado, a causa del esplendor mismo que había en su corazón...
¡Solo, ante el silencio de las estrellas!... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
En la insondable acritud de su dolor, se puso de pie; anduvo como un somnámbulo, se acercó a la ventana, y reclinó su frente fatigada contra el cristal...
sobre horizontes dramáticos, la tarde había sucumbido gloriosamente, en cielos bituminosos, como cielos de castigo;
una calma rumorosa, oceánica, se desprendía de la gran ciudad, movible bajo la niebla;
las cúpulas plomizas se alzaban bajo el reflector estelar, y parecían dilatarse aún, en un inmenso sueño, alzado a lo infinito: eran como una fuga de quimeras, escapadas a la taciturnidad triunfal;
los campanarios se perfilaban en el vasto silencio, como grandes juncos lagunarios, prontos a inmergirse en las tinieblas, y se esfumaban, en la tristeza ilúcida de los cielos, teñidos de un tinte de agonía;
grandes calmas cristalinas, como de estanques lunares, adormecían las cosas, en la lenta transfiguración de la hora;
y, el último rayo del sol, pálido como un crisópalo, brillaba con una luz argentada, sobre los árboles cercanos del Luxembourg, acariciando las cornisas del Palacio, con una caricia blanca, y adornando, como una corona de argento, la vetustez austera del Odéon;
las manchas de nubes sardónices, fingían películas de naranja, sobre el cielo, de un gris entibiecido, que se extendía en una vaguedad ondulosa, fugitiva, sin horizontes…
la última luz solar, moría bajo la lluvia, una lluvia menuda y lenta, que envolvía las cosas en la opacidad confusa y traslúcida de una gasa opalina, llena ya de los colores de la noche;
la plaza del Odéon, casi desierta, parecía temblar con su pavimento negro, bajo los focos de luz eléctrica, que fingían en el suelo húmedo, un tapiz de abejas de oro;
y, en el extraño fervor de su pena, y la realidad netamente humana, su dolor se alzaba ante él, distinto y claro, como un gran cuerpo sangriento, en el salvaje horror de las cosas indiferentes, como muertas, llenas de una incurable atonía;
y, en la inclemencia hostil de la noche devoradora, sintió venir hacia su corazón, un gran viento de inquietudes, cual si el cielo estuviese lleno de amenazas superiores;
y, no tembló;
en lo absoluto de su dolor, su alma permanecía erecta ante lo Infinito; solitaria como una cima; amarga como una imprecación;
en esa alma, altanera y hermética, la tristeza tenía el ademán imperativo y soberbio de un gran gesto de cólera;
el pavor del ánimo, el miedo a las perspectivas en desolación de la vida moral, no asaltaban su espíritu, hecho a las obscuridades de la pena y del misterio;
su tristeza, no era la fiuidez brumosa de ciertas almas; era una como sensación roja, desplegándose en el manto imperial de los grandes corajes; él, no sabía del sollozo; a manera de los leones, no sabía sino rugir; ignoraba el gemido; no poseía sino el grito estridente de las grandes águilas;
su corazón como un pelícano inmortal manaba sangre, pero no se rendía ante el Dolor; ¡el Dolor! ¿es que él ignoraba algo del Dolor? ¡oh, si lo dijera su corazón!
en ese Calvario, elocuente y luminoso que había sido su vida, ¿qué peripecia de la angustia había faltado en su ascensión estoica y desdeñosa, por la cuesta agrietada y sombría? ¿qué grito de plebe no había desgarrado sus oídos? ¿qué insulto fariseo no había caído sobre su nombre? ¿qué maldición de sacerdote, qué sentencia de escriba no lo habían perseguido? ¿qué saliva de sayón, no había sido lanzada contra su rostro? ¿qué mano de sicarìo, no se había tendido amenazante hacia él?...
de Judas, había recibido cien veces, el beso tedioso y frío: Juan, cuya cabeza efébica, se había dormido sobre su hombro, lo había vendido también, y con su boca de Evangelista adolescente, había insultado a su Maestro... todos lo habían abandonado en su ascensión lúgubre hacia la Gloria;
y, él, había vencido;
había descendido por los senderos de ese Calvario, más agresivo que las turbas mismas, apagando los gritos de la plebe, con el tumulto de sus propios gritos, sellando con el puño los labios difamadores, cortando con la espada de Maltus, las manos agresivas, que osaban amenazarlo, e hiriendo en la cabeza, con los brazos de su cruz a aquellos mismos que habían querido crucificarlo;
no, él, era un temperamento de Apóstol, pero no un temperamento de Mártir; era el Cristo de su siglo, un Cristo apasionado y viril, hecho para el campo de batalla, y no para el holocausto del martirio; un Cristo-león, para el combate, no un Cristo-oveja para el sacrificio; Cristo de agresión, no Cristo de resignación; era hecho para imperar, y para castigar, para ser aclamado y no para ser crucificado; él, moriría combatiendo, no moriría perdonando; eso no; él, era un Cristo de Venganza, no era un Cristo de Perdón; su sangre, era sangre de victoria; no sería sangre de derrota estéril;
así, era una cólera sorda y tenaz, la que invadía su espíritu en esta hora de dolor, y, mudo ante la inmensidad de su pena, expiaba el crimen de haber amado; el amor de su hijo lo torturaba;