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«Lirio negro» es la tercera parte de la trilogía de novelas El Alma de los Lirios de José María Vargas Vila. Flavio Durán y su hijo Manlio se enamoran de Germania al mismo tiempo y se enfrentan por conseguir el amor de la joven, pero Aureliana acaba revelando que Flavio y Germania son padre e hija.
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Seitenzahl: 215
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
EDICIÓN DEFINITIVA
Saga
Lirio negro. Germania
Copyright © 1930, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680461
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
Este: «Lirio Negro»; es el último;
y, acaso el más cruel y más doloroso de esa violenta Trilogía de Pasión, que yo, he llamado:El Alma de los Lirios;
el jugo sutil, peligroso y enervante que a manera de un zumo de liriodendrina se escapa de ese bouquet de irídeas, melancólico y trágico, obtiene aquí el summum de su condensación;
su historia es la misma historia de sus hermanos anteriores, apasionados y reales, escritos bajo la presión dolorosa de estados de alma que me obsesionaban, ya que no por vividos, por vistos vivir, o por saber que se vivieron;
mi violenta pasión de psicólogo, llega aquí hasta los últimos extremos, penetrando en el campo abstruso de la patología;
el documento humano que yo estudio, obtiene en este libro su descifración completa;
llevo a los últimos extremos el análisis del alma-tipo, que he creado;
¿novela patológica?
sea;
neurológica;
¿por qué no decirlo?
invadir el campo de la Ciencia, con sus creaciones, es cosa sucedida a todos los novelistas, creadores de obras vastas y complejas, como encontrarse en predios ajenos, es suceso común a los cazadores atrevidos, en el fervor de la caza;
el novelista, como el cirujano, deben holgar en atrevimiento y, en serenidad, para que no tiemblen en sus manos la pluma ni el escalpelo al hundirlos en el objeto de su estudio y, poner al desnudo el alma o la entraña que analizan o sobre la cual operan;
describir con valor un carácter y aun con brutalidad, si es necesario para el desarrollo del drama;
ir rectamente y sin subterfugios al desenlace de su Obra, a la fatal solución impuesta por la inexorable lógica del tema, cualesquiera que sean las resultantes de ese atrevimiento, es el deber de todo novelista que se respete y, tenga viva la conciencia de su Arte;
eso hago yo, en este libro, sin temores y sin rodeos al describir la decadencia lamentable del tipo de selección y de degeneración que forma la figura central de esta novela;
no retrocedo ante ninguna audacia, cuando ella ha de marcar una de las modalidades congénitas del tipo que novelizo;
ser un historiador de almas, es el deber del novelista nato, hecho a ser el anatomista despiadado de los espíritus;
y, la historia no se preocupa de saber cosas del Bien ni del Mal, aunque de ambos suela exhibir modelos, ni se detiene ante el objetivo que enfocan sus sujets, para saber si ellos forman en la élite de la más pura Eugenesia, o desbordan hacia los campos de la más baja animalidad;
todo entra en el dominio del Arte puro, y se purifica al contacto con el Arte;
la pasión, es el alma de este libro;
¿pasión morbosa?
asi la hallé en la Vida; y asi la describí;
yo, no soy un escritor de hagiografías;
éste es un libro intelectual y, para intelectuales, porque es con sus dos hermanos anteriores, la Vida de un Intelectual;
eso es Flavio Durán: un Intelectual artista, y, un Artista intelectual;
el rebaño recién desbabado, de primeros comulgantes de las letras empeñados en buscar obras de piedad y de fe, repletas del vicio mental obscuro que regurgita en toda obra religiosa aun en el más inocente antifonario, no tiene nada que ver con este libro, como con ningún libro mío;
no debe leerlos;
yo, no soy un escritor para seminaristas viciosos, ni para lecturas de Refectorio, en greyes monacales;
no soy bastante corrompido, ni bastante corruptor para ello;
mis libros son puros, porque están exentos de toda Moral;
la Etica está inexorablemente proscripta de ellos, como una cosa malsana, como un terrible productor de vicios, que enferma con su relente de pantano a toda alma que la respira;
¿qué esta Obra es una Obra cruel?
como toda Obra de Verdad:
la Vida es la Crueldad Suprema;
¿es una obra real?...
¿fué vivida esa Vida?
¿qué aumenta ѳ qué quita esto a la trágica grandeza de la Obra?
El Amor exquisito del matiz, no es sólo una pasión de pintores; es también una pasión de psicólogos;
los retratistas de almas la poseen hasta la aberración;
el rostro turbado, complicado, doloroso, de ciertas almas, apasionan a los historiógrafos del espíritu, hasta ser en ellos una dolorosa obsesión de la cual no pueden librarse sino externando esa visión, reproduciéndola con la pluma, sobre el papel, como un pintor reproduce con su pincel sobre el lienzo, el rostro de un modelo; o el de una visión interior que lo domina;
el matiz de las almas;
¿quién decir puede su infinita gradación?
desde la acromía pasiva, que es la candidez de ciertas almas blancas, al azul intenso,luminoso de otras, y, al rojo violento o el negro trágico de algunas, ¿quién podrá marcar la compleja sinfonía pictural de esos cuadros de pura psicología, que forman un drama, una novela, o el fondo asolador de una tragedia?
hay pintores psicólogos: los retratistas;
hay psicólogos pintores: los novelistas;
si no sois nacidos para esto último, os moveréis en vano, en el universo de las almas sin poder asirlas, comprenderlas, y, reproducirlas en la complejidad desnuda de sus gestos;
el matiz de sus sensaciones, la gama cromática de su escala pasional, los gestos ocultos de su psiquis, nada de lo que es ese fenómeno de refracción egocentrista y vagamente reflejo que es una alma, os será revelado;
el mundo es una clínica de almas, en la cual los grandes psicólogos, saben hallar sus modelos, y, si ese psicólogo es un artista, sabe reproducirlo, revelando o creando tipos inmortales;
escoger sus almas-tipos;
¿escoger?
dije mal;
aprovechar los tipos de almas, que se ponen ante él, como ante un objetivo, y pintarlos en su absoluta y admirable desnudez;
eso he hecho yo con todos los tipos de mis novelas;
engrandeciéndolos;
embelleciéndolos;
sea;
pero dentro de la más estricta realidad;
un Museo de Almas;
ésa es mi Obra de novelador.
El Arte tiene su Inexorabilidad fatal, como la Ciencia;
no se puede huir de ella, no se le puede evitar sino haciendo traición al alma de la Obra;
mutilándola;
siendo el jabalí que mutiló a Adonis;
y,
porque yo, no he tenido esa cobarde debilidad;
porque he sido fiel al desarrollo inevitable de mi creación;
porque no deshonré mi Obra aplicándole la cuchilla anafrodita de la Etica;
porque dejé cumplirse inexorable el sino científico, el sino fatal...
por eso fué culpable este mi libro;
por eso se le atacó tanto;
por eso todos los batracios de la Crítica lo insultaron en coro;
y después de Ibis ninguna otra novela mía, ha sido tan insultada como ésta;
por eso la amo tanto;
y, gusto en rememorar acerca de ella;
y, recuerdo;
que:
fué escrita como El Lirio Blanco, y el Lirio Rojo sus hermanas, allá por los años de 1901 a 1902, en Roma y en Florencia;
que viajó conmigo por New York (1903);
y, estuvo en España (1904);
y, vió la luz pública en París, en ese mismo año;
y, fué desglosada en 1917 en Barcelona, para formar con El Lirio Blanco, el libro Vuelo de Cisnes publicado por la Casa Editorial Sopena;
y, que corregido, aumentado con el Diario Inédito, de Flavio Durán, a bordo delBritania, y ornado de este Prefacio entra a formar en la Edición Definitiva de misObras Completas;
lo he releído con un grande amor, después de tantos años de escrito;
ahora, que no soy joven, he besado con pasión, esta flor nacida en los jardines ya remotos de mi juventud;
y, ya próximo a entrar en la Eterna Noche he puesto sobre mi corazón este Lirio, nacido bajo el sol esplendente de la mañana de mi Vida;
apasionado;
trágico;
cruel;
y, lo envío a saturar con su perfume el alma de aquellos que me leen;
ávidos de Ensueño;
de Belleza;
y, de Amor.
Vargas Vila.
1920.
(GERMANIA)
Sobre mis labios ya no se refleja la sombra del beso, y muerto está el sol de las sonrisas;
¿diré con ellos la lenta agonía de mi corazón?;
¿contaré el reflejo perdido de mi pensamiento sobre la onda estancada, muda y lúgubre de mi vida, donde duerme el fantasma de mis grandes sueños apasionados y lejanos?
el recuerdo, engrandece en la sombra santa y se refleja en mi alma como un rayo de luna en las pupilas turbias de un cadáver;
¿diré yo las voces de misterio, los lloros infinitos con que habla a mi corazón?
el olvido de la hora antigua sería la ventura posible de mi vida;
¿he de recordar su resplandor puro y fatal, para que brille sobre el horror de mi inexorable noche?
¿recordaré mi vida, desde el día en que hace tantos años, abandoné mi hogar, expulsado de él por la cólera paterna, y fuí a Italia y aprendí la pintura, y llegué a ser triunfador y célebre, y la Gloria coronó mis sienes con el laurel que es hoy una irrisión?...
¿haré revivir en mi memoria, aquellos años de pasión y de esplendor, en que embriagado con mis triunfos, mi vida fué como un poema tumultuoso y grandioso, en el cual cantaran todas las pasiones, un coro de cosas triunfales y divinas?
¿evocaré aquella hora trágica y fatal en que se rompió mi Vida, cuando fuí herido en plena gloria, y — por qué no decirlo — en pleno genio?
¡herido y mutilado para siempre!...
¡la hora en que me hice un fantasma de mí mismo, condenado a vagar sobre la tierra, bajo el cielo inmisericorde del Olvido!
aquella hora decisiva y criminal, en que una querida celosa, entrando en mi estudio de pintor, arrojó el vitriolo sobre el rostro de una mujer muy amada que me servía de modelo... y puse mis manos ante el rostro adorable para protegerlo, y ardidas fueron mis manos;
y, cayeron mis manos en pedazos, ante el Ídolo desnudo, hecho también una lepra viva, imposible de mirar;
mis manos victoriosas y gloriosas;
y, con mis manos se quemó mi Gloria, como una mariposa de Ilusión;
y, condenado fuí a vagar sobre la tierra, persiguiendo el fantasma de mis sueños irrealizables; obsesionado por mis visiones de Arte, que me siguen como un cortejo desesperado; como aquel coro de oceánidas, que intentaban consolar a Prometeo, sin poder salvarlo;
y, agitados y perturbados mis nervios hube de encerrarme en una Clínica hasta ahora que salgo de ella para volver al mundo, apoyado en el brazo de mi hijo, de este niño, fruto de mi brutalidad, concebido en el vientre de una pastora del Agro Romano, que violada por mí, se negó a lactario y con un rencor de loba lo dejó un día abandonado en mi estudio de pintor en Roma, y vacilé largo tiempo, en matarlo o conservarlo;
y, tuve la cobardía de no matarlo;
y, él, es mi lazarillo y mi consuelo, en este largo viaje más triste que el de Edipo, y más desconsolador que el de Lear;
¿narraré las aventuras de este peripleo, de la angustia, en que iré marcando mis pasos sobre las cenizas de mis sueños?
¿despertaré mis recuerdos, que cantan como un coro de sirenas trágicas, en la playa remota de mi pasado, queriendo hacer oír sus voces, en este crepúsculo de mi vida, en que agonizo bajo los rayos de un sol sin esplendor?
no, no, yo no siento el valor de escribir las memorias de estos días fatales, cuya tristeza sin embargo me atrae, con el prestigio de un sueño insensato;
¡escribir! ¿es que mis manos mutiladas, pueden hacer el gesto noble de quien traza los círculos de su alma sobre el papel, como se desfloran rosas pálidas, en una cámara fúnebre, llena de la presencia visible de la Muerte?
como cálices de flores, llenos de tinieblas, las cosas de mi vida se muestran a mi corazón; mas ¿cómo decirlas?
¿cómo romper su virginidad claustral, su amplio velo de misterio, con estas mis manos horrorosas y deformadas?
¿cómo escribir los sueños de mi corazón?
la Type writer, la fría máquina ideada por los hombres, para la reproducción de sus ideas mercantiles, esa máquina inerte, que yo tengo al frente, ¿podrá reproducir la dulce sonoridad, la belleza tierna de las cosas que modulan en el azul de mi alma, los pensamientos que como mariposas nocturnas volotean en mí y cantan con los sonidos alterados de una flauta en el silencio de una selva?
en la Clínica, habitué mis muñones, a moverse sobre este teclado como si fuesen dedos, y dos años de práctica me permiten manejar esta máquina, con asombrosa rapidez;
¿contaré a ella y por ella, mi vida de abatimiento y soledad, desde ahora que dejando a París, y sólo con mi hijo, voy a peregrinar por el mundo, hasta caer en mi antigua casa paterna, como en una gruta de la muerte, llena del rumor de mis tumultos encadenados?
no, yo no puedo escribir ya, libro de confidencias, ni de memorias;
esparciré aquí y allá, notas ligeras, fragmentos de mis emociones, vagas cosas de mi pensamiento, y como ramas sin follaje, proyectadas sobre la nieve, se verán así también reflejadas, las horas silenciosas de mi corazón;
como un pájaro ebrio de lágrimas, mi alma canta a la orilla del crepúsculo...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
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Dejar después de tan larga permanencia en ella, la Casa de Salud, en que me refugié después que fueron amputadas mis manos, ha sido, una gran liberación para mi espíritu, que se creía el prisionero de aquellos muros, blancos como los muros de una tumba;
me parece que con las cenizas de mis manos dejo allí las cenizas de mi Vida;
fué esta mañana, que dejé la Casa Hospitalaria, oculta entre el candor pastoral de sus macizos de árboles, y, la calma arcádica de sus amplios campos glaucos, donde el Silencio y, la Soledad extienden sus grandes oriflamas de Paz;
y, las fuentes murmuran una vieja rapsodia, de cosas olvidadas, sobre la juventud perenne de la tierra;
fué una salutación de blancuras la que me despidió;
blancuras de las tocas de las religiosas, en cuyas cornetas parecían albergarse y reflejarse la pureza de sus almas;
blancuras de los delantales de enfermeras y practicantes que en larga fila me decían sus adioses...
adioses blancos, como un batir de alas de alciones, sobre la tormenta de las olas donde acaba de hundirse un buque náufrago;
blancuras que se hacían rutilantes en el esplendor de la mañana sensual y turbadora, como llena de un gran soplo de amor;
la denuncia de mil besos, parecía atravesar el aire, en un torbellino de pasión;
al dejar aquella casa de quietud y de humana misericordia, donde después de amputadas mis manos había pasado las largas crisis de la enfermedad mental que me había llevado al borde de la locura, sentí una momentánea ola de melancolía invadirme el corazón;
aquella casa había sido mi refugio contra el Dolor, contra la Muerte, contra la Maledicencia;
cuando después del terrible drama que rompió mi Vida, fuí llevado allí porque salvado de este peligro la neurastenia me invadió hasta hacerme presa de verdaderos accesos de demencia, sus empleados guardaron el secreto hasta donde les fué posible, rebeldes a toda interview, y negándose a dejarme ver de nadie en el fondo de mi desgracia inclemente;
si durante los dos años que duró este calvario de mi razón, los diarios, ansiosos de algo sensacional, llegaron a hablar de la locura de Flavio Durán, y, contaron cosas inverosímiles sobre la demencia del Artista laureado, y el naufragio lamentable de su genio, no fué nunca por indiscreciones del personal de la casa benéfica, sino cediendo al ímpetu de la fantasía, aguijoneada aún más por el misterio de que se rodeaba mi enfermedad;
cuando ya dominada la funesta crisis, un sabio ortopedista parisino hizo las manos artificiales de que hoy me sirvo, ¿no llegaron los diarios a describirlas, con mecanismos y resortes, de que carecen, poniendo en ello tal minucia que se diría haberlas visto?
y, luego, cuando se supo, que con esas manos, yo había llegado a dominar la máquina de escribir, y, escribía en ella mis Memorias, ¿no llegaron en su insensatez hasta decir, que yo ensayaba de nuevo manejar los pinceles con esas manos de celuloide y, que preparaba un cuadro para la Exposición, que sería el clou del próximo Salón, si era admitido en él?...
y, como para obstruccionarme ya el campo de una victoria cierta, terminaban diciendo que ése era el último esfuerzo de la demencia de un hombre que había tenido genio...;
declarándome loco aseguraban la derrota de un cuadro que yo no había pensado pintar, por la única y decisiva razón de que no puedo pintarlo;
recuerdo que esta noticia trajo a la Casa de Salud, nubes de reporteros, que no fueron recibidos, y, que se retiraron diciendo que las monjas me tenían secuestrado para obtener mi conversión;
¿cómo no amar la noble casa que curándome mis dolores físicos quiso rodearme de un muro de quietud, del cual tanto necesitaba mi pobre alma turbada?...
al decirle, ¡ adios! con un gesto de angustia, yo puse mi corazón en las manos que le tendía;
no me hallé solo al salir de la Clínica, que había sido mi único hogar en esos años de naufragio de todo mi ser físico y moral;
me hallé frente a frente de mi hijo, que venía a recibirme acompañado de un Profesor del Instituto en que se educa.
Manlio, ha engrandecido enormemente;
traspasando apenas los umbrales de la adolescencia, se viriliza precozmente, en su físico y en sus actitudes;
es bello, de una belleza varonil, que se anuncia conquistadora;
no hay dulzura sino en sus ojos, unos grandes ojos negros que se dirían suaves y sedosos como flores del malacanto, llenos de una bruma de ensueño, como si hubiese apurado una solución de narceína, y, estuviese bajo su influjo letárgico;
hay una rutilación de cosas indescifrables, en su mirada, que a veces se diría siniestro;
durante todo este tiempo, yo no he visto a mi hijo, sino muy intermitentemente, cuando las crisis de mi salud lo permitían;
era la sola persona que se estaba autorizado para dejar llegar hasta mí;
y, eso en los días en que mi salud aparecía como normal;
quise ahorrarle siempre el espectáculo de mis crisis lamentables de neurastenia;
al verme salir de la Clínica, me abrazó con una efusión de cariño, en la cual palpitaba la sinceridad;
el Profesor, que lo acompañaba para hacerme entrega de él, me miraba con gran curiosidad, como para convencerse de que yo estaba en pleno uso de mi razón;
parecía como si temiese por su discípulo;
cuando Manlio me abrazó, creí que su alta silueta me velaba el sol, que me robaba la luz;
me sentí diminuto entre sus brazos; y, me separé violentamente de ellos;
su salud y su juventud me exasperan;
me parece que ha hurtado las mías;
al lado suyo, siento que he envejecido hasta la decrepitud;
el uso de los narcóticos me ha hecho magro, mis cabellos empiezan a caer, y, mi hermosa dentadura vacila;
mi vejez prematura se parece enormemente a la decrepitud;
¿a dónde mis antiguas elegancias?
hay que recobrarlas;
hay que reaccionar contra esta decadencia;
pensando en eso me toqué el bolsillo del traje, con angustia, para ver si había olvidado la jeringuilla y, la morfina, cuyas inyecciones, es lo único que calma mis agudas cefalalgias;
cuando el carruaje que nos llevaba, entró a París, yo cerré los ojos;
no quería ver la gran ciudad; la tigresa que había devorado mis sueños y mi juventud; el teatro de mis triunfos, y de mi derrota definitiva, irremediable;
no los abrí, sino ya en el vestíbulo del Hotel, cuando no podía ya ver las calles, los anillos de la gran sierpe que se me había enroscado a la garganta para estrangularme;
el Profesor parecía inquieto de este gesto mío y miraba azorado a Manlio, que lo tranquilizó con los ojos;
después de comer con nosotros el Profesor partió;
la casa de mi comisionista nos envió un empleado suyo con los pasajes de ferrocarril, al Havre y los del vapor que debe llevarnos a New York;
regreso a la Patria, a la tierra hostil que no ha perdonado mi gloria, y, cuyos diarios han sido los más encarnizados difamadores de mi infortunio;
voy a esconderme en sus selvas; y a morir en ellas;
la Naturaleza es lo único piadoso que hay para mí en aquellas latitudes;
el estado de mis nervios, no me permite la larga travesía directa;
por eso vamos vía New York;
reposaremos unos días en las playas de Cartago...;
al dejar el Hotel, he cerrado de nuevo los ojos, y no los he abierto sino al llegar al wagón;
he atravesado el vestíbulo y el andén de la estación, con los ojos cerrados, apoyado en el brazo de mi hijo, y de Carlos, un enfermero de la Clínica, que ha querido acompañarme sirviéndome de ayuda de cámara;
cuando el tren partió, cerré de nuevo los ojos, para no ver la ciudad que huía detrás de mí, y, no los abrí sino ya en pleno campo, ante el panorama espléndido, lleno del amor misterioso de la Noche que venía...
el Havre...
el aullido del mar...
un horizonte gris, de cenizas y de oro;
buques innúmeros, como una bandada de falenos abatiendo el vuelo sobre una copa de ámbar repleta del vino obscuro de Falerno;
el Britania, el gran Transatlántico que ha de llevarnos, dominándolos a todos, con su mole insolente, como un farallón de acero;
llegamos a él;
entro en mi camarote como en un sepulcro;
me hago desvestir y, me acuesto en la couchée;
para evitar el mareo, me aplico una inyección de morfina;
doy orden de no ser molestado ...
oigo el ruido del mar que se aleja como en un ritmo lento... que muere...
y veo el horizonte, a través de los cristales del ventanal, como desde el fondo de una cripta;
las cosas se hacen diáfanas, leteas...
dejan de ser.
* * *
Ya no es el canto de los pájaros lo que me despierta en la mañana cándida; es el roulement de las olas, que golpean el cristal de la claraboya del camarote, llenando mi soledad con clamores de Infinito;
ya no son los jardines de Neuilly, donde en la palidez de los paisajes impera el amor desenfrenado de las rosas, los que vienen a llenar mi estancia con la embriaguez de sus perfumes, en los cuales, al hálito tibio del río parecía mezclarse el alma divinamente triste de los lises;
es el olor salobre del mar, con su fetidez de algas podridas, el que viene a ofender los cartílagos de mi nariz, saturándolos de su amarga vaporización;
es este insoportable relente de yodo, el que viene a expulsar de mi camarote, el alma cariñosa, suave y aristocrática de los alcaloides que lo pueblan, tendiendo sus tenues alas letárgicas sobre mí, para protegerme de las crueldades de la Vida;
dos días deliciosos, bajo el sopor de la morfina, esa querida adorable, que nos duerme sobre su seno, y, no quisiera nunca despertarnos; esa madre consoladora, que nos mece en sus brazos, y nos da una Vida sin dolores, y, una Muerte sin agonía;
dos días he vivido bajo su encanto, como si estuviese en el fondo del mar, envuelto en el sudario verde claro, de sus ondas lenificantes;
y, cuando abría los ojos, me parecía que una atmósfera blanca y, radiosa me rodeaba, y sentía la impresión de estar dormido en una urna de cristal que los rayos de la luna hacían iridescente como un ópalo;
los rostros de mi hijo y de mi ayuda de cámara, que venían a verme consternados, se me aparecían como desprendidos de sus cuerpos, flotando en una atmósfera verde, como cabezas de gnomos guillotinados que yaciesen conservadas no en alcohol, sino en el fondo de una copa de ajenjo;
en uno de esos momentos, tuve el ímpetu de querer salvar a mi hijo, metiendo el dedo meñique en la copa para extraerlo de ella, y, sentí que la cabeza se me adhería al dedo mordiéndome tan fuertemente, que experimenté un verdadero y agudo dolor;
sacudí fuertemente el brazo, para librarme de aquella cabeza de gnomo que me mordía, y con la violencia de ese movimiento tumbé al suelo una mesilla puesta cerca de mi lecho, la cual contenía un servicio de café y algunas viandas que yo no había tocado;
apenas si me apercibí de esto, porque el gnomo que yo había extraído del fondo de la copa, adherido a mi dedo se hacía largo, glutinoso, informe, mitad anguila, mitad crótalo, y viscoso, nauseabundo, se prolongaba indefinidamente como una tenia, hasta tomar la forma de una serpiente húmeda y extraña que se me enroscó al brazo y, ascendiendo llegó hasta el cuello, y se me envolvió a él, como para estrangularme;
yo sentía bien la impresión fría de sus anillos membranosos, sus secreciones repugnantes me rodaban por el pecho, y veía cerca a la mía, la cara horrible de la bestia, que me miraba con unos ojos de basilisco que eran sin embargo unos ojos de mujer, e iba a morderme con su jeta enorme y roja, que no era la boca de un reptil sino la de un anfibio repugnante que tenía la forma de un sexo de mujer;
me sentí verdaderamente ahogado por los anillos del monstruo y, salté del lecho, dando grandes gritos de angustia;
vinieron en mi auxilio;
mi hijo lloraba;
él, y, mi criado apenas bastaban para contener mi exaltación y dominar mi crisis nerviosa;