Lirio rojo. Eleonora - José María Vargas Vilas - E-Book

Lirio rojo. Eleonora E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«Lirio rojo» es la segunda parte de la trilogía de novelas El Alma de los Lirios de José María Vargas Vila. Flavio Durán se enamora de Eleonora, pero entre ambos se interpone Ettore, quien siente un deseo platónico por su hermana y una atracción homosexual por Flavio. La tensión de sentimientos de los tres personajes origina la tragedia.

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Seitenzahl: 290

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Lirio rojo. Eleonora

NOVELA DE VIDA ARTÍSTICA

Saga

Lirio rojo. Eleonora

 

Copyright © 1895, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680454

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PREFACIO

PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA

Eran días bien bellos para mi ambición aquellos en que escribí este libro;

me agitaba el frenesí del Triunfo;

en los agrios senderos del combate, los laureles jóvenes me ocasionaban gratas fruiciones acariciando mi frente;

no me había sido dada aún esta triste gloria de vencer, que ha hecho después tan desolada mi vida;

y, ésta, tenía muy bellos horizontes llenos de un esplendor solar;

yo, tenía aún enemigos para combatir, ya que no tuve nunca rivales para vencer;

el Destino me privó de la grata sensación de tener émulos en mi época;

era Diplomático en Roma ( 1 );

ajeno al anfitrionismo elegante, que es el alma de la Diplomacia actual, no exasperaba mis gastralgias con ese talleyrandismo de repostería, y empleaba mis loisirs, en cosas de Arte, y en tareas de un Intelectualismo refinado y grave;

retirado violenta y definitivamente del escenario de la Política activa, y, refugiado como en un apacible exilio, en el Huerto Horaciano de las Bellas Letras, mi cosecha de novelador había sido muy proficua, en esos años en que alboreaba el nuevo siglo: (1900 a 1903);

mis grandes novelas de entonces: Ibis, Rosas de la Tarde, Alba Roja, Los Parias, aunque publicadas en París, habían sido escritas todas bajo los adorables y, luminosos cielos de Italia;

y, estos tres Lirios, también lo fueron;

¿cuánto tiempo peregrinaron conmigo siguiendo el sendero de mi vida errante?

publicados fueron, por primera vez, en París, en el año de 1904, en un solo volumen bajo el título de El Alma de los lirios;

desglosados en 1916 y en 1917 en Barcelona para ser publicados, los dos primeros por el Editor Maucci, este «Lirio Rojo», vió la luz pública bajo el nombre de «Eleonora», suprimiéndose por olvido el subtítulo de «Lirio Rojo», que le correspondía;

hoy, entra a formar parte de misObras Completas , en la Edición Definitiva que de ellas hace la Casa Editorial Sopena;

y, de revisarla he;

y, corregirla;

y, ornarla de un Prefacio;

tal como a ello me obligué con mis lectores;

en reciente circular.

El Arte está en nosotros;

forma parte de nosotros mismos;

radica en lo más hondo de nuestro ser;

como el Amor;

¿no es él mismo un Amor?...

el más violento y, a veces el más desventurado amor que puede devorar una vida?

es una embriaguez;

la única noble de las embriagueces;

los que se han hecho dipsómanos de ese divino licor, han terminado por enloquecer;

y, eso porque ya llevaban en sí, el germen de esa sublime locura de los dioses, que se llama: el Genio;

y, es el Genio el único que hace habitable la Tierra, al embellecerla con sus creaciones;

el Genio es una dinastía de Electos;

¿por qué extraño Milagro de la Psiquis puede el polen de un Dios, caer en el vientre huraño de la selva y producir en ella el nacimiento de un Genio?

la boca ruda del Misterio, no nos revela nunca ese secreto de la Divinidad;

es al contacto con la Vida, que se revela el Genio;

y, crea;

¿qué?

la Obra de Arte;

el Arte mismo;

para aquellos que hemos nacido más allá de los mares occidentales, en el corazón tenebrosa de las selvas, o sobre el suelo fecundo de las pampas, el Arte, es una Revelación;

quién la tuvo en París, quién en Atenas, quién en Roma...

esta última ciudad fué para mí, la Madre Intelectual, la madre generosa, que me abrió su seno cargado de tesoros;

y, sus divinos labios de piedra me dijeron la palabra del Enigma;

fué obsesionado por esas visiones luminosas, que escribí este libro, como escribí otros varios;

el embriagante perfume de Arte, que se escapa del corazón de la Ciudad Eterna, llena estas páginas, como otras tantas;

yo, no he podido librarme de esta saturación, que llena mi Obra casi toda, y tiene en este libro la persistencia apasionada de un amor;

el protagonista de esta novela, llegado casi bárbaro al corazón de la Ciudad-Sibila, sufrió la Transfiguración redentora, que los bárbaros de la Antigüedad también sufrieron, y se hizo lo que muchos de ellos también se hicieron: un hombre de Arte y de Amor;

¿que ya lo era?

el germen de ambas pasiones vivía en él, pero era necesario el beso de la Sirena, para que el divino rosal de las Ensoñaciones, floreciese en su cerebro y, tomase forma tangible, en la Obra de Arte;

¿que la Tragedia ensombreció su Vida?

era Inevitable...

la Vida de todo Artista verdadero, cs una Tragedia...

yo, no invento los tipos de mis novelas;

los he visto vivir;

¿dónde?

¿cuándo?

es mirando en el fondo de los ojos malos de la Vida, que se ve este confuso hormigueamiento de larvas;

es desarrollando esa larva, que se hace un tipo;

es increíble el despotismo mental, que ejerccn nuestras creaciones;

antes de nacer ya nos torturan;

yo, no me he detenido nunca a explicar el mecanismo de esas creaciones mías, ni a narrar el período de su gestación, y de su inevitable condensación en la Obra de Arte...

tendría el aire de parlamentar con mis críticos; y, ése es un honor que no les he hecho nunca;

yo, no he tenido críticos a la altura de mis libros;

el día que apareciera uno de bastante talla mental para esto, tal vez le haría yo extrañas confidencias;

por ahora, permanezco en mi altiva actitud de no defender mis libros;

es la única que conviene a la dignidad de un escritor que se respete;

la Vida es la fuente creadora del Arte, porque ella encierra en sí, todos los modelos;

reproducirlos, modelarlos, darles su sello personal, es el deber del artista;

no es posible crear nada fuera de la Vida;

todo está dentro de su perímetro inexorable;

y, el Arte, no hace sino eso;

reproducir la Vida;

embellecer la Vida...

crear nuevas formas dentro de la Forma Unica de la Vida;

en Arte, la Ficción, suele tener las mismas facciones que la Realidad;

no evocaré aquí las viejas querellas entre el Realismo y, el Romanticismo, ni he de aceptar o rebatir la brutalidad dogmática con la cual se ha pretendido encerrar en una de esas escuelas mi arte de novelador, ya que es de la historia y no del espíritu de mis libros que ha de tratarse en estos prefacios;

maravillaránse los pósteros de la facilidad pretenciosa, con que el aquelarre de la Crítica, quiso en nuestros días, limitar y encasillar en el perímetro de las escuelas la vastitud prodigiosa de ciertos espíritus que todo lo abarcaron con maestría;

limitación arbiraria que equivaldría a marcar un rumbo al vuelo de las águilas, o encauzar el Orinoco, impidiéndole invadir y dominar su muralla de selvas...

sobre el arte de novelar, he escrito mucho y, esos mis conceptos, expuestos en libros míos, años ha que hacen el viaje de los espíritus, marcando en ciertas zonas mentales, rumbos y definitivas orientaciones, en el arduo peripleo de la novelización;

de repetir no he ahora, esos mis viejos decires;

bástame con recordarlos;

de la psicología tan combatida, y — ¿por qué no decirlo? — tan incomprendida, de los personajes de mis libros, no he de ocuparme ahora;

ante mis veintidós grandes novelas, y, dos tomos de nouvelles... me detengo;

sólo Balzac y Zola, me preceden en ese camino;

y, no para hacerme sombra, sino para hacerme compañía con su acervo formidable...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

¿de este libro?

de este libro nada más he de decir...

escrito en Roma;

en 1901;

es la azucena de sangre nacida en aquel Jardín de Inmortalidad;

el alma de Roma vibra en ella;

trágica, augusta y violenta;

y, así la doy a las almas que me leen;

fraternamente...

en Espiritu;

y,

en Verdad.

Vargas Vila .

 

Al promediar el año de 1920.

¡Roma!

¿quién no ha soñado con ella como un gesto divino, hacia una cosa de gloria?

¿quién no ha quedado pensativo a la orilla de este río de Belleza y de Eternidad, en cuyas ondas lentas se ha mirado cuanto de grande, de noble y de bello, ha aparecido en los horizontes fugitivos de la Historia, en los celajes cambiantes, voluptuosos y heroicos, de los remotos cielos del pasado?

¡oh el cisne divino de las melodiosas melancolías, Fénix de perfección, espejo del milagro, donde el genio inconmensurable de las edades, ve reflejada su propia imagen, como un sol de Inmortalidad, sobre la tierra!

nada hay igual a la melancolía profunda que se escapa de la ciudad abismal, imperecedera, al deslumbramiento de divinidad, que se siente frente a aquella ruina, rosa de Eterna Vida, tendida pertinazmente hacia el rayo del Misterio;

las alas del pensamiento, se pliegan asombradas ante esta visión de inmovilidad, y las palabras y las cosas toman significación grave y profunda, como de grandes voces celestes, y flores de Infinito;

la gran Silenciosa encadena las almas, con el despliegue rítmico de sus visiones, con el manto de sus revelaciones extraordinarias, con el poder misterioso y significativo de su cielo de maravillas, desplegado como un peplo de prodigio, sobre la frente taciturna de los siglos;

tal así me sucedió a mí, cuando escapado al lúgubre drama que ensombreció mi vida, fuí enviado con Vittorio Vintanelli, a continuar mis estudios de pintura en la Ciudad Eterna;

nun bin ich endlich geboren!

¡al fin he nacido!

así exclamó Goethe, el grande Impasible, cuando su genio, escapado a las selvas de Germania, llegó a los muros sagrados de la Ciudad Vencida;

así pude exclamar yo, cuando mis ojos ardidos de llantos estériles, se posaron sobre la ciudad del dolor y de la calma, a cuya grandeza pacificadora, venía a pedir alivio para mi corazón atormentado;

¿qué podía ser el triste drama de mi vida obscura, junto a los grandes dramas pasados y vividos en el vientre monumental de aquella madre fecunda de la Tragedia y de la Gloria?

allí, las madres habían sufrido más que la madre adorada que lloraba por mí, en el oratorio de la casa campesina, ante la Dolorosa, meditativa en un nimbo de cirios y de rosas;

allí, las vírgenes habían sufrido más que aquélla, que asesinada por mis traiciones, dormía para siempre, allá en el Cementerio de mi aldea, a la sombra de una cruz, bajo un manto de lirios en botón;

¿qué era el dolor de mi corazón en aquel hogar inmenso de la Desolación, donde parecía sollozar el alma inconsolable de los siglos?

la gran calma, la calma augusta, que se desprende como un perfume, de aquel mundo de piedras gloriosas, ganó lentamente mi corazón, desde el día en que mis ojos se posaron por la primera vez, en la augusta miseria de tanta gloria profanada;

y, Roma me poseyó;

la gran Sibila Dominadora de las almas, abrazó mi corazón contra sus senos de piedra, y sus labios de mármol me besaron, con un gran beso maternal, que engrandeció mi espíritu al igual de los grandes predestinados, que allí sintieron el estremecimiento de las revelaciones, agitarlos como una fiebre, en esa selva de milagros, bajo los ojos taciturnos de la gran loba de piedra;

y, su alma de Silencio y de Soledad, penetró en mí;

¡oh, el alma prodigiosa de las ruinas!

las ruinas tienen un alma;

las ruinas hablan;

las ruinas cantan;

¿quién no ha oído en Roma, el canto de aquel coro de sirenas petrificadas, cuyos senos de mármol se alzan aún henchidos de voluptuosidades y por cuyos labios de piedra se escapa aún el himno inolvidable de la Belleza Inmortal?

las armonías vivas, sutiles, delicadas de esas sirenas del mar del olvido y de la muerte, llegan al alma con un poder sobrehumano, de Arte, de Ensueño y de Visión;

nunca olvidaré mi primera visión del Forum, la visión silenciosa y terrible, que se alzó ante mí, surgiendo del valle muerto, en la lúgubre quietud del cielo y de la tierra;

bajo un firmamento de palideces azulosas, que se diría hecho de turquesas enfermas, donde los astros muy lejanos, semejaban ópalos de presagios, lises heráldicos de muerte, la gran selva de mármoles apareció a mis ojos, surgiendo de la penumbra como la inmensa osificación de un sueño de espanto, la cristalización prodigiosa de una profecía de desastres, la petrificación súbita de las estrofas dispersas de un poema dantesco, sobre el cual hubiera plegado sus alas de bronce el genio apocalíptico de la grandeza y de la muerte;

la luna en creciente, brillaba allá muy lejos, como un escudo roto por la lanza de un curiacio, y como enclavada en la cumbre de las Sabinas, todo bañado de luces violetas, como el catafalco de un obispo, sumía el paisaje en una sombra profunda, sobre la cual, grandes claridades astrales, se extendían como estandartes luminosos en el silencio, como banderas blancas; banderas de paz, sobre una tumba de héroes;

del Arco de Titus al Tabularium, era uno como estancamiento de tinieblas, del cual, acá y allá, surgían blancuras imprevistas, como fragmentos de estalactitas, o cuerpos de águilas blancas, sobre altos mástiles inmóviles: eran la Columna Juniana, el Templo de Vesta, las tres columnas erectas del Templo de Marte; se diría la arboladura de una flota fantasmal encallada en un mar de sombras;

y, como costas silenciosas de este océano en quietud a un lado, en las faldas del monte Celio, como el esqueleto de una ciudad dormida en la muerte en la noche después de un combate naval, alzaba su mole negra, inmensa y rugosa: el Coliseo; y, al otro, sobre el monte visitado por el rayo y el prodigio, el monte de las águilas augustas, perfilaba su silueta armoniosa y blanca, el Capitolio; y, a su sombra, bajo los trofeos de Mario, los mármoles pentélicos de Cástor y Pólux, parecía acariciar la inquietud celosa de la loba latina, que a sus pies, traza círculos concéntricos en su jaula, y cuyas ubres salvajes, no hallan ya bocas de conquistadores que las expriman, extrayendo de ellas el líquido bravío que da el frenesí heroico de la gloria y de la muerte;

más allá, sobre el monte Caprino, los cipreses del palacio Caffarelli parecían ocultar en la negrura de sus ramajes, el abismo de la Roca Tarpeya, en cuyo vórtice se inclina la sombra heroica de Manilo;

la luna ascendía lentamente, y la sombra se desvanecía, diluyéndose en una lactescencia de ópalos; la luz blanca, lívida, con una rara coloración azulosa iba penetrando, poco a poco en las ruinas, despertándolas, acariciándolas, besándolas, envolviéndolas suavemente hasta destacarlas a medias, y entonces el Forum apareció a mis ojos, como una ciudad lacustre, a mitad sepultada en las aguas;

cuando la luna dominó por completo el horizonte, el cuadro se hizo blanco, de un blanco tenue, como un lago de argento, lleno de islotes lapislázuli;

y, el inmenso bosque de mármoles, iluminado de súbito, parecía animarse como un jardín prodigioso en que cantara la Aurora;

el pórtico de Los Doce Dioses, las tres columnas del Templo de Vespasiano, quedaron allá lejos, solos, hundidos en la penumbra, como grandes buitres pensativos a la orilla de aquel mar de luz tranquila y serena, que no alcanzaba a besar con sus olas resplandecientes, los restos del Templo de la Concordia, que mostraban sus basamentos de mármoles mutilados por la mano de los siglos;

vagamente, lentamente, con imprecisiones y fluctuaciones de miraje, como buques de una flota misteriosa, ardidos por un incendio, iban apareciendo los templos inmensos, la Basílica Constantina, la Basílica Julia, la Casa de las Vestales, haciendo huecos en la sombra a lo largo de la Vía Sacra, hasta la Vía Triunfal y el Palacio de César, más allá del cual, y en un nuevo esplendor de fulguraciones, se ofrecían a los ojos atónitos, los arcos de Septimio Severo, y el de Constantino, y más allá aislada en su soledad, como una muda evocación a la fuerza y a la gloria, la ruina del Anfiteatro Flavius, como la gran galera de los siglos volcada sobre las playas de la Historia;

así, como los restos de un combate de cíclopes, se alzaban las ruinas, en aquel mar de heliotropo, que la caricia de la luna, sembraba de rosas de oro.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Desde el día en que aquella gran visión, magnífica y tentatriz surgió ante mí, de aquel estuario de sombras, donde duerme el oleaje de los siglos, tuve la revelación y la fiebre del pasado, y el alma de las ruinas me poseyó;

el alma de las ruinas, heroica, enamorada y tenaz, os seduce, os conquista, os vence bajo su encanto irresistible y nostálgico, en la gracia noble de sus gestos petrificados, con el encanto augusto de su melancolía, que se escapa de las piedras, como un vaho de inspiración, de fuerza, y de eternidad;

las ruinas os ven, os sonríen, os llaman, tendiendo sus brazos de mármol, en un gesto desesperado de náyades cautivas;

las ruinas os hablan, con la elocuencia enorme de sus labios lacerados, donde sonaron antes todos los gritos del Tumulto.

—Nosotras fuimos la Gloria, dicen todas.

—En mí se posó el Trofeo de César, dice el Templo de la Victoria.

—Y en mí el águila de Mario.

—Yo, escuché a Cicerón, dice el mármol profanado de los Rostros.

—Yo, vi al divino Tito, dice un arco triunfal.

—Pompeyo, se apoyó en mí, dice una columna rota.

—Julia, me ungió con los lirios de sus pies, dice la losa de un triclinio.

—Yo, di sombra a Popea, murmura un arquitrabe desplomado.

—Caracalla, violó una esclava a mi sombra, dice el atrium de un templo.

—Heliogábalo, se reclinó aquí, en los brazos de Sofirino, clama una terma.

—Aquí Nerón se entregó a Eporo, dice otra.

—Cómmodo combatió aquí con un toro, dice la piedra de un altar de sacrificio.

—Aquí, fué Mesalina, fatigada por los guardias de Claudio, dicen las ruinas de un prostíbulo.

—Sobre mí, murió Virginia, dice una losa.

—Sobre mí, cayó Tarquino, dice otra.

—Aquí el puñal de Bruto, creyendo engendrar la Libertad, engendró a Octavio, dice el pedestal de la estatua de Pompeyo.

—En mí se apoyó Tiberio Graco, para vencer, dice un muro.

—Y, en mí para morir, dice otro.

—La Libertad, nació en nosotras.

—Y, la esclavitud.

—Por eso fuimos grandes.

—Y, por eso desaparecimos.

—Fuimos la Gloria, y la Vida.

—Dadnos Vida, y te daremos Gloria.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Yo me di con pasión a evocar la Vida, en aquel mar inmenso de la Muerte;

y, quise revivir las truncas idealidades de las piedras;

a los pocos días de llegado a Roma, ya peregrinaba con mi caballete y mis pinceles, del gran Forum al Forum de Trajano, del Arco de Tito a la Pirámide de Sexto, del Teatro Mercelus a las Termas de Caracalla, copiando la belleza de las líneas y, evocando el alma de los mármoles, porque los mármoles tienen un alma, como la luz en los colores; alma de evocación, y de inspiración, alma inmortal;

el artista que no adivina, no evoca y no resucita esa alma, no será nunca un artista;

en la Roma solitaria del estío, yo sentí toda la fiebre de la poesía arqueológica, apoderarse ávidamente, de mi pensamiento y de mi corazón, y me di a copiar con una pasión iluminada e intensa, los grandes y los pequeños aspectos de ese mundo muerto, que salía de su tumba de siglos, para el encanto y el amor de mis ojos de Poeta.

Vittorio Vintanelli, me dejaba hacer;

él, sabía bien de esa fiebre de las ruinas, que asalta a los artistas jóvenes, cuando llegan a esa gruta encantada del Lacio, donde la gran Sibila, la Sortílega divina, los aduerme con el filtro que se escapa de sus ojos de piedra, de su vientre de piedra, de sus senos de piedra, senos inagotables y próvidos, fuentes inmortales de la Belleza Eterna;

en aquel medio, de inquietud adivinatoria, de poesía secular, que enerva divinamente, y agita el alma con largos estremecimientos de inspiración, como bajo el influjo de un amplio y poderoso soplo venido de las costas del Misterio, la fiebre de las ruinas, precede siempre a la fiebre del paisaje;

eso lo sabía Vittorio Vintanelli, y sabía que por los senderos de ese paisaje taciturno, sembrado de eternidad, por entre la blancura de los grandes mármoles resplandecientes de divina belleza, por ese sendero de Gloria y de Inmortalidad, iría yo, como ya fueron todos, por una Vía Appia de inspiración y de milagro, hacia los horizontes silenciosos y especulares, hacia los caminos blancos, interminables, formados de tumbas ilustres, hacia la imperturbable y sagrada belleza de esos paisajes, llenos de la más intensa y acre poesía que haya jamás tocado el pensamiento y el corazón de los hombres: la poesía de la campiña romana;

y, me dejaba embriagarme de antigüedad, respetuoso a mis grandes dolores, seguro de que éstos habrían de desaparecer, en esa hora divina que vivía mi vida, en el flujo creciente de sensaciones, de emociones, de coloraciones y de visiones, que forman el mundo interior, intenso, indescifrable y misterioso del artista;

y, mientras me dejaba entregado a mi sueño de Olvido y de Silencio, él, iba hacia un gran sueño de rencor y de tumulto;

mientras yo me absorbía en la evocación del pasado, él marchaba abiertamente hacia la redención del porvenir;

y, cuando yo me inmovilizaba, con los ojos vueltos hacia los lejanos esplendores de la Muerte, él iba hacia el incendio rojo y bravío de las grandes batallas de la Vida;

y, éramos como dos sombras, inclinadas sobre la grandeza desmesurada de dos sueños terriblemente estériles;

y, ambos éramos tristemente semejantes, inclinados así entre la Verdad y la Nada;

el abismo de la ilusión está en nosotros;

la Vida es un Miraje.

El Genio no se destierra;

él, lleva su patria en sí;

la patria no es una idea, es un hecho, un hecho indiscutible y fatal, bajo el cual se sucumbe si se es débil, y sin el cual se vive si se es fuerte.

Vittorio Vintanelli, no amaba la patria, la entelequia sangrienta, el minotauro insaciable, con ese amor animal, esa resignación de bestia, que se encierra y se atrinchera, en esa divisa de abattoir, esa palabra hermética y sin genio, que se llama: el Patriotismo;

él, no arbolaba sobre su gorro frigio, ese penacho de egoísmo y de idiotía, que los grandes miserables ponen sobre sus frentes obscuras, en las cuales ha llovido el guano de todas las iniquidades, para seducir con él, la interminable estulticia, la inconsciente veneración de las multitudes, adoradoras de la fuerza, la irremediable imbecilidad de los hombres que los lleva siempre a degollarse entre sí, por vocablos que no comprenden, al pie de ídolos impasibles, sudorosos de ignominia;

no, Vittorio Vintanelli, no amaba la patria como cosa suya, sino como una porción de humanidad, a la cual la exaltación de su fe, el milagro de su voluntad, la fuerza de su sacrificio, su actitud sorprendente de discóbolo libertario, portador del rayo destructor, habían de purificar y libertar;

su palabra fracasante, llena de una energía libre y obscura, exacerbaría la exutoria de esos pueblos, que aspiraba a curar por el dolor;

sus admoniciones iterativas, caerían como una lluvia de rayos, sobre las ciudades del oprobio, y el oprobio de los hombres;

con una angustia desesperada, interminable; con una conmiseración colérica y triste a la vez; con una piedad acre y un rencor celoso, el vidente alucinado se dió a la destrucción, con la tenacidad sombría de un prisionero, por romper el muro tras del cual espera ver la luz del día;

y, se arrojó a cuerpo perdido en la lucha, en el tumulto, en la sombría batalla de sus ideales;

hizo de su talento portentoso, de su arte inimitable, un solo útil, un instrumento acerado y terrible para la Revolución; de su pincel hizo una pica;

el artista exquisito, en quien el alma del paisaje parecía sonar como un cántico, la coloración magnífica de cuyos cuadros pedía la magnitud, el espacio, la gran luz triunfal de los frescos de Gozzoli, tanto así era de amplia, de viva, de matizada y de cantante;

este mágico de la gran armonía de los colores, cuyo pincel era como una lira cromática, en cuyos toques, el azul perlado, cuasi blanco, subía como una imploración, tiñéndose de tintes glaucos y rojos, hasta formar horizontes de sangre, cielos pavorosos de tempestad y de exterminio;

el creador potente y fecundo, que de la fragua de sus luchas interiores, de los limbos de su visión fuerte y tenaz, sacaba las cabezas agresivas y poderosas de sus apóstoles, lívidas y sombrías; ferozmente enigmáticas de silencio, el rostro macerado de sus Cristos sensitivos y anémicos, brillantes de luz interna en paisajes grandílocuos de calma primaticia, el gesto de noble histeria en que sus teorías de vírgenes visionarias marchaban a la muerte; los grupos blancos y graves de sus ancianos leonescos, llenos de una majestad primitiva y salvaje, sentados o de pie, en un silencio expectante, tras el cual parecía oírse el ruido de las fieras del circo, y, se creía ver las fauces negras de los jaguares de Nubia, y las garras enormes de los leones de Etiopía;

este evocador mágico de los colores exquisitos y de las formas gráciles, cuyas coloraciones de una suavidad diáfana, predisponían el alma a los ensueños, y cuyas visiones bélicas como movidas por el soplo tempestuoso de su idealidad heroica, brotaban del lienzo, combatientes y destructoras, símbolos vivos de la lucha y redención;

ese Neptuno formidable del mar de la visión antigua, cambió sus pinceles por el lápiz, y corrosivo evocador de la vida moderna, se hizo el caricaturista implacable del «Sveglio», diario anarquista de Roma;

ese gran genio pictural, enamorado de las decoraciones paganas, en las cuales, en fondos de azul y de violeta, dignos de Lucas Signorelli, alzaba figuras impresionantes y estilizadas como de Whistler, llenas de vida intensa y profunda, como las de Charles Monet;

ese grande armonista; grande porque tenía la originalidad inalienable de la concepción y el dominio inimitable de la ejecución, salió de su mar de colores y de luz, y con tinta negra, como los horizontes de su cólera, dió forma a las terrificantes creaciones de su odio, a las deformaciones de un cómico espeluznante, con que su rabia gráfica, inmortalizaba en el ridículo, los hombres y las cosas que él detestaba;

desde el día en que se hizo el artista de la revancha, una alma nueva, de una hilaridad lúgubre, habló en él;

su gran faz, taciturna y trágica, tuvo un nuevo rictus;

sobre sus labios todos de Verdad y de Justicia, hechos para las supremas adjuraciones y los apóstrofes empenachados de horror, corrió un nuevo estremecimiento, se fijó un nuevo gesto de burla feroz, más terrible que todos los huracanes de elocuencia que hasta entonces habían salido de su boca profética, o iluminado sus terribles ojos de visionario, hechos para ver el dolor y ordenar el sacrificio;

esa sonrisa de Aristófanes, en la máscara de Esquilo, magnificaba el horror, añadiéndole un nuevo dardo;

el terrible pintor de almas perversas, tuvo el espíritu más mordaz que los corrosivos que modificaban los contornos en sus placas de acero;

nada escapó a aquel historiógrafo enconado de los vicios de su época, cuya fetidez envenenaba la atmósfera:

su genio, al simplificarse, se intensificó y se multiplicó;

su mirada de alucinado, haciéndose cruel, tuvo una acuidad prodigiosa, un desdoble de visión, que iba derecho a lo deforme, a sorprender el gesto que mata, para fijarlo en la mueca convulsa, en la máscara grotesca, con los cuales clavaba vivos en el papel, aquellos que caían bajo el escalpelo implacable de su pluma o de su lápiz;

su prosa violenta y burlona, lejos ya de la elocuencia florecida y profética de sus primeras luchas, adquirió un nervio, una ductilidad, que no tenía; movible como el mercurio, corrosiva como el vitriolo, se hizo terrible, y cruelmente mordaz, en su mezcla confusa de canallería y de belleza, y tuvo una agresividad de daga mortal;

su genio de dibujador psíquico, estalló en una serie de figuras y de cuadros, donde el cómico, de una vis sin antecedentes y sin ejemplo, emuiaba con la profundidad de la intención, de una perversidad intensa y cruel, de una rabia fría y mordaz, fuerte y triturante como las mandíbulas de un tiburón;

desollaba los hombres con su lápiz y los regaba de vitriolo con su pluma;

no conoció la piedad;

toda Roma, y toda Italia, miraron hacia aquel escalpelo, dirigido contra su corazón; y, Vittorio Vintanelli, crecía como un espectro amenazante, bajo ese cielo del Lacio, en el corazón de la Roma Eterna, cuenca de las manos de la Historia, donde han venido a soplar y a refugiarse todos los huracanes del mundo;

tribuno encolerizado, audaz y demoledor, era en la plaza pública como en el diarismo, el genio lírico en frenesí, la voz del sufrimiento y de la desesperanza, estilizando en sus tropos poderosos, en sus hipérboles cáusticas, como en sus dibujos tan tenazmente perversos, toda la inquietud, toda la tristeza, la sombría vela del pueblo, en espera de extrañas y no lejanas realizaciones de Ideal;

pero, permanecía desdeñoso, aislado, lejos de la gloriole que aborrecía, trabajador consciente en su obra de demolición, seguro de morir bajo los escombros del edificio poderoso que minaba;

representante extraño de la neurosis más expresiva del siglo, sosteniendo con el soplo de su pasión su obra, que acaso él solo no alcanzaba a ver terriblemente estéril, se alzaba ante el agotamiento y, las conmociones espasmódicas de su época, como el representante verbal y gráfico de la rebelión feroz e irascible, protectora y castigadora en esta hora iracunda de desequilibrios y de nufragios mentales, de angustias supremas, en la humanidad irresoluta y terrificada;

y, había hecho de ese sueño el centro de orientación de sus pensamientos;

y, adoraba el miraje que vivía en él: el miraje de los harapos hechos púrpura, y la púrpura hecha polvo...

y, en su extraña aberración terrible y fija, él se abrazaba divinamente a la idolatría de la Justicia;

y, la aureola de Infinito, y de Eternidad, que nimba la frente de los mártires, nimbaba ya la suya circuída de pensamientos en éxtasis;

la pasión de libertad engendra el vértigo de morir;

aspirar a la Justicia, es una forma de abrazar la nada;

adorar algo en la vida, es adorar el polvo;

todo en la vida, todo hasta Dios, engaña los ojos del creyente;

la Esperanza es un engaño al corazón de las criaturas;

la Verdad, no existe sino creada por la locura de los hombres; no hay Verdad, como no hay divinidad: sinónimos de la Sombra;

no hay cierto sino el dolor; fuera de él no existe sino el espacio, poblado de sollozos;

toda fe, es una gran desolación.

Yo me sentía enfermo del mal de los deseos imprecisos;

la lenta concentración de las fuerzas del alma, su orientación hacia un fin de belleza, son dolorosas y laboriosas, como la concepción y el alumbramiento de los seres;

a los seis meses de permanencia en Roma, yo no tenía aún un amigo;

mi odio a las colectividades, a las coteries, a las agrupaciones, aun apiñadas al pie de una bandera de Arte, subsistía en mí;

y, continué en ser en Roma, como en mi tierra natal: un aislado;

el pueblo de pintores, amables, libres y gozosos que pulula de la Piazza di Spagna, a la Porta del Popolo, y tiene su cuartel general en la Vía Margutta, me sedujo al principio, por su aspecto bariolé, multicolor, de un pintoresco raro, de una alegría encantadora, con sus studios más o menos abigarrados, sus modelos llenos de belleza y colorido, sus artistas, descuidados, francos, sinceros en el arte, y en la vida;

es en aquel rincón de la Ciudad Eterna, que se mueve, todo cuanto ha de ser mañana gloria del mundo; y, es allí, que pulula y flota lo que de genio hay en la pintura romana;

aquel bohemismo colorido y alegre, ruidoso y genial, aquel núcleo de artistas espirituales, decidores y mordaces,. haciendo cosas admirables, entre el humo de dos cigarros y una botella de Vino Chianti, pintando o modelando cuerpos púberes con una impasibilidad gozosa, hija del hartazgo y de su gran noción de la belleza plástica, repartiendo al igual céntimos y besos a las modelos robustas de la Cioceria, o las frágiles y delicadas hijas de Roma, que ofrecen al pincel, la pureza de sus formas botticellianas, que el hambre ha pulido así, en aquella perfección de líneas que fué el encanto de los maestros florentinos, y el sueño de los místicos primitivos, todo aquel mundo ruidoso y gozoso, me cansó bien pronto, como contrario a mis hábitos de soledad y de silencio;

los artistas ricos y festejados, que el éxito y el mérito han enriquecido, y que tienen sus estudios, en Villas suntuosas, fuera de los muros, en las largas vías silenciosas, que se extienden más allá de las puertas de la Ciudad Eterna, me sedujeron por su gracia exquisita, su cortesía calurosa v familiar, el encanto de su amabilidad perfecta;

eran grandes señores de la más alta nobleza intelectual, Príncipes del Arte, que sabían estar en esa atmósfera de gloria y de celebridad, sin pose, sin orgullo impertinente, como en un medio, que les era natural y debido; rodeados y festejados por los patricios romanos, todos protectores generosos y conocedores exquisitos del Arte, habituados a codearse con príncipes y aun soberanos en jira por la Ciudad Eterna, conservaban en su gesto calurosamente cordial, en su simplicidad noble y graciosa, un aire de camaradería, unas fraternales maneras de atelier, que bastaban para cautivar y conquistar al más reacio;

yo, no conozco nada más bajo que los odiadores del triunfo ajeno;