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«Nora» (1921) es una novela corta de José María Vargas Vila. Nora es una novicia que coincide con Froilán Pradilla y su hijo en el barco que los lleva de regreso a América. El autor retoma así uno de los personajes más conocidos y representativos de su producción literaria, el agitador político Froilán Pradilla, protagonista de la trilogía iniciada con la novela «El minotauro».
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Seitenzahl: 57
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
NOVELA INEDITA
Saga
Nora
Copyright © 1921, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680379
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
El lago de un verde color de Esperanza;
el cielo azul-blanco, color de Ilusión;
las landas enormes de arbustos endebles fingiendo parajes de Desolación;
en el mordorado de las arboledas silencio altanero, como un gran trofeo de la Soledad;
el aire calmado, sutil, trasparente, permite la vista de las lontananzas hechas de unas diafanidades de cristal;
y en el fondo de esa calma austera y grave, destacando sus contornos el Castillo Señorial;
hecho negro por los siglos, sus torreones semejan fantasmas evocados de la noche medioeval proyectando sus siluetas en los parques solitarios donde audacias insensatas de los viejos caballeros parecen revivir al conjuro de la sombra en el paisaje espectral;
verde tierno en los parterres;
los estanques opalecen en su calma virginal;
las siluetas monacales se deslizan sobre ellos como en lenta procesión; llevan un ambiguo movimiento abacial;
los álamos temblorosos se reflejan en el agua; sus difusas cabelleras tienen vagas suavidades de cabellos de mujer;
los nínfeos de la orilla, en su gracia adolescente hacen sombra a los ánades;
bosques de abetos, de verdor sombrío, se extienden hasta los pantanos marescentes llenos de una calma soñadora, de desierto;
los jardines hacen marco al palacio secular, un gran marco de magnolias y de pálidos rosales de donde emerge negro y fantasmal, puro en sus líneas, como un gigantesco «intaglio» de lava contornado de gemas pálidas, y de ópalos verde-cerúleos;
una alma verdaderamente trágica parece habitar el palacio austero y vivir en sus jardines solitarios y extenderse sobre los estanques dormidos y los lagos quietos, hasta los pantanos somnolientos, más allá de los pinares pensativos;
se diría que la gran morada lleva el luto de todas las generaciones muertas entre sus muros y llora recientes, irreemplazables desapariciones;
los cielos del Norte diáfanos y blancos hacen resaltar más las negruras argentadas de la siniestra mansión, cuyos torreones semejan en la lividez de los crepúsculos inmensas atalayas de donde pendiesen cadáveres de ahorcados;
capas superpuestas de silencios parecen sepultar la gran morada bajo una aglomeración de atmósferas milenarias;
lejos de todo camino frecuentado, enclavado en el corazón de las rocas el Castillo es como un centinela de la Soledad guardando la inviolabilidad taciturna de aquelles paraies de insólita quietud:
Las novela «Iné Atas» que publica esta Ravista, son pagadas como INEDIYAS y consideradas como tales bajo la exclusiva responsabilidad de sus autoras.
los barones de Steinck, que lo fundaron allí desde principios del siglo X, parecían no haber buscado sino un lugar de resistencia, donde alzar una for taleza para vivir en ella;
raza de guerreros, ruda y tenaz, había tenido en ese Castillo su «rempart» durante los siglos bárbaros y se contaban horribles leyendas de ese nido de aguiluchos salvajes, que fueron unos como antecesores de los«hobereaux»tudescos, que hicieron después el monopolio del crimen señorial;
había leyendas de asesinatos, de pillajes, de violaciones, de torturas, de prisioneros sepultados vivos en los fosos o degollados en los torreones y de princesas cautivas, muertas de tristeza después de sufrir los últimos ultrajes;
de él habian sido huéspedes Carlos XII y Gustavo de Suecia;
los espejos de sus salones como los estanques de sus jardines habían visto reflejarse en ellos las figuras de los más bellos caballeros que formaban las escoltas de los reyes conquistadores, y los parques centenarios y agrestes habían visto jóvenes baronesas suspirar de amores por aquellos que partían; se conservaban a ese respecto crónicas espeluznantes de escenas de venganza conyugal, a las cuales la violencia nativa de la raza daba todos los caracteres de la veracidad;
la fantasía de los campesinos de los alrededores y la de los habitantes de la aldea vecina no se fatigaba nunca de forjar o repetir leyendas de jóvenes castellanas muertas violentamente dentro los muros sombríos y cuyos fantasmas vagaban en las noches por los jardines desiertos, llenándolos con sus gemidos, mientras los de aquellas ahogadas en el lago, se alzaban de entre las olas con una belleza de nenúfares hechos de nieblas y de espumas; el último habitante de ese castillo no era el más llamado a desvanecer esas leyendas;
militar despótico y brutal, vicioso y derrochador, habiendo consumido su juventud en las orgías y comprometido su fortuna en el juego, el barón de Steinck, ya en edad madura había casado con la condesa Gorowsky, rusa multimillonaria, viuda de un diplomático eminente, y con un solo hijo de ese matrimonio;
después de muy pocos años pasados en la Corte, la nueva baronesa de Steinck, ante el huracán derrochador que dispersaba su fortuna y la de su hijo, se habia refugiado en ese Castillo, con su madre, ya muy anciana, y los dos hijos de su segundo matrimonio ya que el del primero había entrado en una Academia Militar, de Petrogrado, en la cual una plaza le correspondía, por derecho de abolengo;
un odio espontáneo y feroz había estallado desde el principio, entre el conde Gorowsky, entonces niño y su padrastro, siempre despótico y violento;
este odio no hizo sino crecer con los años y aumentar hasta lo ínconcebible, cuando el joven conde, al salir de la Academia, para entrar en el Ejército, solicitó y obtuvo, por influencias de su familia paterna, la partición de bienes, con su madre, para salvar su fortuna de los derroches sin tasa del barón;
separada de su hijo, entregada a las brutalidades de su esposo, la baronesa, de una alma y una salud muy delicadas, no hizo ya sino languidecer en aquella soledad en la cual no tenía otro consuelo que los besos de sus hijos pequeños y las caricias reconfortantes de su madre que la había seguido hasta aquel destierro, con gran contentamiento del barón, que quedaba así libre para residir casi siempre en la capital, consumiendo en los vicios los restos de su fortuna ya muy mermada;
como una sombra diáfana y viva que llorase en la luz, la baronesa se extinguió dulcemente cuando una pulmonía fulminante la hirió, llevándosela en tres días, en un mes de Noviembre, rígido y cruel;
se extinguio como el final de un bello verso dicho en la tarde...; como el último bordonear de una abeja sobre una rosa dormida; suavemente, mansamente, como una ola que se due me, sobre la playa, vencida;
el joven conde y el viejo barón, se hallaron cerca al féretro de aquella muerta, cuyo cadáver no desarmo su odio, que antes bien, asuntos de la testamentaría vinieron a aumentar;