Orfebre: novela inédita - José María Vargas Vilas - E-Book

Orfebre: novela inédita E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«Orfebre» es una historia trágica. La madre de Virgilio es acusada injustamente del asesinato de su marido y Virgilio trata de salvarla por todos los medios, sin éxito. El deseo de venganza lo conducirán a la violencia y a involucrar a su novia, María Rosa, en una situación peligrosa para ambos.

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Seitenzahl: 53

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Orfebre: novela inédita

 

Saga

Orfebre: novela inédita

 

Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680331

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ORFEBRE NOVELA INÉDITA

Procesión de nubes blancas, bajo un cielo de cobalto;

lentamente se extendían, se esfumaban, se perdían, cual vencidos gonfalones en la calma vesperal;

una ojiva de oro fúlgido semejaba el sol cadente, en el muro de la Noche que surgía;

en la cimbra iluminada de ese pórtico de sombras, parpadeaban las estrellas;

lises reales del jardín de los espacios, inclinando sus pistilos, como dardos de luz sobre el Abismo;

otros lises, sus hermanos, se entreabrían en la sombra verdinegra del jardín, que en las afueras del poblado hacía como un rústico vestíbulo de flores y de hojas, a una pequeña casa, que a esa hora parecía hundida en un sueño de Misterio y Soledad;

el palor de los rosales bajo el casto azul difuso de la Tarde, los hacía aparecer como ostensorios de nácar ofreciendo la hostia pura de sus cálices, en sacrificio a la luz que se moría;

dormitaban las flores, bajo el vuelo letal de los insectos;

coleópteros voloteaban sobre ellas, en una embriaguez luminosa de deseos, rumoreando sobre los cálices entreabiertos, esperando la hora de extraer el dulce licor en ellos acendrado;

fosforescían las cantáridas;

Las novelas «inéditas» que publica esta Revista, son consideradas como tales, bajo la exclusiva responsabilidad de sus autores;

corpusculos erráticos que parecían arrancados del corazón del Sol, volaban sobre el verdor espeso de las frondas, llenándolas de un hálito de Voluptuosidad;

las margaritas, su blancura de cera evanecente, ofrecían como holocausto a la tiniebla vencedora, que se extendía sobre el cielo, como una lluvia de cenizas, escapadas al corazón de una urna volcada;

solitario estaba el pequeño huerto, sobre el cual lentamente venía la Noche, la hermana de la Soledad, que no se apartaba nunca de él;

una gran ventana abierta por completo, y, enmarcada en ramajes florecidos, dejaba ver la calma conventual, y, el aspecto cenobítico de un aposento cuasi desamueblado, en el cual sólo se veían un lecho de hierro, hornos portátiles, varias mesas, y, sobre ellas, o pendientes de los muros, instrumentos y útiles de orfebrería;

Sobre el lecho, y una péqueña mesa que le estaba cercana, dispersos, libros a la rústica, revistas y diarios;

en el centro del aposento, sentado cerca a una mesa, e inclinado sobre un trabajo que tenía entre las manos, se veía un joven operario laborar;

absorto en su óbra, se diría ausente de cuanto le rodeaba;

dábale de frente la escasa luz mortecina, que envolvía su cabeza en un halo vago de claridades difusas;

blondas las melenas de un blondo obscuro y meloso, largas y peinadas en bandas, cayéndole sobre las mejillas, consuntas como por las maceraciones de un ascetismo ritual;

la palidez del rostro, unida a la amargura de él, daban al joven obrero, el as pecto de uno de aquellos Cristos adolescentes, que los pintores primitivos eran tan dados a esbozar sobre dípticos piadosos y los muros de los claustros, en el incierto arbor del arte medioeval;

largo el rostro noble y exangüe de facciones viriles; acentuadas, que se dirían labradas al cincel;

delgados los labios muy pálidos, contraídos en un gesto extraño de Meditación; labios rebeldes a la Elocuencía, cómo los de todos los grandes solitarios, hechos para aprisionar la Verdad, más que para decírla; nada igual al gesto despectivo de esos labios desafiadores;

duro y pronunciado el menton que un exceso de líneas, hubiera llevado al prognatismo; menton voluntarioso; señal de fortaleza espiritual;

rasado cuidadosamente el rostro o naturalmente sin barba, ninguna sombra de vello obscurecía aquella palidez marfilina que se diría la de un rostro penitente;

al azar de su trabajo, alzó los ojos, unos grandes ojos de un azul metálico imperioso, ojos dominadores que abarcaron el paisaje con una mirada dura, llena sin embargo de una extraña melancolía;

volvió a inclinar el rostro, y, continuó en trabajar;

sus manos largas y blancas; de dedos tentaculares, sóstenían entre el índice y el pulgar de la izquierda, un objeto que cincelaba cuidadosamente con un instrumento sostenido en la otra;

la luz azulosa del crisol, que se avivaba a veces, daba reflejos de metal a aquel rostro de medalla;

hubo un ruído en el jardín, como de las alas de una paloma, que rozase las frondas al cruzarlas;

atento a aquel ruido que, debía serle habitual, el joven obrero alzó la cabeza, miró hacía el jardín y, sonrió viendo cruzar por entre las hojarascás y clemátidas, la figura ágil y esbelta de una mujer, que acababa de entrar y se dirigía hacia la casa;

espefó;

tocaron suavemente a la puerta:

se puso en pie y fué a abrir;

su alta silueta se dibujó en el crepúsculo, envuelta en la larga blusa azul de trabajo, con algo de trágico y fantasmal;

la puerta se abrió y la mujer que había atravesado por el jardin, entró en la habitación;

pequeña, delgada, con una pureza de contornos que hacía pensar en ciertas figulinas de terracota, halladas bajo las ruinas de Pompeya y en los exquisitos diseños de aquel amable pintor de intimidades femeninas que fué Frensiet; la joven avanzó confiada y sonriente, tendiendo su mano al joven obrero que la estrechó en las suyas, y así unidos avanzaron hasta la mitad del aposento;

allí se detuvieron;

él, dominaba con su alta estatura su flebil y delicada compañera, que más parecía una niña que una mujer;

la escasa luz del crepúsculo, mezclándose a la intermitente del horno medio extinto donde se fundían los metales, los bañaba en una claridad difusa, que distendía los contornos y, los hacía aparecer en una como zona incierta, de claridades hidratizadas;

perfecta de líneas en su pequeñez de bibelot la joven era bella, de una belleza que se dirla intangible por la exigüídad delicada de sus formas;