Políticas e históricas - José María Vargas Vilas - E-Book

Políticas e históricas E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

«Políticas e históricas» (1912) es una recopilación de reflexiones políticas e históricas de José María Vargas Vila. Algunos de los artículos que componen esta obra son «Cristo rojo», «El alma de la raza», «La sombra de Walcker», «De la historia y de los historiadores», «Espartaco», «Marco Tulio Cicerón» o «Julio César».

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Seitenzahl: 323

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Políticas e históricas

(PÁGINAS ESCOGIDAS)

Saga

Políticas e históricas

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1912, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680294

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Quedan asegurados los derechos de propiedad

conforme á la ley.

PÁGINAS POLITICAS

vox clamavit.

No deshonremos con la bajeza el duelo de la libertad;

si no podemos salvarla, permanezcamos dignos de servirla;

sepamos llevar con majestad el duelo del derecho asesinado;

no coronemos con las flores del Silencio la frente del delito vencedor;

en esta apostasía colectiva de los pueblos contra la libertad;

en el espanto doloroso de las sociedades vencidas;

en el derrumbamiento de tantas cosas sagradas que parecían eternas, pongámonos de pie, acariciando las imágenes que surgen de esas ruinas al lado de las cosas inmutables, y vueltos los ojos á las tormentas futuras, agitemos en las tinieblas la llama que no se extingue, y arrojemos el Verbo de la Esperanza á la tierra que gime bajo los escombros...

una marea angustiosa, una marea de infamia, sube con silencios de muerte al horizonte;

grandes cimas han desaparecido ya, y las que quedan de pie, tiemblan bajo el crepúsculo;

las últimas cumbres melancólicas, se ven aún perfilarse en agonía, bajo la tristeza infinita de los cielos;

todo desaparece, todo se hunde, en la bruma siniestra del naufragio;

y, el sol del vencimiento, alumbra con palideces vesperales, esa decoración de catástrofe;

un huracán de devastación, pasa por sobre los campos del Ideal, talados por hoces invisibles, y lleva los hombres y los hechos en un turbión de ráfaga otoñal, hacia abismos muy hondos, muy remotos...

es la hora del espanto indescifrable;

y, es necesario hablar al horror de esa hora, en ese limbo de miseria, donde grita el desastre;...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

el oprobio vence, y es necesario luchar contra el oprobio;

si los dioses y los hombres decretan el silencio y la quietud, es necesario removerse aún en el fondo del sepulcro, rebeldes á los hombres y á los dioses;

es bello el gesto del vencido, que abofetea á dos manos la Victoria;

la Victoria no es la Gloria;

el Crimen vencedor, es siempre: el Crimen;

el Triunfo, no transfigura, el Monstruo;

no se está definitivamente vencido, sino cuando se acepta cobardemente la derrota;

alcémonos contra el Crimen;

combatamos contra él;

y si los dioses están del lado del Crimen, combatamos también contra los dioses; . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . .

tal es el deber de la hora actual;

resucitar en plena derrota un pasado de victorias;

contar en la esterilidad vergonzosa de este instante de oprobio, la fecundidad prodigiosa de las virtudes antiguas;

revivir en la declinación rápida de la raza, el culto de las grandezas extintas y de las glorias olvidadas;

atizar la hoguera de la ilusión, en las negras horas de la desesperanza;

fabricar con el prodigio del Verbo, el edificio del porvenir, sobre los campos de la devastación y de la ruina;

gritar la vitalidad indestructible de las ideas, en el momento de las derrotas definitivas;

cantar las epopeyas del derecho salvador, ante la lanza brutal del hecho violador;

hacer del polvo de los vencimientos inmerecidos, la columna de fuego que conduzca las nuevas generaciones á los heroicos triunfos presentidos;

marcar rumbos al espíritu nuevo, sobre ese mismo terreno removido por las catástrofes recientes;

prender con las últimas tablas del naufragio, una hoguera en la playa desierta, bajo la noche impenetrable, para orientar á los que van aún perdidos, en el horror de la tormenta cercana;

no dejar lugar al desaliento, á la inercia, á la desesperanza...

gritar á todos los tiempos y en todas las horas, que la libertad es intangible y la América es indivisible;

que si somos ingobernables, somos también inconquistables;

que preferimos morir en el desorden, á perecer en la conquista;

resistir la Opresión y la Invasión;

denunciar los despotismos que nos deshonran y los protectorados que nos asechan;

romper los sables que nos asesinan dentro, y no temblar ante los cañones que nos amenazan fuera;

ser los sagitarios terribles, con el arco tendido siempre, denunciando el vuelo de las águilas siniestras;

despertar el alma de la raza amenazada,

proclamar la Unión, como único remedio á la Invasión;

unirnos para combatir, si escrito está que combatamos, y abrazarnos para morir, si decretado está que desaparezcamos;

pero, morir de pie, morir como un pueblo y no como un rebaño: morir matando; . . . . . .

nos agitamos entre la conquista pacífica y la conquista bélica, entre la absorción y la agresión; entre los que quieren fundirnos y los que quieren hundirnos;

todo tiende á nuestra desaparición;

negarlo, es añadir la maldad á la ceguedad;

silenciarlo, es añadir la impotencia á la inconciencia;

decir lo contrario es añadir la imbecilidad á la debilidad;

es el derecho de los ciegos, negar la luz, y es acaso su consuelo;

el derecho de conquista y el de las nacionalidades se disputan el mundo;

esa lucha es nuestro peligro, y puede ser ¡ay! nuestra muerte;

¡es tiempo de revivir la nacionalidad!

es hora de reaccionar contra la debilidad;

las tiranías han educado nuestros pueblos para el yugo;

la Tiranía precede á la Conquista;

el Despotismo es el heraldo de la Invasión;

los dictadores han abierto el campo á los invasores;

ellos, haciendo perder á los pueblos el sentido de la libertad, mataron en los corazones el sentimiento de la independencia;

pueblo esclavo, pueblo apto á la conquista;

los dictadores llaman á los conquistadores;

ellos atraen las águilas terribles;

reaccionar contra su dominación, es reaccionar contra la invasión;

defender la Libertad, para conservar la Nacionalidad;

combatir por la Libertad de los pueblos, para defender la independencia de América;

combatir por la Libertad, no es ser libre, pero es mostrarse digno de serlo;

tal es el destino de los pueblos heroicos;

pactar con el Despotismo es la agonía de un pueblo;

pactar con la Conquista es su muerte;

denunciarlos ambos es el deber del hombre libre;

el deber no se discute: se cumple.

es la hora del Sembrador…

Hay una palabra que condensa la vida, y la llena toda: el Deber.

y hay para el hombre de pensamiento, á quien las multitudes están habituadas á escuchar, una forma ineludible de ese deber; la de hablar alto y sin miedo en las horas trágicas de la Historia;

la Musa divulgatriz de la Verdad, debe poseer su espíritu, atormentado por la adivinación del peligro, inspirado por los dioses del prodigio, por la visión anunciatriz de la catástrofe y debe fulgurar en sus labios proféticos y aletear en sus frases incendiadas;

su palabra, dominadora y sugestiva, como una admonición y un sortilegio, debe pasar como una oriflama conquistadora por sobre las almas atentas y sorprendidas, mudas en esa hora de su revelación;

su frase, incitativa como una caricia, magnífica como un crepúsculo, luminosa como un sol, debe vibrar sobre las multitudes, con el sonido augustal y grave, de una lira dórica, pulsada por la mano de un Profeta;

como una rosa de oro y púrpura, la palabra reveladora debe brotar de sus labios prodigiosos;

como de un cornucopio mágico, toda la flora de la Elocuencia, todos los frutos de la Belleza y de la Verdad, deben fluir de su boca reveladora, hecha augusta, por la majestad del Verbo anunciador;

y, su grito anútebo, debe sonar como una diana, en la calma somnolienta de los pueblos;

y, debe ofrecer la linfa inagotable de la Esperanza, al labio sitibundo de la Multitud, ardiente y pueril, exhausta de ideales;

y, debe, como la figura del Cristo mitológico, proyectar la fiera mansedumbre de su virtud esquiva, sobre las ondas en furia del incalmable mar humano, misterioso; ..

la caricia brutal de su palabra denunciadora, debe pasar por sobre la multitud, como una ala de fuego, y debe aplicar el beso sangriento de sus labios vengadores, sobre la máscara deforme del grande Enigma de Inconstancia y de Dolor: la Muchedumbre;

y, su Verbo, embriagador y despótico, capcioso como un licor, vibrante como un Epinicio, debe sacudir la cabeza de esa multitud, — fiera dormida — y despertar en ella toda la brutalidad de sus pasiones atávicas, pasiones heroicas, salvadoras en la hora del peligro;

y, á su acento, los pueblos deben sentir la vibración sonora de una heroicidad ancestral vibrar en ellos, la levadura épica de generaciones guerreras hervir en su sangre, el grito sonoro del combate subirles á la garganta, como una marea de grandes olas bélicas, mientras la Visión de púrpura y de luz, la radiosa visión de la Victoria, les arde las pupilas como un deslumbramiento;

tal es el deber del hombre de pensamiento, en la hora que precede á la conquista;

y, los lustros son horas en la vida de los pueblos;

y, la hora de la conquista va á sonar para la América;

¡la hora fatal!...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

...Porque el momento es doloroso y solemne;

porque la caricia pérfida viene del Norte, fría como el ala de un halcón de la Groenlandia, disimulada y brutal, como la garra de un oso polar;

porque los hijos de Jacob llaman á su hermano y le hacen señas á orillas de la cisterna, desde la puerta de la tienda del mercader egipcio;

porque José, cándido, va hacia ellos, y vendido será y hecho esclavo, y en esclavitud morirá, porque la ciencia de los sueños ha acabado y las serpientes del Mago no se retiran ya al conjuro adolescente;

porque el lobo del Septentrión ríe á los corderos del Sud;

porque las palomas acuden al grito del milano;

porque es la hora crepuscular vecina de la Noche;

porque la vida seria vil si el culto del deber no la llenara;

porque del deber lo sublime es el dolor;

porque el deber no sabe del Éxito;

porque ha llegado la hora del deber, la hora de la palabra admonitriz;

por eso sale del Silencio la palabra;

sale del Silencio y va hacia el Tumulto;

es la hora del crepúsculo sobre los cielos y de la conquista sobre la tierra;

la hora en que los pueblos dormidos van á ser encadenados;

es la hora del grito en las conciencias;

es la hora de arrojar sobre los corazones, la semilla de la Rebelión, del Heroísmo y de la Gloria,

es la hora del sembrador.

Per inania regna…

Todo se hunde en la sombra, en un vago crepúsculo de crimen;

rojo como un mar de púrpura el horizonte y vagas esperanzas de idealidad cayendo en él, como rosas blancas en el fondo de una ánfora de sangre;

un sollozo gigantesco, amenazante saliendo del pecho de los pueblos, del alma inconsolable de las multitudes, una sinfonía de dolor hecha de esperanzas perdidas y de sueños imposibles;

nunca siglo alguno había muerto en un fracaso más completo de todos sus ideales;

la mentira de la civilización se ha roto, y de su seno de Esfinge como de la cabeza del Dios del Serapeum, han salido las quimeras como un tropel de insectos asustados;

y sobre sus labios lacerados, no se posa ya, aquel rayo de sol, que hacía cantar la verdad entre los labios del Ídolo;

el eclipse de la Esperanza es completo en el alma de los hombres;

y la sombra brutal, impenetrable, se hace noche en el horizonte de los pueblos;

la Fe, que es la esperanza en Dios, ha muerto y la multitud estulta va como un toro ciego al ateismo;

la Esperanza, que es la fe en los hombres, también ha muerto, y las turbas desilusionadas, van como un rebaño asustado el pesimismo;

la Caridad, que es la Fe en el Bien, también murió, y el hombre entregado á sus instintos de bestia, va en carrera precipitada al barbarismo;

el mundo ya no cree, ya no espera, ya no àma;

todas las formas del Entusiasmo, de la Esperanza y del Amor, se mueren;

y, es, que todo nos ha mentido, todo nos ha engañado, á nosotros, los hijos ilusos de ese siglo de miseria y de dolor;

todo ha sido estéril, todo es triste, en esta hora fatal de negación;

y el mundo tiembla aterido, desconsolado, sombrío, en un campo de cenizas;

todas las grandes ideas han hecho quiebra fraudulenta, arrastrando en su fracaso las ilusiones todas de la conciencia universal;

la Libertad, ha sido una quimera;

la Civilización, una mentira; el Derecho, un sarcasmo;

y la humanidad miserable, despojada, hambrienta de Ideal, pide cuenta á los explotadores de su Fe;

y delira sitibunda, como el camello rendido, que en una tarde de marcha, se lleva al torrente seco y se le dice: bebe, camello, ese fué un torrente, si tú quieres un mar, muy cerca está la Mar Muerta y el pasto de sus orillas y la sal de sus guijarros: bebe la muerte...

y se da la Muerte, como único premio á la Esperanza...

¿qué queda de las que fueron luces de alba y estrellas de la aurora, en ese siglo muerto de mentira?

el Derecho, la Justicia, la Ley, ¿qué queda de ellos?

¿habrá quien ose decir que aun viven?

el Derecho, se llama Fuerza;

la Justicia, se llama Fuerza;

La Ley, se llama Fuerza;

ningún Ideal queda en pie, todos han sido volcados;

ninguna Idea queda pura, todas han sido violadas;

sólo la Fuerza queda, erguida, vencedora, omnipotente, sobre la tumba de ese siglo mentiroso y venal, nacido en el cráter de un volcán y muerto como Job, en un estercolero;

la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, esas tres Musas que velaron la cuna del siglo muerto, ¿qué se hicieron?

¡desvanecidas fueron como fantasmas! ¡rotas como estatuas de diosas de una religión proscripta!...

¡la Libertad!...

en su nombre se vieron los bárbaros del Norte, alzarse como un huracán devastador, caer sobre la hispánica Nación, desprevenida, herirla, despojarla sin combate, sin gloria, sin esfuerzo, expulsar del Continente los restos de sus legiones que

... un día

sorprendieron al sol que se dormía

tras los remotos mares de Occidente...

y el gran cerdo de Pensilvania, gloria del escudo de esos bárbaros, alzó su mole grasa, allí donde los leones de Castilla, perfilaban su silueta de gloria en un horizonte de leyenda;

¡la Igualdad!...

preguntad por la caricia de esa diosa, á las turbas dolientes que se arrastran en la senda tortuosa de la vida;

á los obreros esclavos, que nacen, viven, luchan y se mueren en las entrañas de la mina obscura;

á los judíos, insultados, perseguidos, dispersados por el mundo;

á los rebaños de niños que la tisis consume en las fábricas de vidrios, y cuyos labios adolescentes sólo los desflora el beso de la Muerte, en el seno de la tumba;

á los negros, linchados diariamente, en espectáculo público en los Estados del Sud, de la República Modelo, y cazados como fieras, á plena luz meridiana, en las calles de New York;

á las multitudes analfabetas, que pululan en vida vegetal, bajo las altas capas sociales;

á los campesinos que mueren de hambre y de fiebre, cerca á la azada inútil, sobre la tierra estéril;

¡la Fraternidad!

preguntad á las mujeres y los niños boers, fusilados por Lord Roberts, sobre las cenizas de sus casas incendiadas:

á las poblaciones filipinas, asesinadas durante el sueño ó cazadas y fusiladas en masa, en las calles y en las plazas, por orden del General Arthur;

á los Ministros y á la familia de la reina de los Hobas, hechos fusilar en Tananariva por el General Galiani;

á los cuarenta mil derviches, asesinados en un solo día, por Lord Kitchener, en Odurmán;

á las poblaciones de Tien-Sing, de Cing-Fou, de Pekín, que han visto pasar sobre ellas el espectro rojo de la Civilización europea;...

las mujeres violadas; los niños desvendados ó estrellados contra los muros, por los soldados ebrios del Emperador de Alemania; los hombres asesinados en los brazos de las esposas; los hijos en el seno de las madres; los templos en ruinas, las tumbas profanadas, os hablarán de ese vocablo;

¡la Civilización!...

¿no visteis su última epopeya? 1

¿no visteis las hordas de los soldados europeos, al grito del Atila teutón, cuya espada virgen tiembla en el brazo roto, lanzarse sobre las costas del mar amarillo, para castigar un pueblo culpable del solo crimen de amar sus dioses, su patria y su derecho?

al grito de esos nuevos bárbaros, salidos del fondo de la Europa, para imponer á pueblos lejanos nuevos dioses, nuevas leyes, nuevos amos, ¿no escuchasteis mezclado el grave rumor de los diplomáticos discutiendo las cabezas que habían de cortarse, los tormentos que habían de infligirse á Príncipes y generales culpables del crimen de haber amado á su país y defenderlo de una invasión extranjera?

los enviados de Atila, de Alarico, de Genserico, á pesar del Væ Victis del galo, no discutieron tanto la tortura, no vendieron el martirio, no metodizaron el asesinato con una ferocidad semejante á la de ese grupo de ministros europeos, discutiendo la muerte al pie de las murallas de Pekín incendiadas por sus hordas tumultuarias;

la onda de la barbarie europea sumergió el viejo Oriente;

y sobre las olas rojas de esa inundación que hicieron un mar de sangre, las piedras mismas protestaron contra tanta iniquidad;

y la alta marea no desciende, la cólera de los fuertes no se aplaca;

¿cuándo se retirarán esas olas de barbarie que hoy se rompen contra los pechos inermes de pueblos cuyos brazos desarmados se alzan para pedir Misericordia?

¿qué nuevo solitario saldrá al encuentro de estos nuevos Vándalos, diciéndoles como Isac á Valente: cesa tu iniquidad, tú haces la guerra á Dios?

los altares de la Piedad no humean;

el crimen no detiene su carrera;

los tiempos son de Intolerancia y de Injusticia;

las jornadas sangrientas se suceden con la rapidez de un vértigo rojo;

los pueblos desaparecen en el torbellino de la conquista como envueltos en un manto de rayos;

la fuerza pasa como el caballo de Atila, sembrando la desolación sobre la tierra;

los hombres se precipitan en la iniquidad y los pueblos en la demencia;

tal es la tristeza del momento actual;

per Inania Regna.

verso la vila.

Es la hora fatídica del Caos;

los pliegues de la bruma monstruosa se detienen estupefactos en las grandes cimas sombrías;

y en el misterio del horizonte se sienten remover sudarios invisibles y vuelos letárgicos de larvas gigantescas;

los soñadores tenebrosos y sinceros, con la pupila fija en el abismo profundo, meditan sobre Patmos invisibles;

la insania divina los posee;

olas de blancura estremecida vienen hasta ellos;

y en la bruma, su palabra florece, como una primavera de mirtos, y revienta en la noche, como una floración de estrellas;

y sus sueños van fingiendo en la sombra dolorosa, un tropel de cisnes negros, en un lago especular;

porque es la hora fatídica del Caos;

gérmenes de Muerte trabajan en el seno de la Vida;

y son luces trémulas de noctículos lívidos, las que bordan como tenues luces de oro el horizonte escarlata;

blancuras de mortajas y albas ropas bautismales,

silencios de tumba y rumores de cuna se miran y se escuchan;

y el alba permanece inquieta, envuelta en densas vaguedades de crepúsculo;

la tumba abierta en que cayó un siglo triste de mentira, de agitación y de conquista;

y la cuna donde ha abierto sus ojos á la luz un siglo niño, nacido entre la guerra y el escándalo, el dolor y la iniquidad;

y la Muerte, como un pelícano de mito, extendiendo sus alas inmóviles sobre estos dos extremos de la Vida;

una época que no tiene ya fuerzas para la Vida, y otra que no tiene aún conciencia de ella;

algo que ha dejado de ser y algo que no es todavía;

tales son los signos del tiempo informe y azaroso en que vivimos;

hora de descomposición y de transformación;

vestigio de lo que fué, germen de lo que será;

montón de ruinas, bajo las cuales germina sepultada la nueva vida;

restos de incendio, en cuyas cenizas, se oculta el fuego en ignición eterna;

algo testigo de duelos inacabables y sombríos;

rastros de una nueva titanomaquía, de una lucha formidable, aun indecisa, entre los dioses y los hombres;

momento sociológico informe y confuso, que no tendrá nombre en la Historia, porque no es la Fe, ni la incredulidad:

ni la Paz, ni la Guerra;

ni la plena Barbarie, ni la plena Civilización;

ni la inviolabilidad de las naciones, ni la legitimidad de las conquistas;

ni la revolución, ni la estabilidad;

ni la anarquía, ni el orden;

ni el yugo de la tiranía, ni el reinado de la libertad;

ni el régimen del privilegio, ni la plenitud de la igualdad;

ni el triunfo del individualismo, ni el del colectivismo;

ni el de la aristocracia, ni el de la democracia;

ni la hora de la Monarquía, ni la de la República;

no es ya el derecho divino y no es aún el derecho humano; no es la hora de los reyes, ni la hora de los pueblos;

es la incoherencia, la inconsecuencia, la impotencia;

la confusión de todos los principios, el contubernio de todos los errores;

la duda, la incertidumbre, el caos;

sobre la tumba aun entreabierta de ese siglo, crece la Esperanza como un lis;

y en la vaga penumbra astral, el siglo niño se yergue y con pie alado, como de ninfa que desflora la vaga quietud de un lago escandinavo, avanza, ¡blanco Mago! en los hondos silencios del Misterio;

y avanza, bajo el cielo que se incendia sobre su cabeza y la tierra que tiembla bajo sus pies,

¿á donde va?

va hacia la Vida...

y nosotros con él;

verso la vita, verso la vita...

Ecce Deus…

Un viento de desolación y de espanto, pasa en este momento por sobre la Europa sorprendida...

los sabios callan, guardando el secreto en la boca amarga, seguros de que la aurora del verbo no ha llegado;

los héroes, nostálgicos de gloria, no mueven sus espadas, pues saben que los siglos heroicos han pasado;

las águilas de la Victoria, se han posado sobre cimas inaccesibles, y se niegan á seguir esas turbas obscuras, que en marejadas de barbarie, parten de Europa sobre el África, el Asia y la América, portadoras de la muerte y del pillaje;

y, la angustia sube formidable, con lamentos de treno enfurecido;

y, ese clamor viene de lejos, de muy lejos, de las selvas insondables del dolor;

esa voz de marejada que se escucha, es la voz de un océano que no ruge, sino en muy raras horas de la Historia;

el océano de las lágrimas del mundo;

ese aullido que llena las ciudades y los campos, no es el de las fieras del desierto, es el de un noble animal que muere de hambre sobre los campos incultos y en las ciudades hostiles;

es el grito del hombre miserable, que antes de morir en el combate de la vida, ensaya la lucha, rebelde á pronunciar ante los felices de la tierra, el: morituri te salutant, de los antiguos gladiadores;

esos nuevos esclavos que se rebelan á entrar en el Circo, para morir en él, bajo las grandes fieras potentadas, no vienen del desierto y de la estepa, sedientos de la sangre y del botín;

vienen del fondo de la mina obscura, larvas ciegas en busca de la luz;

vienen del campo triste, donde la helada mató en germen, el mísero alimento del mañana;

vienen del taller, donde la máquina hace inútil la mano del hombre;

son los sin pan, los sin trabajo;

no son las legiones de Atila las que llegan, son las legiones del Hambre, de aquel pálido hermano de la Muerte;

ya los pueblos no van á la conquista de la Gloria;

ese miraje astral no los seduce;

ya no van á la conquista de la Libertad;

la sangrienta Quimera no los toca;

no van á la conquista del Derecho;

dejan á Prometeo sobre su roca;

van á la conquista del pan;

ya no piden ser grandes, no piden ser libres, no piden sino: ser;

no aspiran á combatir, no aspiran á gobernar, no aspiran sino á vivir;

¡la vida, la vida!, he ahí el grito formidable de los grandes miserandos de la tierra;

¡la Vida!

he ahí el grito que resuena en Roma, en Turín, en Trieste, en Marsella, en Barcelona, en Amsterdam;...

y la invasión pavorosa avanza;...

¿en qué Campos Cataláunicos, contra qué escudo invencible se romperá esta invasión de la Miseria?

¿se romperá? ¿nos romperá?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . la onda sangrienta sube, sube;

los sembradores de la Muerte, arrojan la semilla en el surco rojo, abierto con sus picas demoledoras, y esperan ver surgir la gran cosecha libertaria y renovatriz del mundo;

sus trágicas siluetas se proyectan en la hora crepuscular, desmesuradas, en las livideces del paisaje campesino, ó se diseñan formidables en el horizonte cárdeno, sobre los muros negros de las ciudades incendiadas;

son los lívidos sembradores del Espanto;

¡los amos del mañana!...

en esta hora dolorosa de la Historia, hora de revolución universal, hora de gestación caótica, en que todo el pasado se derrumba, con siniestro fragor de catástrofe y un porvenir incierto se anuncia en una alba rojiza amenazante;

en este instante psicológico de la vida universal, en que un hondo lamento anuncia la muerte dolorosa del mundo antiguo, mientras un quejido como de niño enfermo, anuncia la aparición de un mundo nuevo, los pensadores, los escritores, los conductores de conciencias y de pueblos, tienen el derecho y el deber de detenerse á contemplar esta hora crepuscular y decisiva, las luces rojas de este ocaso, el incendio de esta aurora;

hombres y dioses, todo se sepulta;

hombres y dioses, todo va á surgir;

cuando los dioses sonrientes y bellos de la Heliada, cayeron bajo el hacha de los bárbaros, salidos de los más remotos puntos del planeta, para insultar la Belleza y sepultar el Arte, ascetas repugnantes, venidos de los desiertos, con pieles y con almas de fieras, monjes ignorantes y groseros, predicadores enfurecidos ó tiernos, anunciaron al mundo la Libertad, la Redención, la Paz, entre los hombres;

de los confines del mundo bárbaro, los mendigos, los libertos, los miserables, trajeron el Dios de una horda esclava, lo alzaron desgarrado y muerto, en lo alto de un monte, clavado á dos maderos en cruz, por sobre la tierra incendiada y penitente;…

era la bandera de todas las reivindicaciones;

la rebelión contra los dioses, contra los sacerdotes, contra los Césares;

la condenación implacable del pasado;

los dioses y los hombres, todos fueron hallados falsos, ante el tribunal de aquel plebeyo triste, de aquel insurrecto, que había amotinado con su palabra los esclavos, los mendigos, los anarquistas de esa época obscura de la Historia, que se oculta más allá de la falda opuesta del Gólgola;

y el visionario destructor triunfó;

y, al pie de la cruz, que fué su trono, la humanidad desarrapada, sembró la semilla de la libertad, y esperó ver surgir el árbol inmortal;

¡ y aguardó siglos!

y el árbol no nació;

extrañas larvas salieron del pie mismo de la cruz, horribles monstruos coronados y mitrados, con mantos de púrpura y de armiño, grandes capas pluviales, coronas y tiaras y un brillo cegador de orientales pedrerías;

todo el pasado resurgió del pie del mismo árbol ya podrido de la cruz;

y hubo Césares y Pontífices, y esclavos y rebaños como antes de que el extraño Cristo pastóforo, subiera á su patíbulo, entre los gritos de la plebe soez, que tanto amaba;

el ensayo de aquel anarquismo pastoril, fué un fracaso:

su triunfo fué efímero;

el despotismo reinó más fuerte, después de aquel abono de sangre;

hoy, el Galileo, agoniza de nuevo sobre su madero negro, en una desolación mayor que la que lo rodeó aquella tarde triste, en que entregó su cuerpo á los verdugos;

y su reinado agoniza con él;

en un noble gesto de fatiga, el ajusticiado, parece querer desprender sus manos del madero y arrancarse la corona de su reinado quimérico, para coronar con ella el nuevo dios;

¿quién será él? ¿de dónde vendrá?

¿en qué oscuro rincón del mundo lo engendrará el milagro de la plebe?

¿en medio de qué conmoción profunda lo parirán las entrañas de la tierra?

la época no es propicia para el nacimiento de los héroes ni de los dioses;

ya el gesto extinto de los viejos héroes no muestra á los pueblos el camino de la Gloria;

ya los mártires no mueren señalando el cielo;

la plebe que avanza á devorarlo todo, no tiene ideas;

no tiene sino apetitos;

es la gran bestia apocalíptica, somnolienta y triunfal;

lo que asoma en el horizonte no es una pálida cabeza de mártir, pidiendo la corona y la aureola;

es un inmenso vientre, pidiendo pan;

la lucha de las grandes ideas, pasó;

la lucha de los grandes apetitos ha llegado;

ha muerto el Ideal;

no queda en pie, sino el Instinto;

el nuevo dios se llama: Vientre;

¡salud al nuevo dios!

Cristo rojo…

El mundo es un campo abierto á todas las carreras del espanto;

en el horror de la bruma insondable, el estremecimiento del pavor pasa sobre el alma de los hombres, llenándola de una extraña, inexplicable inquietud;

los reyes tiemblan, en el soberbio aislamiento de su grandeza quimérica;

los pueblos espantados se refugian en un raro sueño de soberbia, enarbolando el pabellón rojo de un desastroso sueño sombrío;

en aquel peñón de todos los dolores, se organiza la rugidora invasión, que como una manada hambrienta de lobos de Circasia, ha de caer sobre el mundo y devorarlo;

la revolución de la Miseria organiza sus legiones, y como en todo período histórico que precede á una submersión del mundo en la barbarie, una angustia formidable priva sobre la tierra;

los poderosos tiemblan de soberbia, los ricos tiemblan de espanto, los pueblos se estremecen de piedad y los miserables rugen de hambre y de cólera;

la crisálida de un gran sueño se rompe en la estepa solitaria, en medio de uno de esos grandes, pavorosos silencios de la Historia;

rayos de Helíos penetran en las almas soñadoras;

y el problema avanza, más augusto, más angustioso que nunca, y aprieta la garganta del mundo, sofocándolo;

el ejército del Hambre, hace su tremenda aparición;

el anarquismo, desarrapado y sucio, es su Redentor, su Apóstol, su Profeta;

es él, quien avanza, trágico como la Muerte, y dice al mundo sorprendido: ¡heme aquí!

es el Mesías de las turbas miserables, el sombrío conductor de los hambrientos, que se presenta á los ahitos, pidiéndoles cuenta de su hartazgo;

conquistador implacable, cuya bandera es un harapo, llama y reune bajo ella, todos los miserandos de la tierra;

y avalanchas de turbas famélicas, van en pos de ese lívido guerrero, que parece evadido de la tumba de un nuevo Gengis-Kahn;

y el fúnebre Apóstol de la Destrucción, fija su mirada asesina sobre el mundo, y avanza contra él;

y da sus grandes batallas;

¿no lo sentís estremecerse formidable, en el corazón de la Europa amedrentada?

¿qué son esos motines sangrientos, y terribles, á cuyos gritos de rebelión responden los cañones, las fusiladas y la muerte?

¿qué son esas huelgas amenazantes de Marsella, de Barcelona, de Génova, de Turín, de Madrid, del Havre?

son los estremecimientos de la gran bestia dolorosa y terrible: la multitud;

es ella, que se despierta, llena de sueños brumosos y de apetitos insaciables;

sus ojos lúgubres, sueñan con visiones de sangre y de exterminio, y su gran vientre, inapaciguado, sueña con el hartazgo indefinido;

su grito de guerra paradoxal y extraño, estremece al mundo, como un gemido en la noche; como un rugido en la selva;

manifestaciones de una alma soberana brillan en esta triste vísionaria del horror, que no tiene la apacible mansedumbre de aquel otro desarrapado de la Historia, aquel humilde Cristo de Betania, que la precedió en los senderos de la predicación y del patíbulo;

en la ambigüedad sangrienta de sus sueños, en la incertidumhre turbadora de sus aspiraciones, surgen, como una primavera de horror, todos los fermentos y los venenos del odio secular;

ni un rayo de azul atraviesa las pupilas y los sueños de ese monstruo;

es ciego á la piedad y á la esperanza;

en vano habla del amor á todos los dolores, á todas las miserias, á todas las angustias, á todas las tristezas de la plebe, y pone en el canto litúrgico de sus aspiraciones las notas modulatorias de la Caridad y del Amor;

su rugido es refractario á las conmiseraciones y al perdón;

es implacable é inexorable;

el mundo había olvidado la piedad;

y este extraño destructor, viene á recordársela, en nombre de la Muerte;

los dioses y los cultos, los sistemas y las ideas no mueren: se transforman;

y, este anarquismo, vengador y tenebroso, no es sino el discípulo y el continuador de aquel Cristianismo primitivo; como él desarrapado y triste, como él perseguido, y que, como él, caminó al triunfo por el Dolor y por la Muerte;

el anarquismo es el Cristo Rojo de la Historia;

el Cristo Blanco, el Cristo de la Piedad y del Amor, ha muerto;

el Cristo de la Venganza y la Justicia, el Cristo Rojo, ha nacido, y adoctrina, como el otro, entre los harapientos de la tierra;

Tiberio, ignoró el obscuro vagabundo que con sus parábolas de amor, sembraba sueños de redención en las almas de Judea;

y los herederos de ese dulce visionario, llegaron un día á Roma, y hendieron con los brazos de la Cruz, el cráneo del Imperio, moribundo;

los poderosos de hoy, fingen ignorar ó desfiguran la aparición de este otro novador, nacido como aquél de las entrañas de la plebe y sembrador como él, de sueños de rebelión en la mente de los hombres;

y, ese terrible visionario, henderá con su hacha ensangrentada, la cabeza del mundo envejecido;

el Cristo del Amor, ha muerto;

el Cristo del Odio, ha aparecido;

el Apóstol de la Piedad, se borra y muere en las perspectivas cándidas de vaguedades infinitas, como una rosa mustia, en la luz de un crepúsculo doliente;

el Apóstol de la Venganza, aparece entre el incendio y el horror, como una flor de sangre, brotada de las entrañas del Averno;

Algo muy albo, muy triste, se ve perderse en las lejanías del horizonte;

es el Cristo Blanco, que se aleja, recogiendo sus albas vestiduras, cual las alas de un pájaro que muere;

y, algo sonoro y purpúreo, se ve surgir en la densa cerrazón del horizonte, como un relámpago cárdeno, que rompe una nube negra;

es el Cristo Rojo, que hace su aparición siniestra;

como una floración de rosas blancas, bajo el helado beso del invierno, las parábolas del triste Redentor, se mueren en las almas de los hombres;

como una floración de cactus rojos, bajo el sol colador de los desiertos, las paradoxas del nuevo Redentor, estallan en la mente de los pueblos;

amor, fué la palabra del Cristo que se va;

odio, es la palabra del Cristo que aparece;

amaos los unos á los oíros, exclamó agonizante el Caldeo, cuando cerró sus labios, como el cáliz de una flor que dió polen de la Vida;

mataos los unos á los olros, es la palabra del nuevo Salvador, cuya boca se abre como el cráter de un volcán, para dar la palabra de la Muerte;

el Cristo mítico y blanco, se elevó sobre el Tabor, en una nube de ensueños;

el Cristo trágico y rojo, aparece sobre el mundo en una nube de horrores;

el Cristo Blanco, era la promesa pueril de la Esperanza;

el Cristo Rojo, es la promesa viril de la Venganza;

más allá de la cruz del Cristo Blanco, se extendían los reinos fabu osos de la Vida;

y, en torno al pedestal del Cristo Rojo, los reinos silenciosos de la Muerte...

¡oh, el Cristo Blanco!

¡oh, el Cristo Rojo!...

Fatal exodus…

Uno como soplo de tempestad pasó sobre la América;

el huracán de la guerra asordó el espacio, encrespó los mares, sepultó las escuadras como las caravanas el vendaval de los desiertos, quebró un poder cuatro veces secular, desgarró la bandera de Lepanto, borró fronteras de reinos, hizo retroceder asombrados los tercios de Pavía, y á su conjuro formidable, se alzaron legiones de combatientes en una selva de esclavos;...

temblaron á su paso las islas y los hombres;

en el incendio de la selva, el -viejo león hispano huyó despavorido, y el águila salvaje persiguiólo, batió sobre él las alas formidables, desgarróle el flanco ensangrentado, desgreñó su melena encanecida y tinto en sangre lo dejó partir;

y se fué.. se borró su silueta enflaquecida en esas lontananzas incendiadas, en el crepúsculo gris de la derrota... mudo en el dolor del vencimiento... y su rugido que tantos siglos repercutió en la Historia, no estremeció las selvas ni los valles;...

sólo se fué el viejo león de los combates;

y, los cachorros que deja en América, se ocultan en sus selvas, asombrados, confusos ante el vuelo de las águilas;

y la bandera hispana desapareció del horizonte americano;

y, allí, donde extendía su rojo y gualda, señal de la Victoria, abren sus alas sangrientas, flámulas del combate, las águilas de Zaratoga y de Yorktown, señal de la conquista;

¡lábaro de la Fuerza vencedora!...

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

la Europa, vuelta de su asombro, de su pavor inmenso, herida en su orgullo con el despojo de su hermana débil, silenciosa y hosca, vuelve sus ojos al Oriente, donde el oso del Cáucaso, vela el letargo del hombre amarillo opiatizado;

y el águila del Norte, avergonzada de su lucha sin gloria, sedienta de conquistas, se resigna apenas á plegar las alas ansiosas de espacio y á cerrar las garras nostálgicas di presas;...