Rubén Darío - José María Vargas Vilas - E-Book

Rubén Darío E-Book

José María Vargas Vilas

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Beschreibung

Se trata de un largo ensayo escrito tras la muerte de Rubén Darío (1917), iniciador del modernismo literario, por José María Vargas Vila, gran admirador del poeta nicaragüense, donde el escritor colombiano desglosa las circunstancias y las épocas de la amistad sincera que le unieron al poeta.

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Seitenzahl: 111

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José María Vargas Vilas

Rubén Darío

 

Saga

Rubén Darío

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1917, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680249

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

YA cesó el gemido de las Muchedumbres, que como olas aullantes seguian el Féretro;

de aquel que llenó el Mundo, con la música suave de sus versos;...

de los panegiricos;

y la apologética;

y los ditirambos;

cesáron los ecos;

las unas, se dispersaron por la Vida;

los otros, por los vientos. . . . . . . . .

se deshojaron las rosas pálidas;

sus pétalos dispersos, fueron los unos, hacia las montañas obscuras;

los otros, hacia las olas de los lagos quietos;

se apagaron los cirios votivos, cerca del sepulcro recien abierto;

se oyó el concierto de las hojas secas, cantando en sus vuelos, como si cantaran los extraños sueños de aquel que fué: el Orfebre Divino del Verso;

los laureles, se hacen mustios, en los mudos senderos;

el Muerto, está solo;

se pudre en su Féretro;

ya llega el Olvido;

ya llega el Silencio;

ya se sientan juntos, sobre la tumba del Poéta Excelso.

* * *

ES necesario disputar la presa a esos grandes Espectros;

matar el Olvido;

violar el Silencio;

y, degollarlos ambos, sobre la tumba del Aeda;

y, soltar sobre ella, el enjambre luminoso de las abejas de Delfos.

* * *

HABLEMOS de ese Muerto;

evoquemos al Homérida Sublime, hermano de Virgilio y de Terencio;

al de la lira de oro, ornada de crisantemos;

que se alce la columna, sobre el zócalo;

y, encima el Estilita Inmovil:

el Recuerdo.

* * *

YO, no escribo la vida del Poéta;

solo escribo fragmentos;

este libro, es un Memento;

lo formo, arrancando las páginas de un libro mío, inédito;

mi libro de Memorias que ha de serme póstumo;

describo los momentos, en que los rudos vientos del Destino, trajeron la barca del Poéta, cerca a la barca mía, y, su Vida, se mezcló a mi Vida;

fortuitos encuentros, de dos argonautas, que recorrían el mismo Peripléo...

Ulises es: el Hombre....

el Viajero Perpetuo....

siempre fijos los ojos en la Itaca lejana....

y, todos regresamos a ella.

Itaca, es la Ciudad Doliente del Misterio.

Penelope, es: la Muerte;

y, nos espera de pié, sobre la linde de su Imperio.

* * *

YA el Poéta entró en él;

me precedió en el triste derrotero;

murió en el Otoño de la Vida, cuando era aún húmedo del jugo de las vides, el oro del follaje;

yo, entro en el Invierno, donde la orografia de los paisajes se hace blanca, con un blanco de argento;

¡cómo mi Viaje es largo!....

me parece eterno....

mi Vida, es ya una Via Appia, ornada de sepulcros;

me precede una legion de muertos;

cada día, uno de ellos, desgarra los cendales del Misterio....

ayer fué ese cisne archidivino, que hizo blancas las olas del Letéo, al extender sobre él, las alas níveas....

sentado al borde de mi tumba, repaso mi libro de Recuerdos, a la luz de ese sol oblicuo y pálido que ilumina el sendero de los muertos;

arranco estas páginas;

y, las doy a los vientos;

rosas de mis rosales solitarios;

caidas sobre el lago del Misterio;

dónde con un collar de estrellas en el cuello;

boga el Divino Cisne....

seguido por la ronda de sus Versos.

VARGAS VILA

Paris,1917.

CAPITULO PRIMERO

Era en 1894

 

FANTASTICO y, luminoso, con el atractivo de una gema cabalística, el nombre de Ruben Dario, aparecía en América, con el prestigio de sus rimas raras y exquisitas;

un Tirano Poéta, que había fatigado por igual, el Crimen y, el Poder, y, había violado con igual insolencia las Musas y, las Leyes ( 1 ), había nombrado a Dario, Cónsul de su Dictadura en Buenos Aires;

para espresar su gratitud, el Poéta, de rodillas, deshojó las más bellas flores de sus rosales líricos a los pies del Herodes Taciturno, que entre los arrecifes de la costa, cerca al divino mar azul, deshonraba tanta belleza, con el bochornoso espectáculo de su Despotismo y, de su bigamia;

yo, que desde mis periódicos, en New York, atacaba rudamente al Poeta-Tirano, ataqué con igual vehemencia, al Poéta-Cortesano, y, azoté con mi pluma, las espaldas encorvadas del Apolónida....

el Poéta, tembló, sin defender su manto de auriga de César, desgarrado por mi ultraje....

poco después, pasó por New York, para su sede consular;

se ocultaba de mí;

una mañana, me encontré en el Elevado de la sexta Avenida, con aquel encantador y amable espiritu que era Bolet-Peraza, que por aquel entonces se dedicaba, con igual ahinco, a hacer pildoras tocológicas y, reputaciones literarias, para el reclamo de las cuales, tenía un periódico, en el cual fabricó, no pocas reputaciones; algunas de las cuales, han sobrevivido a su inventor, como las pildoras.

— Dario, está aquí — me dijo — en el Hotel América, ¿no va usted a verlo?

dije a Bolet, las razones de mi encono;

no las podía comprender aquel amable excéptico, que había sido Ministro de la Dictadura de Andueza, y debía serlo luego de la de Cipriano Castro;

al dia siguiente, recibí en mi oficina, una tarjeta de José Marti, que decia.

«Comemos hoy, con nuestro Dario, y, contamos, con nuestro Vargas Vila.»

senti mucha indignación, ante aquella promiscuidad de conceptos y, me excusé en una esquela displicente que Martí, encontró excesiva, según me lo dijo luego Gonzalo de Quesada, que como Secretario de Marti, fué de los de la comida;

pocos dias despues, Dario partia;

sin habernos estrechado la mano;

sin haber sido amigos.

CAPITULO II

Era en 1896

 

YO, viajaba por Europa;

y, fuí a Grecia;

un percance marítimo, ocurrido en las costas de Sicilia, dió lugar a la noticia de mi muerte;

por primera vez, el macabro canard, atravesó el Océano, y, fué volando del uno al otro extremo del Continente Americano;

se habló de mi suicidio, en unión de una bella artista;

y, se fantaseó de lo lindo, en torno de ese tema;

amigos, y enemigos, hicieron derroche de odio y de bondad;

y, esa vez, como otras luego, me fué dado acariciar los laureles, y, las ortigas, nacidas sobre mi tumba;

entre todos los articulos necrológicos, escritos entonces, dos llamaron mi atención, por lo bellos y, lo sinceros: el de la Señora Cabello de Carbonera, publicado en un diario de Lima, y, el de Ruben Dario, aparecido en la «Nación» de Buenos Aires;

el Poéta, me rememoraba tristemente diciéndome:

«¡Amable enemigo mio! como en la tumba de la «Aphrodita» de Pierre Louys, pondría en la tuya un conmemorativo y sonoro epigrama, en un griego de Nacianzo; y dejaría para ti y para tu bella desconocida, — ¡así tendría a Venus propicia! — ¡rosas, rosas, muchas rosas!»

un dolor anacreóntico, volaba sobre esas páginas, tan bellas, como el alma de aquel que supo siempre la palabra reveladora, de las más altas formas de la Belleza, y, la Armonía;

le escribí una carta pública — que según alguien me contó años despues — hizo llorar al Poéta;

esa carta, fué el sello de nuestra amistad, que había de ser tan larga como sincera....

ella unió nuestras almas, y, nuestras manos, en una comunión espiritual, a través del oceano, lleno del perpetuo:

buffi di vento, da rumori arcani.

y, fuimos amigos;

a distancia.

CAPITULO III

Era en 1900

 

PARIS estaba en plena Exposición;

yo, vine de Roma, donde residía entonces.

Dario, vino de la Argentina;

me lo hizo saber así, por una esquela;

fuí a verlo, en unión de Ramón Palacio Viso, que ya sentía por él, una juvenil y entusiasta admiración;

el Poéta vivía, en la rue du Faubourg Montmartre, en el mismo apartamento con Gomez - Carrillo, a quien yo conocía ya, por habermelo presentado Miguel Eduardo Pardo, en 1894, en el Quartier Latin.

Dario, apareció ante nosotros, ya fantosmal y enigmático;

era aun joven, bien plantado, la mirada genial, el aire triste;

todas las razas del mundo, parecian haber puesto su sello en aquella faz, que era como una playa que hubiese recibido, el beso de todas las olas del oceano;

se diría que tenía el rostro de su Poesia, oriental y occidental, africano y, nipón, con una perpetua vision de playas helenas, en las pupilas soñadoras;

y, apareció como siempre, escoltado del Silencio; era su sombra;

el don de la palabra le habia sido concedido con parsimonia, por el Destino;

el de la Elocuencia, le habia sido negado;

la belleza de aquel espiritu, era toda interior y profunda, hecha de abismos y de serenidades, pero afona, rebelde a revelarse, por algo que no fuera, el ritmo musical, y, el golpe de ala sonoro;

la vida toda estaba, en aquellos ojos taciturnos, de internos horizontes desmesurados, donde parecia flamear una cordillera de volcanes, con las llamas atemperadas por el humo de sus propias exhalaciones;

bajo la calma búdica y somnolienta, de aquel que parecia un bonzo de marfil, se veía como en un cráter momentaneamente extinto:

il foco eterno

ch’ entro l’ affoca....

y, nos separamos del Poéta, de frontem duriorem, que era ya un hermano de nuestro corazón. . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Me hospedaba yo, por aquel entonces, con César Zumeta y Palacio Viso, en casa de una bella y espiritual dama, espejo de todas las elegancias, y, de todas las exquisiteces mentales, la Señora Smith de Hamilton;

esta dama, como todas las mujeres inteligentes y, cultas, de nuestra raza, amaba los versos de Dario, y, deseaba conocer al Poéta;

lo deseaban sus amigas, un grupo de bellezas, espirituales, que musitaban estrofas de la «Sonatina», y, deshojaban como Margarita, la misteriosa flor del porvenir;

se convino en que lo invitariamos a comer;

y, lo invité.

Dario, vino;

y, ¡cosa rara! vino a la hora fija;

llegó silencioso, sonambúlico, con esa seriedad medrosa, que le venia de su propia timidez;

gran emocion en las Señoras;

imperturbabilidad en el Poeta;

las señoras conversaban;

el Poéta sonreía;

esa sonrisa, era lo único que turbaba su serenidad de Idolo malgacho;

nada mas bello, que la sonrisa de Dario; era una flor de candor, arrancada de los jardines del Ensueño;

la conversación, languidecía cuando el criado anunció:

— La Señora, está servida....

gran alivio para nosotros;

Zumeta, Palacio, y yo, nos miramos;

estabamos salvados;

habiamos temido el naufragio del Poéta, en ese mar de su Silencio, en torno al cual, las bellas nereidas empezaban a hacerse burladoras;

fuimos al comedor....

continuó la sesión de silencio, por parte del Poéta;

nada lo sacaba de su actitud monosilábica....

con su volubilidad habitual, las señoras terminaron por prescindir de él, y la conversación se hizo animada al calor de los buenos vinos;

se habló de amor;

se contó una reciente historia muy conmovedora...

Dario, lloró....

al ver llorar al Poéta, nuestra bella anfitriona lloró también;

lloró, la dama sentimental;

lloró la niña romántica;

lloró la vieja Señora....

aquello fué una sesión de llanto a domicilio;

solo Zumeta, Palacio Viso, y, yo, no llorabamos;

haciamos esfuerzos inauditos para no reir;

la romántica comida tuvo fin;

volvimos al salón;

las señoras, decaidas en su esperanza de oir bellos versos, dichos por los labios del Poéta, renunciaron a forzar la barrera de su silencio, y, se ocuparon de música y, de otras cosas;

y, el Poéta quedó en su aislamiento; él, que amaba tanto las mujeres, sus perfumes sujestivos, las sonrisas de sus labios, y, el contacto de sus manos;

la sociedad, no era su reino;

no había nacido en ella, ni para ella;

no quisimos prolongar su tormento, y, salimos con él, a la calle;

entonces habló y, fué ameno, pero nunca locuaz....

la boca de ese Poeta, era un panal cuyas abejas no volaban nunca, y, la propia colmena las tragaba....

nos separamos en la Place Wagram;

y, se alejó de nosotros; erecto, silencioso, espectral.

CAPITULO IV

Era en 1900

 

EN Roma.

Dario, llegó para las fiestas del Año Santo;

me visitó, en unión de un millonario sud-americano, cuyo nombre no recuerdo; analfabeto, ostentoso y gárrulo;

yo, era entonces Ministro del Ecuador, en Italia;

invité a Dario, a comer en el Restaurante Colonna;

fué una comida, de intimidad espiritual y, deliciosa;

los yacimientos vírgenes de aquella alma, se mostraron a mis ojos, en el raro esplendor de sus riquezas;

el Poéta de los poétas, mudo ante las multitudes, era en la intimidad, si no rico de espresiones, ni fastuoso de imágenes, sí lleno de un encanto secreto, que le venía de su sinceridad;