Sombras de águilas - José María Vargas Vilas - E-Book

Sombras de águilas E-Book

José María Vargas Vilas

0,0

Beschreibung

«Sombras de águilas» (1929) se trata de una recopilación de ensayos biográficos breves sobre diferentes e importantes intelectuales que desarrollaron la mayor parte de su actividad a lo largo del siglo XIX: los filósofos Thomas Carlyle y Ernesto Hello, el poeta Léon Bloy, los dramaturgos Pompeyo Gener y Henrik Ibsen y el pintor Hermes Anglada.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 151

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José María Vargas Vilas

Sombras de águilas

OBRA INÉDITA

Saga

Sombras de águilas

 

Original title: Sombras de águilas

 

Original language: Spanish

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1929, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680201

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

THOMAS CARLYLE.

Más que un Poeta, fué un Profeta;

¿dónde principian o dónde se juntan el Poeta y, el Profeta, en ciertos seres atormentados y grandiosos, que aparecen en el umbral de los siglos, voloteando como terribles águilas coléricas, en el corazón estremecido de las tinieblas y, a las cuales, les fuera dado el armonioso privilegio de cantar?

los más grandes Profetas, han sido los más grandes Poetas;

¿quién como Ezequiel, fatigó el horror en la armonía, haciendo de su lecho de fiemo, una trípode divina, cantando su cántico de exaltación desde el fondo de su fetidez, como una alondra prisionera en una cloaca?

se diría, una lira de estiércol, pulsada por las manos de un dios en furia;

lejos de aquella actividad del furor, ¿dónde hallar el furor de la Resignación, que no sea en Job?...

Job, fué el Poeta del Fatalismo divino;

nada más abyecto que su esperanza...

Dios, no tuvo nunca, un esclavo más vil, que aquel idumeo vencido, predecesor de aquella turba de esclavos, que en el Circo de Roma, saludaban al César, antes de morir.

Job, es, la larva de la Resignación, tomada del vértigo de la gratitud;

nada más vil, que aquella oveja semita, balando en un crepúsculo sin sol, en la llanura árida calcinada por el rayo;

y, sin embargo, nada más bello que aquel Poema hebreo, más cargado de Fatalismo, que todos los que el genio induo pudo soñar en el silencio de las selvas indostánicas, más allá de las auroras vírgenes del Ramayana.

Job, tuvo el alma de un cenobita...

todo lo obscuro, lo nauseabundo, lo abyecto del eremitismo de los primeros siglos cristianos, está en él;

pero, no hay ermita de penitente, igual, en magnificencia mental, al estercolero de aquel Poeta de la Piedad, atacado de la locura de la Resignación;

antes del Stultitiam crucis, que atacó al galileo, ya Job, había tenido la demencia de la cruz; el abyecto placer del sufrimiento, la voluptuosidad de gemir bajo las manos de Dios;

en Job, el Hombre, es vil, pero, el Poeta, es enorme;

¿qué Olimpo, iguala a aquel estercolero, sobre el cual, un sol implacable fulge, como sobre una nube de cristal, y, del fondo de cuya miseria, el cántico se levanta, trémulo y apasionado, como el himno de la más cobarde, pero la más armoniosa Resignación, que hayan oído los siglos?

cuando Job, habla, el mundo enrojece y calla;

el Silencio se hace, en torno de aquel esclavo, que besa su cadena enamorado de ella;

el Sol, parece hacerse más rojo, de la vergüenza de alumbrar aquella lepra que canta;

el pentagrama, tiembla, repitiendo, los ecos de aquel cántico;

toda la miseria humana, está en Job, y, todo el Dolor;

el Desierto canta en él, su himno de simounes;

el Silencio y la Soledad eran sus heraldos;

él, violó el uno; sus amigos violaron el otro;

el diálogo de esas dos violaciones, forma toda la entraña del Poema.

Job, es, una larva, que merece serlo;

falta grandeza a Job, porque le falta Orgullo;

envilece su genio, adorando;

¿qué?

la mano que lo hiere;

ese beso al azote que lo flagela, es miserable, más allá de toda miseria, y, despreciable, más allá de todo desprecio;

ese Poeta de la Resignación, está más abajo del Poeta de las Lamentaciones, que fué Ezequiel;

del Poeta de las Imprecaciones, que fué Isaías;

del Poeta de las Desolaciones, que fué Jeremías;

permanece solo, en su abyección;

como un escarabajo de luz, hecho de un rayo del Sol...

inmundo, luminoso y sonoro...

Isaías, es, la tempestad que canta;

su cántico está orquestado, en la gama de las tormentas;

su lira, es hecha de todos los rayos del Sinaí, y del último trueno, escapado de las manos de Júpiter...

se diría, la última águila de Jove, ya que el Deuteronomio, no tiene águilas;

viene directamente del Cáucaso;

él bebió sobre los labios coléricos, el último aliento del Titán Encadenado;

dialoga con los hombres, como Prometeo, dialogaba con las Oceánidas;

apostrofa a Dios, fingiendo apostrofar los hombres;

se vuelve del lado de Dios y, lo interroga, como Prometeo interrogaba a Júpiter;

cuando él, habla, parece que una nube de sangre se pone sobre el horizonte;

se diría que su boca se hace las cabeceras de todos los ríos confluentes al Mar Rojo;

es, el Equinoxio en furor;

después que él, ha callado, se oye aún el eco de su voz, como la del rayo, después que éste, se ha hundido en el corazón de la montaña;...

… … … … … … … … … … … … … …

… … … … … … … … … … … … … …

de todos esos poetas, hay en Carlyle;

de todo ese profetismo, obscuro y desmesurado, que huracaniza sobre los cielos de Palestina, bajo los cuales pastoriza Moisés, su rebaño nómade de pueblos;

añadid a eso, el estruendo de los carros del Apocalipsis rodando sobre las cimas de Pathmos;

y, el vuelo fragoroso de las águilas dantescas, en el corazón de la Selva Impenetrable...

y, tendréis a Carlyle;

todo Carlyle;

la virtud del Verbo, reside en él, con caracteres de resonancia y, atronación;

es, sibilino y confuso;

el Oráculo de Delfos, musita en sus labios;

el caduceo de la Iniciación, ornado de las serpientes simbólicas de la Sabiduría, es necesario, para entrar al templo hermético de aquella prosa;

el sentido de la Hermenéutica, es preciso allí;

no es un autor de fácil acceso mental, este escocés abrupto y, escarpado, como los desfiladeros de un monte plutoniano;

sus actitudes de Pitonisa encolerizada, dan un raro atractivo y, una trágica belleza, a su figura inquieta y sombría, que parece agitarse ante una tela movible, de relámpagos, en un horizonte de borrascas;

se diría, que el rayo es su báculo, y, el trueno es su voz;

su prosa, contorsionada y guijarrosa, rechinante por la violencia, carece de belleza para los oídos ecuánimes y muelles, hechos al ritmo cadente, habitual de las bellas frases, escritas por los profesores de la euritmia anémica y académica, que gozan por lo pequeño de su inspiración, los favores de la admiración, más grande; y, sin embargo nada igual a la belleza de aquella prosa huracanada, cuando llega sibilante a las cimas escuetas de la Invectiva;

es allí que principia, el peripleo de las tempestades; la trayectoria del trueno...

y, lo llenan todo;

cuákero alucinado y alucinante, sus gesticulaciones de poseído, lo llevan a veces hasta el borde del Ridículo, que está tan cerca de lo Sublime;

pero, no cae en él;

ese equilibrio, es el sentido del Genio;

quien dijo Poeta, dijo Dolor;

y, por ese lado, Poeta fué Carlyle;

pero quien dice: Poeta-Profeta, un solo nombre dice, y, ese nombre, es: Genio;

vocablo solitario y, aislado, como un peñón que tiembla bajo las alas de las águilas y, las cóleras del cielo...

todo Genio verdadero, es, un Genio solitario;

el Genio, aisla y se aisla;

la cercanía al Genio, es intolerable a la Multitud;

la cercanía de la Multitud, es, insoportable al Genio;

se repelen;

decir genial, es decir excepcional;

excepción, es, proscripción;

la Superioridad condena a la Soledad;

es el camino que conduce a ella;

el Genio, es una forma de Crimen Divino;

todo Genio, es un Philoctetes, tocado de la lepra de los dioses;

ha traicionado la pequeñez de la Humanidad, siendo más grande que ella;

y, su Soledad, es el islote de las Lócridas, desde el cual lanza sus lamentos, que las olas repiten, como un cántico en la Noche...

las carabelas de los hombres pasan lejos, empujando con sus quillas, las espumas hacia el escollo, como un salivazo de la Victoria colectiva, al Genio, vencido y solitario;

el Genio, sube hacia la Gloria, llevando sobre sus hombros, la montaña de su Soledad;

es un Prometeo, que lleva consigo, la Cima, en que ha de ser clavado por los hombres y devorado por los buitres;

el Genio, es la más triste expiación de la Gloria, que hayan conocido los hombres;

el Genio, no ama la Tierra, que pisa; y, tiene horror, al Cielo que lo cobija;

aislado entre esas dos intemperies, igualmente odiosas y odiadas, su Vida es una queja, que el eco desmesurado, convierte en una requisitoria;... contra los dioses y contra los hombres...

y, esa requisitoria, partida del corazón de las tinieblas, hace temblar el Mundo;

el grito salvaje de la Soledad, tiene el poder de espantar o de encolerizar los hombres;

no tiene el poder de encantarlos ni de salvarlos;

es el rayo del Sinaí;

no es la flauta de Orfeo, ni la voz del Tiberiades;

en el Gólgota, al decir de la Leyenda, los hombres, crucificaron a un Dios;

en el Cáucaso, los dioses, crucificaron a un Hombre;

pero, ese hombre era el Genio;

esta Leyenda, vale más que la otra;

el Cáucaso, está más alto que el Gólgota;

porque el sacrificio de un Genio, vale más que el Sacrificio de un dios;

porque el Genio existe;

y, la voz del Genio, es: la Verdad;

violenta y desesperada, ella se clava en el corazón del Hombre, como el pico de un cóndor en el corazón de una oveja...

no hay un hálito de caricia, en aquel viento inmisericorde, que baja de la cima aislada, donde el Genio, tiene en sus manos el cuadrante de las tempestades;

leed a Carlyle;

sentiréis la impresión de una mano que os estrangula para convenceros, después de haberos abofeteado;

de Esquilo hasta hoy, ninguna voz ha sonado más alta que la suya; ni la de los héroes y semidioses que Homero hace dialogar sobre las murallas de Troya;

voz acre y sin dulzuras;

toda música está ausente de ella;

es el antilírico, por excelencia;

es más que rebelde, áfono para toda clase de armonía;

es rumoroso, pero, como los volcanes y, como el mar; como los ríos muy profundos;

es desconcertante, en su enormidad y, en su obscuridad, cual si se viese en un sueño, una danza de montañas;

es, uno como pastor de elefantes amaestrados, y de hipopótamos clowns;

sus sarcasmos hacen pensar en los Circos foráneos, y, en las interjecciones y, los puños de los domadores de ferias;

hay en él, monólogos de demente, que hacen pensar en los locos de Shakespeare; y, soliloquios fastuosos, no oídos después de Esquilo, ni aun en los titanes autoparlantes de Hugo;

lo sublime reside en su prosa, en calidad de elemento primitivo, informe y, expontáneo, fuera de toda belleza de Arte;

la Ternura yace en el fondo, en forma de yacimiento virgen;

lo bello en forma caótica y profunda, menesteroso de un trabajo de exploración que lo revele;

es un genio de caverna y, de cima, al propio tiempo...

alto y profundo;

hecho para escalar en su vuelo las tinieblas del cielo, y, penetrar en venazones de fuego hasta el corazón sagrado de la Tierra;

prosa ruda y cálida; efervescente, como un metal en fusión;

todo en él, es volcánico, informe y vehemente;

se diría una mina carbonífera incendiada;

su sonoridad anti-musical y, violenta, tiene el encanto misterioso de las fuerzas desencadenadas de la Naturaleza, cuando en la visión de un espectáculo suyo, nos hacen sufrir su sortilegio;

¿elocuencia?

todo lo que se ha llamado tal, desaparece, ante el empuje brutal de la Elocuencia suya;

músicas de Demóstenes y de Esquino, semejantes al rumor armonioso de los mares griegos, o a un manso vuelo de palomas sobre el espejo azul del Helesponto;

apóstrofes alquilados de Cicerón, produciendo un rumor de cítara, sobre sus labios venales;

homonotopeyas sonoras de Julio César, semejantes a golpes de espada sobre un escudo céltico;

bellezas ornamentales y, clásicas de Tiberio Graco;

sarcasmos desesperados de Cayo, saltando como un tropel de tigres, sobre sus enemigos asombrados...

prodigioso decir de Catilina, cuyo verbo tenía el encanto y la fuerza de un puñal tiranicida...

todo eso aparece, como un bello juego de palabras, ante las voces atronadoras y, los gestos desconcertantes de este pujil de la diatriba, semejante a un derviche enfurecido, en el cual viviera la locura de un dios;

sólo Isaías, le iguala en sublimidad, y, Ezequiel, en realismo desvergonzado y grandioso;

parece que hubiera pasado cerca a la caverna del hijo de Amots, a las deyecciones del cerdo lírico y profético de Caldea, al estercolero de la larva de Huts, porque de todos esos clamores hay en su prosa, que semeja el viento colérico que ha atravesado los desiertos y, empujado con sus alas la marcha vertiginosa de las cataratas que se desprenden del corazón do las montañas;

la dispepsia que atormentó su vida parece haberse comunicado a su prosa, ácida y fermentada;

colérico y, bilioso, el solitario de Chelsea, hecho profesor y, traductor de libros, para ganar su vida, y, sintiendo que ésta lo estrangulaba, como no tenía el oprobioso bozal de la Resignación, gritó tan alto sus rebeldías, que obligó al mundo, a volver a mirar hacia él, para obligarlo a callar;

como siempre, el mundo lo insultó antes de comprenderlo, y, se mofó de él, antes de admirarlo;

¿por qué extraño fenómeno de refracción, el mundo, se empeña siempre en proyectar sobre el Genio, la sombra del arlequín, que él, lleva en sí?

Carlyle, tuvo el desdén de la burla, que precede siempre al desdén de la admiración, en los grandes genios;

profeta de la Verdad y, de la Justicia, se empeñó en evocar sus sombras, y, en extraer sus cadáveres, que dormían un sueño inmemorial de siglos, en un hipogeo repleto de cenizas

y, bajó a la arena del combate, pujil sin otra fuerza que la de su Verbo hierático y sacerdotal, y, un corazón invulnerable, insensible a los dardos de la derrota, como el corazón de todo Héroe auténtico;

la autenticidad de un Héroe, se prueba por su insensibilidad cuasi divina ante la derrota inmerecida;

y, Carlyle, fué vencido;

pero, ¿ puede ser vencido un solitario?

en sus soledades de Hoddam Hill, o de Chelsea, como en su desierto de Craigenputtock, Carlyle, no se preocupó de la derrota de sus ideas, y, eso a causa del desprecio que le inspiraba el vencedor...

la soledad, tiene ese derecho inalienable, de despreciar el mundo, que la vence sin poder llegar hasta ella;

¿cuánto tiempo duró esa lucha?

más de medio siglo;

durante ese tiempo, Carlyle conoció todas las formas del Escarnio,

nada, ni su Vida de Schiller, ni la de Goethe, ni su Ensayo sobre Ritcher, ni su Estudio sobre la Literatura alemana, bastaron para sacarlo de la ultrajante obscuridad;

su Sartor Resartus, aquella enorme Mueca-Poema, desesperante en su hilaridad, como el rostro de Gwinplaine, obtuvo el más estrepitoso fracaso, que registra la historia de los libros;

no el fracaso en el Silencio, sino el fracaso en el Insulto;

«fárrago abominable», «locura insulsa», fueron entre otros, los títulos que mereció del Público, el más bello y más profundo libro de Ironía, que después del Quijote, se ha escrito en lengua de pueblos cultos;

un Quijote ebrio;

pero, ebrio de Sátira, y, de Dolor;

Swift, Ritcher, y, todos los grandes humoristas palidecieron ante la creación genial y, absurda de Carlyle;

el grotesco-épico, de forma puramente espiritual, no había adquirido hasta entonces, su forma máxima;

la adquirió en ese libro;

fué necesaria la aparición de la Revolución Francesa, para sacar a Carlyle de la obscuridad;

llegó a la celebridad, ya viejo, como Homero;

viejo y cansado de llorar;

y, ese libro, que lo reveló al mundo, como el más original, y, tal vez el más injusto de todos los relatores y jueces, de aquel gran Proceso histórico, sobre el cual, él, cerró los ojos llenos de pasiones, y, abrió la boca llena de blasfemias, no es, por cierto, el mejor de sus libros, aunque sea el más grande de sus panfletos;

su triunfo, acusa su inferioridad;

en ese libro atrabiliario y, sin grandeza, donde hormiguean las pasiones pequeñas y se desconocen los hombres grandes, sólo la prosa es bella...

prosa, más que lapidaria, lapidadora, con ella se encarga Carlyle, de lapidar los grandes genios y, los grandes héroes, como con una lluvia de guijarros de cristal o de diamantes de Golconda, que vuelven a su mano hechos rojos, como rubíes de Smirna, porque el privilegio de la Gloria, es ese: divinizar las cosas que la hieren;

en esas páginas su elocuencia suena falsa, su piedad es cínica, sólo su cólera es sincera;

es un libro abominable, pero, admirablemente escrito contra la Libertad;

su belleza lo salva;

de la Revolución a los Panfletos, Carlyle, se conserva de una brutalidad exasperante; tiene el frenesí de un dios, hecho súbitamente epiléptico;

y, sin embargo, es misericordioso, como todos los violentos;

y, parece llorar sobre las ruinas que acumula;

el alma de todo Profeta, se ahoga en la Piedad, en la ruda Piedad, de la cual ha salido, para vociferar desde la roca de su Soledad, al mar humano, indiferente y, sordo, que no lo contempla sino para escupirlo, cuando no puede devorarlo;

como todos los grandes hombres que escriben de espaldas vueltas al efímero triunfo, él, amó el Honor y detestó los honores, porque sabía que para obtener éstos, hay que apostatar de aquél;

como no tenía alma de lacayo, la librea no lo sedujo con el brillo de sus galones;

la cruz, que fué en tiempos pretéritos, un patíbulo de esclavos, es hoy el premio a la abyección de ellos...

ya no se ven siervos pendientes de una cruz, pero, se ven todas las cruces, pendientes del pecho de los siervos...

el hierro que marcaba los esclavos, se les ponía antes en las ancas, hoy se les pone en el pecho, en forma de cruz;

a Carlyle, se le ofreció uno de aquellos collares de Servidumbre;

lo rechazó indignado;

ninguna cruz, mancilló su pecho;

como a todo Genio, le bastó la que llevaba sobre los hombros;

la Vida de todo Genio, es una Crucifixión;