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«Tardes serenas» (1930) es una recopilación de artículos de diversa temática escritos por José María Vargas Vila. En ellos reflexiona sobre el genio creador en la vejez («El crepúsculo esplendente»), sobre la naturaleza de la tragedia («La tragedia») y hasta toma partido, como en la cuestión del sufragio femenino («Bavardajes»).
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Seitenzahl: 212
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
(OBRA INÉDITA)
Saga
Tardes serenas
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1930, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680195
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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La Beauté n’est pas dans
la victoire, la grandeur n’est
pas dans le triomphe, mais dens
les avoir mérités
Ser Excepcional, es la plenitud de ser Genial;
el Verdadero Artista, lleva en Sí sus leyes de Belleza, para la realización de su Obra de Arte;
es decir; para la Modelación de su Yo, en la Obra que va a crear;
el Yo, es la fuente de toda Belleza Real; lo demás, es la Copia del Alma de la Escuela, Servidumbre aciaga del Rebaño Mental;
sólo siendo Personal se es Original;
tradición, es Imitación;
clasicismo, es Servilismo;
aquél que tiene Maestros, no lo será jamás;
lo que hubo de grande en el «Renacimiento», fué el triunfo de la Personalidad sobre la Colectividad: la Victoria del «Yo»;
en Arte, Originalidad y Excentricidad son sinónimos;
en épocas de Vulgaridad Imperante, ser Excéntrico, es ser Unico;
un Artista, del cual una sola cosa sorprende, no tiene nada de sorprendente; y no vale la pena de fijarse en él;
es aquel, en el cual todo sorprende, que vale la pena de ser mirado fijamente, porque en él, todo, especialmente sus defectos, tiene el sello de la Originalidad; y es a causa de eso, que es una «Personalidad»;
fuera de toda Colectividad;
toda Obra de Arte, es bella a condición de que se refleje en ella el Alma del Artista, y sea una como Prefiguración de su «Yo»;
el Artista, funde en Sí la Visión del Universo, y la revela en su Obra;
es el reflejo de otras Almas;
las absorbe, las transforma y las reproduce en sus Creaciones;
al darles la Vida, les da su alma;
toda «Obra de Arte», es musical, y pictural a la vez, como el Coro de una Capilla Conventual, y el corazón de una Selva Virgen;
las novicias, son pájaros que cantan en una Selva de mármoles, y los pájaros, son como niños de Coro Salmodiando en el único Templo en el cual no se alberga la Mentira;
la Creación de un Artista, Libro, Cuadro, Sinfonía, no es sino una Modalidad de su Temperamento, una Forma de su «Yo»;
los Prerrafaelistas, aquellos maravillosos Orfebres del Verbo y del Dolor, si hicieron Obra Permanente de Arte, fué porque permanecieron eminentemente personales; y, agrupados en los jardines de aquel delicioso Falansterio de Cheyne Walk, en el cual el cáliz de cada rosa parecía guardar el alma de Platón y decir un verso de Virgilio, guardaron su Personalidad Artística intacta, sin fundirse, ni confundirse en la Servilidad Colectiva de una Escuela, ni asumir ninguno de ellos, la actitud rígida de un Maestro;
ni Rossetti, ni William Morris, ni Burne-Jones, ni Brown, ni Millais, abdicaron de su Personalidad, para hacer Obra Colectiva de Escuela o Academia...
permanecieron libres, en la plena Autoctonía de su Genio...
los Lakistas, Wordsworth, Coleridge, Southey, se agruparon a la riba de los lagos que cantaron, pero, no se hundieron en ellos, desapareciendo en su fondo, como Narcisos melancólicos, besados por las olas;
todo Artista Genial, tiene una Visión Personal, del Mundo que lo rodea;
y es esa Visión, la que reproduce en sus libros, en sus Cuadros, en las Estatuas, o grupos Escultóricos, que labora;
las Cosas Inanimadas, tienen una Alma, que se revela, desnuda a los ojos del Artista;
como las Almas de los Hombres;
todo Gran Artista, es un Revelador de Almas más que un Creador de ellas;
un Evocador de esos Paisajes Psíquicos, que permanecen Obscuros y borrosos, ante las pupilas de aquellos que no tienen en ellas el divino resplandor del Genio...
reproducir el Gesto, vago y misterioso, de las Almas;
¿hay Misterio en las Almas...?
sí;
y revelar ese Misterio en un Cuadro, en un Mármol, en un Libro, es enriquecer el Arte, no con una Creación, sino con una Revelación;
toda Alma, es una Obra de Arte;
revelarla, es el deber de todo Artista;
hay en todo Artista, una especie de Megalopsia, que engrandece los objetos que mira; los magnifica;
una Vida, vista por los ojos de un Artista, se transfigura;
se hace de una Belleza pictural y musical, desconocida para aquel mismo que la ha vivido...
el Artista da su propia Alma al Alma de los otros, y es por eso que hace de ella, una «Obra de Arte...»
y le da una forma de Eternidad, en la Perennidad de su Visión...
la Vida pasa;
el Arte queda;
el Artista, es eterno como el Arte;
la Vida, es como una Sinfonía de Colores, y, cada Alma es como un átomo de ella...
lo Ideal, no es sino la Magnificación de lo Real;
toda Obra de Arte, es realista, porque no se puede crear nada fuera de la Realidad;
no se puede embellecerla, sino destruírla;
la Naturaleza es siempre verdadera, por eso es siempre bella;
como el Arte;
todo Arte que revela una Alma, revela una Realidad...
de ahí el Realismo obligado del Arte...
toda Obra de Arte, es la Revelación de una Alma desnuda;
desnuda como una Diosa en el baño;
toda Desnudez, es pura, como la Verdad;
el más puro de los Gestos de la Vida, es el Amor;
el Amor, es la más bella forma del Dolor;
y, el Dolor es puro;
y, purifica...
como el fuego...
las Grandes Vidas, son aquellas que ese fuego ha devorado...
no preguntéis en qué actitud, fueron ardidas...
toda Actitud de Amor, es Santa;
toda forma de Amor, es bella...
y, el Arte, no es sino una forma de Adoración a la Belleza.
J. M. Vargas vila
Oh, bello y suave declinar del Día...
la desnudez divina de la Tarde...
de la Vida...
cuán bellos son, si en su horizonte arde el Sol del Genio;
la Fuerza Animatriz;
que fulge y crea;
en un perpetuo Génesis de Gloria...
pero...
¿ envejece el Genio...?
¿se marchita como un pálido asfódelo...?
la mano impura del Tiempo, que marca las arrugas en su rostro, como las vértebras de una cordillera en un astro, ¿es bastante a apagar la llama Genitora, la antorcha vígil, una de cuyas chispas crea un Mundo, en la noche Sideral del Pensamiento?
no...
el Genio no envejece;
se reposa como el Sol, en la virgínea orla purpúrea de la tarde, para fulgir más fuerte, y enviar sus incendios de luz por entre los intercolumnios de las nubes, al Circo cerúleo de los Mares, donde combaten las olas...
gladiadores vencidos, que empurpuran con su sangre las arenas de las tardes fugitivas...
la Vejez del Genio, es augusta y fecunda como la Vejez del Sol...
se habla de la Vejez de los Poetas, como de la más lamentable y más estéril...
arpas enmudecidas, a las cuales no alcanzan a arrancar ya los sonidos, las pálidas manos de la Senectud... cuyos dedos, proyectan sombras arácnidas sobre las cuerdas trémulas...
sombras que pueden decir con el verso melancólico de Corneille;
La moitié de moi même a mis l’autre au tombeau...
y lloran sobre esa mitad de su sér, ya sepultado, repitiendo el: animæ dimidium meæ de Horacio, como la estrofa de su cántico de Desolación...
sollozadoras como las olas del Mar Euxino, arrullando el Sueño de Ovidio, sepultado en las Soledades de Tomes;
pero, no;
la Vejez Infecunda, la Vejez Acerebrada, vecina de los limbos de la Idiotía, no es patrimonio sino de los Pequeños Poetas, esas libélulas versicolores, que con sus vuelos de noctílucos iluminan el cáliz de las rosas dormidas en la penumbra de los jardines silentes;
los Grandes Poetas, no envejecen, semejantes a la Osa Mayor, que, al decir de los antiguos, no desciende jamás del horizonte, ni se hunde entre las ondas salobres: metuentes æquore tingi, que cantó Virgilio;
la Marea del Olvido, no los cubre con sus ondas voraces; no los devora...
es verdad que su Gloria, tiene desmayos fugitivos, como el parpadear de un lucero, en la calma serena del azur;
pero, surge más avivada y más pura, como una constelación sobre las aguas turbadas;
la Gloria, es el «Sol de los Muertos», y ya un inmortal le dijo: la vera Gloria è postuma, e quindi non godibile;
y aquellos que en vida la disfrutan, tienen momentos catalépticos, en que, bajo la mortaja de un aparente Olvido, semejan estar muertos y pueden ver brillar el sol de su Gloria, como si lo mirasen ya por los intersticios de su Tumba;
una larga Vida no es fatal al Genio;
como un largo Crepúsculo no es fatal al Sol;
el Talento envejece;
el Genio, no...
el Genio, es perpetuamente joven, como los Dioses de Homero;
tiene la Juventud Eterna de los Astros;
basta evocar algunos nombres, para probar la veracidad de esa Aserción;
la Vejez de Víctor Hugo, fué robusta y florida, como la Vejez de una Encina, en cuyo follaje perpetuamente renovado no cesó nunca el canto de los pájaros... .
y de tal manera fué alta y fuerte la Vieja Encina, que hasta momentos antes de morir, atrajo el rayo, y sintió enredarse las alas de la tormenta, en sus ramajes umbríos;
Goethe, envejeció sin eclipse, esparciendo el resplandor de su Genio Atico, sobre las Columnatas del Tiempo, como sobre un lejano Acrópolis, poblado de mármoles serenos, que tanto amaba;
ninguno de los dos, conoció las opalidades de su época, ni sufrió de las amnesias de su siglo vertiginoso y fuliginoso, en perpetua atmósfera de Tempestad;
ambos desaparecieron en pleno cenit como si el cielo se hubiera partido en dos, para ahorrarles la pesadumbre de su Declinación;
para los Grandes Escritores de Prosas (Poetas que no hacen versos), el Ocaso, es como un nuevo Oriente, que les da un mayor acrecimiento de luz...
Chateaubriand, Carlyle, Emerson, Michelet, Quinet, Bloy, produjeron sus Obras Maestras, en ese Crepúsculo Apacible, como si la Vecindad de la Muerte aumentase sus Fuerzas, centuplicando sus energías, para entrar en la Inmortalidad;
y hay que hacer constar, que son los Poetas, entrados en las Tormentas Políticas, ornados de la Corona de Encina, que en la Antigüedad caracterizaba los Poetas Heroicos, que descendían al tráfago del Foro y de la Plaza Pública, los que han gozado y gozan de ese Privilegio de Inextinguibilidad de su Prestigio en los días de su Declinación, Rebeldes al Eclipse de su Gloria;
Goethe, no fué un Político, sino un Cortesano, amanerado y cobarde, que ensayó todas las formas de la genuflexión sin fracasar en ninguna: Virgilio de mármol, encargado de cantar y encantar a ese Augusto de terra-cotta, que era el Gran Duque de Weimar, fué por esa actitud de innoble Servidumbre, que mantuvo vivo su nombre en las generaciones sucesivas, que lo vieron deshonrarse, y fué por la vileza de estos gestos infaustos, más que por la belleza de sus dos Faustos, que su nombre estuvo a flote hasta que la muerte lo sepultó en los Antros del Silencio, ya que no podía naufragar en los Mares del Olvido;
cuando Milton, ya ciego y septuagenario, dictaba a su hija las resonantes estrofas del «Paraíso Perdido», había perdido ya todos los Paraísos al perder el de la luz, menos el de la Celebridad Política, en el cual reinaba como soberano, por haber sido uno de aquellos que habían hecho decapitar a un Soberano, que reinaba; su gesto de Regicida, lo hacía vivo en la mente de aquellos que habían olvidado sus estrofas de Poeta;
si el Dante llegó a la Vejez, coronado de vívidas aureolas, no fué en brazos de sus amigos, sino ante los puños cerrados y amenazantes de sus enemigos;
no fueron sus cantos enamorados de su Vita Nuova, los que dieron tan extraña resistencia a su Popularidad, sino las estrofas indignadas de la Divina Comedia; no fué su Amor a Beatriz glorificado en los versos de la primera, sino el Odio a sus enemigos arrojados a las llamas de su «Infierno», el que le dió en la Vida esa altura de Montaña, que no se hunde en las nubes sino para romperlas, y ese empuje de río, que no entra en el Mar sino para empujarlo, turbándolo con el ímpetu de sus olas...
las estrofas del Infierno del Dante, no tienen igual, en la sublimidad de sus Cóleras, sino con aquellos sonetos prodigiosos, fragmentos de Epopeya, semejantes a los fragmentos de rocas que los Titanes se arrojaban unos a otros, en los combates homéricos, que son los sonetos, escritos por Milton en aquellos días en que la restauración lo redujo al silencio, y en los cuales, al decir de Wordsworth, hizo de su laúd una trompeta, semejante por sus resonancias, a la de los Arcángeles furentes, cabalgando en leones crinados, que la musa de Ezequiel hace aparecer bajo los cielos incendiados del Apocalipsis;
el Dante y Hugo, son los dos más grandes Libelistas que hayan aparecido bajo el ala curvada de los Siglos;
fué por eso que en la Hora Occidua, apuñalaron el Silencio, sepultándolo bajo sus plantas vencedoras;
fué su vida Heroica, más que su Lira Heroica, la que hizo que Víctor Hugo, fuera a los ochenta años, el hombre más admirado y más respetado de su tiempo...
era el proscrito de Guernesey, el solitario de Hauteville-House, y no el Académico senecto, el que hacía inclinar las frentes a su paso...
era el autor de los «Castigos» y de «Napoleón el Pequeño» más que aquel de las «Orientales» y las «Contemplaciones», el que atraía, en esa hora crepuscular, las olas cantantes de la Admiración en torno a su grandeza de Roca Solitaria, pronta a hundirse en los Mares de la Muerte;
son los Poetas de Acción, los que tienen esta Perduración;
es el Ideal Político, más que el Ideal Poético, el que trae las Multitudes Plaudentes, a hacer ecos resonantes a su Nombre, en esa Hora Vesperal, en que otros Poetas, los Poetas de la Meditación, se hunden lentamente en la Muerte, como en un Mar de Silencios y de Olvidos;
¿no veis a Lamartine, llegar a una edad, cuasi octogenaria, acariciado aun por el eco de los aplausos, como una palmera enhiesta por los besos de la tarde,
hundiéndose lentamente, armoniosamente, en la Eterna noche, como una Montagne que voilait le brouillard de l’Automne...?
ese homenaje de Vitalidad Admirativa no era rendido al Poeta Romántico, de las «Meditaciones» y de las «Armonías»: era al Poeta, ya humanizado, al Historiador de los «Girondinos», al Soñador Platónico de la Libertad; al Presidente de una República Efímera, pero noble, que prefirió caer en el tumulto, a deshonrarse en él;
Chateaubriand, que es uno de los más grandes Poetas, Poeta en Prosa, rebelde a encerrar su musa tras de las rejas del Verso, y cada una de cuyas páginas es un Poema, sólo comparable a los de Milton y a los de Ossian, no declinó en plena apoteosis de su Genio por haber sido el autor de los «Natches» y de «Atala», sino por haber sido en su juventud, el Adversario del Aguilucho siniestro, escapado a las rocas de Córcega, y en su Vejez, el Defensor de la Libertad frente a los Despotismos jumentizados de Luis XVIII y Carlos X, el Cerdo Podagroso y el Gamo Fugitivo, últimos en empestar con el estiércol de la Realeza, la Gloria de la Francia;
Carlyle, otro Poeta en Prosa, pero de una belleza rocallosa e hirsuta, como la de un Crepúsculo sobre las Soledades de la Arabia Pétrea, no llegó a los ochenta y seis años de su Vida, en pleno usufructo de una Gloria merecida, por haber sido el amigo de Goethe y el Cantor de Shelley, sino por haber sido el Historiador agresivo y estrafalario de la Revolución Francesa y el biógrafo de Cromwell, y el Político Violento, Autor de los «Panfletos de los Ultimos Días»;
profeta-Panfletario, como Ezequiel, y Poeta-Panfletario como Hugo, estos sus «Latter day Pamphlets», bien pueden compararse igualándolos, por ser altos como un vuelo y corrosivos como un ácido, al «Eclesiastés» y a los «Testigos...»
estos Poetas de la Acción, muriendo en pleno Apogeo, cuando los Poetas de la Meditación sufren dolorosos eclipses, refugiados en la sombra, esperando la hora en que la Justicia recobre su Imperio, invadido por el Silencio, son una prueba palmaria de la Sugestión contagiosa y violenta que la Acción ejerce sobre el ensueño, y cómo el rumor de la Plaza Pública logra repetir el Milagro de Josué, que la Gloria Académica no logra...
Gabriel d’Annunzio, es hoy la única Gloria auténtica, existente sobre la Tierra;
el Unico Hombre, al cual, la palabra «Genio» puede serle aplicada, sin un átomo de exageración;
en ese Cementerio de Soles carbonizados que es hoy el Cielo de la Gloria, es él, el Unico Sol, que vive y fulge en los espacios vacíos;
¿cuál otro Poeta, de los hoy vivientes, puede ser comparado sin sarcasmo, al autor del «Laudi» y de «Penthesilea»?
haced caso omiso de eso del Principado de Montenevoso, que es el lado churrigueresco y grotesco de su Personalidad, y los lineamientos de esa estatua, despojada de esa túnica hilarizante, serán perfectos como los de un mármol extraído de los subsuelos de la Hélade;
y ese manto del Ridículo, lo arrojó sobre sus hombros más con el designio de aplastarlo, que con el de honrarlo con él, ese Símbolo del Ridículo, ese Polichinela escapado al Reino de Scappin, que es el Dictador Romano, ese antídoto contra la Seriedad, ese Genitor de la Carcajada, que donde pone las plantas hace brotar el Ridículo con una ferocidad parasitaria;
degollad el hilarizante Príncipe de Montenevoso, y dejad vivo el Cisne de Pescara, níveo, luminoso y lascivo, como aquel que asomó las blancuras de su cuello por entre el vértice del ángulo blondo de las dos piernas de Leda;
del Dante a d’Annunzio, hay como una línea ecuatorial, que divide en dos el globo de la Lírica Italiana;
y cuando digo Italiana, decir quiero: Mundial;
el Lirismo, es Italiano;
la Italia, es una Lira dejada caer de las manos de los Dioses, entre el Adriático y el Tirreno;
perpetuamente sonora;
bajo una Feria de Luz;
del hosco florentino al lírico abrucés, la vía está, sembrada de escollos luminosos, que son como Faros Fulgentes en ese Mar de la Armonía;
el tumultuoso Hugo Foscolo...
el Sombrío Alfieri;
el Tétrico Leopardi;
la Cabellera de Medusa, de José Carducci...
y Stecchetti, que al lado de éste, es como un gusano de luz, enredado a las melenas de un león;
pero, el Divino Cisne de Pescara, nacido de un resplandor de luna, sobre las olas verdes del Adriático, no ha sido ni igualado, ni superado en las músicas estremecidas de sus sueños aurorales;
hubo de la de Petronio, en la Juventud de ese Poeta de Salón, que agotó el Placer Físico en el cuerpo de las Mujeres y fatigó el Goce Estético contemplando la desnudez luminosa del cuerpo de las estatuas...
ese Dandy Oscar - Wildiano, insatisfecho de Emociones sensuales y de Sensaciones Intelectuales, colmaba la Impertinencia, en los salones de la Aristocracia Sabauda, con la misma Tenacidad y el mismo Empeño con que solazaba su Inteligencia, en la Contemplación Comprensiva de los Tesoros del Arte, en la Vastitud de las Salas del Vaticano;
porque poseía por igual el Arte del Amor y el Amor del Arte;
lo mismo cruzaba su Espada con un noble fanfarrón en algún paraje aledaño a los Jardines de la Villa Médicis, que extendía su mano protectora a un Pintor Mendigo, en los vicolos avecinantes de la Vía Margutta;
el vértigo de sus alas, buscaba el calor de todas las zonas para posarse en ellas;
y el muñón de esas alas, era musical, como el pentagrama, en el corazón del cual, duermen todos los sonidos, esperando ser llamados a la Vida, como un nido de ruiseñores en la selva, esperando el beso de la Aurora para cantar;
ora tronaba en frases ígneas, tiberogracenses, o en amplios períodos ciceronianos, contra la Corrupción de los Gobiernos, desde la Tribuna de la Cámara de los Diputados, ante sus colegas que sonreían, incapaces de comprenderlos, como habrían sonreído, si hubiesen podido hacerlo, los Gansos del Capitolio, en los tiempos de Tarpeya, ante el vuelo oracular de las águilas de César precursoras de batallas, anunciando a los romanos el regreso del Desterrado de Pompeyo...
ora rimaba sus Poemas de Dolor y sus Rimas de Exaltación sobre las fuentes cantantes y los recipientes azules solitarios en su quietud, en los jardines penumbrosos de la Villa Torlonia, rememorando el surgit amari aliquid medio de fonte coporem de Lucrecio, o en el canto fastuosamente arquitectural del Palacio Chiggi, mezclado al espectáculo de las Bellezas Maternales que lo rodeaban, como el Sol mezcla sus rayos a la Belleza del Mar, que les da la música de sus olas... y los hace cantar;
ora, de pie, ante las Ruinas Inánimes, su Genio de Animador las animaba, y las hacía hablar por sus labios de piedra, lacerados por el hacha de los siglos, y de esas palabras reminiscentes hacía largos Poemas de Evocación, en que el Alma de Roma Muerta, cantaba cantos de Vida, por los labios del Poeta;
ora, como si su Genio fuese una piqueta de oro y de luz, lo hundía en las entrañas de la Tierra, y las aguas brotaban de nuevo en las Termas de Caracalla y las de Diocleciano, diciendo Cantos de Amor, sobre los cuerpos desnudos;
o, en el Silencio del Coliseo, a la luz de las lunas octubrales, despertaba los gladiadores muertos sobre la arena purpúrea, haciéndolos golpear de nuevo con sus lanzas en los escudos sonoros;
ora en las viejas capillas conventuales, sumidas en las penumbras de los cielos y de los siglos, donde los antifonarios Seculares, yacen polvorientos sobre los atriles senectos, evocaba el alma de los Viejos Monjes, y los hacía cantar «misereres» solemnes y «de Profundis» sollozadores, cuyas estrofas volaban como mariposas crepusculares en el candor de la Tarde e iban a morir como una lluvia de pétalos de rosas deshojadas en el Misterio, sobre los Jardines Claustrales en los cuales no había cantado nunca el Alma Divina del Amor...
ora entonaba los Himnos del Triunfo de la Nueva Roma, como si guiase con sus manos de Dioscuro, los corceles alados de la Victoria, bajo el esplendor orifundente del amplio cielo del Lacio;
o..., dialogaba en lo más alto del Janículo, con la sombra de Garibaldi, jinete en ese Corcel de Guerra, que parece escapado a las Pampas Argentinas, para abrevar en los torrentes de Calatafimi contemplando la faz del Héroe, prematuramente entristecida como si viese ya sobre la Colina del Capitolio, huérfana de la Sombra de los Gracos, la fatal aparición del Mimo Sacrílego y locuaz, que había de tornar en negro el rojo de las camisas vencedoras, que entraron como un tropel de llamas fúlgidas, por la brecha de Porta-Pía, y las Legiones del Fascio, con uniformes de sepultureros agitando un Haz de Heno, arrebatado a los Establos Lejanos, en vez de los laureles florecidos, que él había cortado con su Espada, en esa Siega de Victorias, que va de Carigliano hasta Caprera;
la luminosa estela que marcaron las naves Victoriosas desde Gaeta hasta Palermo...
hundidas hoy en un naufragio sin Gloria;
ante la Bárbara Invasión de las Hordas sin banderas...
el Poeta, se hundía luego en largos silencios relampagueantes, o taciturnos como las marismas dormidas bajo el claror de la luna, y a la sombra de esos silencios que eran como una caricia de mirtos sobre una fuente dormida, se entregaba a dar forma a sus Visiones, en su «Poema Paradisíaco», en sus «Laudi», «Canto Novo», «Intermezzo», donde los paisajes de la Hélade se mezclan a las Visiones Itálicas, y los acentos de Píndaro se unen al bucolismo de Virgilio, en músicas extrañas, que roban su secreto a todos los ritmos, y hacen de la Métrica, una escala de sinfonías, hasta entonces no alcanzadas;
ora desciende sobre la Tierra, y se acuesta en el lecho de la Belleza Desnuda, para crear entre sus brazos, y al calor de sus besos, esos largos Poemas de Voluptuosidad, que son sus Novelas;
sinfonías dionisíacas, en las cuales los cuerpos de las mujeres, en desnudeces paradisíacas, son como gráciles ánforas que hubiesen contenido nardos y llenasen el aire con su perfume; liras vibrantes y sutiles, a las cuales la mano experta del Artista, arranca armonías, desconocidas a la Brutalidad Máscula de los Amantes Vulgares, inhábiles para hallar nuevas fuentes de Emoción que con su regadío musical, hagan brotar nuevas flores, en los Jardines del Placer, cuando la Hora de la Saciedad las hace exasperantes de Monotonía;
sólo los Hombres del Renacimiento, le fueron iguales en eso de despertar Sensaciones Nuevas e Inagotables en los cuerpos cuasi núbiles agitados en el estremecimiento contráctil de corolas al recibir el beso del aire, que les trae el polen genitor;
su grito de «renovarse o morir», se repite en cada cuerpo que toca, y sobre el cual se renueva, con una vitalidad de Anteo, al contacto con la tierra;
de ese Jardín de Flores afrodisíacas un perfume de anormalidad se exhala, como del follaje de un terebinto arábico plantado en los Jardines de Horacio;
el Poeta no se fatiga, aunque a veces se detenga azorado como un joven gamo después de una larga carrera en un campo de cistíneas, para ramonear en sus hojas olorosas de un olor tenaz, como el de un lecho de amor, recién abandonado;