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«Verbo de admonición y de combate» (1905) es un ensayo político y filosófico de José María Vargas Vila. En esta serie de artículos o reflexiones el autor, invocando la libertad y el saber, expone sus ideales más profundos, se revuelve contra las injusticias, el genocidio de los pueblos y exige responsabilidades.
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Seitenzahl: 167
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José María Vargas Vilas
Un sembrador salió para sembrar...
Saga
Verbo de admonición y de combate
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1905, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726680188
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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Y, ol verbo denunciador inútil fué en los
labios profélicos...
Los pueblos cayeron en la esclavitud y
los hombres en la demencia...
Y de Babilonia no quedaron sino los
sauces melancólicos para llorar sobre ella...
Miré hacia la cuna de la raza, y en la cuna de la raza no había sino el polvo de la muerte...
miré hacia la Historia de la raza, y la Historia de la raza no era sino un gran gesto heroico hacia la muerte;
miré hacia el porvenir de la raza, y el porvenir de la raza no era sino una marcha desesperada hacia la decadencia, hacia la desaparición y hacia la muerte;
por todas partes la Muerte, envolviendo la raza heroica, herida de espanto y caída en decrepitud;
porque había sido una raza de Fe, pero no una raza de Libertad;
la Fe es la virtud de los rebaños;
la Libertad es el alma de los pueblos;
y, la raza moría de su alma claustral, que no había sabido amar la Libertad;
y, un Cristo, verde y pútrido, miraba desde el peñasco crepuscular, la marcha de la raza espectral hacia la muerte;
era su aprisco de él, que envenenado por sus parábolas de Ilusión, no había sabido hallar el camino de la Verdad, de la Libertad y de la Vida;. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .y la raza iba hacia la Muerte;
y, yo me alcé en el camino de la raza, y dije mis palabras de Admonición y de Combate;
y, denuncié, tras de los cerros lejanos, el aluvión de la conquista, que venía con un rumor sordo de marca;
y, mostré en el horizonte pálido, abrumado de augurios, las crines incendiadas y los cascos de fuego, de la cuadriga devastadora que iba á asolar la tierra;
é, hice en el silencio de la noche, escuchar los corceles de infinitos Alejandros, que piafaban en las colinas cercanas, esperando el alba próxima, para descender á la llanura y arrollar y vencer y destruir la raza confiada, indolente y presuntuosa, que marchaba en la esclavitud, feliz de su ignominia;
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
y, el alba trágica, el alba de la conquista, llegó;
y, los conquistadores bajaron á la llanura, y cayeron sobre los mares como halcones en furia, y por todas partes vencieron, destrozaron y despojaron la raza inerte y caduca, que en vano tendía al horizonte sus brazos desarmados, llamando al Dios de sus leyendas, muerto hace siglos, tras el azul pálido del cielo, en su trono de nubes en derrota;
y, la raza creyente y pueril vencida fué;
vencida por los piratas, en Santiago y en Manila; esclavizada por los mercaderes, en Cuba y Puerto Rico;
abofeteada por los esclavos blondos de un Atila bufo, en la Guaira y en Puerto Cabello;
mutilada y despojada por los mercenarios en Colón y en Panamá;
así, vendida por sus amos, y mutilada por sus conquistadores, así castigada fué, la raza épica y obtusa, que no cuenta en la Historia más rebeldías que sus perpetuas rebeldías contra la libertad;
y, los pueblos serviles nada oyeron;
se dieron á la esclavitud con la voluptuosidad de una histeria deforme;
cerraron los ojos y se dieron nuevos amos, besaron el Cristo y la cadena, y se dejaron llevar al matadero;
y, cuando sus amos los vendieron, ellos besaron las manos de sus amos;
y, cuando los conquistadores los mutilaron, ellos, como inmensos lagartos á quienes les cortasen la cola, continuaron en marchar...
¿hacia dónde?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
es bajo el horror cumplido de esas profecías, que ve la luz este libro;
voces de sinceridad y voces de inutilidad, claman en él;
perdidas fueron en la soledad de las almas, como un gemido de olas en la noche negra;
el grano cayó sobre la roca estéril, y los pájaros del abismo devoraron la simiente;
los bárbaros han vencido;
y, los pueblos de rodillas, los ven llegar, tendiendo hacia ellos los cuellos y las manos en señal de sumisión;
nuevos césares escalan los Capitolios, en el bizantinismo lúgubre de la noche tropical;
nuevas razas, se engendran en los aduares y las llanuras de aquellos pueblos vencidos;
el hálito de una resignación musulmana llena la hora;
se escucha la respiración plácida de los apriscos rendidos que duermen en el crepúsculo;
y, yo de pie, sobre la roca batida por el oleaje de veinte años de ostracismo voluntario y de invencible rebeldía, continúo en denunciar al mundo, la miseria de los esclavos, la insolencia de los amos, la tristeza sin misericordia en que agonizan y desaparecen, las tribus heteróclitas, que el despotismo doma y la conquista viola, en la América Latina;
para mi verbo anunciador y denunciador, yo no deseo la triste certidumbre maravillosa que lo ha hecho una Realidad tangible;
me martiriza el dolor de mi visión hecha Vida;
ante la realización terrífica de mi verbo hecho Acto , mi alma siente la estupefacción de una selva en duelo;
acre, inquieto y vertiginoso, mi verbo lleno de cóleras y de éxtasis, después de haber anunciado la catástrofe, se detiene asombrado ante lo infinito de mis sueños, y solloza ante la Verdad, que empurpura como un incendio el horizonte...
vencido por la Verdad de mis palabras, aparto con horror las manos de aquellas rosas de Victoria, que crecieron en el duelo y se abrieron en el desastre;
su florecimiento prodigioso me tortura;
¿por qué existe la Visión ?
¿por qué brilla como un sol en los sueños de Vidente?
¿por qué existe la Verdad?
¿por qué la pone el Destino en los labios de ciertos hombres?
¿por qué?. . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
puesto que existe la Verdad, digamos la Verdad;
morir aplastado por ella, es mil veces más glorioso que morir combatiendo contra ella;
sembremos en las almas la Verdad;
y, si ella florece en flores de anonadamiento y de desastre;
¡bendita sea la flor de la Verdad !
VARGAS VILA.
Paris, 1905.
No deshonremos con la bajeza el duelo de la libertad;
si no podemos salvarla, permanezcamos dignos de servirla;
sepamos llevar con majestad el duelo del derecho asesinado;
no coronemos con las flores del Silencio la frente del delito vencedor;
en esta apostasía colectiva de los pueblos contra la libertad;
en el espanto doloroso de las sociedades vencidas;
en el derrumbamiento de tantas cosas sagradas que parecían eternas, pongámonos de pie, acariciando las imágenes que surgen de esas ruinas al lado de las cosas inmutables, y vueltos los ojos á las tormentas futuras, agitemos en las tinieblas la llama que no se extingue, y arrojemos el Verbo de la Esperanza á la tierra que gime bajo los escombros...
una marea angustiosa, una marea de infamia, sube con silencios de muerte al horizonte;
grandes cimas han desaparecido ya, y las que quedan de pie, tiemblan bajo el crepúsculo;
las últimas cumbres melancólicas, se ven aún perfilarse en agonía, bajo la tristeza infinita de los cielos;
todo desaparece, todo se hunde, en la bruma siniestra del naufragio;
y, el sol del vencimiento, alumbra con palideces vesperales, esa decoración de catástrofe;
un huracán de devastación, pasa por sobre los campos del Ideal, talados por hoces invisibles, y lleva los hombres y los hechos en un turbión de ráfaga otoñal, hacia abismos muy hondos, muy remotos...
es la hora del espanto indescifrable;
y, es necesario hablar al horror de esa hora, en ese limbo de miseria, donde grita el desastre; …..
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
el oprobio vence, y es necesario luchar contra el oprobio;
si los dioses y los hombres decretan el silencio y la quietud, es necesario removerse aún en el fondo del sepulcro, rebeldes á los hombres y á los dioses;
es bello el gesto del vencido, que abofetea á dos manos la Victoria;
la Victoria no es la Gloria;
el Crimen vencedor, es siempre: el Crimen;
el Triunfo, no transfigura, el Monstruo;
no se está definitivamente vencido, sino cuando se acepta cobardemente la derrota;
alcémonos contra el Crimen;
combatamos contra él;
y si los dioses están del lado del Crimen, combatamos también contra los dioses; . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
tal es el deber de la hora actual;
resucitar en plena derrota un pasado de victorias;
contar en la esterilidad vergonzosa de este instante de oprobio, la fecundidad prodigiosa de las virtudes antiguas;
revivir en la declinación rápida de la raza, el culto de las grandezas extintas y de las glorias olvidadas;
atizar la hoguera de la ilusión, en las negras horas de la desesperanza;
fabricar con el prodigio del Verbo, el edificio del porvenir, sobre los campos de la devastación y de la ruina;
gritar la vitalidad indestructible de las ideas, en el momento de las derrotas definitivas;
cantar las epopeyas del derecho salvador, ante la lanza brutal del hecho violador;
hacer del polvo de los vencimientos inmerecidos, la columna de fuego que conduzca las nuevas generaciones á los heroicos triunfos presentidos;
marcar rumbos al espíritu nuevo, sobre ese mismo terreno removido por las catástrofes recientes;
prender con las últimas tablas del naufragio, una hoguera en la playa desierta, bajo la noche impenetrable, para orientar á los que van aún perdidos, en el horror de la tormenta cercana;
no dejar lugar al desaliento, á la inercia, á la desesperanza...
gritar á todos los tiempos y en todas las horas, que la libertad es intangible y la América es indivisible;
que si somos ingobernables, somos también inconquistables;
que preferimos morir en el desorden, á perecer en la conquista;
resistir la Opresión y la Invasión;
denunciar los despotismos que nos deshonran y los protectorados que nos asechan;
romper los sables que nos asesinan dentro, y no temblar ante los cañones que nos amenazan fuera;
ser los sagitarios terribles, con el arco tendido siempre, denunciando el vuelo de las águilas siniestras;
despertar el alma de la raza amenazada;
proclamar la Unión, como único remedio á la Invasión;
unirnos para combatir, si escrito está que combatamos, y abrazarnos para morir, si decretado está que desaparezcamos;
pero, morir de pie, morir como un pueblo y no como un rebaño: morir matando;
nos agitamos entre la conquista pacífica y la conquista bélica, entre la absorción y la agresión; entre los que quieren fundirnos y los que quieren hundirnos;
todo tiende á nuestra desaparición;
negarlo, es añadir la maldad á la ceguedad;
silenciarlo, es añadir la impotencia á la inconciencia;
decir lo contrario es añadir la imbecilidad á la debilidad;
es el derecho de los ciegos, negar la luz, y es acaso su consuelo;
el derecho de conquista y el de las nacionalidades se disputan el mundo;
esa lucha es nuestro peligro, y puede ser ¡ay! nuestra muerte;
¡es tiempo de revivir la nacionalidad!
es hora de reaccionar contra la debilidad;
las tiranías han educado nuestros pueblos para el yugo;
la Tiranía precede á la Conquista;
el Despotismo es el heraldo de la Invasión;
los dictadores han abierto el campo á los invasores;
ellos, haciendo perder á los pueblos el sentido de la libertad, mataron en los corazones el sentimiento de la independencia;
pueblo esclavo, pueblo apto á la conquista;
los dictadores llaman á los conquistadores;
ellos atraen las águilas terribles;
reaccionar contra su dominación, es reaccionar contra la invasión;
defender la Libertad, para conservar la Nacionalidad;
combatir por la Libertad de los pueblos, para defender la independencia de América;
combatir por la Libertad, no es ser libre, pero es mostrarse digno de serlo;
tal es el destino de los pueblos heroicos;
pactar con el Despotismo es la agonía de un pueblo;
pactar con la Conquista es su muerte;
denunciarlos ambos es el deber del hombre libre;
el deber no se discute: se cumple.
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La amarga desesperanza, que los problemas insolutos de la política tormentosa y servil de nuestros pueblos, deja en las almas apasionadas y altivas;
la tristeza insondable, que la crueldad de la vida arroja sobre los espíritus luchadores, que han visto sus quimeras de libertad plegarse en el crepúsculo de sus sueños, como estandartes heroicos, desgarrados, que desaparecen sin rendirse, dejando solitaria el asta en que llamearon;
el espanto que el bramido bestial de la multitud estulta, causa en el sagrado pudor de las ideas;
el asombro probado ante el contacto de la vileza humana, que hace diluir en desprecio las cimas ríspidas de la más alta ambición;
el asco que inspira la lucha inevitable con la Envidia anafrodita, inconsolable y soberbia ante la fecundidad prodigiosa del Genio;
la desilusión colérica de quien ha creído en el apostolado de la palabra, en el sacerdocio del pensamiento, y ve de súbito la Histrionía tribunicia profanando la cátedra, y el ara y el santuario mancillados;
el desencanto de las almas que han visto la esterilidad de su vida, la inanidad de sus sacrificios, la torpeza de su adhesión al culto de ideales pisoteados por la multitud irresponsable y trágica — á un mismo tiempo augusta y vil — y que han sorprendido en la faz de ese monstruo, poliforme y rumoroso, la expresión de desdén estúpido que le inspiran los hombres superiores, porque ella no ama sino la mediocridad sumisa, que mira y no fascina, lame y no muerde, gime y no ruge, acaricia y no desgarra... ¡Tiene miedo á la zarpa del león!
el desaliento invasor, la suprema desconfianza, que caen sobre el ánimo á la interrogación del porvenir, de la Quimera formidable, que se esboza en el fondo del Misterio;
la resignación al vencimiento, la nostalgia del ideal, todo eso que sume al alma en una quietud augusta y cineraria, y la envuelve en un halo melancólico de tristeza infinita, como la de las naves y los soles que se pierden en las lontananzas maravillosas de los horizontes marinos;
todo eso arroja el alma asombrada y vencida, en el reino inmutable del Silencio!...
pero, el Silencio, no es la Vida;
el Silencio, es el sello de la Muerte;
la Muerte, no combate;
sólo la palabra siembra la Vida;
ella crea, ella vivifica y ella salva;
el Verbo, es Vida;
he ahí por qué callar es un oprobio;
las esterilidades del Silencio, asfixian á aquel que vive en ellas;
el Silencio, no reina sino sobre la Muerte y la Desolación... Es el sol de Pompeya y de Herculano; la brisa que agita las olas bituminosas del Mar Muerto;
es á causa del Silencio, que muere nuestro corazón, y que los pueblos mueren;
es á la sombra del Silencio, que prospera el Mal;
el Verbo, es germen y el alma humana es surco abierto ante nosotros;
Sembremos en él el germen de la Verdad y de la Vida;
el sembrador tiene el deber de la simiente;
sembrador que devora el grano y no lo siembra, mutila la humanidad y defrauda la herencia de los hombres:
la maravilla de la palabra es hecha como las auroras de los cielos, para esplender sobre la Vida;
la Tiranía se llama Silencio;
la Libertad se llama Verbo;
el Verbo es el rayo de Divinidad que brota de los labios del hombre para herir la Iniquidad;
el Verbo es el águila triunfal, que lleva la tempestad bajo las alas y desflora y rompe con su vuelo todas las soledades del Silencio;
¡dejémosla volar!...
las cimas y los valles espectantes, escuchan absortos la música lejana de ese vuelo;…
¡Paso á las águilas del Verbo!
___________
Hay una palabra que condensa la Vida, y la llena toda: el Deber.
y hay para el hombre de pensamiento, á quien las multitudes están habituadas á escuchar, una forma ineludible de ese deber; la de hablar alto y sin miedo en las horas trágicas de la Historia;
la Musa divulgatriz de la Verdad, debe poseer su espíritu, atormentado por la adivinación del peligro, inspirado por los dioses del prodigio, por la visión anunciatriz de la catástrofe y debe fulgurar en sus labios proféticos y aletear en sus frases incendiadas;
su palabra, dominadora y sugestiva, como una admonición y un sortilegio, debe pasar como una oriflama conquistadora por sobre las almas atentas y sorprendidas, mudas en esa hora de su revelación;
su frase, incitativa como una caricia, magnífica como un crepúsculo, luminosa como un sol, debe vibrar sobre las multitudes, con el sonido augusta y grave, de una lira dórica, pulsada por la mano de un Profeta;
como una rosa de oro y púrpura, la palabra reveladora debe brotar de sus labios prodigiosos;
como de un cornucopio mágico, toda la flora de la Elocuencia, todos los frutos de la Belleza y de la Verdad, deben fluir de su boca reveladora, hecha augusta, por la majestad del Verbo anunciador;
y, su grito anútebo, debe sonar como una diana, en la calma somnolienta de los pueblos;
y, debe ofrecer la linfa inagotable de la Esperanza, al labio sitibundo de la Multitud, ardiente y pueril, exhausta de ideales;
y, debe, como la figura del Cristo mitológico, proyectar la fiera mansedumbre de su virtud esquiva, sobre las ondas en furia del incalmable mar humano, misterioso;...
la caricia brutal de su palabra denunciadora, debe pasar por sobre la multitud, como una ala de fuego, y debe aplicar el beso sangriento de sus labios vengadores, sobre la máscara deforme del grande Enigma de Inconstancia y de Dolor: la Muchedumbre;
y, su Verbo, embriagador y despótico, capcioso como un licor, vibrante como un Epinicio, debe sacudir la cabeza de esa Multitud, — fiera dormida — y despertar en ella toda la brutalidad de sus pasiones atávicas, pasiones heroicas, salvadoras en la hora del peligro;
y, á su acento, los pueblos deben sentir la vibración sonora de una heroicidad ancestral vibrar en ellos, la levadura épica de generaciones guerreras hervir en su sangre, el grito sonoro del combate subirles á la garganta, como una marea de grandes olas bélicas, mientras la Visión de púrpura y de luz, la radiosa visión de la Victoria, les arde las pupilas como un deslumbramiento;
tal es el deber del hombre de pensamiento, en la hora que precede á la conquista;
y, los lustros son horas en la vida de los pueblos;
y, la hora de la conquista va á sonar para la América;
¡la hora fatal!...
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... Porque el momento es doloroso y solemne;