¡Yo tengo la evidencia! Cuentos policiales para niños - Colectivo de autores - E-Book

¡Yo tengo la evidencia! Cuentos policiales para niños E-Book

Colectivo de Autores

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No es común encontrar literatura policial escrita para niños y adolescentes, como es el caso de esta obra, en la que el lector podrá disfrutar de quince cuentos de excelente factura. El ambiente doméstico, el barrio, un aeropuerto, un guateque campesino, la escuela, la playa, una biblioteca… son algunos de los espacios habitados por la curiosidad de los más pequeños en esta obra. Estamos ante historias que reúnen la picardía y el asombro de variadas travesuras, ideales para leer y compartir en familia, un libro que, al abrirlo, nos hace recordar, sonreír y sobre todo, soñar

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Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Nosotros los niños cubanos, queremos rendirle homenaje al Ministerio del Interior por cumplir sesenta años y agradecer a la Editorial Capitán San Luis y a sus autores la publicación de este libro.

Edición: Martha M. Pon Rodríguez

Corrección: Olga M. López Gancedo

Ilustraciones, diseño y composición: Iranidis (Iris) Fundora

Realización: JCV

© Colectivo de autores, 2022

© Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2022

ISBN: 9789592116061

Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba

www,capitansanluis.cu

[email protected]

www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Reservados todos los derechos. Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Al Ministerio del Interior porque durante sesenta años

han permitido que nuestros sueños se hagan realidad.

Prólogo

Cuando en el mundo se habla de la Revolución Cubana, se le reconocen al menos dos grandes logros: nuestros sistemas de Educación y de Salud Pública, gratuitos y de acceso universal. Pocas veces se menciona un beneficio del que disfrutamos todos los cubanos, que no es de menor importancia, ni requiere de pocos esfuerzos alcanzarlo: la tranquilidad ciudadana. Mientras la seguridad con que vivimos en Cuba suele asombrar a visitantes de otras latitudes, en cuyos países proliferan las pandillas armadas, los secuestros, las drogas y, otros males, a los cubanos, que hemos tenido ese derecho humano garantizado durante más de medio siglo, nos resulta algo muy natural y, a veces, no lo valoramos en su total magnitud. Sin embargo, de ‘natural’ no tiene nada, detrás de esa tranquilidad ciudadana está el esfuerzo cotidiano de no pocas mujeres y hombres, tenaces combatientes de los diferentes órganos de nuestro Ministerio del Interior. A ellos, a su abnegada labor, va dedicado este libro.

No es común encontrar literatura policial escrita para niños y adolescentes, como es el caso de esta obra, en la que el lector podrá disfrutar de quince cuentos de excelente factura. El ambiente doméstico, el barrio, un aeropuerto, un guateque campesino, la escuela, la playa, una biblioteca… son algunos de los espacios habitados por la curiosidad de los más pequeños, que se lanzan a la aventura de revelar cada misterio, cada secreto, aquellas cosas que brillan ante sus ojos con la promesa de traer consigo una historia emocionante, la oportunidad de convertirse en héroes en esos fugaces momentos de lucidez. Son esos pasos y gestos los que construyen el deseo de crecer, el hábito del asombro en cada instante, la edad de las preguntas, los modos de asumir la sociedad y los códigos de los adultos. Estamos ante historias que reúnen la picardía y el asombro de variadas travesuras, ideales para leer y compartir en familia, pero también para regresar a aquellos días de la infancia en los que todo era posible y bastaba con colocarse el disfraz, tomar la lupa y dar vueltas de un rincón a otro de la casa, descubriendo huellas y objetos fuera de lugar, como quien es líder de un equipo y pone en práctica complejas estrategias para resolver un gran enigma policial. ¿Quién no se sintió alguna vez en la piel de un detective?

Al final, como dijera Pessoa1, la literatura existe porque el mundo no basta y, por ello, es siempre gratificante encontrar un libro que, al abrirlo, nos haga recordar, sonreír y sobre todo, soñar. Aquí lo tienen.

Gerardo Hernández Nordelo

1Fernando António Nogueira Pessoa (1888-1935) nació en Lisboa, Portugal. Fue un reconocido poeta, ensayista y traductor del siglo XX. (N. de la E.)

El patrullero de El Jobo

Jesús Sama Pacheco

Entró corriendo, tiró la mochila sobre el sofá y fue a toda prisa hasta el refrigerador, sacó una jarra de agua y comenzó a beber.

—¡Yoandry, cuántas veces te he dicho que no abras el frío con esa sofocación! ¡Y no vuelvas a tomar en la jarra...

—Mamá, estoy apurado; dile a papá que fui a dar una vuelta en bicicleta. —Y con la misma salió como un flechazo.

En ese momento entró el padre por la puerta del fondo.

—¿Para dónde va ese muchacho? Ya ni espera a que se le dé el permiso. —Tiró el sombrero sobre una silla y fue hasta el refrigerador, tomó la jarra y la empinó como si fuera una cantimplora.

—A quién va a salir...

—A mí en lo rudo y activo, pero a tu hermana en otras cosas...

—Ya la vas a emprender con Yanixa. Mejor sería que reconocieras sus atenciones con el niño.

—Sí, llenándolo de pacotilla y sembrándole ideas locas en la cabeza.

—No seas exagerado, ella solo lo ayudó a inscribirse en un Círculo de Interés; y eso, porque él se lo pidió.

—Bueno, dejemos esto, voy a bañarme. Avísame cuando esté la comida.

En tanto sucedía la discusión entre sus padres, Yoandry emprendía rumbo hacia el puente Chacón. Diez minutos después, celular en mano, comenzaba a tomar fotos de aquí y de allá a todo lo que llamaba su atención.

—¿Dónde es el guateque, amigos? —Escuchó decir a Ponciano al cruzarse este deba- jo del puente con dos individuos que, al igual que el niño, presumió fueran músicos por los estuches de guitarra que portaban.

—En casa del isleño —gritó el más joven, sin detener el paso ninguno de los dos.

—Pero van contrario, ya dejaron la finca atrás. Además...

Los sujetos se detuvieron, giraron sobre los talones y sonrieron al anciano con gesto afable.

—No, es que vamos primero a saludar a un amigo —aclaró el otro, al tiempo que elevaba una mano en señal de despedida—. Bueno, hasta luego... —Y continuaron el rumbo ante la mirada asombrada del campesino.

—¡Coñó, qué globo! —exclamó el niño y corrió hacia un extremo del puente para hacerle otras instantáneas a los dos desconocidos.

Media hora después Yoandry dejaba la bicicleta en el portal y entraba corriendo nuevamente a la casa. Esta vez no fue hacia el refrigerador, entró a su cuarto y comenzó a manipular el celular. Al instante, el capitán Bonachea, jefe de una patrulla y guía de un Círculo de Interés Policial en el Palacio de Pioneros, aún en el umbral de la puerta de entrada a su casa, recibía varias de las fotos tomadas por el muchacho.

—No acabas de llegar y ya te llaman.

—No, no es de la estación...

La mujer dejó lo que estaba haciendo y fue a saludarlo.

—Son fotos de músicos. Debe ser un error, no es la primera vez que sucede, el núme- ro de Bonachea, el de Cultura, se parece al mío.

Mientras ambas escenas sucedían en las casas del oficial y de Yoandry, Ponciano vi- sitaba al isleño.

—¿Cómo está la comadre?

—No mejora nada. Esto parece... —Y la última frase quedó ahogada en la garganta del anciano.

El visitante, por saberlo inapropiado, no mencionó lo de su encuentro con los dos desconocidos, pero seguía martillando en su mente lo escuchado sobre el lugar del guateque.

—No pierda la esperanza, compadre, la comadre es fuerte, verá cómo sale de esta...

Ya en la noche, luego de visitar también al isleño y pasar por la finca de Ponciano para hacerle un encargo, el padre de Yoandry la emprendía de nuevo con él.

—Me enteré de que andabas por el puente Chacón haciendo de las tuyas.

—Solo fui a retratar paisajes, si alguien le dijo otra cosa...

—Y ahora también eres fotógrafo, no sé para qué tu tía te regaló ese trasto...

La madre intentó salir en defensa del hijo y de su hermana, pero el hombre al notar su gesto lo impidió.

—No me vengas a decir otra vez que lo que sucede es normal. No lo defiendas más, con esas correrías en bicicleta y el dichoso aparato, con el guasapo ese y ya ni de estu- diar se acuerda.

—No digas eso, al niño le va muy bien en la escuela. Y no se dice guasapo...

El hombre hizo una mueca, se quitó el sombrero y lo enganchó en el espaldar de una silla donde ya había colgado el machete.

—Bueno, dejemos esto. Voy a acostarme, que mañana tengo que levantarme al cantío del gallo y ya se hace tarde.

El muchacho le dio un beso a la madre y también se retiró.

Ya acostado, sin poderse dormir, entristecido por el regaño del padre, Yoandry re- cordaba lo que le había dicho su tía el día en que le regalara el celular: “Te lo recargaré mensualmente, pero no lo utilices en llamadas innecesarias. Tampoco debes llevarlo a la escuela....”. Entonces le explicó lo que debía hacer para llamarla por whatsapp y acceder a Internet con otros propósitos. Siempre acorde con sus recomendaciones y prohibiciones, que para el muchacho no eran pocas ni fáciles de cumplir.

En ese instante, se escucha un toque en la puerta del cuarto y el leve ruido del pica- porte al girar.

—Mamá, papá no entiende...

—Tu padre sí entiende y tiene razón; si no dejas las correrías y de trastear a toda hora el celular, vas a acabar como el burro de Bainoa.

—¿Qué burro es ese?

—No importa; un burro como todos los burros, que no saben leer ni escribir.

—Pero, mamá, yo...

—Escucha bien; y ni un pero más. A mí no me importa que quieras ser policía, fo- tógrafo o cosmonauta; pero si no obedeces a tu padre, le diré a Yanixa que te quite el celular y no te haga más ni un regalo.

—Pero, mamá...

—¡Mamá, nada; a dormir, que mañana tienes que levantarte temprano para ir a la escuela!

La madre se retiró. Y unos minutos después Yoandry se durmió.

Al día siguiente, debido a una denuncia, una patrulla de la PNR se presentó en la finca conocida como Los Regalados. De la misma se bajaron el capitán Bonachea y el teniente Humberto.

—La mataron y solo se llevaron la carne de los dos perniles. Como pueden ver, era solo una novilla —dijo el presidente de la cooperativa dirigiéndose a los patrulleros. Los agentes observaron la res e hicieron varias preguntas. Después marcaron con una cinta el perímetro apreciado como lugar de los hechos.

—Nadie debe entrar a esa área. Dentro de unos minutos llegarán los peritos y el ofi- cial que atenderá el caso.

—No se preocupe, velaremos por la preservación del lugar —Garantizó el presidente y comenzó a explicar algo relacionado con el cuidado del ganado, interrumpido por la llegada de otro auto y las palabras del teniente.

—Ah, miren, ahí están... —Eran la teniente Sonia, oficial investigadora, y dos hom- bres con batas blancas y un maletín metálico.

Luego de culminar su trabajo, uno de los peritos se dirigió a Bonachea y a la teniente Sonia.

—Por las pisadas todo parece indicar que fueron dos individuos, uno de ellos de mayor peso corporal. Y por los cortes y la manera en que fue sacrificada y mutilada la res, es muy posible que utilizaran un objeto puntiagudo, así como cuchillo o un machete bien afilado. Además, se aprecia que poseen cierta experiencia en el manejo de los mismos.

—¿Y qué otros indicios...

—Solo un pedazo de nylon y residuos de dos fijadores plásticos con los que, al pare- cer, cerraron las bolsas...

Unos minutos después, los dos autos se cruzan con varios niños que se dirigían hacia la escuela.

—¡Capitán...!

Uno de los autos se detiene.

—¡Buenos días, Yoandry!

—¡Buenos días!

—Así está mejor.

—Profe, el sábado...

—No, este sábado no; el siguiente es que toca reunirnos. Nos veremos ese día, ahora tengo prisa.

—Sí...

El auto reanudó la marcha.

—Ah y estudia mucho, de lo contrario...

Y aunque Yoandry no escuchó las últimas palabras, se percató de que el capitán Bo- nachea le recordaba lo dicho el día en que comenzó el Círculo de Interés: “¡Quien no salga bien en los exámenes de su escuela, no podrá continuar aquí!”

Ya eran las siete y cincuenta de la mañana, por lo que los niños apuraron el paso.

—¿Vas a ser patrullero?

—Sí, cuando pase la escuela de policía; por ahora soy agente secreto.

—Tú estás loco. ¿Quién te dio ese trabajo?

—No estoy loco y no es un trabajo, es una misión.

—Y ¿quién te dio esa misión?

—Bueno, dejemos esto...

Ya ante el portón de la escuela.

—¡Niños, ya tocó el timbre, acaben de entrar!

Frente a la Dirección de Cultura el capitán se encuentra con el otro Bonachea.

—Qué bueno verte, ya iba de salida para una reunión en el Gobierno.

—¿Averiguaste por los músicos?

—Hablé con el director de la Casa de Cultura y con los dos poetas que organizan los guateques; y no saben quiénes son.

—¿Y no serán de otro municipio?

—No, capitán; desde Bauta a San Cristóbal, ellos conocen a los músicos y poetas de los once municipios.

—Pero...

—No, se lo aseguro, esos sujetos no son músicos o son de muy lejos.

—¿Tienes todavía las fotos?

—Sí, claro...

—Bueno, pásamelas; yo las borré después de enviártelas.

Ya en la estación, observaba detenidamente las fotos. Sin estar del todo seguro, las mismas le sugerían la posible relación de los dos desconocidos con lo sucedido en la finca Los Regalados. En ese momento le comunican que el jefe solicitaba su presencia. En la oficina se encontraban también el capitán Suárez, la teniente Sonia y el teniente Mateo, este último jefe de sector en El Jobo.

—Dígame, jefe —dijo después del saludo.

—Ellos se van a encargar de la investigación, dele los datos que tenga y apóyelos en lo que necesiten. Este caso no debe dilatarse demasiado sin un resultado...

Pese a todo el esfuerzo, transcurrida una semana la investigación no avanzó ni medio milímetro. Así se lo hizo saber el capitán Suárez al jefe de la unidad una tarde en que Bonachea y su compañero de patrulla se preparaban para cubrir un turno que duraría hasta el amanecer. Ya llevaban treinta minutos de recorrido, cuando el jefe de patrulla es sorprendido por nuevas fotos en su celular. Eran de los mismos individuos, estuches en mano, en medio de una guardarraya, a unos doscientos metros de la Ensambladora de Ómnibus. Inmediatamente llamó al teléfono reflejado en la pantalla. Insistió varias veces; pero el resultado fue el mismo: “El móvil al que usted llama está apagado o fuera del área de cobertura”. Sin pensarlo más, llamó al jefe de la unidad. Sabía que los esperaba una noche larga; pero estaba decidido a dejarse llevar por la idea que había surgido en su mente.

—Se llevó a cabo otro hurto y sacrificio.

—¿Dónde?

—No sé todavía...

—¿Quién hizo la denuncia?

—No, aún nadie ha hecho la denuncia.

—Capitán, usted está loco o no estoy entendiendo lo que quiere decirme. Mire, regrese para acá ahora mismo, todavía estoy en la estación.

Ya ante el jefe, Bonachea explicó los motivos de su sospecha. Entre otros aspectos, que no se atrevió a mencionar, por la diferencia de peso expresada en el informe de los peritos y evidente también en las fotos enviadas a su celular.

—Bueno y ¿qué pretende hacer?

—Ya me comuniqué con el jefe de sector, lo recogeremos y nos iremos hacia El Jobo.

—Me parece un poco loco; pero, bueno, usted sabrá. Comuníquese cuando tenga algo concreto y no se olvide de que debe trabajar en coordinación con el capitán Suárez y la teniente Sonia.

Durante toda la noche y la madrugada los tres oficiales patrullaron por las vías que enlazan El Jobo con otras áreas. También transitaron por los caminos de acceso a las fincas enclavadas dentro del perímetro que consideraron podría hallarse el lugar de los hechos. A las siete de la mañana Bonachea llamó a la estación y el jefe de carpeta le comunicó que había una denuncia de un campesino llamado Yoel y le dio la ubicación de la misma.

Como en el caso anterior, los peritos no encontraron ningún indicio que los llevara hasta los ejecutores del delito. El animal sacrificado era un torete. Pero esta vez el ca- pitán Bonachea no perdió tiempo y se dio a la tarea de averiguar el nombre del dueño del celular desde el cual le habían enviado las fotos. Por otra parte, el capitán Suárez or- denó la búsqueda en los archivos de individuos con antecedentes que mostraran algún parecido o semejanza con los de las fotos. La búsqueda no dio resultado. Pero se pudo saber que la línea telefónica estaba a nombre de un ciudadano llamado Ismael Gon- zález Castaño, residente en el municipio capitalino de Diez de Octubre. Unos minutos después, el jefe de la unidad policial en Guanajay establecía contacto con la Dirección Municipal de la PNR en el municipio habanero y volvía a reunirse con los oficiales rela- cionados con el caso.

—Suárez, siéntese con Sonia y preparen el interrogatorio. Y que la teniente esté lista para en la mañana partir hacia Diez de Octubre. La estarán esperando allí a las diez horas para que interrogue al sospechoso

—¡A sus órdenes!

—También es necesario establecer la cooperación con los once municipios de la pro- vincia y con las provincias vecinas. Háganlo y les envían las fotos. Y usted, Bonachea, manténganos al tanto de cualquier otro indicio. Pueden retirarse.

Al día siguiente, tan pronto llegó la teniente Sonia a la Dirección Municipal de la PNR en Diez de Octubre, fue instalada en una oficina donde ya estaba el dueño de la línea telefónica, un profesor que, lleno de asombro, no lograba imaginar el motivo por el cual estaba allí.

Hecha las presentaciones, la oficial fue directo a las preguntas.

—¿Tiene usted familia en Guanajay?

—¿Guanajay...?

—¡Sí, Guanajay!

—No, no tengo familia allí.

—¿Algún conocido?

—Conocido menos, jamás he pasado de la Lisa...

—¿Usted está seguro?

—Sí, sin duda.

—¿Y cómo explica que haya en Guanajay un celular con la línea a su nombre? —y le dice el número.

—Ah, pero ese celular yo lo vendí hace ya un buen tiempo. Ahora tengo este —Lo muestra.

—¿Recuerda a quién se lo vendió?

—Sí, a un tal Gerardo. Pero fue aquí en...

—¿Gerardo qué?

—No, solo recuerdo su nombre y que lo apodaban General Moto porque siempre an- daba en una moto grande, una Harley Davidson...

—Escuche bien, usted es una persona preparada y me dice que le vendió su celular a un desconocido.

—Fue en un momento difícil, tenía el refrigerador roto y...

—El motivo puedo entenderlo; pero ahora está en dificultades con la ley.

—Mire, oficial, yo puedo...

—Usted está implicado en dos hurtos y sacrificios de ganado vacuno, no sé cómo va a salir de esto...

—¿Ganado...? Yo solo he visto esos animales en la televisión...

Entonces el interrogado dijo poder localizar al comprador del celular, ya que un pri- mo suyo tenía un taller en el que acostumbraba a reparar su moto. Se suspendió el interrogatorio en aras de verificar los datos aportados por el profesor; pero resultó que el individuo se había ido del país hacía más de un año. Por suerte, se pudo localizar a su hermano, quien se había quedado con la moto y mantenía la misma relación con el taller y aseguró que Gerardo le había regalado el celular a una novia que tenía en Guanajay. Al escuchar tal noticia, la teniente no pudo evitar se dibujara en su rostro una espléndida sonrisa. Y mucho más sonriente quedó al enterarse de que se trataba de Yanixa, quien había estudiado en la misma escuela que ella durante su etapa de secundaria.

—Hemos terminado —dijo la teniente Sonia al volver a la oficina donde aún se ha- llaba el interrogado.

—¿Y yo, estoy detenido?

—No, usted se puede ir. Disculpe la molestia. Y recuerde que no debe...

—¡Permiso! —era el ayudante del jefe de carpeta—, teniente, la llaman de Guanajay.

La joven oficial terminó su recomendación al profesor, sugiriéndole no volver a ven- der su celular sin tramitar el cambio de propietario, hizo un gesto en señal de despedi- da y fue a atender la llamada.

Era el capitán Suárez.

—Sonia, pasa por la estación del municipio de Playa antes de venir para acá. Nos en- contraremos allí, ya yo estoy en camino. —Entonces le comunica que habían detenido a los individuos que aparecían en las fotos en un reparto de ese municipio y que serían interrogados allí antes de su traslado.

En la noche, Bonachea y el jefe de sector le hacen una visita a Yanixa, quien confirmó lo de haber recibido el celular como regalo de un antiguo novio llamado Gerardo y, des- pués, habérselo dado a su sobrino.

—Por favor, capitán, si va a hablar con el niño no lo haga en su casa, mi cuñado es medio salvaje y es capaz de...

—Descuide, no será así.

A la mañana siguiente, el auto patrulla conducido por el teniente Humberto llega al entronque de Cuatro Caminos y toma la carretera en dirección a El Jobo. Un kilómetro más allá un grupo de niños se dirige hacia la escuela, entre ellos, Yoandry y Yuri, amigos inseparables desde que este último se mudara a cincuenta metros del primero.

—Si te consigues una bicicleta, podemos patrullar juntos. Yo tengo experiencia...

—Le puedo pedir la bicicleta a mi hermano, ya él casi no la usa.

—Pero hace falta también un celular.

—Yo nunca he tocado un bicho de esos, en mi casa nadie tiene celular. ¿Y el tuyo?

—¿El mío? Ya no tengo, era de mi tía y me lo pidió esta mañana. Dijo que el otro se lo robaron.

—¿Y tu tía tenía dos celulares?

—Dos y tres también. Seguro que fue mi papá quien le pidió que me lo quitara. Él dice que es un aparato caza bobos y que solo sirve para atrasar a la gente.

—Tu papá está más loco que una chiva, hasta dicen...

—Oye, no hables así de mi papá, mira que ahora mismo te pongo la nariz...

—Se te olvida que yo practico yudo...

—Bueno, dejemos eso ahí. Mi mamá dice que los amigos no se fajan.

El auto se detuvo justo al lado de la acera por donde transitaban los niños.

—¡Yoandry!

—¡Capitán, buenos días!

—Ven, sube. Dile a tu amiguito que venga también, los llevaremos hasta la escuela. Los niños entraron al auto. Al llegar y ambos disponerse a abandonar el vehículo, Bonachea se dirige a Yoandry.

—No, tú espera, tengo que hablar algo contigo.

El niño puso cara de preocupación, pero quedó en silencio esperando por lo que le diría el capitán.

—¿Puedes decirme por qué me has estado enviando fotos?

—Usted nos contó que en el Mariel los alumnos del Círculo de Interés patrullan la costa y como aquí no hay mar...

—Sí, pero lo hacen con el oficial que tiene a su cargo el Círculo, no por la libre, como si estuviéramos en el potrero de Don Pío.

—¿Quién es ese? ¿También mataron una vaca allí?

A los dos oficiales no les quedó más remedio que reír tras la inesperada y ocurrente pregunta del niño.

—No, es solo un refrán lo que deseo que entiendas...

—Usted querrá decir un dicharacho, como esos que dice mi papá después de soltar un par de palabrotas y tirar el sombrero sobre una silla cuando algo le sale mal.

Los oficiales volvieron a reír como niños ante un espectáculo de payasos. Y luego de recobrar la seriedad que exigía el caso, el capitán le explicó a Yoandry lo peligroso de lo que estuvo haciendo y de las reglas que no debía violar si deseaba permanecer en el Círculo de Interés.

El sábado en que tocaba el encuentro, Yoandry se presentó en el Palacio de Pioneros acompañado por Yuri.

—Mire, capitán, él quiere inscribirse en el Círculo. Está también en quinto grado y practica yudo.

—Bien, que se siente a tu lado. Después anoto sus datos.

En ese instante hacían su entrada el teniente Humberto y el jefe de sector. Bonachea les hace una señal para que se sitúen a su lado y comienza a hablar.

—Hoy es un día especial por varias razones. Una, porque le daremos a conocer sobre actos delictivos ocurridos en el municipio, lo cual les ayudará a entender mejor la labor de los miembros de la PNR y sobre todo, la de los patrulleros. Para ello, tenemos como invitado al teniente Rafael Mateo, jefe de sector en El Jobo, lugar donde ocurrieron los hechos que él les contará. Del otro motivo hablaremos al final del encuentro.

El jefe de sector hizo el recuento de lo sucedido y leyó fragmentos de un artículo pu- blicado en el periódico provincial.

—Solo quiero, para finalizar, hacer hincapié en el tema de la receptación. Los que co- meten ese delito también son sancionados de acuerdo a las leyes que rigen en nuestro país. En este caso fueron diez los receptadores.

—Teniente —era Yariel, otro de los condiscípulos que residía en el barrio de Yoan- dry—, el director de la escuela nos habló del robo de ganado y que los ladrones se ha- cían pasar por músicos; pero no nos dijo que también había cátcher; si es así estamos perdidos, se acabó la pelota...

La carcajada fue general.