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No hay terrorismo bueno ni terrorismo malo: todo terrorismo es condenable", nos recuerda Roberto Fernández Retamar en el prólogo de esta antología, la cual recoge 18 relatos de escritores cubanos (ilustrados por otros tantos artistas plásticos de la isla). Son textos que difieren entre sí en cuanto a estilo y enfoque se refiere, pero comparten un propósito común: recrear literariamente alguna de las numerosas agresiones sufridas por Cuba a lo largo de su historia reciente. Cada relato pretende llegar a la inteligencia y al corazón del lector y, en conjunto, constituyen un testimonio dramático y actual de una realidad que no reconoce ideologías ni fronteras y que, por desgracia, continúa manifestándose en diversos puntos del planeta.
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Seitenzahl: 343
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editor asesor: Eduardo Heras León / Edición: Asunción Rodda Romero / Diseño interior: Rafael Morante Boyerizo / Diseño de cubierta: Eugenio Francisco Sagués Díaz / Realización: Julio A. Cubría Vichot / Fotografía: Roberto Chávez Miranda.
Todos los derechos reservados
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2014
ISBN: 9789592114579
Editorial Capitán San Luis, Calle. 38, No. 4717, entre 40 y 47, Playa,
La Habana, Cuba
Email: [email protected]
www.capitansanluis.cu
https://www.facebook.com/editorialcapitansanluis
Sin la autorización previa de esta editorial, queda terminantemente prohibida lareproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su trasmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
PRóLOGO
roberto fernández retamar
Los monstruosos atentados que el 11 de septiembre de 2001 abatieron las torres del World Trade Center en Nueva York y destruyeron un ala del Pentágono en Washington, provocaron en el mundo un enorme y justificado rechazo ante los horribles actos de terrorismo. Cuba fue uno de los primeros países en condenarlos, y en ofrecer ayuda al agredido pueblo estadounidense, al que, al margen de conocidas diferencias políticas, tanto nos une. Además de ello, Cuba sabe de qué se está hablando, pues ha sufrido en carne propia, desde 1959, cuantiosos actos terroristas, por lo general alentados, con raras excepciones como las del gobierno de Carter, por sucesivas administraciones de los Estados Unidos.
No hay terrorismo bueno ni terrorismo malo: todo terrorismo es condenable; ni son sólo los poderosos los que padecen cuando el terrorismo se vuelve contra ellos. Pero los medios de información (a menudo, de desinformación) en manos de los últimos, llevan a las cuatro esquinas del planeta ecos de sus dolores, y acallan o minimizan los de la humanidad pobre. Este libro se propone mostrar cómo escritores radicados en Cuba han recreado algunas de las múltiples agresiones sufridas por el país a lo largo de más de cuarenta años. Es menester escuchar su voz, en momentos en que se pretende hacer creer que sólo los crímenes de aquel 11 de septiembre son merecedores de repudio: e intentando borrar, de paso, otro 11 de septiembre, el de 1973, cuando, cumpliendo instrucciones del gobierno de turno en los Estados Unidos, fue bombardeado en Chile el Palacio de La Moneda, lo que ocasionó la muerte al Presidente Salvador Allende, y se instauró una feroz tiranía militar que asesinaría a millares. El filme de 1982 de Costa Gavras, Missing (Desaparecido), denunció el hecho centrándose en el asesinato de un joven periodista norteamericano cuyo padre fue encarnado memorablemente por Jack Lemmon.
Los actos terroristas cometidos contra Cuba han sido variadísimos, e incluyen sabotajes (como el del barco francés La Coubre, el 4 de marzo de 1960, cuando se descargaban en el puerto de La Habana municiones belgas requeridas para defenderse, o el que el 6 de octubre de 1976 hizo estallar en pleno vuelo un avión cubano de pasajeros recién despegado de Barbados: los autores intelectuales de este último crimen son los connotados terroristas adiestrados por la CIA Orlando Bosch, quien se pasea impunemente por Miami, y Luis Posada Carriles, en la actualidad detenido en Panamá con varios de sus secuaces por haber intentado dar muerte en aquel país a Fidel y de paso a un número indeterminado de estudiantes); incendios (como el que el 13 de abril de 1961 destruyó la más importante tienda cubana, El Encanto); secuestros (como los de pescadores cubanos en alta mar, en los años sesenta y setenta, o el famoso del niño Elián entre 1999 y 2000); atentados (como los numerosísimos que se han proyectado contra Fidel y otros dirigentes, o el que el 22 de abril de 1976 costó la vida a diplomáticos cubanos en Portugal); infiltraciones de terroristas (de las que es ejemplo la ocurrida el 15 de octubre de 1994 en Caibarién);colocación de explosivos (en fecha tan cercana como el 4 de septiembre de 1997estallaron en los hoteles habaneros Copacabana, Tritón y Chateau Miramar y en el restaurante La Bodeguita del Medio, varios de esos explosivos, colocados por un salvadoreño que contrató Posada Carriles); ametrallamientos desde el mar, guerra biológica y por supuesto la consabida invasión mercenaria similar a las que tantos países del área han conocido: baste el ejemplo de la Guatemala de 1954. La diferencia estriba en que la que se envió a Cuba en abril de 1961 fue desbaratada en sesenta y seis horas. Como consecuencia de esa derrota, las máximas autoridades norteamericanas organizaron el tenebroso Plan Mangosta, que implicó muchísimas agresiones a Cuba y hubiera podido conducir a una agresión directa de tropas de los Estados Unidos a la Isla en 1962 (ver de Jacinto Valdés-Dapena su libro Operación Mangosta: Preludio de la invasión directa a Cuba, La Habana, Editorial Capitán San Luis, 2002). Para disuadir a los gobernantes de ese país, no para atacarlo, y sobre todo por razones de solidaridad con el que era el campo socialista, Cuba accedió a la sugerencia soviética de emplazar cohetes atómicos en su territorio, lo que condujo a la Crisis de Octubre de 1962, el momento más álgido de la Guerra Fría,que puso a la humanidad al borde de la extinción. En los momentos enque se escriben estas líneas, tiene lugar en Cuba la “Conferencia Internacional La Crisis de Octubre, una visión política 40 años después”, con la participación de varios protagonistas sobrevivientes del estremecedor acontecimiento: una Conferencia, se ha dicho, signada por el rigor y el respeto. Así ocurrirá, tarde o temprano, cuando en el futuro se aborden otros de los hechos aludidos en este libro. Tales hechos han ocasionado a Cuba 3 478 muertos y 2 099 lisiados (véase Demanda del pueblo de Cuba al gobierno de los Estados Unidos por daños humanos [presentada al Tribunal Provincial Popular en La Habana el 31 de mayo de 1999], La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 1999).
Los textos que se reúnen en este volumen son ejemplos de lo que Mario Benedetti llamó, en un libro de utilidad, Letras de emergencia (Buenos Aires, Editorial Alfa Argentina, 1973). Varios de tales textos, por su calidad intrínseca, sobrevivirán a las coyunturas que los han hecho nacer. Pero sin duda el énfasis ha sido puesto en esas coyunturas. Y su propósito común no es sólo mostrarlas, sino llamar la atención sobre cómo Cuba está obligada a defenderse del terrorismo que ha padecido no en un solitario y amarguísimo día de septiembre, sino durante más de cuarenta años. Un ejemplo señero de esa defensa lo ofrecieron los cinco patriotas cubanos que en estos instantes están encarcelados en prisiones de los Estados Unidos, sometidos a condenas alucinantes, por el presunto delito de haberse infiltrado en grupúsculos radicados en la Florida, sobre todo en Miami, desde donde dichos grupúsculos han estado planeando acciones terroristas contra Cuba a ciencia y paciencia de autoridades de aquella nación. No es delito, sino timbre de gloria, defender a su país contra el terrorismo. Si de modo similar hubieran sido infiltradas las bandas de agresores del 11 de septiembre de 2001, que sorprendentemente se entrenaron en los Estados Unidos, éstos no hubieran tenido que lamentar los horrores de ese día. Sabe Dios cuántos males evitaron, no sólo a Cuba, estos compañeros encarcelados, a los cuales se les ha concedido en su patria el altísimo honor de ser llamados Héroes. En el epílogo de este libro, Ricardo Alarcón, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, explica los avatares del caso.
Llegar a la inteligencia y al corazón de los demás pueblos, en particular el de los Estados Unidos, es aspiración de estas páginas. Cuando el secuestro de Elián, el ochenta por ciento de la opinión pública de ese país apoyó el regreso del niño al seno de su verdadera familia y de su tierra verdadera. No hay que confundir las trapacerías de gobernantes inescrupulosos con los nobles sentimientos de un pueblo que en el sigloxviiiinició la revolución independentista en América, en elxixlogró hacer extinguir la esclavitud y en elxxcombatió contra el nazifascismo fuera y el macartismo dentro de sus fronteras. Confiamos en lo mejor de ese pueblo, la patria de Lincoln. Estas páginas se escribieron, en gran parte, pensando en él. Estamos seguros de que no habrá sido en vano.
La Habana, 13 de octubre de 2002
óLEO debarcO COnTaLler deFONdO
eduardo heras león
Para Nelson Heras y Enrique Ávila Guerrero,
de la vieja guardia
Hacia el mediodía, los talleres de la fábrica eran un aletear de gente y una marea de calor, y nosotros, acabados de almorzar, buscábamos rincones de sombra, minúsculos espacios bendecidos por la brisa, para descansar los escasos minutos del receso.
Yo salí del comedor en estado de absoluta plenitud, y subí los escalones en dirección al taller de fundición. Apenas me asomé a la entrada, el sonido de los pisones en el área de moldeo me entumeció los oídos. “Uno nunca se acostumbra a este ruido infernal”, pensé. Crucé apresuradamente el área evitando la zona de vertido. Unos minutos antes habían terminado una colada y las cajas de moldeo todavía echaban humo y contaminaban aún más aquella atmósfera irrespirable. El calor era agobiante y yo quería llegar cuanto antes al taller de acabado. Había descubierto allí un espacio donde el sol y el silencio merodeaban sin estorbarse, y la brisa corría a través de un enorme boquete en el fibrocemento de una de las paredes. Era un extraño oasis en medio de aquella resaca de ruidos, polvo y calor.
Entonces lo vi.
Estaba de espaldas, el casco del fundidor en una mano, mirando abstraído el horno. Era un negro alto, muy delgado, y su silueta, recortada en la claridad de la puerta trasera del taller, me pareció conocida. Algo dentro de mí echó a andar y comenzó a moverse hacia atrás. Pero él no dio tiempo. De repente se volvió y quedó mirándome fijamente, primero muy serio, el rostro contraído; después, sus facciones se fueron aflojando y una amplia sonrisa lo convirtió en el rostro de un niño inconfundible que empezó a atravesar los pliegues de mi memoria:
—Yo te conozco —dijo—. ¿De dónde...? ¿De dónde? De... De... A ver... de...
—Yo también a ti... ¿De las fuerzas armadas...? ¿Artillería...?
—No... no, de más atrás. —Y cerró los ojos.
—¿Universidad...?
—No... no, más atrás, más...
—¿De la escuela...? Sí, de la escuela... —dije ahora más seguro.
—¡114! —dijimos ambos a la vez—. ¡Del Palacio de los Gritos! —agregué riéndome—. Tú eres... tú eres... ¡Faustino! ¡Tino!
—Y tú... ¡Raulito, el Jabao! —Se acercó, y me tocó el pelo rebelde como lo hacía antes. Y nos abrazamos como los niños del recuerdo.
—¡Faustino, cará! ¿Te das cuenta? Hace como veinte años de eso, compadre. Veinte años, ¡y míranos!
—¡Dónde nos vinimos a encontrar!
Él se colocó el casco y le echó una ojeada al horno. Levantó la puerta y miró unos segundos el movimiento acompasado de los electrodos en el centro de la recámara. Movió afirmativamente la cabeza y luego cerró la puerta con brusquedad.
—Oye, Tino, ¿tú eres el fundidor del turno?
—Ajá... Hace unos meses que estoy acá.
—Pero qué extraño, compadre, yo no te había visto...
—Es que he faltado bastante. He estado enfermo, todavía lo estoy... los nervios.
Se sentó lentamente en el banquito del fundidor y sacó —no sé de dónde— una banquetica que colocó a su lado.
—Ven, Jabao, vamos a conversar un ratico. ¡Coño, pero qué alegría me da verte!
Se quitó el casco y con un pañuelo muy sucio se secó el sudor de la cara y el cuello. Se había hecho un extraño silencio en todo el taller de fundición, como si estuviera durmiendo una siesta.
—¡Así que fundidor, cará! —le dije—. ¿Eso fue lo que estudiaste? ¿Eres técnico medio?
—No, soy ingeniero metalúrgico.
—¿Cómo ingeniero metalúrgico? ¿Tú ingeniero? No te creo, negro, si tú eras ciego a las matemáticas...
—Ah, ya ves, ahí tengo mi título y todo. Del Instituto Superior Metalúrgico de Kiev...
—¿En la Unión Soviética? ¿Tú...? No, qué va... Bueno, me tienes que contar —le dije, y lo miré con curiosidad.
—No, mi socio, es demasiado largo, y además...
—No, no, pero espérate, espérate. Si tú eres ingeniero, ¿qué haces aquí de fundidor? Tú tendrías que estar en... Oye, ¿pero tú eres ingeniero de verdad?
—Claro que sí.
—¿Seguro...?
Yo me había levantado y lo miraba con toda la incredulidad del mundo. Todavía lo recordaba en los días de la Primaria: un negrito alto y delgado como una varilla, enredado a puñetazos constantemente y que un día, cuando el abusador del aula quiso pegarme, sin yo pedírselo, se convirtió de repente en mi defensor, y ya lo fue después para siempre. Mi gran amigo de la niñez, siempre dispuesto a la pelea, el más torpe de todos en los estudios.
—¡Coño, ¿tú me conoces como mentiroso?!
—No, claro que no, perdóname. Pero es que...
Quedamos callados unos minutos. Los ruidos del taller regresaban tímidamente, y el horno era una mancha rojiza en una densa nube de vapor. Él se dirigió al horno y otra vez abrió la puertecita. Miró absorto unos segundos. Antes de cerrarla, echó unos pedacitos de metal y unas llamitas azules brillaron allá adentro. De pronto recordé:
—Faustino, ¿y Lucio?
Él no respondió. Volvió a secarse el sudor, esta vez con un poco de estopa, y se dejó caer en el banquito. Me pareció que miraba hacia un punto perdido más allá del taller, de la fábrica. ¿Cómo no me había acordado antes de Lucio? Faustino y Lucio, los hermanos inseparables: Lucio, el mayor, siempre cuidándolo; vigilando sus pasos.
—¿Y Lucio?
—Lucio murió, Jabao —dijo casi en un susurro.
—¿Cómo que murió? Pero, ¿cuándo?
—Murió en La Coubre, compadre. El 4 de marzo de 1960.
—¿Trabajaba en los muelles?
—Trabajábamos los dos...
—Pero tú...
—Yo me escapé de milagro.
—¿Cómo fue eso? Cuéntame.
Iba a volver a negarse. Se lo noté en el gesto de impaciencia que hizo, en la mano que levantó bruscamente. Pero algo en mis ojos lo apaciguó.
—Es que ese día era mi brigada la que estaba descargando el barco. A Lucio le tocaba descanso. Pero yo tenía turno de médico y él me sustituyó. Fue una idea suya. Cuando salía para el trabajo, le dije que no hacía falta, que yo podía correr el turno. Pero se echó a reír. Me dio un golpecito en el pecho como siempre hacía y me dijo: “Usted, al médico; yo a la pincha”. Tú lo conociste, Jabao: cuando él decía esto, era eso, ni más ni menos. Y tú sabes que yo no discutía con él. Entre nosotros, su palabra era siempre la última. Así que me fui a lo mío. Terminé cerca de las tres de la tarde y luego volví al muelle. Pensaba que todavía podía incorporarme a mi brigada que descargaba aquel barco. Yo sabía que eran armas. Incluso agarré un taxi, que me dejó enseguida allí. Cuando pagué, le pregunté al chofer la hora. “Tres y doce”, me dijo con extraña precisión. Tres minutos después, el barco explotó.
—¡Coño, Tino! Y tú estabas allí. ¿Y luego...?
—Yo sentí como una oleada de calor que me golpeó la cara y me tiró al suelo. Levanté la cabeza y vi como un hongo de humo saliendo del barco, como si fuera una explosión atómica, y me aterré. Algo estaba resbalando por mi cara y pensé que era sudor. Me limpié con una manga de la camisa y vi que era sangre. Estaba aturdido y en ese momento ni me pregunté dónde estaba mi herida. Intenté levantarme, pero tuve como un mareo y todo empezó a dar vueltas. Algo así como una sirena empezó a sonar mientras la gente corría en todas direcciones. Miré hacia mi derecha, y vi una pierna tirada en el suelo, manchas de sangre, escombros. Otra vez me levanté. Y quise correr hacia el barco. Pero el mareo regresó y volví a caer. No sé qué tiempo pasó. Abrí los ojos, y de pronto, lo vi todo con una claridad sorprendente. Me levanté y eché a correr. ¡Lucio! Mi hermano estaba en el barco. ¡Lucio! Pero algo me detuvo. Alguien agarraba mi camisa y gritaba: “¡Estás herido en la cabeza! ¡Regresa! ¡Va a explotar otra vez! ¡Va a explotar! ¡Atrás!” Quise seguir, pero aquel hombre me dio un empujón y caí nuevamente. Después me agarró por los hombros, me levantó a la fuerza y corrimos juntos, alejándonos.
—Y hubo la segunda explosión, ¿no?
—Sí, peor que la primera. Además, hizo más daño que la otra. Mucha gente se había acercado al barco, y la explosión los destrozó. En medio de aquella confusión regresé a hacer algo, a ayudar en lo que fuera. Así estuve un largo rato, aturdido, sintiendo aquel olor penetrante a pólvora, a azufre, a carne quemada. Pero un mareo mucho más intenso me dejó casi sin sentido. Alguien me vendó la cabeza. ¿Y Lucio? ¿Qué sería de él? Yo sabía que estaba dentro del barco, pero tenía la esperanza de que escapara de aquel infierno. No era la primera vez. Lucio había sobrevivido accidentes, la lucha clandestina cuando Batista, la prisión. No, él saldría también de ésta. Claro que sí...
—Pero no salió, ¿verdad?
—No, Jabao, no salió. Ni siquiera aparecieron sus restos. Sólo recuperé un jacket que llevaba puesto aquel día.
—¿No pudieron velarlo?
—¿A qué cuerpo íbamos a velar?
—¿Y después...?
—Después nada. Después los años pasando, y uno que no puede olvidar, porque Lucio para mí era todo, mi padre, mi hermano, mi amigo. Y yo no quería, ni quiero verlo como un mártir, porque él no tenía ni madera ni vocación de mártir. Era un hombre como tú y como yo, que quería vivir, y que siempre me decía: “Disfruta la vida, Tino, que todavía hay muchas mujeres para acostarse, muchos rones que tomarse y muchos años para vivir. Apréndete eso y aprende también que hay una sola cosa sagrada: el trabajo”.
»Un día vinieron a casa y me dijeron que estaba propuesto para ir a la Unión Soviética a estudiar. Yo apenas había terminado el Pre, con pésimas notas, pero era el hermano de Lucio, un mártir de la Revolución. ¿Qué iba a decir? Tenía que hacerlo por él, ¿te das cuenta?, aunque ni la ingeniería ni la Unión Soviética me importaran un carajo. Allí intenté estudiar. Hice lo que pude, pero pude bien poco. Y pensé que me devolverían pronto a Cuba. Pero otra vez Lucio hizo el milagro: jamás me suspendieron. Respondiera lo que respondiera, nunca me suspendieron un examen. Ellos eran así.
—Casi te regalaron el título, ¿no?
—¿Casi? No me hagas reír. El título no me lo estaban dando a mí, sino a Lucio: él era el ingeniero, no yo.
—Y aquí en Cuba, ¿qué pasó?
—Lo que tenía que pasar. Me situaron aquí, en la fábrica, como ingeniero en el Departamento de Producción. A los cuatro meses, después de meter la pata hasta el infinito, de calcular mal unas aleaciones, de descojonar varias coladas, me dieron a escoger: o me bajaban a fundidor, o me iba de la fábrica.
—Y te quedaste.
—Me quedé, Jabao, me quedé. Es lo menos que podía hacer por Lucio. Desde niño me había protegido, me había salvado la vida el día de la explosión, me había hecho ingeniero, a pesar mío. Y algo tenía que hacer yo, ¿no? Pero ahora lo haría yo solo. Ya no estaba a mi lado, ya no podía preguntarle ni pedirle consejo. Y por primera vez en mi vida tomé una decisión sin él. En algún momento tenía que hacerlo. Y aquí estoy.
—Y aquí estás. De fundidor. Qué bien, compadre —le dije irónico.
—Así mismo.
—¿Y vas a seguir de fundidor, eh?
—Voy a seguir.
—Quemándote la vida, pudriéndote aquí.
—Ajá. Como debe ser.
—Pues yo creo que como no debe ser, mi socio.
—¿Por qué no? Está bien que me joda un poco. Eso no hace daño.
—¿Cómo que no hace daño? ¿Hasta cuándo? ¿Te vas a meter aquí toda la vida?
—No sé —dijo y respiró profundamente—. Hasta que cumpla con él.
—¿Cumplir con qué, Faustino? ¿Qué compromiso es ése? ¿Es un castigo? Lo que estás haciendo es castigarte, ¿no te das cuenta?
—Está bien, Jabao, déjalo ahí.
—No, no lo dejo. Yo fui tu amigo y todavía sigo siéndolo. ¿Qué más tienes que hacer por Lucio? ¿Reprocharte no haber muerto con él? ¿No ves que te estás jodiendo la vida? ¡Coño, compadre, no te la sigas jodiendo! —le dije alterado, casi gritando.
—Déjame ya, Jabao, yo sé mis cosas.
—Vete de la fábrica.
—No, deja eso.
—Tino, con más o menos conocimientos, tú eres ingeniero. ¡Tú tienes un título!
—No me sirve.
—Sí te sirve, compadre —casi le supliqué.
Entonces él me agarró por los hombros y me miró fijamente, y los ojos se le fueron achicando, perdiéndose en el humo y el polvo que comenzaban a disminuir la intensa luz del mediodía:
—Jabao —y la voz se le quebró en un murmullo—, ese día yo no fui al médico; ese día yo fui a acostarme con una mujer, Jabao. ¿Tú me entiendes?
Me dio la espalda y se quitó el casco. Nuevamente se secó el sudor con el pañuelo. ¿O eran lágrimas? Después se fue acercando al horno. Abrió la pequeña puerta y miró al interior de la recámara, a través de los cristales del casco. Se volvió hacia mí:
—No te preocupes, mi socio. Ya lo mío pasó. —Y señalando al horno—: Déjame ver esta colada, no vaya a ser que también se joda —dijo intentando sonreír.
Se quitó los guantes. Tocó tres veces el timbre anunciando que la colada estaba lista, y se alejó entre los ruidos, el polvo y el calor de aquel taller al mediodía.
El barco francés La Coubre estalló en uno de los muelles de la bahía de La Habana, por un sabotaje preparado antes de su arribo a Cuba. Este acto terrorista ocasionó un número indeterminado de desaparecidos, se encontraron los restos de 101 personas y hubo más de 200 heridos.
La PetACa
waldo leyva
ÉL
...ella tiene que saberlo porque si no, no me hubiera mirado con esos ojos que parece que me estaban leyendo por dentro. Se tocó involuntariamente la falsa cajetilla de cigarros sobre el pecho, los ojos de la mujer siguieron sus manos un instante, o él pensó que había hecho ese gesto, y sintió como si la petaca se inflamara y la piel empezó a arderle y le faltó el aire. Cambió el rumbo de las manos y buscó en el estante de los discos sin dejar de mirarla pero ella se alejaba dándole la espalda. Si no quería el disco para qué me lo pidió, tengo que serenarme, niellani nadie puede saber nada. Intentó concentrarse en lo que estaba haciendo una nueva clienta, se acercó, se parecía a Rosita Fornés, todas las mujeres rubias se le parecían a Rosita. La rubia pidió ver un disco de Lucho Gatica, siempre quieren un disco de Lucho Gatica aunque no tengan los ojos negros, es como una fiebre. La muchacha pasaba los dedos sobre la fotografía haciendo más lento el movimiento cuando recorrían la boca del cantante. Si no fuera tan flaca se confundiría con Rosita, y pensar que no podré ver el estreno de La viuda alegre, donde seguro va a estar espléndida, como dijo el periódico, ¿o fue soberbia?, no, espléndida, lo dijo Pinelli en la televisión, Rosita estuvo varias veces en la Tienda pero sólo una vez vino hasta aquí, no me acuerdo qué disco quería, la tuve cerca, pude ver sus labios mientras me hablaba, su pelo, que despedía el calor que siempre había imaginado, el calor y el perfume, un olor que no venía de ninguna de las fragancias que conozco, un aroma entre salvaje y tierno, por lo menos eso se me ocurrió pensar. No recuerda ahora el tono de su voz, pero sabe que no se parecía al de la Rosita que él oía por la televisión o por la radio. Cerró los ojos para recuperar la voz de siempre, la de verdad. Cuando los abrió, Rosita seguía frente a él y se rió en su cara; se sintió ridículo y fingió ordenar algunos discos. Siempre había deseado tenerla cerca y ahora quería que se fuera. Mi problema son las rubias, cuando era niño soñaba con Marilyn Monroe todas las noches, siempre era el mismo sueño, yo llegaba volando a una ciudad y la descubría mirando por los cristales de un edificio alto, Marilyn iba desnuda para el baño, envuelta en una toalla que, a veces, era como un abrigo de plumas y otras, una bata de dormir que usó mi madre y que aún está en la casa y que, cuando la veo y la rozo, me parece que estoy tocando su piel, en el sueño, Marilyn siempre tenía los labios pintados y zapatos de tacones altos, rojos, dicen que los hombres no sueñan en colores pero yo veía aquellos zapatos y eran rojos, muy rojos, lo demás era blanco y negro, o gris, pero la boca y los zapatos eran rojísimos. Cuando se volvía hacia la ventana y lo miraba, él caía al suelo, siempre de espaldas. Era una caída larga, como si se deslizara por un embudo pegajoso y transparente, sin fin. Mientras iba cayendo ya no veía la ciudad sino un lugar cerca del mar lleno de matas de cocos; unas matas se movían mucho por el viento, como locas, otras no. Al despertar, siempre era el amanecer y durante mucho rato le quedaba un susto en el pecho y un desconsuelo en el estómago que no lo dejaba levantarse de la cama. El mismo vacío que siento ahora, pero falta poco, a las seis sonará el timbre como todos los días y la gente empezará a salir de la Tienda. Él sabe que ella sería una de las últimas, como siempre. Si se queda, ése es su problema... Rechazó la idea. Desde el primer momento que Mario Pombo le planteó la “misión”, exigió dos cosas: primero, que pondría la bomba al salir para que explotara de noche, con la Tienda cerrada, y segundo, que la coordinación de todo estuviera a cargo de los americanos o de gente suya vinculada directamente con ellos. “La bomba —le respondió Mario— me la dieron ellos y tiene el poder de cien cocteles Molotov, lo tuyo es ponerla, no tienes que preocuparte de lo demás”. Él había perdido la confianza en los de aquí, eso no se lo dijo a Pombo, pero eran demasiados fracasos. El cerco se iba cerrando, lo sentía, ya no podía caminar por la calle sin pensar que todos los ojos estaban sobre él. Ayer mismo agredió de palabras a un anciano que lo estaba mirando y después sintió una vergüenza enorme porque el viejo, casi con lágrimas en los ojos, le dijo que se parecía a un hijo que había perdido hacía muchos años, que caminaba igual, que tenía su pelo y hasta el mismo genio que aquel Carlos suyo que seguía buscando aunque supiera que era inútil porque él mismo tuvo que enterrarlo. Ese viejo me echó a perder el día, y también la noche porque no dormí nada, qué cabrona casualidad que el hijoeputa se llamara Carlos, no sé si se me nota la falta de sueño, me he lavado la cara tres veces ya, y el cabrón reloj que no acaba de dar las seis para que toda esta gente se vaya, ¡coño!, todo el mundo decidió venir hoy al Encanto; tranquilo, compadre, deja los puñeteros discos, la gente se va a dar cuenta, mañana sólo encontrarán cenizas y tú estarás lejos; eso no puede fallar, la condición fue ésa, que me sacaran el mismo día, ellos saben, Pombo sabe que yo no me quedo aquí, a mí no me va a pasar como a Eduardo y Dalmacio, que los fusilaron por comemierdas; por comemierdas no, es que esto es al duro y al que cogen le dan palito; es muy fácil desde afuera o protegido por las embajadas, pero aquí hay que jugársela, coño, y jugársela de a verdad verdad, yo estoy convencido de queellano se tragó que era una cajetilla de Edén, fui un imbécil en sacarla, se parece pero a la legua se ve que esto es una petaca llena de explosivos, ¡cojones con el puñetero reloj que no camina!, y ésa quién es, no creo que a Rosita se le ocurra venir a esta hora, ¿por qué carajo dejaron entrar a esa mujer?, si Rosita está aquí yo no puedo meterle candela a la Tienda; si algo falla, mañana estás preso, hágalo o no lo hagas, se lo viste en los ojos,ellatodavía no lo ha procesado pero la idea le va a llegar, tiene toda la noche para pensarlo, total, el marido anda comiendo mierda y rompiendo zapatos y el otro hijito está con los rusos; esto es comunismo, a mí no hay quien me joda, por eso quemo la Tienda y me voy, ¡coño, no es Rosita!, esta rubia tiene la nariz muy grande, alláellasi se queda, cuando llegue el momento yo hago lo que tengo que hacer, si no hubieran puesto la bombita de mierda ahí afuera, hace unos días, todo sería mejor, el petardito ese lo único que logró fue romper unos cristales ahí, en Galiano, y llamar la atención y hacerme más difícil el trabajo a mí; pero no importa, dale, tú puedes, el carro está afuera esperándote, ellos piensan que ese petardito, como tú dices, fue El Atentado y que nadie se atreverá de nuevo, pero tú estás aquí ahora, con la petaca en el bolsillo, no te la vuelvas a tocar, ¡coño!, ¿o quieres que, al final, se den cuenta?; empieza a cerrar que ya el timbre sonó, ni cuenta te has dado que la gente está saliendo, tranquilízate, no saques más el pañuelo que no estás sudando nada, es sensación lo que tienes, vamos, prepárate, ya sabes dónde tienes que ponerla, recuerda, en medio de la ropa, ya no hay casi nadie, no te apures, ¡cojones!, ponla con cuidado, eso es, ahí, nadie te está mirando, cuando reviente, esto se va a volver una locura pero ya tú estarás lejos, no mires más para los lados, pareces un puñetero semáforo dando señales, vuelve a tu departamento; yo no tengo nada que hacer allí; hazme caso, eso no va a explotar tan rápido, camina suave, como si fueras por el parque; quiero salir ya; espera, tienes tiempo, ahora dale, con calma, salúdalos, diles hasta mañana aunque mañana esto va a ser un infierno y te van a estar buscando hasta debajo de la tierra; ese miliciano me miró, me está siguiendo; nadie te está siguiendo; yo creo que el viejo de mierda lo que hizo fue un teatro, está detrás de mí; detrás de ti no hay ningún viejo, es una vieja, y negra, ése es el carro, dale, móntate, no corras, ¡coño!, y no le hables al chofer, él sabe para dónde te tiene que llevar; ya lo hice, ya está puesta, ahorita está ardiendo, esta vez sí no hay quien lo pare, yellaestá allá arriba, yo sé que está allá arriba, si no baja se jode, ése es su problema; ése es su problema no, tú también te jodes siellase achicharra porque si te cogen, te fusilan; a mí no me van a coger, yo dejé muy claro que esta misma noche me largaba, mañana me entero por las noticias, que vean que yo, Carlos González Vidal, sí sé hacer las cosas, no como esos comemierdas que se dejaron quitar las armas y después hablaron como cotorras; tú te quieres ir porque sabes que si te cogen no tienen que darte ni una galleta para que desembuches todo; yo no soy pendejo, anda, pásate un día entero con una bomba incendiaria en el pecho, que todo el mundo te esté mirando, que te pidan un cigarro y que tú digas que no tienes y, entonces, te miren al bolsillo de la camisa donde se marca la petaca y tienes que volverte un actor y poner cara de disgusto, de tipo que le jode que le piquen un cigarro, cara de que no te lo doy porque no me da la gana, y después pasarte las horas pensando si ese tipo lo comenta y empiezan a sospechar que aquello no es una cajetilla de Edén y vienen y te registran; eso hubiera sido mejor; ¡qué coño mejor!, qué carajo estoy pensando, yo hice lo que tenía que hacer y siellano sale fue el destino, o lo que sea, este carro no corre, por qué coño está dando vueltas por La Habana; tranquilo, ya lo hiciste, el chofer cumple órdenes, no lo mires, no le hables, él no puede saber quién tú eres porque se queda aquí, en la candela, él no se va; que se joda, yo sí me voy, ése fue el acuerdo y a mí tienen que cumplirme; tranquilo, compadre, te están cumpliendo, la máquina estuvo a la hora y en el lugar que Mario te dijo, aquí tienes la linterna, acuérdate de las señales; sí, ya sé, uno largo, tres cortos y dos largos, lo he estado repitiendo desde que me lo dijeron, pero yo quisiera llegar antes que la luz esa, tengo que revisar las pilas y el bombillo; no te pongas a hacer señales dentro de la máquina, no seas imbécil;¿por dónde se metió este tipo ahora, por qué carajo no vamos directo a Baracoa?, la Tienda debe estar hecha un infierno,ellatiene que haber salido, seguro salió.
ELLA
...que no me llamen más, que salgan de la tienda antes de que sea demasiado tarde, yo estoy atrapada, tal vez diez minutos antes hubiera podido forzar la puerta de la escalera pero ya es imposible, ¿quién pudo haber hecho esto?...Por más queellapiense no va a saber que fui yo y, si al final lo descubre, ya estaré lejos, sentado en algún bar tomándome una cerveza, admirado por todos...tiene que ser alguien de aquí, algún empleado, pero ¿quién? ¿Martínez? no, es demasiado pusilánime para hacer esto, lo de él es hablar mierda y tirar pullitas, de ahí no pasa. Intenta alejar los cochecitos que empiezan a deformarse por el fuego que sube cada vez más, quiere empujar un estante pero se da cuenta de que está muy caliente, las paredes se hinchan y parecen que estallarán de un momento a otro.
ellasalió; procura que así sea porque si no, ya tú sabes lo que te espera; seguro salió, me parece estarla viendo ahora dando órdenes.Tal vez fue uno de los últimos compradores, hoy la Tienda tuvo mucho movimiento, ni que fuera Navidad, alguna pelotica de ping-pong, como las que dejaron en las otras tiendas, el incendio viene de abajo, de eso no hay duda, pero qué importancia tiene eso ahora, el caso es que han quemado la Tienda y yo no tengo salida...El edificio es una trampa,ellasabe que es una trampa, no va a ser tan boba de quedarse arriba...debimos ser más cuidadosos, el petardo fue un aviso de que algo grande preparaban, pero ¿quién pudo ser capaz?, esto se está convirtiendo en un horno, estoy empapada en sudor, el uniforme se me pega, no puedo respirar; tranquilízate, Lula, tranquilízate, si te desesperas es peor; ¿él?, ¿seríaél?, hoyestaba tan raro, parecía un autómata y sudaba mucho, como si no hubiera aire acondicionado...Debe estar ardiendo;¿qué te pasa?, ya nopuedesarrepentirte, lo hiciste, ¿no?, aguántate ahora, este carro no tiene marcha atrás;siempre me pasa igual, hago las cosas ydespuésquisiera no haberlas hecho; como cuando te masturbas en los baños públicos porque el olor a orine, mezclado con la humedad, te excita; eso es distinto, yo no puedo evitarlo; claro que no puedes evitarlo, si las últimas veces sólo se te paró bien cuando pensaste en ese olor, y después querías matar a la muchacha, como si ella fuera la culpable; sí, pero es distinto, yo hice lo que tenía que hacer, yo sí no estoy ciego, yo sé a donde va esto...cada vez hay más calor, dentro de poco esto será un infierno, los ojos me lagrimean cada vez más, si pudiera volver al quinto piso, a lo mejor allí todavía no hay tanto humo, pero por dónde, si la escalera está bloqueada; serénate, Lula, serénate, a lo mejor los bomberos están por allá abajo, Ada seguro ya sabe que El Encanto está ardiendo, qué hora será, quedamos en vernos a las once, menos mal que Luisa se llevó la ropa de los círculos, ésa, por lo menos, los cabrones no la pudieron quemar, tiene que serél, se veía como si no hubiera dormido, la frente le brillaba de sudor como si estuviera enfermo y estaba tan pálido, Isora y Luisa seguro pudieron salir, ¿se habrán dado cuenta de que yo sigo aquí?, el piso está ardiendo, lo siento a través de las botas que me están quemando los pies, falta el oxígeno, dicen que cuando el calor es mucho se quema el oxígeno y hasta el aire se incendia. ¿Qué estará pasando allá afuera?, Ada debe estar ahí, y Ravelo y Robin, yo que le dije a Ada que cuando revisara el quinto piso bajaría a comer algo, Ravelo estará reventado después de los sesenta y dos kilómetros, el fuego está llegando a los estantes, no hay nada que hacer, apenas puedo respirar, yo no sé cómo hay personas que pueden darse candela... ¿Qué hora será?, los ojos me arden mucho, cuando le pedí el disco deLos Cinco Latinospor poco se le cae de las manos, Ada se hará cargo de Robin y de mamá, cuando los estantes se prendan será el fin. ¡Claro!, tiene que serél, si cuando Pepe le pidió un cigarro le dijo que no tenía y se puso blanco como el papel, tiene que haber sidoél, ¿qué hora será?, ya el humo no me deja ver su reloj, nunca le pregunté a Elena por qué, en el momento de la foto, agarró aquel reloj de pared, qué ocurrencia, por eso salí muerta de risa,élno hacía otra cosa que mirar la hora, toda la tarde estuvo pendiente de la hora; ¿cómo no te diste cuenta, Lula?, esperó la hora del cierre para poner el explosivo, qué sed, Dios mío, qué sed, tengo la garganta seca y esta sed es desesperante, ahora quisiera ver el mar, sentarme en el Malecón y dejar que las olas me empapen, cuando los niños eran chiquitos íbamos mucho al Malecón, cómo se divertían detrás de los cangrejitos que corrían por el muro, ¿dónde estará aquella foto?, la noticia de mi muerte le llegará a Erik primero que la carta que le mandé hace unos días, es curioso, todo lo que le digo será pasado cuando él la lea, hasta yo también seré pasado, pero tiene que haber una salida; cálmate, Lula, tú sabes que no;éltambién sabía que no había salida y estará ahí entre la gente, mirando cómo la Tienda se destruye, sabiendo que yo estoy aquí, quemándome, a lo mejor anda huyendo, pero lo van a descubrir, coño, lo tienen que encontrar...Ahora sí vamos para la costa, siento el aire del mar, ya falta poco y ellos me van a estar esperando, tienen que estar esperándome, en cuanto haga la señal van a venir a recogerme, seguro, a esta hora por aquí no pasa nadie, cuando vea la lancha me tiro al mar, en el agua estoy a salvo, ¿por qué coño paró aquí?, bájate ya, camina hasta la costa, apúrate y no preguntes...María del Carmen tenía razón, ella nunca lo tragó; cálmate, Lula, cálmate y piensa, que el tiempo se te acaba, en cualquier momento el techo se puede venir abajo y tú misma ya no resistes mucho más, tu cuerpo está tan caliente como las paredes y ya no hay sitio en donde puedas estar, todo arde, Lula, todo arde y no hay nada que hacer, cuando las llamas terminen con las estanterías vendrán por ti, no podrás impedirlo, Lula, a tiempo debiste darte cuenta de que ÉL era el enemigo, ÉL, que trató de restarle importancia a las llamadas anónimas, ÉL, que primero se te rió en la cara cuando hablaste de la biblioteca pero después te dio, solícito, el dinero para la escuela de Mayarí...Yo siempre cumplí contigo, todo lo que me pediste te lo di, que no se te olvide, que no se te olvide, ¿habré hecho bien las señales?, yo no veo ninguna lancha...Estaba claro, Lula, pero en tu vorágine no te diste cuenta de queélsabía que todo era inútil porqueélquemaría la Tienda, y a ti con ella, Lula, ahora debe estar riéndose, pensando que tú te achicharraste...No, eso no es así, la Tienda sí tenía que quemarla, pero tú estás ahí porque tú quieres, a mí no me culpes...riéndose no, lo que debe es estar cagado de miedo,él