Lo que puede la aprehensión - Agustín Moreto - E-Book

Lo que puede la aprehensión E-Book

Agustín Moreto

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Beschreibung

Lo que puede la aprensión es una comedia teatral del autor Agustín Moreto. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro español, la historia se desarrolla en torno a un malentendido amoroso tras el que se suceden numerosas situaciones de enredo.

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Seitenzahl: 92

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Agustín Moreto

Lo que puede la aprehensión

 

Saga

Lo que puede la aprehensiónOriginal titleLo que puede la aprehensión o la fuerza del odioCover image: Shutterstock Copyright © 1911, 2020 Agustín Moreto and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726597417

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

FENISA. LAURA. FEDERICO ESFORCIA. EL DUQUE DE MILÁN. LA DUQUESA DE PARMA. CARLOS. CAMILO, criado.COLMILLO, criado, gracioso.SILVIA, criada.UN CAPITÁN. Damas.Criados.

La escena es en Milán y sus inmediaciones.

Jornada I

Jardín en el palacio del DUQUE.

Escena I

FENISA, LAURA; aquella con una vihuela en la mano.

FENISA Toma, Laura, ese instrumento;

que el intentar divertirme

sólo sirve de afligirme;

mejor me está mi tormento:

que cuando de un mal cruel 5

defiende un pecho la ofensa,

mal lograda la defensa,

atormentan ella y él.

LAURA Fenisa, señora mía,

¿qué pesar puedes temer, 10

que te llegue a entristecer

con tan pesada porfía?

¿Para tan grande rigor,

no dispensa en tu beldad

ni el estado ni la edad? 15

FENISA No hay edad para el amor,

porque la voluntad es

la potencia que primero

usa el hombre, y más entero

usa el discurso después. 20

Y corno haya en tierna edad

voluntad, esta pasión,

cuando es poca la razón,

lleva más la voluntad.

LAURA Si es del Duque ese cuidado, 25

¿por qué nunca esta afición

pasó en ti de inclinación?

FENISA ¡Ay afecto mal logrado!

LAURA Pues, Señora, ¿tú conmigo

recatas ese rigor? 30

FENISA Quiero tanto a mi dolor,

que no le parto contigo.

LAURA Pues si de tus gustos antes

parte me dabas igual,

¿por qué la niegas del mal? 35

FENISA Eso tienen los amantes,

y es una cosa bien rara

en que he hecho ponderación;

pues en cualquiera ocasión,

si tu atención lo repara, 40

verás que cuenta más bien

el que está herido de amor

la ventura y el favor

que la pena y el desdén;

y de acción tan desigual 45

buscar la causa he querido,

y en mi propria he conocido

que es efeto natural.

El favor, la suerte buena

ensanchan el corazón, 50

y con esta inflamación

de gusto el pecho se llena.

El que se halla satisfecho

de aquel bien que amor le aplica,

el gusto que comunica 55

es lo que sobra del pecho.

Y al contrario, una aflicción,

un dolor que el pecho inquieta,

tanto le oprime y le aprieta,

que se encoge el corazón, 60

viniéndole a restringir.

Por grande que sea un pesar,

deja en el alma lugar

a otro que pueda venir;

que esta interior galería 65

del alma, con sus lugares,

no la ocupan mil pesares,

y la llena una alegría.

Ésta es la causa en quien ama

de que uno guarde, otro arroje; 70

que el pesar él se recoge,

y el contento él se derrama.

LAURA Pues si le quieres vencer

publica luego su llama;

que lo que no se derrama 75

es lo que tú has de verter.

FENISA ¿Tendrás secreto?

LAURA ¡Ay de mí!

¿Tal está el crédito mío?

FENISA De tu silencio lo fío.

LAURA Acaba pues.

FENISA Oye.

LAURA Di. 80

FENISA Muriendo Francisco Esforcia,

Duque de Milán, su hijo

dejó en tutela a su hermano,

que es hoy mi padre y su tío.

Gobernando sus acciones 85

siempre mi padre ha vivido

en su palacio, y de suerte,

que el Duque nunca me ha visto;

porque como me crió

de una aldea en el retiro, 90

cuando me trajo a Milán,

que él me viese nunca quiso.

Fue siempre muy obediente

a su gobierno mi primo

mientras sus años no dieron 95

posesión a su albedrío;

pero entrando ya en la edad

de los juveniles bríos,

fue su elección desmintiendo

las obediencias de niño. 100

Conoció mi padre en él

un tan violento capricho

de genio voluntarioso,

que se arrastra de sí mismo.

(Que hay hombres que usan tan mal 105

de lo libre de su arbitrio,

que parece que en sus obras

fuerza, y no inclina, el destino.)

Para excusar su prudencia

los daños deste peligro. 110

tratar, por darle sosiego,

de su casamiento quiso;

que una de muchas virtudes

del matrimonio divino,

es que él sólo poner pudo 115

en las juventudes juicio.

Yo, sin ser vista del Duque,

le he visto en los ejercicios

de caballero, de donde

mi inclinación ha nacido. 120

Una de las gracias mías

es mi voz, en quien yo libro

de las fatigas del ocio

tal vez el descanso mío;

que en el ocio hay diferencia, 125

si es buscado o si es preciso:

que si es preciso, es trabajo;

y si es buscado, es alivio.

Cantando pues en las rejas

de aqueste jardín florido 130

varias veces, una de ellas

me escuchó acaso mi primo.

Arrebatóle mi acento

tanto, que desde allí vino

a repetir cada día 135

la ocasión, la hora y el sitio.

De mi acento enamorado,

solicitó su cariño

saber el dueño, y logró

fácilmente lo que quiso. 140

De esta noticia al deseo

de verme hay poco distrito;

mas cuanto él buscó ocasiones,

las recató mi desvío.

Nunca dél me dejé ver, 145

siendo él de mí tan bien visto.

Y aquí extraño en las mujeres

lo que en todas es estilo:

tan rara naturaleza

la nuestra es, que permitimos 150

los ojos al que nos mira

sin cuidado ni cariño,

y al que amante los desea

luego se los encubrimos,

aunque inclinadas estemos; 155

siendo así que era más digno

de verlos quien los desea;

porque parece delito

darlos cuando no es favor,

negarlos cuando es alivio. 160

Mas cuando el amor lo hace,

es niño y hace lo mismo

que él suele; pues si una cosa

tiene en las manos el niño,

y se la piden, la guarda, 165

avaro del beneficio;

y cuando no se la piden,

convida con ella él mismo.

Creció el oído a los ojos

cada día el apetito; 170

que no hay quien se envidie más

que un sentido a otro sentido.

Tanto se inflamó su pecho,

que tal vez llegó a mi oído

de su deseo amoroso 175

el tercero de un suspiro;

mas yo, cuanto él más amante,

más rebelde. ¡Qué dominio

tan lisonjero en nosotras

es ver los hombres rendidos! 180

No sé qué modo es el nuestro

de amar, que el amor le hizo

para lisonja y halago

del sugeto que es querido.

Y esto se prueba en los hombres, 185

pues cuando ellos están finos,

el dar gustos a su dama

son sus mayores alivios.

Mas al contrario, en nosotras

es el halago un castigo 190

cuando más enamoradas;

pues recatando el cariño,

se compone nuestro gusto

de arrastrarlos y afligirlos,

y resulta nuestra gloria 195

de estar viendo su martirio.

Mas mi retiro en mi amor

no llevaba este designio,

sino un temor de saber

la condición de mi primo, 200

y dudar si su deseo

era fineza o capricho,

y no querer exponerse

mi vanidad a un peligro.

Porque yo soy de opinión 205

que amor perfecto no ha habido,

sino engendrado del trato;

donde el sugeto se ha visto

con todas sus condiciones,

y hayan hecho los sentidos 210

una información bastante,

con que proponen que es digno

de amor a la voluntad,

y ella entonces, sin peligro

de hallar cosa que la fuerza, 215

se entrega por el aviso.

Y el amor que de esto nace

es el perfecto y el fino,

y el que sólo con la muerte

puede llegar al olvido. 220

Porque el que nace de ver

un sugeto tan divino,

que el albedrío arrebata,

nunca puede ser ni ha sido

más que inclinación violenta, 225

movida del apetito.

Y éste, si para lograrse

halla imposible el camino,

crece con tanta violencia,

que equivocan el oficio 230

del amor fino y perfeto,

sus ansias y sus suspiros;

mas no puede ser amor,

de que es evidente indicio

el que las más veces muere 235

en el logro del designio.

Y esto nace de dos causas:

una el haber aprehendido

perfección en el sugeto,

que no halló, y esto le hizo 240

parar a la voluntad;

que siguiera su camino

si hubieran hecho primero

su información los sentidos.

Otra, que apetito sólo 245

pudo ser, y este delirio,

en llegándose a lograr,

muere luego de sí mismo.

Con que, apetito y amor

y inclinación son distintos: 250

en que amor hecho del trato

dura a pesar de los siglos;

la inclinación tiene riesgo

de hallar falta que no ha visto;

y el apetito logrado 255

deja de ser apetito.

Yo pues, temiendo estos riesgos,

empeñé más mi retiro;

y porque yo en mi temor

obrase con más aviso, 260

determinó mi agudeza

dejarse ver de mi primo

de tal modo y en tal parte,

que no tuviese un indicio

de que era yo la que vía; 265

por ver si el efeto mismo

hacía mi rostro en sus ojos

que mi voz en sus oídos.

Vióme pues, pero de verme

resultó un desaire mío, 270

porque en mí no hizo reparo;

y aunque con los ojos fijos

me vio, fue tan sin cuidado

y pasó tan divertido,

que pienso que no llevó 275

memoria de haberme visto.

Quedé corrida y mortal.

Y el desaire que me hizo

trocara allí mi hermosura

a todo el riesgo temido. 280

No ha de examinarse un riesgo

por tan costoso camino,

que haber pueda en el examen

más daño que en el peligro.

Las damas con su hermosura 285

han de tener el estilo

que los hombres con la honra,

que probarla es desatino:

porque al hombre y a la dama

suele suceder lo mismo 290

que al que teniendo una espada

de estimación por su brío,

o satisfecho o dudoso

de su firmeza, la quiso

probar, y en la necia prueba 295

la espada pedazos hizo.

En la hermosura y la honra

puede haber el daño mismo,

y no se ha de examinar,

si una es barro y otra es vidrio; 300

que el examen puede hacer

como en la espada el peligro,

porque a veces el acero

suele quebrarse de fino.

De aquí creció en mi silencio 305

el recato y el retiro;

y en él discurriendo a veces,

quiso averiguar el juicio

por qué razón mi hermosura

no admiró al Duque, mi primo, 310

habiendo sido cuidado

de todos cuantos la han visto.

Y hallé que de natural

causa el efecto es preciso;

porque cualquiera a quien entra 315

el amor por el oído

hace aprehensión de querer

un sugeto que no ha visto,

y ver está deseando;

y con aqueste incentivo 320

a cualquier mujer que vea,

como no imagine él mismo

que es aquella la que piensa,

la tratará con desvío.

Con que, a ser yo más hermosa, 325

me hubiera allí sucedido

el descuido del desaire;

y a ser más fea, si indicio