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Los siete durmientes es una comedia teatral del autor Agustín Moreto. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro español, la historia se desarrolla en torno a un malentendido amoroso tras el que se suceden numerosas situaciones de enredo.
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Seitenzahl: 78
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Agustín Moreto
COMEDIA FAMOSA
Saga
Los siete durmientesOriginal titleLos siete durmientes o Los más dichosos hermanosCover image: Shutterstock Copyright © 1911, 2020 Agustín Moreto and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726597387
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Penélope.
Licinio, su padre.
El Niño Jesús.
Dionisio, galán.
Maximiano.
Decio, emperador.
Flora.
Músicos.
Valeriano.
El Demonio.
Alguaciles.
Aurelia.
Marcos.
Serapión.
Bretón.
Un hereje.
Martino.
Juan.
Un soldado.
Teodoro.
Un panadero.
Martiniano.
Corregidor.
Dos villanos.
Sale Penélope asustada
Penélope Flora, Aurelia, entrad aquí;
¡Licinio, padre, señor! Nadie responde, ¡qué horror!
Dentro Licinio
Licinio Llegad presto.
Penélope Estoy sin mí.
Licinio ¡Penélope, hija!
Salen Flora y Aurelia y Licinio, emperador
Todas ¡Señora! 5
Licinio ¿Qué es esto?
Penélope ¿Por dónde fue?
Licinio ¿Quién aquí ha entrado?
Penélope No sé.
Licinio ¿Qué dices?
Penélope ¿No salió agora?
Licinio ¿Quién ha de salir?
Penélope Un hombre.
Licinio ¿Hombre?
Penélope No, que es ceguedad. 10
Licinio ¿Pues quién era?
Penélope Una deidad.
Licinio ¿Deidad?
Penélope No le sé otro nombre.
Licinio ¿Quién aquí entró?
Todas Es ilusión.
Licinio ¿Qué dices? Sin juicio estás.
Penélope Oye, padre, y lo sabrás. 15
Licinio ¿Luego no ha sido aprehensión?
Penélope No señor.
Licinio Pues di qué ha sido.
Penélope Soberano aviso fue.
Licinio A ti aviso, ¿pues de qué?
Penélope De mi engaño inadvertido. 20
Licinio ¿Qué te avisa?
Penélope De mi muerte.
Licinio ¿Qué dices?
Penélope Mas es mi vida.
Licinio ¿Vida en muerte?
Penélope A eso convida.
Licinio ¿Cómo ha sido?
Penélope Desta suerte:
Para que el asombro mío, 25
y tu horror sepas a un tiempo,
conferir, señor, importa
de mi vida los sucesos.
De la ilustre Macedonia
y su dilatado Imperio, 30
no sin providente causa,
te dio la corona el cielo.
Nací yo única heredera
de los heroicos trofeos,
que el ámbito de tu frente 35
adquirir supo tu esfuerzo.
Turbó este placer la voz
de los sabios de tu reino;
que averiguando los astros
hallaron en sus reflejos, 40
que por negar a los Dioses
la adoración que les debo,
fatal sentencia a mi vida
condenaba a fin sangriento.
En esta ciudad, en fin, 45
que emperador llama a Decio,
con quien tú, hermano en las armas,
partiste el Romano Imperio,
tornándote a Macedonia,
promulgasteis los dos luego, 50
que no quedase cristiano
en los suyos y en tus reinos;
y mandando hacer en ella
esta torre, que aun los bellos
rayos del sol no resistan 55
en sus lóbregos secretos,
me encerraste, procurando
vencer los hados violentos,
y colocando en altares
de los dioses que venero, 60
los ídolos, para que
con su oráculo, que atiendo,
tal vez absorta y confusa,
me encendiese en sus preceptos.
Me diste un libro, que incluye 65
la variedad de tormentos,
que los mártires de Cristo
imitándole, sufrieron,
por que el temor de sus penas
hiciese horror en mi pecho. 70
Yo, pues, que con afición,
sus varios martirios leo,
no sé por qué oculta causa,
hoy, acaso, torpe entre ellos,
el de aquel Bartolomé, 75
que estuvo con tanto esfuerzo,
viendo a los fieros ministros
quitar la piel de su cuerpo,
que cuanto más los crüeles
se la arrancaban, rompiendo 80
la estrecha unión de la carne,
era mayor su contento,
pareciendo en su alegría,
que para sentirlo menos,
le iban desnudando más 85
de los humanos afectos.
Yo, entre mí, diciendo estaba,
dudando tal sufrimiento:
cómo es posible que hubiera
valor en humano pecho 90
para dolor tan terrible,
cuando un suspiro tremendo,
a cuyo horror lastimoso,
este edificio soberbio
pareció débil arista 95
a los embates del cierzo,
arrebató mis sentidos,
y al volver el rostro, veo
junto a mí un hermoso joven
tan herido y tan sangriento, 100
que borró de mi memoria
la lástima del primero.
En sus delicados hombros
llevaba un cruzado leño,
tan grosero y tan pesado, 105
que se le entraba por ellos,
y la túnica estirando
descubría el blanco cuello,
en quien hacía hermosura
el horror de su tormento, 110
porque la sangre y el agua,
que iba sudando y vertiendo
la crespa hermosa madeja,
suspensa al caer del velo,
de perlas y de rubíes 115
le formaba collar regio,
que hacía pendientes de oro
las puntas de sus cabellos.
En su siniestra mejilla
se miraba el golpe feo 120
de aleve tirana mano,
que como el semblante nuestro
nos significa a los ojos
la paciencia del sujeto,
para tener en la cara 125
más vivas señas del pecho,
parece que a arbitrio suyo
la mano armada de hierros,
le dejó impresa en el rostro
la palma del sufrimiento. 130
Sangrientas agudas puntas
de un tosco cambrón en cerco
coronaban su cabeza,
y de la frente cayendo
copia de sangre, empañaba 135
sus divinos ojos bellos.
Movió tanto mi piedad,
que del asombro y el miedo,
olvidada me arrebato
en su lástima, diciendo: 140
¿Quién sois, joven valeroso,
a tanto dolor no muerto?
¿Quién sois, hermoso milagro,
pues entre tantos tormentos,
perfección os ha quedado 145
para poder parecerlo?
Si tan bello sois cercado
de afrentas, de heridas lleno,
¿qué parecierais vestido
de adornos y de trofeos? 150
¿Cuál fue la sangrienta mano?
¿quién fue el bárbaro tan ciego,
que a la luz de vuestros ojos
no vio el horror de sus hechos?
¡Qué tirana obstinación! 155
¡Qué crueldad! ¡Qué atrevimiento!
Que cuando volviendo el rostro,
y fijándome en el pecho
los ojos, cuya impresión,
aún dentro del alma siento, 160
-si yo por Bartolomé,
(dijo) padecí el extremo
del dolor, ¿qué mucho que él
por mí padeciese menos?-
iba a responderle, cuando 165
un desusado reflejo
de luces, no comparable,
turbó mi vista, y cubriendo
de armonía y esplendor
toda la región del viento, 170
se negó a mi rostro, el día
que fue su huella siguiendo,
pues solo quedé en la noche
de duda, espanto y recelo.
Vuelvo a cobrarme y reparo, 175
que un sudor mortal, un yelo
que por mis venas discurre,
embarga todo mi aliento.
Doy voces, pido socorro,
y cuando tus plantas siento, 180
cuando tus voces escucho,
cuando tu atención merezco,
el referirlo otra vez
repite el ansia mi pecho;
porque de aquellas palabras 185
parece que estoy sintiendo
el horror en los oídos,
la voz en el pensamiento,
las razones en el alma,
y en el corazón los ecos. 190
Licinio No en vano, cielos, no en vano,
mis justos temores fueron:
pues todo cuanto te escucho,
es indicio manifiesto
de lo que a mis tristes canas 195
el hado amagó violento.
¿Tú has de incurrir en la afrenta
de aquellos bárbaros ciegos,
que al Crucificado adoran,
saliendo vano el remedio, 200
que a mis cuerdas prevenciones
han prevenido a tus yerros?
Mas a pesar de los hados
lo he de estorbar, y así luego
todos salid de la torre, 205
no tenga para este riesgo
comunicación humana;
a ver cómo puede el cielo
contra mi cuidado dar la
noticia destos intentos. 210
Salid todas.
Penélope Padre mío.
Licinio Esto ha de ser.
Penélope Si no tengo
culpa yo, con las estrellas,
¿por qué me castigas?
Licinio Decio
ha partido ya de Roma 215
y a Éfeso viene esgrimiendo
la espada de su furor,
contra cuantos siguen necios
la ley de Cristo, y también
a darte, como tan dueño 220
de mi sangre, digno esposo.
Hasta que llegue este efecto,
ni te he de ver ni has de verme,
que he de oponerme, pues puedo,
al poder de las estrellas. 225
Penélope Padre, señor, ¡rigor fiero!
Licinio No me hables ya.
Penélope Oye, señor.
Licinio No he de oírte.
Penélope Pues, ¿te ofendo?
Licinio Sí.
Penélope ¿Con qué?
Licinio Con tu destino.
Penélope ¿Hágole yo?
Licinio Hácele el cielo. 230
Penélope Pues culpa al cielo.
Licinio En ti misma.
Penélope ¿Que te vas?
Licinio No verte intento.
Penélope ¿Sola me quieres dejar?
Licinio Solo a los dioses te dejo,
por que venzan tu destino, 235
consulta tu error con ellos.
Penélope ¿Flora?
Flora No puedo escucharte.
Penélope ¿Aurelia?
Aurelia Hablarte no puedo.
Penélope ¿Nise?
Nise Esto tu padre ordena.
Vanse todas
Penélope ¿Qué es esto, piadosos cielos? 240
¿qué es esto, eternas deidades?
Si es de mi padre el intento,
librar de riesgo mi vida,
¿cómo me anticipa el riesgo?
Pero de Marte y Apolo 245
aquí las deidades tengo,
siendo el oráculo suyo
norte de mis pensamientos;
consultareles mis dudas:
Vosotros, a quien venero 250
por arbitrios de la suerte,
dad a mis dudas consejo.
Si aquella visión horrible,
a confundir mis deseos
la permitís, ¿cuál camino 255
queréis que siga? El silencio
solo me dais por respuesta.
Mas, ¡qué miro! En el asiento
de aquella ventana está
una paloma, y advierto, 260
que tiene por seña al pico
un ramo de oliva; ¡cielos!
allí otras veces la he visto
y siempre la miro al tiempo
que a Apolo y Marte consulto. 265
Esto incluye alto misterio,
porque en su presencia nunca
me responden. Mi maestro
Apeliano dijo un día
que era el símbolo y concepto 270
del Espíritu Divino,
del Dios del cristiano; pero
que era tercera Persona.
No sé cómo entienden ellos
este emblema, mas si es Dios, 275
poder tendrá y a mi intento
dará respuesta. ¡Oh tú, enigma