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Yo por vos, y vos por otro es una comedia teatral del autor Agustín Moreto. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro español, la historia se desarrolla en torno a un malentendido amoroso tras el que se suceden numerosas situaciones de enredo.
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Seitenzahl: 86
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Agustín Moreto
Saga
Yo por vos, y vos por otroOriginal titleYo por vos, y vos por otro
Cover image: Shutterstock Copyright © 1911, 2020 Agustín Moreto and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726597318
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
La escena es en Madrid.
Sala en casa de DON ENRIQUE.
DON ÍÑIGO, MOTRIL.
DON ÍÑIGO Seas, Motril, bien venido.
MOTRIL ¿Esa es, Señor, tu alegría?
Con cara de hipocondría
a recibirme has salido.
Cuando vengo de Sevilla 5
a verte recién casado,
¿te hallo tan desazonado?
¿Has dado librea amarilla?
Que tu semblante la copia.
¿Triste ya, casado ayer? 10
¿No te agradó tu mujer?
¿Has caído ya en que es propia?
¿Has dado en guerra civil?
¿Echas menos lo soltero?
¡Te ha salido el dote güero? 15
DON ÍÑIGO No me be casado, Motril;
que es la congoja en que peno.
MOTRIL ¡Jesús! Pues ¿quién te curó
de una boda que te dio,
estando tú sano y bueno? 20
DON ÍÑIGO En un esquivo tormento
mi destino me ha enlazado;
casi estoy desesperado.
MOTRIL ¿Cómo, Señor?
DON ÍÑIGO Oye atento.
Ya sabes tú la amistad 25
que tenemos tan antigua
don Enrique de Ribera
y yo. Los dos en las Indias
tan estrecha la tuvimos,
que igualó la nuestra mismo, 30
con don Gómez de Cabrera,
que con la hacienda más rica
que hubo en Méjico en su tiempo,
a dar buen fin a su vida,
de su noble esposa viudo, 35
volvió a Madrid con dos hijas.
Viendo que ya de su edad
pisaba la postrer línea,
quiso poner en estado
dos prendas de amor tan dignas. 40
Acordóle de nosotros
la amistad y la noticia
de nuestra ilustre nobleza,
y que los dos en las Indias
las pedimos por esposas; 45
con que escribiendo a Sevilla,
nuestra patria, nos propuse
el empleo de sus hijas.
Ofrecióle a mi ventura
la mayor, que es Margarita; 50
tan bella, que deste modo,
no por nombre se apellida,
sino por definición
de su beldad peregrina.
Y a don Enrique a Isabel; 55
menor, no sé si te diga
en la edad y en la belleza,
siendo estotra tan divina;
que yo, como enamorado,
te podré alabar la mía, 60
más no condenar la otra.
Ni sabré, aunque se permita;
porque yo tengo en mis ojos
una observancia prolija:
Que a la mujer del amigo 65
debe siempre el que la mira,
cerrar en sus atenciones
las puertas en que peligra,
y verla sin elección,
sin desdén y sin caricia. 70
De suerte al conocerla
sencillamente la vista,
el respeto solo abra
la puerta de la noticia.
Enviónos los retratos 75
de las dos, y repetida
por nosotros la fineza,
otros dos nuestros envía
nuestro recíproco amor;
y en ellas hizo la misma 80
impresión que en nuestros ojos
del pincel la valentía.
Raro efecto del primor,
a quien la ausencia acredita,
o porque al que no se ve 85
con más fuerza se imagina,
o porque le da al retrato
viveza la ausencia misma;
pues lo vivo de lo lejos
hace las sombras más vivas 90
murió a este tiempo don Gómez,
y su muerte hizo precisa,
sin aguardar prevenciones,
nuestra dichosa partida.
A Madrid los dos vinimos 95
a ver la distancia que iba
de lo vivo a lo pintado,
pues por la justa alegría
con su retrato tuvieron
nuestras acciones más vida; 100
y al ver los originales
trocó efecto la noticia,
siendo los dos retratados;
pues su beldad peregrina
nos dejó como pintados, 105
suspensa el alma en la vista.
¿Quién creerá que habiendo hallado
con tanto aumento la dicha,
sin haber mudanza en ellas
ni entre nosotros envidia, 110
sin celos, sin competencias,
en este caso que miras
pueda caber desconcierto.
Que sin remedio desquicia
todas nuestras esperanzas 115
y de un golpe las derriba?
Pues porque lo admires más
y ponderes la malicia
tan sutil de alguna estrella,
de nuestro bien enemiga, 120
en tan dichoso suceso
cabe tan grande desdicha,
que es nuestro amor imposible.
Y aqueste imposible estriba
en que el amor de los cuatro 125
haya crecido a porfía;
y eso hace mayor el daño.
Mira si hallarás salida
para pensar que entre amantes
sea con razón no indigna 130
el tenerse más amor
lo que más los desobliga.
La causa es que don Enrique
y yo queriendo en Sevilla
enviar nuestros retratos, 135
nos conferimos el día
de escribir para este efecto,
y sobre una mesa misma
los pliegos hicimos juntos.
Procedió a esto la porfía 140
de cual iba más bien hecho,
que ocasionó en nuestra vista
confundirse las especies;
pues de su mano a la mía
repitió el suyo y el mío 145
varias veces la noticia,
de tal suerte, que al cerrarlos,
con la aprensión confundida,
el uno tomó el del otro:
con lo cual yo a Margarita 150
envié el de don Enrique;
y él, con la ignorancia misma,
remitió el mío a Isabel.
Y llegados a su vista,
el fin con que cada una 155
miraba el suyo, hizo digna
la inclinación en entrambas;
y aquesta. con la porfía
de preferir cada una
el suyo, por darse envidia 160
de decente inclinación,
pasó a ser voluntad fija.
En nosotros sus retratos
hicieron la misma herida;
mas vinieron acertados 165
para ser más la desdicha.
Que si ellas también lo erraran,
nuestro error lo enmendaría.
Mas un infeliz destino
para el daño tanto aplica 170
el yerro como el acierto;
pues por lograr su malicia,
yerra todo lo que importa,
y si acierta, es lo que implica.
Al saber ellas el yerro, 175
dio su rostro señas vivas
de la guerra que en su pecho
introdujo la noticia;
y después de no admitir
disculpas mal prevenidas 180
que dio nuestra turbación,
las dos con una voz misma
dijeron que ya en su pecho
lugar de esposos tenían
los dueños de los retratos. 185
Mira tú cual quedaría
yo, que solo de la copia
ya rendido a su amor iba,
y hallé más en su hermosura;
cuando a la primer visita 190
me recibió como ajena
la que iba a ver como mía.
Sólo en lo que hallé consuelo
fue en ver que mi pena misma
era la de don Enrique, 195
pues como a mi Margarita,
a él le dio muerte Isabel.
Y aunque la que al uno esquiva.
Se mostró amante del otro,
por nuestro amor no tenían 200
entrada en las dos los celos;
mas si una mujer se irrita.
¡Qué dolor le falta a un pecho,
donde un desdén martiriza?
Ni ruegos ni persuasiones, 205
conveniencias ni porfías
fueron bastantes con ellas
a mudar la aprehensión fija
que en los retratos hicieron;
con que nuestra llama activa. 210
A vista de su esquivez,
era mayor cada día.
El deseo, que en nosotros
a mas por instantes iba,
obligó, viendo este empeño, 215
a nuestra ciega codicia
a moverlas por el medio
de amantes galanterías,
creyendo que a su dureza
la ablandase la caricia; 220
pero erramos el remedio,
y se hizo mortal la herida;
porque como el festejar
cada uno la que quería
era acercarse a la ingrata 225
y alejarse de la fina,
y nuestra naturaleza,
por sentencia de sí misma,
dejando lo que te dan,
se va tras lo que le quitan; 230
cada paso deste intento
hizo su llama más viva,
porque el ruego de la una
para la otra era envidia.
Lo que a una hiela el amor, 235
los celos a otra encendían:
Con que, errando con entrambas,
hicieron nuestras caricias
en dos contrarios afectos
con una fineza misma 240
lo que quien en un incendio
agua a sus llamas aplica;
que donde es poca le apaga
y donde es mucha le aviva.
Llegó al extremo en las dos 245
la contrariedad distinta.
A toda incendio la amante,
a toda hielo la esquiva.
Reconociendo este riesgo,
tratamos los dos aprisa 250
de que enmendase el retiro
lo que erraba la caricia.
Mas ya este remedio es vano,
y solo sirve a la vida
de morir con más dolor, 255
porque ya nuestra porfía
hizo irremediable el mal.
Y es cuando dél se retira,
como el que hidrópico bebe;
que creyendo que se alivia, 260
va aumentando su peligro
hasta que el daño le avisa,
y viendo el riesgo a los ojos,
de aquel alivio se priva
por el temor de la muerte, 265
cuando ya en la hidropesía
confirmada no hay remedio;
pues con sentencia precisa
muere de lo que ha bebido,
añadiendo a la malicia 270
de su mal aquel dolor
del alivio que le quita;
pues solo sirve al remedio
de no morir más aprisa.
En este estado, Motril, 275
hallas la esperanza mía;
mira si a mayor tormento
pudo llegar mi desdicha,
pues veo a mi dama amante
de mi amigo, y dél querida 280
la que a mí me favorece.
Mi queja es la suya mismo,
nuestro amor muere a sus ojos,
padece si se retira,
el remedio te empeora, 285
el excusarle no alivia,
el que asiste ofende al otro,
el que no asiste, a su vista;
y finalmente, aunque quiera
atropellar nuestra vida 290
por el riesgo, y a sus ojos
morir con galantería,
el uno el otro se estorba
porque su dama se irrita:
con que es delito el que muera 295
el que es fuerza que no viva.
MOTRIL ¡Jesús! No pensara el diablo
mas extraña taravilla.
Dime, Señor, ¿no os valierais
del remedio de las pintas? 300
DON ÍÑIGO ¿Cuál es?
MOTRIL Pedirla trocada.
DON ÍÑIGO ¿Cómo, si es la pena misma
el incendio del desdén
que el hielo de la caricia?
Mira si hay muerte mas rara 305
que perder uno la vida
entre un hielo y un incendio.
MOTRIL No es tal; que ya es cosa vista
esa muerte ella por ella.
DON ÍÑIGO ¿Dónde, sino en mi desdicha? 310
MOTRIL Mahoma murió dese mal,
porque se helaba y se ardía;
y entre estas penas contrarias
rabiando perdió la vida,